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miércoles, 4 de marzo de 2020

"IL VIAGGIO A REIMS" (Gioachino Rossini) - Palau de les Arts - 03/03/20


Hacía bastantes años que no me perdía un estreno operístico en el Palau de les Arts y que en este blog no aparecía al día siguiente del mismo mi personal visión de lo acontecido; pero una festiva celebración familiar ineludible hizo que en esta ocasión no pudiese estar presente en el estreno de la ópera Il viaggio a Reims, de Gioacchino Rossini, el pasado sábado 29 de febrero. Un estreno que, por cierto, coincidía con el 228 aniversario del nacimiento del compositor. Así que esta crónica de hoy no se corresponde con lo vivido en el estreno, sino en la segunda de las funciones, la que tuvo lugar ayer, día 3 de marzo.

Este regreso de la ópera rossiniana a Les Arts se produce inmediatamente después de las intensísimas emociones vividas con la anterior ópera de abono, Elektra, en unas funciones que permanecerán para siempre en el recuerdo de los aficionados valencianos por el grandísimo nivel orquestal, vocal y escénico desplegado. Pasar de esa Elektra a Il viaggio a Reims, sin cabina de descompresión ni terapia de adaptación intermedia, confieso que me daba bastante pereza. Y lo digo sin el más mínimo ánimo peyorativo para la composición rossiniana, que me parece una obra muy disfrutable si está bien servida y a la que le reconozco indudables méritos, pero entre ellos desde luego no se encuentra su consistencia narrativa. Si la ópera de Strauss se hallaba sustentada por la fuerza y el poderío dramático de un libreto magnífico, la de Rossinideriva todas sus opciones de éxito a la genialidad musical del compositor y a la calidad de voces e instrumentistas, porque eso que aparece en el programa definido como “libreto de Luigi Balocchi”, se llama libreto como se podía haber llamado Wenceslao.

La insulsez supina de una historia estática con menos chispa dramática que un episodio de los teletubbies en modo pause y con el control parental activado, hace que constituya un reto de primer orden para cualquier director de escena que tenga que enfrentarse a la dirección escénica de Il viaggio a Reims, una obra más cercana a poder ser apellidada cantata que ópera, y que si se representase en versión concierto tampoco se perdería mucho. Rossini compuso esta obra por encargo, para celebrar la coronación en Reims del último rey Borbón de Francia, Carlos X, y su propósito no fue nunca que la obra perviviera representándose por los escenarios europeos tras su estreno en París en 1825 y unas pocas funciones más; sino que, cumplido su encargo, hizo desaparecer la partitura y utilizó gran parte de su música en otra ópera suya, Le Comte Ory, estrenada tres años después. Eso explica que a Rossini le chupase un pie la coherencia y enjundia dramática de la propuesta y lo único que quería era construir una loa a la monarquía francesa y a la aristocracia europea que sirviera de vehículo en el que poder llevar a cabo una exhibición de sus habilidades como compositor, tan admiradas en Francia en aquellos años, y en el que su partitura fuese interpretada, además, por los mejores cantantes e instrumentistas del momento, todos ellos, a su vez, con números individuales y de conjunto que permitieran su lucimiento, más allá de que la coherencia narrativa del conjunto se resintiese o no.

Con esas premisas, al director de escena actual, si no quiere dormir a las ovejas, sólo le cabe echarle un poco de imaginación e intentar condimentar esa construcción dramática tan endeble con el picante de una propuesta distinta que resulte original y aporte interés escénico a una obra que, por otro lado, es musicalmente muy rica, y debe hacerlo sin generar demasiada incoherencia con el texto, sin que se resienta el particular espíritu rossiniano y sin que se perjudique la necesaria exhibición de virtuosismo musical y vocal que debe ser la protagonista, manteniendo un equilibrio que, reconozco, es muy complicado.

La producción que se ha presentado en Valencia es la que ideara en 2015 Damiano Michielettopara la Ópera de Ámsterdam, la Dutch National Opera & Ballet, en coproducción con la Royal Danish Opera Copenhagen y la Opera Australia, y que cuenta con el imprescindible apoyo de la escenografía de Paolo Fantin, el vestuario de Carla Teti y la iluminación de Alessandro Carletti. Michielettoya ha demostrado sobradamente a lo largo de su carrera que ingenio y originalidad no le faltan, y no suele ser un hombre de medias tintas, así que cuando tiene una idea se lanza a desarrollarla con entusiasmo y sin red, triunfando muchas de las veces y pegándose el gran batacazo otras. Aquí, en Les Arts, nos ha ofrecido de todo, su mejor cara (La damnation de Faust) y la peor (Il barbiere di Siviglia), pero llevando a cabo siempre, más allá del éxito final, un arduo trabajo teatral de planificación y dirección escénica, y sin dejar nunca a nadie indiferente.

L'albergo del Giglio d'Oro, en el que aristócratas y pudientes personajes de diversas partes de Europa se reúnen camino de Reims, donde se celebrará la coronación de Carlos X, se transformará en esta ocasión, por gracia de Michieletto, en la Golden Lilium Gallery, un espléndido museo donde los personajes de las diferentes obras de arte expuestas cobrarán vida por la noche, mientras nuestros protagonistas se mueven perdidos buscando su lugar en el mismo, que finalmente descubriremos que será el cuadro de François Gérard: La coronación de Charles X.

La genialidad del regista italiano es absoluta. Consigue transformar un mojón argumental en una creación en la que el interés no decae en ningún momento y donde, hasta en los momentos más estáticos de esta obra tan encorsetada en lo narrativo, consigue que fluya la acción con sentido teatral y con una frescura muy cercana al espíritu de Rossini. Todos los personajes, como ocurre en el original, esperan para llegar a la coronación de Reims, aunque aquí será a la representada pictóricamente por Gérard y, contrariamente a lo reflejado en el libreto, aquí si lo lograrán.

