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lunes, 28 de octubre de 2019

LA TABERNERA DEL PUERTO (Pablo Sorozábal) - Palau de les Arts - 27/10/19


En este comienzo de temporada del Palau de les Arts a precios populares, al que no se ha querido denominar pretemporada, se ha incluido también la dosis de zarzuela que nos hemos de chupar cada año, con la acertada programación en esta ocasión de uno de los títulos más atractivos del género, como es La tabernera del puerto, de Pablo Sorozábal, cuyo estreno tuvo lugar ayer en la sala principal del teatro valenciano.

Tradicionalmente, estas representaciones de zarzuela suelen caracterizarse por un significativo aumento de la edad media del público asistente, y, aunque ayer no fue una excepción, sí tengo que reseñar que me llamó la atención ver también más gente joven que otras veces. No sé si habrá tenido algo que ver la iniciativa que este año ha impulsado el nuevo director artístico de Les Arts de reservar algunos de los ahora llamados preestrenos de la temporada (los ensayos generales de toda la vida) a los menores de 28 años, con entradas a 10 euros, habiendo sido el de esta Tabernera que tuvo lugar el pasado viernes, el primero de ellos. En cualquier caso, tenga o no que ver en ello, sólo pueden ser aplaudidas todas aquellas medidas que vayan destinadas al fomento del género lírico y a la búsqueda de público joven.

La popularidad de La tabernera del puerto se sustenta principalmente en una partitura del maestro Sorozábal que convierte su escucha, hasta para el que no es especialmente afín al género, casi en algo parecido a un disco de esos de Grandes Éxitos de Zarzuela, topándonos con una sucesión de romanzas y pasajes musicales cada cual más conocido que el anterior. Indudablemente hay unos momentos más inspirados que otros, pero siempre percibiéndose esa inteligente orquestación e instrumentación que recorre toda la obra. No sólo Sorozábal es responsable del éxito de esta zarzuela, debiéndose destacar también un libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw que, hombre, no nos engañemos, tampoco es de premio Nobel y contiene mucha tontunez, pero, al menos, presenta una mayor enjundia dramática que la mayor parte de sus congéneres (todavía recuerdo con escalofríos de pánico la plomez y el sopor irresistible que me produjo El gato montés de hace tres años en esta misma sala).

Además, para la ocasión se ha buscado una producción más que digna del Teatro de la Zarzuela que cuenta con la dirección escénica del actor y director Mario Gas. Precisamente su padre, el célebre bajo Manuel Gas, fue el encargado de encarnar el personaje de Simpson en La tabernera del puerto cuando se estrenó la obra por vez primera en Madrid en 1940, tras la guerra, aunque su estreno absoluto había tenido lugar en Barcelona en 1936.

Mario Gas ha llevado a cabo un trabajo inteligente y muy respetuoso con el original en el que prima la dramaturgia y el sentido teatral, dejando que las emociones que atraviesan el libreto emerjan naturalmente y se hagan presentes en los personajes, logrando que el público pueda conectar con la historia desde el primer instante y sin que esa relevancia de lo dramático menoscabe la vertiente musical y vocal. En el éxito de la propuesta juegan un papel fundamental la escenografía de Ezio Frigerio y Riccardo Massironi, el vestuario de Franca Squarciapino, la seductora iluminación de Vinicio Cheli, así como las proyecciones de Álvaro Luna, logrando construirse un marco dramático muy realista, adecuado a la acción y con momentos de gran poderío visual, como esa escena de la galerna, siempre complicada de plasmar en escena sin caer en lo ridículo, en la que se consiguieron fusionar proyecciones, transparencias y realidad de forma verdaderamente impactante.

La acción del libreto se desarrolla en la época de su estreno, a mediados de los años 30 del pasado siglo, en el ficticio puerto de Cantabreda. La escenografía es grandiosa por tamaño, pero sencilla, eficaz y con amplias zonas libres para el desarrollo de la acción. Apenas tres paredes y un espacio central reflejarán en los actos primero y tercero la plaza del puerto entre el café y la taberna; y en el segundo el interior de esta. El ambiente marinero y la atmósfera gris de un pueblo pesquero norteño estarán perfectamente dibujados en esa escenografía en la que casi se puede respirar la humedad y el olor a mar. Un mar que, pese a sólo verse expresamente en la tormenta que abre el tercer acto, tendrá una presencia permanente de forma latente con los reflejos del agua sobre las fachadas o con los guijarros que ocupan la boca del escenario simulando la orilla.