El impacto visual y la belleza estética de la propuesta es incuestionable, el acierto en la elección de los figurantes, total, pareciendo realmente que habían escapado de las creaciones de Van Gogh, Goya, Velázquez, Kahlo, Botero, Magritte, Haring o Dix; y hay instantes visualmente inolvidables: como cuando el Retrato de Madame X de John Singer Sargent, parece cobrar vida y abrazar a su restaurador o, sobre todo, la composición de La coronación de Charles X por los personajes de la ópera, mientras Corinnacanta All’ombra amena, para acabar fundiéndose la imagen real con la del lienzo auténtico. Magistral.

En mi particular opinión, Michieletto ha vuelto a acertar totalmente y seguro que, de nuevo, a pocos habrá dejado indiferentes, porque los comentarios que escuché ayer, durante el intermedio y a la salida, se movían únicamente entre quienes se mostraban entusiasmados con la propuesta escénica (los más) y quienes la rechazaban furibundamente (los menos) bien porque se sentían perdidos en la trama o molestos con el exceso escénico o porque consideraban que se habían traicionado las esencias rossinianas.

Quizás algunos espectadores pudieron sentirse perdidos siguiendo el texto y viendo la escena, sin tampoco entender lo que allí ocurría hasta la composición del cuadro final, aunque yo no sé si se hubieran encontrado menos perdidos con la obra representada ajustándose estrictamente a Wenceslao, digo al libreto, que ya es bastante absurdo y surrealista de por sí. A propósito de esto me gustaría decir algo que ya vengo pensando desde hace tiempo. Quizás no estaría de más que en Les Arts en lugar de gastarse el dinero en los programas de mano que reparte actualmente en papel “del bueno”, con cuatro fotos y el argumento, bajase la calidad del continente y subiese la del contenido, dando algunas notas sobre la producción que se presente y sobre la obra interpretada, aunque cobrase un precio simbólico.

Es verdad que pueden cuestionarse aspectos que yo mismo he criticado en otras ocasiones. Como siempre ocurre con Michieletto hay un exceso de acción sobre el escenario. Siempre está pasando algo, en primer y segundo plano, pero ello dota de riqueza a la construcción dramática de los personajes y les insufla verosimilitud, aunque a veces pueda distraer la atención del espectador de la música o de la trama principal. Ese exceso de acción suele conllevar también que se produzcan ruidos que en ocasiones pueden disturbar la escucha musical. Pero, sinceramente, pienso que Il viaggiosale ganando con ese enriquecimiento de la acción y no es lo mismo molestar con ruidos o distrayendo con acciones en segundo plano un par de momentos puntuales en una ópera bufa de desarrollo narrativo plano, como Il viaggio, que en los momentos clave de Les Troyens, La Valquiriao Don Giovanni. Sí que quizás sea más crítico respecto a convertir el Medaglie incomparabili de Don Profondo en una subasta de arte, que como idea me parece muy bien, pero creo que se patina trasladando la acción a la platea, molestando, esta vez sí, al espectador cercano.

Además, hubo otros instantes donde no sólo no se perjudicó lo musical sino que la dirección de Michieletto contribuyó a engrandecerlo, como interpretando la introducción a telón bajado, o en el momento más mágico de la velada, con el arpa acompañando a Corinna en su Arpa gentil, che fida mientras la luz se atenúa y se inicia un lento y delicado ballet. Un instante de esos en los que, como quería Rossini, todo el alboroto se detiene y sólo la genialidad y belleza de su música se hace protagonista, llegando incluso a lograr el silencio total en la platea, curando milagrosamente, cual a leprosos en Nuevo Testamento, el coro de afectados de tuberculosis y coronavirus que nos estaba deleitando toda la noche.

En definitiva, una dirección de escena que me pareció sobresaliente y que creo que hace mucho más disfrutable la rica partitura rossiniana.

De la dirección musical se ha encargado Francesco Lanzillotta, un director al que yo no conocía hasta ahora y con quien confieso que no me quedan muchas ganas de repetir después de lo vivido ayer. Se presentaba al director romano como un especialista en el género rossiniano, pero no sé si es que el título se lo sacó en un master de la Universidad Rey Juan Carlos, si en lo que era especialista era en el turnedó Rossini o si definitivamente tengo que ir a desembozar mis orejas; porque el caso es que quedé francamente decepcionado con su labor. Creo que lo mejor que hizo fue ponerse el casco con penacho durante el aria de Don Profondo. Después de haber disfrutado tanto con la Orquestra de la Comunitat Valenciana en la reciente Elektra con los sonidos y la tensión que se exhibió desde el foso, parecía mentira que la que lo ocupase ayer fuera la misma agrupación.

La partitura de Rossinies mucho más traicionera de lo que parece, sobre todo si se quiere extraer el peculiar acento rossiniano, la chispa, la vivacidad, la frescura y transparencia que deben ser consustanciales al compositor de Pesaro. Poco de eso hubo ayer. Más bien Lanzillotta se caracterizó por imponer una batuta tosca y pesada que descuidó los matices, llevando a cabo una lectura excesivamente plana, imprimiendo tiempos lentos y trabados, y donde cualquier atisbo de tensión era absorbido en una especie de blandiblubsonoro que incitaba al sopor. Para colmo, la difícil concertación de los exigentes números de conjunto tampoco resultó especialmente acertada, y la descoordinación del foso con algunos solistas, como con el nefasto en este aspecto Sâmpetrean, fue demasiado evidente. Eso no quita para que se deban alabar las prestaciones de los músicos de la orquesta, con unos vientos en estado de gracia toda la noche, así como las intervenciones solistas de la flauta y el maravilloso sonido del arpa. También resultó muy destacable el trabajo del continuo con Simone Ori al fortepiano y Arne Neckelmann al violonchelo.

Impecable nuevamente el Cor de la Generalitat con alguna intervención ciertamente brillante, como la del coro femenino en Come dal cielo, o el estupendo L'allegria è un sommo bene que además tuvieron que ejecutar cantando y actuando a la vez que recogían y ordenaban el material escénico para el número final. Y es que si destacaron en el apartado vocal, en lo actoral sólo cabe concederles la nota máxima.

Esta ópera está concebida para permitir la exhibición de un extenso reparto de solistas que tienen todos ellos importantes momentos de lucimiento. Se escribió pensando en las mejores voces del momento y, tras su recuperación en los 80, todos tenemos en la cabeza versiones con ilustres nombres como los de Caballé,  Ricciarelli, Raimondi, Ramey, Gasdia, Valentini Terrani, Araiza, Nucci, Merritt… Lo ofrecido anoche en el Palau de les Arts estuvo muy lejos de eso y, lamentablemente, la faceta musical no estuvo a la altura de la dirección escénica. Sin embargo, tengo que reconocer que el conjunto de cantantes elegido para la ocasión sí se mostró homogéneo y a muy buen nivel en la faceta actoral, cumpliendo todos ellos con brillantez las exigencias de la regia.

Destacó claramente en lo vocal, a mi juicio, la Corinnade la soprano Mariangela Sicilia, una cantante que ya nos dejara muy buenas sensaciones como Pamina en La flauta mágica que inauguró la pasada temporada. Suyas fueron las intervenciones más relevantes de la velada, especialmente en ese lujo que es Arpa gentil, che fida. Bonito timbre en una voz lírica muy homogénea que se movía con seguridad en todos los registros, con una inmaculada línea de canto y un fraseo elegantísimo, cargado de regulaciones y matices, y con un legato fantástico.

En el resto de mujeres, no le anduvo muy a la zaga la reciente ganadora de los Opera Awards 2019 a la mejor voz joven, la mezzosoprano Marina Viotti, que compuso una relevante Melibea de muy bella voz oscura, amplia y a la que dota de un fraseo intencionado y expresivo, presentando igualmente una gran presencia escénica. Ruth Iniesta defendió con pundonor y personalidad el nada sencillo rol de Madama Cortese, aquí convertida en una tiránica gestora del museo. Cuenta con el hándicap de una zona aguda de timbre ingratísimo que llega a ser hiriente, lo que lastró especialmente sus primeras intervenciones. Después se asentó la voz algo más y me gustó en la parte final. Más ruido que nueces en la Condesa de Folleville de la soprano rusa Albina Shagimuratova que se movió con insultante facilidad por agudos, sobreagudos y escalas ascendentes y descendentes, pero cuyo fraseo resultaba forzado y poco natural, transmitiendo bastante frialdad.

En el equipo masculino hubo un poco de todo sin que nada destacara especialmente, al menos para bien. El Don Profondo de Misha Kiria fue muy aplaudido. Tiene esa joyita para lucirse que es la divertida Medaglie incomparabili, en la que puso intención, imitando claramente la histórica creación de Raimondi, pero faltándole gracia y chispa a raudales. El veterano Fabio Capitanucci fue quizás quien ofreció mayor sentido del estilo rossiniano, con un Trombonok algo sobreactuado, pero de potente voz y auténtico color baritonal. Voz y timbre atractivos también los de Adrian Sâmpetrean como Lord Sidney, aunque su fraseo fue chapucero, mal respirado e incapaz de seguir a la orquesta. Me agradó también la voz, color y arrojo del Belfiore que presentó Ruzil Gatin, aunque su tosquedad y falta de finura perjudicaba el resultado. No me gustaron ni el Don Álvaro de voz intestinal de César San Martín; ni el Libenskof del realmente ruso Sergey Romanovsky quien, aunque parecía conocer el estilo, me desesperaba por su permanente tirantez y estrangulamiento en la zona alta.

En los papeles menores, me gustó Francesca Cucuzza, como Maddalena, y estuvieron también acertados Gonzalo Manglano, en el doble papel de Zefirino y Gelsomino, y Omar Lara como Antonio. Cumplieron también muy correctamente los alumnos del Centre de Perfeccionament Pláci… ay, no, que ahora es pecado decir culo, pilila y Plácido... Bueno, de ese Centre: Max Hochmuth, Joel Williams, Aida Gimeno y Evgeniya Khomutova.

Vuelvo a insistir en que, más allá de la calidad individual mayor o menor de las voces de los solistas que suben al escenario en esta producción, debe defenderse de todos y cada uno de ellos su entrega escénica y el desempeño actoral ofrecido ante el exhaustivo trabajo requerido por Michieletto, consiguiendo que el conjunto de la propuesta funcione perfectamente en el apartado teatral.

No quiero finalizar el repaso por los artistas participantes en esta multitudinaria producción sin felicitar al personal de casting y de maquillaje y peluquería de Les Arts por la elección y caracterización de los figurantes que representan a los personajes de los cuadros de la galería que cobran vida en diversos momentos de la obra. Igualmente, hay que aplaudir a las tres bailarinas, Marta Gómez, Aycha Naffaa y Carla Ortiz, por su fascinante intervención, caracterizadas como tres esculturas que también cobrarán vida, acompañando ese bellísimo momento musical y escénico con Corinnafuera de escena cantando Arpa gentil, che fida.

Para ser un martes la sala principal de Les Arts se encontraba bastante llena, volviéndose a ver a bastante gente joven junto al tradicional público del abono, algo que me parece enormemente positivo y que espero que se consolide y siga en aumento en las próximas temporadas. Sé que se está trabajando especialmente en ello desde la dirección del teatro, con numerosas iniciativas que sólo pueden ser bienvenidas. Me  han contado que el día del estreno volvió a hacer acto de presencia el president de la Generalitat, Ximo Puig, una persona que, hasta hace poco, apenas se prodigaba en este tipo de eventos; por lo que, considerando que ya estuvo recientemente en Elektra y teniendo en cuenta que el pasado sábado hacía un fuerte viento que hacía que se volasen las ideas y lo que está por encima de ellas, su asistencia es muy de agradecer.

El comportamiento del respetable no fue especialmente caluroso y apenas se aplaudieron algunas intervenciones durante la representación. Algún móvil especialmente programado para la ocasión, intuyo, fastidió el inicio de la intervención del arpa en Arpa gentil, che fida, y otro el concertante a capela. No faltaron tampoco los habituales tosedores ruidosos, aunque en esta ocasión se encontraron, vaya usted a saber por qué, con que sus vecinos de butaca no les miraban con disgusto, sino con cara de terror. Al final sí hubo generosas ovaciones para todo el elenco, incrementadas notablemente con la salida de Mariangela Sicilia. Si por algo siento no haber estado el día del estreno es para haber braveado fuertemente el trabajo de Michieletto en la persona de Eleanora Gravagnola, asistente de la dirección de escena y responsable de esta reposición, junto al resto de su equipo técnico.

Hasta aquí mi crónica retrasada de este peculiar viaje a Reims que nos proponen Rossiniy  Michieletto. Aunque haya opiniones contrapuestas creo que lo mejor es ir y juzgar por uno mismo. Pienso que sólo por la bellísima y original puesta en escena vale la pena, y hay todavía muchas entradas disponibles. Y recordad que el mismo día de la función hay un 35% de descuento para compras realizadas 2 horas antes del inicio de lunes a viernes, y 1 hora los sábados, domingos y festivos.

Otro día ya, si acaso, hablaremos de Plácido Domingo… o no, porque realmente poco tengo que añadir a lo que he venido diciendo siempre. Lo único que confieso que no entiendo es a aquellos que en verano, sin venir mucho a cuento, les faltó tiempo para erigirse en los máximos defensores de la honorabilidad del cantante y en distinguir su faceta personal de la profesional, y que ahora, cuando Domingodice que pide perdón por si alguien se sintió mal debido a su conducta, también han querido ser los primeros en apostatar de su dominguismo, condenarle públicamente sin juicio previo y vetarle y retirar todo vestigio de cualquier relación anterior con una de las principales personalidades de la historia de la ópera. Semos asín…

jueves, 21 de junio de 2018

"LA DAMNATION DE FAUST" (Hector Berlioz) - Palau de les Arts - 20/06/18


Ayer tuvo lugar en el Palau de les Arts el estreno de La Damnation de Faust, de Héctor Berlioz, la última ópera de la temporada en su sala principal (el próximo domingo se estrenará en el Auditori La Clemenza di Tito, de Mozart, en versión semi escenificada). La principal noticia de este estreno es, sin duda, que el mismo se llevó a cabo sin que tengamos que reseñar ninguna incidencia ajena a lo puramente musical, ya que, finalmente, se desconvocó la huelga anunciada por el Cor de la Generalitat.

Eso no quiere decir que el problema se haya solucionado, ni mucho menos. Sus justas reivindicaciones continúan sin ser atendidas por la administración autonómica. Sigue sin haber un compromiso claro y por escrito que garantice la estabilidad de la plantilla y la consolidación de los puestos de trabajo que llevan desempeñando desde hace entre 15 y 30 años. La traición del sindicato FSP-UGT, obrando por la espalda y por motivos que algún día se conocerán, ha sido en primera instancia la causa de una desconvocatoria que ha venido seguida de la expresa voluntad de los miembros de la agrupación de dar una oportunidad más a la negociación, aceptando participar en una comisión de seguimiento junto a representantes de la empresa y la administración y posponiendo posibles acciones de protesta y huelga al inicio de la pretemporada si todo sigue igual.

No voy a ahondar más en este tema de momento. No quiero remover las heces con el viento en contra, prefiero dejar que las negociaciones sigan su curso en el ámbito en el que han de desarrollarse y no contribuir a que el ambiente pueda enrarecerse más. Es decir, justo lo contrario de lo que hizo recientemente el secretario autonómico de Cultura, Albert Girona, con unas impresentables declaraciones, indignas de un representante público, que lo único que hacen es dejar en evidencia que su imprudencia es aún superior a su ignorancia.

El caso es que estaba previsto que el Cor de la Generalitat protagonizase las crónicas de este estreno y finalmente así acabará siendo, aunque no por haber ejercido su derecho a la huelga, sino por protagonizar una de las actuaciones más memorables de un coro en un teatro de ópera que ha vivido quien esto escribe, convirtiéndose por los méritos de su propia valía en los indiscutibles triunfadores de la noche. Por supuesto sin que ninguno de los chupatintas, bocachancla y mequetrefes mentales varios que se permiten cuestionar y poner en riesgo la supervivencia del Cor estuviese presente. Aunque en su descargo hay que decir que televisaban el apasionante Irán-España y en À Punt se programaba un nuevo capítulo de “Açò és un Destarifo”.

Decía antes que La Damnation de Faust y La Clemenza di Tito van a ser los dos últimos espectáculos de la temporada. Y hay algo que me ha llamado la atención. La Clemenza se va a interpretar en el aborrecible Auditori en versión semi escenificada (en principio iba a ser en versión concierto) y Damnation escenificada y en la sala principal, cuando lo cierto es que La Clemenza es una ópera que nació con el objeto de ser escenificada y La Damnation es una cosa extraña. Berlioz la calificó como leyenda dramática y en múltiples ocasiones se representa en versión concierto, y es que el componente sinfónico de esta obra tiene mayor peso que el dramático. Quizás hubiera sido más lógico que la programación se hubiese hecho al contrario, pero me alegro enormemente de que no haya sido finalmente así, pues eso nos ha permitido disfrutar de la maravillosa música de Héctor Berlioz sin las distorsiones de la imposible acústica del Auditori.

Para la ocasión se ha presentado una nueva producción del Palau de les Arts en colaboración con el Teatro Regio di Torino y el Teatro dell’Opera di Roma, donde precisamente abrió la temporada 2017/18. La puesta en escena la firma el italiano Damiano Michieletto, de quien en este teatro ya se han visto bastantes trabajos; algunos mejores, como L’elisir d’amore o La scala di seta, y otros claramente fallidos, como Il Barbiere di Siviglia. La producción estrenada ayer obtuvo recientemente el reconocimiento de la crítica italiana obteniendo el premio Franco Abbiati al mejor espectáculo de 2017.

Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a unos minutos de uno de los ensayos de esta Damnation de Faust y una de las primeras cosas que pensé fue que la puesta en escena concebida por Damiano Michieletto iba a ser fuertemente abucheada. Pero al final me equivoqué. Es verdad que hubo algunos abucheos, pero en absoluto el rechazo generalizado que yo imaginaba. Está claro que Michieletto decide aquí arriesgar fuerte y apuesta por dar una visión muy particular del mito de Fausto. Ya Berlioz, a su vez, ofreció en esta obra su personal lectura del Fausto de Goethe, eliminando el inicial pacto del protagonista con el diablo para lograr la juventud y llevándolo al final como forma de salvar el alma de Marguerite, o ambientando el inicio en Hungría en lugar de Alemania, entre otras cosas. Michieletto va aún más allá y transforma a Faust en un adolescente traumatizado por la muerte de su madre y objeto de bullying por sus compañeros que intenta suicidarse y que se agarra al amor de Marguerite como tabla de salvación frente a su sufrimiento.

La escenografía corre a cargo de Paolo Fantin, el vestuario de Carla Teti y la iluminación de Alessandro Carletti. Toda la acción se desarrolla en un mismo espacio escénico y el coro estará permanentemente presente en escena, sentado en un graderío por encima de los cantantes. El protagonista en la propuesta de Michieletto es claramente Méphistophélès, quien también estará casi siempre en escena, presencialmente o en proyecciones, con un comportamiento histriónico que recuerda bastante al de presentadores de reality show, donde su punto de vista será mostrado además mediante las imágenes que graba sobre el escenario un cámara portando una steadycam.

Visual y estéticamente hay que reconocer lo impactante de una producción que no puede dejar indiferente a nadie. El blanco luminoso predominante hasta el tramo final y la frialdad de la iluminación me recordaban un poco la estética del 2001 de Kubrick. Los momentos de amor junto a Marguerite trasladarán a Faust a su particular Paraíso que será mostrado con la proyección del cuadro del mismo título de Lucas Cranach el Viejo mientras Méphistophélès contempla la escena transmutado en serpiente, en uno de los instantes a mi juicio más logrados. Otros momentos que me parecieron muy positivos fueron el del coro celestial que salva a Faust del suicidio tras la brutal escena de bullying y que se ilustrará con los recuerdos de éste junto a su madre celebrando un cumpleaños; o la escena de la cabalgada a los infiernos y el Pandemonium, pese al aspecto de bolsas de basura gigantes en movimiento; o la Apoteosis de Marguerite final.

Es verdad que hay cosas que funcionan menos o alguna provocación un tanto gratuita, aunque creo que, en conjunto, los aspectos positivos pesan más que los negativos y yo me lo pasé especialmente bien. Reconozco que puede haber espectadores que se sientan molestos o desconcertados y un poco perdidos, pero en mi opinión hay ideas y sentido dramatúrgico e incluso creo que se consigue dotar de una cierta unidad narrativa a una obra que no puede presumir precisamente de tener un armazón dramático especialmente consistente. Además, algo que me parece incuestionable es el enorme trabajo de dirección de actores (cantantes y figurantes), cuidado hasta el último detalle, y ya sólo por eso el abucheo resultaría injusto.

Aspectos que considero negativos de la propuesta de Michieletto son: el ruido que se organiza en escena más de una vez perjudicando la música y, en general, que creo que pretende contar demasiadas cosas y quizás en ese afán de mostrar todas las lecturas y subniveles que ve el regista en la historia, se le ofrece un exceso de información visual al espectador en forma de claves que acaban por saturarle, haciendo que en lugar de centrarle le enreden más y le distraigan del apartado musical. Dicho eso pienso que en sucesivas visiones la propuesta puede ir ganando y el espectador descubriendo nuevos detalles. A mí sí me gustó.

La dirección musical corrió a cargo de Roberto Abbado, quien tras la marcha de Biondi se ha quedado ya como director titular en solitario de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, pero esta va a ser la única ópera que dirija esta temporada, algo ciertamente chocante. No obstante, la próxima no va a salir del foso más que para aliviar vejiga porque está previsto que asuma la dirección de 3 de las 5 óperas que se representarán en la sala principal.

La labor de Abbado ayer me pareció bastante destacable. Es verdad que con esta orquesta y este coro y la espléndida orquestación de Berlioz, era complicado que la cosa saliese demasiado mal. Abbado ayer se lo pasó teta, se le veía en el foso disfrutar con la obra que estaba dirigiendo. Hubo incluso momentos en los que daba la impresión de que tanto se emocionaba que alguna entrada se retrasaba o el tempo variaba. En cualquier caso creo que hizo un trabajo relevante, mantuvo el pulso y la tensión y consiguió que la partitura brillase como merecía. Aunque en ese resultado intervino y mucho la calidad de los músicos de la orquesta, destacadísimos del primero al último. Excelentes los metales, la percusión, una cuerda descomunal, con mención para la solista de viola, y unas maderas que lo bordaron con unas inspiradísimas flautas y Pierre Antoine Escoffier y Ana Rivera en oboe y corno inglés marcándose un acompañamiento bellísimo a D’amour l’ardente flamme.

Del Cor de la Generalitat ya he adelantado antes que fueron los grandes protagonistas de la velada. La calidad del sonido obtenida ayer fue espectacular. El empaste impecable y todas las cuerdas se escuchaban con un equilibrio extraordinario. Creo que habrá pocos coros fuera de nuestras fronteras que puedan garantizar hoy un rendimiento mucho mejor ante una obra tan enormemente exigente como esta. Todas sus intervenciones fueron, incluso pese a algún puntual desajuste, de poner los pelos de punta, pero destacaría la belleza obtenida en el coro de gnomos y sílfides del sueño de Faust y, por supuesto, en el maravilloso coro final. La colocación del coro estático y arriba por la propuesta escénica, ha motivado que el director musical haya decidido que algunos de sus miembros se ubiquen en el foso junto a la orquesta, posiblemente temeroso de que no tuviesen sus voces la relevancia adecuada. Yo creo que no hubiera pasado nada por situar a todo el coro arriba y quizás se evitarían problemas de puntuales desequilibrios entre el coro de foso y el del escenario, pero no voy a dar yo consejos al director. Más allá de haber conseguido Abbado o no su objetivo, lo que quedó claro es que músicos y cantantes estuvieron en el foso como sardinillas en lata. Y que todos los miembros de Cor, en foso y escena, demostraron que la retención urinaria la llevan bastante bien.

Buena fue también la participación final de los niños y niñas de la Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet y la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats.

En el reparto vocal se ha contado con un trío protagonista íntegramente hispano, con el tenor Celso Albelo como Faust, Silvia Tro Santafé como Marguerite y Rubén Amoretti como Méphistophélès.

Gran mérito el de Celso Albelo ante un papel mucho más difícil de lo que parece a primera vista y que, si no me equivoco, debutaba. Además de eso tuvo que afrontar unas exigencias escénicas muy importantes y de todo ello salió con unos muy buenos resultados, yendo, a mi juicio, de menos a más, administrando perfectamente sus recursos. Su voz y fraseo ofrecen belleza y una técnica depurada, con una zona aguda muy solvente, brillante y potente. Hubo algún desliz de afinación y una cierta frialdad general, pero el resultado fue positivo.

También creo que se debe valorar como meritorio el desempeño de Silvia Tro Santafé componiendo una buena Marguerite pese a que creo que no es el papel que mejor se ajusta a sus características vocales. Quizás le faltase un poquito más de refinamiento, de control de volumen e intensidades, pero insisto en considerar positivos sus resultados, teniendo también que hacer frente a diversas exigencias escénicas de lo más variopinto, como el tener que cantar echándose vasos de agua por encima…

Aunque si ayer hubo un artista digno de reconocimiento por su comportamiento escénico, ese fue el bajo burgalés Rubén Amoretti. Sensacional toda la noche, con un trabajo actoral exhaustivo que además iba acompañado de numerosos primeros planos que sostuvo con sobresaliente. Impecable en lo dramático y muy destacado también en lo vocal, sabiendo transmitir toda la malvada ironía del personaje.

Correcto el Brander del alumno del Centre Plácido Domingo Jorge Eleazar Álvarez en la canción de la rata, uno de los instantes que más rechazo parece que provocó en el público por la ocurrencia de Michieletto de ilustrarlo con un gigantesco roedor en escena.

Especial reconocimiento merece también en esta obra el numeroso plantel de figuración que lleva a cabo un trabajazo monumental.

La sala principal de Les Arts presentó, lamentablemente, bastantes huecos. Parece que al público valenciano le siga costando animarse a asistir a óperas menos habituales, lo que es muy triste, pero si además le metemos un partido de Ejpaña, pues para qué queremos más. Aunque lo verdaderamente triste y lamentable de ayer no fue tanto el comportamiento del público que se quedó en casa como el de quienes asistieron a la función. Conté no menos de ocho deserciones durante la representación, con taconeo, portazo y cuchicheo incluido. Y lo mejor estaba por llegar. Al final, nada más apagarse la luz, bajarse el telón y cuando Abbado aun no se había bajado del atril, ocurrió esto:



Una estampida de proporciones dantescas en una de las mayores faltas de respeto a los artistas que yo he vivido en este teatro, y mira que he asistido a situaciones parecidas, pero lo de ayer era digno de un simulacro anti incendios con previa inserción de guindillas en el ano. No sé a qué narices se debió. El partido de fútbol ya había acabado y era una hora más que razonable… Los que se quedaron brindaron fuertes ovaciones para todos, y eso que durante la representación no hubo ni un solo aplauso pese a alguna que otra paradita estratégica de Abbado. Especialmente jaleados fueron el coro y la orquesta y también muy aplaudidos los solistas vocales. La salida del equipo escénico fue recibida con bastantes aplausos a los que se unieron algunos abucheos que no me dio la impresión que llegasen a ser mayoritarios.

Bueno, pues hasta aquí mi crónica de esta última ópera de la temporada en la sala principal. No puedo por menos que animaros a haceros con alguna de las numerosas entradas que hay disponibles para los próximos días. La belleza de la música de Berlioz lo merece. La calidad de nuestra orquesta y coro, más. Y la oportunidad de asistir a un espectáculo diferente siempre vale la pena. Los más reacios y clásicos haced un esfuerzo... el año que viene ya os hartaréis de Rigoletto, Lucia, Turandot y cosas de esas bonitas



domingo, 2 de octubre de 2016

"L'ELISIR D'AMORE" (Gaetano Donizetti) - Palau de les Arts - 01/10/16

Tras el parón veraniego la sala principal del Palau de les Arts volvió a vivir ayer una noche de estreno con la inauguración de la pretemporada operística 2016-2017. Una sana costumbre esto de la pretemporada… que permite aliviarnos el mono de ópera a los más enganchados y que facilita, con jóvenes repartos y precios baratos, el descubrimiento de voces emergentes, que dicen ahora los cursis, y el acercamiento al género de los más jóvenes o de aquellos que se engañan pensando todavía que la ópera es algo elitista reservado a los ricachones.

El año pasado fue una ópera tan popular como La Bohème la elegida y esta vez se ha optado por otra obra muy conocida, como es L’elisir d’amore de Donizetti, de trama simple y divertida, y en una versión escénica tan atractiva como la coproducción entre el Palau de les Arts y el Teatro Real de Madrid que vimos ya en Valencia en 2011, con dirección de escena del italiano Damiano Michieletto.

Me parece una muy buena elección, pese a algunos reproches que se puedan hacer a esta adaptación escénica y a que, como ya muchos sabéis, esta es una ópera que siempre me ha caído un poco gorda, aunque esto es una cuestión puramente personal. Pero si de lo que se trata es de aficionar a nuevos públicos al género, esta producción puede ser un buen instrumento para ello.

La encargada de la reposición escénica de esta creación de Damiano Michieletto ha sido su colaboradora Eleonora Gravagnola. No ha habido demasiadas variaciones respecto a lo ya visto en 2011, por lo que quizás repita muchas de las apreciaciones que manifesté entonces. Lo fundamental es que, a mi juicio, pese a todos los puntos negativos que se pueden reseñar, el resultado global es positivo y la frescura y vistosidad del espectáculo compensan que en ocasiones la voz y la música puedan verse desplazadas a un segundo plano.

Y es que si algo se debe criticar de la propuesta escénica es precisamente algo muy habitual en los trabajos de Michieletto (recordemos, por ejemplo, su cuestionadísimo Barbiere) que el exceso de acción secundaria y el ajetreo sobre las tablas distrae al espectador de lo puramente musical y vocal. Pero al menos aquí hay espectáculo. No han sido pocas las ocasiones en que se nos han presentado producciones en las que se ha perjudicado de una forma u otra la vertiente musical, pero encima no nos han ofrecido absolutamente nada nuevo en el aspecto dramático. Aquí hay una propuesta llena de frescura, agilidad, colorido y vis cómica, y que dota de sentido y coherencia narrativa a todo el conjunto.

La acción, como ya es sabido, se traslada a una playa valenciana, donde Adina regenta un chiringuito; el coro de segadores son familias de bañistas; los soldados, marineros de permiso; y el falso doctor Dulcamara es un vendedor de bebidas energéticas que se dedica a trapichear con drogas.

La obertura esta vez comenzó a telón bajado, pero la alegría duró poco, pues enseguida se alzó, iniciándose la acción y el ruido en escena y dificultando la escucha del preludio orquestal. También el principio del segundo acto se vio sazonado por los grititos y correteo de los miembros del coro. Respecto a 2011, no obstante, ha disminuido algo la distracción escénica, haciendo que el coro no esté siempre presente, reduciendo así la abundancia de diferentes planos de acción dramática y permitiendo mayor concentración en las voces y en la línea narrativa principal.

Ya critiqué en su momento el hecho de que se hiciese cantar a Nemorino el esperado momento de Una furtiva lagrima subido al tejado del chiringuito, pues no tiene dramáticamente nada que aportar y no es la mejor ubicación para proyectar una voz, especialmente si, como ocurrió ayer, ésta no corre especialmente bien. Y ello sin contar con que la generosa envergadura del tenor hacía temer por la resistencia del tejado y que el pobre Nemorinoacabase formando parte del expositor de helados. Al menos en esta ocasión sí se ha evitado, respecto a 2011, que Adina esté presente en escena deambulando mientras Nemorino canta su melancólica aria, y ya sólo aparece cuando ha finalizado.

Pese a todos esos aspectos que, para un tiquismiquis profesional como es servidor, considero que deben cuestionarse, insisto en que el balance global ha de calificarse de positivo, debiendo resaltarse la frescura, viveza y chispa que aporta a una historia bastante boba, y, sobre todo, merece un especial reconocimiento el gran trabajo de dirección de actores y movimiento escénico que presenta, y que tan excelente respuesta obtuvo por parte de los intérpretes, tanto coro, como figurantes y solistas.

En el apartado musical una gozosa novedad es que ocupaba el foso de Les Arts una mujer, la canadiense Keri Lynn-Wilsonde quien estos días los medios especializados no se han privado de resaltar casi más su condición de “esposa de” (en este caso de Peter Gelb, mandamás del neoyorquino MET) que sus posibles méritos como directora en un ámbito, uno más, tan masculinizado. La verdad es que no tuvo una actuación especialmente relevante. Condujo Lynn-Wilson a la Orquestra de la Comunitat Valenciana con gran atención a lo que ocurría en escena y se cantó toda la ópera de principio a fin. Su labor fue muy voluntariosa y correcta en términos generales, aunque hubo algunos cambios de tempo que no parecían muy coherentes y que provocaron algunos desajustes entre cantantes y foso que no siempre fue capaz de controlar. También se le fue en algún momento de las manos el énfasis orquestal, perjudicando la escucha de las voces de menor envergadura. El resultado global no fue malo, pero se echó de menos una batuta más refinada y menos mecánica, capaz de extraer mayores matices.

Esta producción constituye una excepcional piedra de toque para corroborar la extraordinaria capacidad dramática de nuestro Cor de la Generalitat que supo responder con empeño sobresaliente a los exigentes y permanentes requerimientos escénicos concebidos por Michieletto, inmersión en la espuma incluida. En el apartado vocal quizás hubo menos rotundidad que en otras ocasiones, posiblemente también como daño colateral de ese trabajo escénico, aunque sí debe destacarse la extraordinaria intervención de las féminas en toda la escena del segundo acto con Gianettay durante la fiesta de la espuma.

Hace ya tiempo que vengo comentando a quien quiere tener la paciencia de escucharme que no entiendo por qué no se está dando más presencia en este teatro a algunas voces salidas del Centre de Perfeccionament Plácido Domingoen sus primeras promociones, afincadas en Valencia y de gran calidad. Y una de ellas es Ilona Mataradze, quien ayer fue capaz de solventar el complicado papel de Adina con unos resultados magníficos. Mostró Mataradzerebosante musicalidad y refinamiento y un enorme desparpajo escénico. Su bonito timbre de lírico ligera corrió luminoso por la sala, atacó y colocó los agudos con valentía y limpieza e hizo frente a las agilidades del segundo acto con profesionalidad. Tuvo detalles de muy buen gusto, como en Prendi per me sei libero, donde supo regular y usar adecuadamente las medias voces y, en general, cuidó el fraseo con elegante legato. A sus buenas prestaciones vocales hay que añadir además una impecable actuación en escena, todo lo cual la convirtió en la triunfadora de la noche.

Bastante menos me convenció el Nemorino del tenor William Davenport. Lo más llamativo del cantante norteamericano es una atractiva emisión natural que se mueve con facilidad por el registro agudo y que hace inevitable pensar en un pavarottino, pero pocas más semejanzas se pueden hacer sin incurrir en blasfemia. Su principal problema es la falta de homogeneidad en los registros y el escaso empaque de una voz que mostraba problemas de proyección. El fraseo fue bastante frío y tan sólo destacó en su momento esperado, esa Furtiva lágrima en la que echó el resto y presentó las mejores credenciales de la noche, sabiendo respirar y ligar las frases como mandan los cánones, aunque a enorme distancia de aquél refinamiento melódico que nos ofreció Ramón Vargas en 2011. Hay que reconocerle que, pese a su abultada envergadura física, se movió en escena adecuadamente cumpliendo sobradamente las exigencias de la regia.

Pero si de recuerdos de 2011 hablamos, quizás quien más complicado lo tenía era el italiano Paolo Bordogna, de quien había que ver si sería capaz de que no añorásemos al carismático y avasallador Dulcamara que compuso en 2011 el uruguayo Erwin Schrott. Y, aunque hizo un dignísimo papel y fue muy aplaudido, desde mi punto de vista no lo logró. Y eso que a mí me había dejado unas estupendas sensaciones aquel mismo año 2011 como Don Magnífico en La Cenerentola. Es verdad que Bordogna se entregó sin reservas en lo actoral, pero era imposible no rememorar a su antecesor que se comía el escenario. En lo vocal, si Schrottno es precisamente el paradigma de la finura, tampoco Bordogna hizo gala de mucho refinamiento vocal. Agudos abiertos y graves justos se compensaban con más efectismo que autenticidad. Pese a todo, se mostro ajustado en estilo, bien en el canto silabato y con algunos detalles con los que supo conectar con el público, mereciendo la aprobación unánime del respetable.

Mattia Olivieri fue un correcto Belcore. Al barítono italiano se le conoce bien en este teatro tras su paso por el Centre Plácido Domingo y su participación como comprimario en numerosas producciones de los últimos años. Su tendencia habitual al histrionismo actoral, curiosamente, estuvo anoche mucho más controlada y su labor en escena fue irreprochable. Posiblemente fue el que presentó un instrumento de mayor volumen que proyectaba con suficiencia, aunque en los extremos de la tesitura mostró mayores problemas y discutible afinación.

No destacó especialmente Caterina di Tonno en el breve papel de Gianetta, pero su labor fue muy correcta en lo vocal y con excelentes y muy exigentes prestaciones en escena.

Ya lo he comentado mil veces, pero sigo cuestionando la obsesión de los responsables de la subtitulación por hacerse los graciosos. Insisto en que pienso que se deberían limitar a traducir simplemente lo que se dice y que no hay necesidad de transformar los escudosy ducados del libreto por euros, y mucho menos de convertir el vino de Burdeos en de Utiel-Requena, en un guiño pueblerino de primera división.

Lo mejor de la noche fue ver el teatro lleno casi por completo y con numerosa presencia de público joven que pareció pasarlo muy bien. Sin embargo, no aprecié apenas presencia institucional en los palcos, más allá de la consellera de Justicia. Fue muy aplaudido Davenport tras Una furtiva lágrima, pero sobre todo Ilona Mataradze al finalizar el aria Prendi, per me sei libero y la subsiguiente cabaletta Il mio rigor dimentica, donde se produjo una larguísima ovación. Al terminar la función hubo aplausos para todos, incluida la responsable escénica Eleonora Gravagnola, quien casi se estampa de la emoción al corretear con los tacones por la falsa arena playera.

Como ayer hubo quien me preguntó al respecto, quiero dejar constancia aquí de que la Asociación a la que pertenezco, Amics de l’Òpera i de les Arts de la Comunitat Valenciana no se hará cargo esta temporada de dar las charlas previas a las funciones de ópera en Les Arts, por haberlo decidido así la Intendencia del teatro valenciano, que nos ha comunicado que prescinde de nuestra colaboración gratuita, habiendo decidido organizarlas con la colaboración de la Universitat de València. De momento, ayer fue un trabajador de la casa el encargado de hacerlo.

Y hablando de trabajadores de la casa, no estaría de más que encargasen a alguien la revisión y corrección de las publicaciones y textos que lancen al exterior para evitar sonrojantes bochornos como el sufrido por los abonados al recibir los formularios para solicitar la compra preferente de localidades, con una acumulación de erratas difícil de superar.

A quienes todavía no tengáis localidades para disfrutar de esta ópera que supone el chupinazo de inicio de la pretemporada, os animo a que acudáis a Les Arts estos días, el espectáculo vale la pena y será muy interesante también ver el rendimiento de una prometedora cantante como Karen Gardeazábal como Adina en el segundo reparto.