La gama cromática en la que se moverá la iluminación acentuará también esa atmósfera norteña, como lo hará igualmente el vestuario de los habitantes de Cantabreda, de tonalidades oscuras, grises y azules, a excepción de la protagonista, Marola, que será la única que destacará de la grisura del conjunto con su vestido azul celeste y chaqueta roja. La dirección de actores y el movimiento escénico están también muy bien resueltos, consiguiéndose dinamismo narrativo y que la trama fluya de forma natural. Vuelvo a destacar la solución dada a la escena de la galerna que no sólo solventa con nota su complicada plasmación teatral, sino que además lo hace impactando visualmente y acentuando el dramatismo del momento.

Creo que en general nos encontramos con un cuidado trabajo de dirección escénica, respetuoso con lo musical y coherente con el libreto que cumple sobradamente las expectativas del público, resultando atractivo visualmente y eficaz para enmarcar la historia.

Guillermo García Calvo ocupaba por vez primera el foso de Les Arts, aunque no es la primera ocasión en que se pone al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, pues ya lo hizo en 2013, en ese patatal que osan denominar Auditori, con un concierto dedicado a Beethoven, Mozart y Schumann. El director madrileño supo subrayar ayer las emociones latentes en los pentagramas, remarcando acentos sin caer en la exhibición populista, así como resaltar los colores, mestizajes musicales y la variedad orquestal concebida por Sorozábal. Evitó avasallar las voces con equilibrio sonoro entre foso y escena casi toda la noche. Y digo casi, porque en la escena de la galerna los protagonistas no sólo fueron engullidos por el mar, sino también por el torrente orquestal que los dejó inaudibles. Hubo algún pequeño desajuste puntual con los cantantes, pero en líneas generales creo que fue una buena dirección con unos resultados notables, lográndose que la orquesta sonase estupendamente. En ese aspecto merece destacarse la gran noche de los metales (geniales trompetas) y la percusión, y resultó precioso el momento de los clarinetes en el dúo de amor del primer acto.

El Cor de la Generalitat no tiene en esta obra una participación demasiado relevante, pero puso, como de costumbre, la guinda de calidad en cada una de sus intervenciones vocales tanto escénicas como internas, destacando las chicas en “¡Aquí está la culpable!”, y los chicos en la escena de la taberna.

La jovencísima soprano valenciana Marina Monzó debutaba en el teatro de ópera de su ciudad en el papel de Marola. Voz no muy grande, más ligera de lo que yo esperaba, pero de bello timbre, homogénea, fresca y resplandeciente, con buenos ataques a unos agudos con mordiente. Cumplió con belleza canora, buena técnica y gran delicadeza, sin gazmoñerías, en su romanza estelar, “En un país de fábula”, en la que también se mostró desenvuelta en las agilidades y notas picadas, y algo más incómoda en los graves, pero que finalizó de forma bellísima con un precioso regulador, agrandando progresivamente la última nota. También destacó en el dúo con Juan de Eguía del segundo acto. Acompaña a su canto una irreprochable presencia escénica a la que une entrega y desparpajo dramático. Sólo cabe valorar muy positivamente en su conjunto la actuación de una artista que, aunque todavía presente aspectos técnicos por pulir, tiene toda su carrera por delante, ya que apenas ha cumplido los 25 años, y ya ha mostrado unas credenciales que nos hace ser muy optimistas ante su futuro.

El veterano Àngel Òdena asumió el antipático personaje de Juan de Eguía. Òdena ya nos visitó en aquel pestiño gatuno montés de 2016 y, al igual que hiciera entonces, destacó por el atractivo color baritonal de una voz grande, varonil, con peso, que al mismo tiempo sabe manejar con expresividad. Estupendo estuvo en "La mujer de los quince a los veinte" y aun mejor en su romanza final, francamente emocionante. Ello no quita para que los años hayan cobrado cierto peaje y la voz se presente desgastada, afloren oscilaciones y pase algunos apuros en las zonas más comprometidas, pero todo eso queda siempre para mí en un segundo plano ante la personalidad vocal e interpretativa de este buen barítono catalán.

El rol de Leandro recayó en el tenor crevillentino Antonio Gandía. Sorprende la aparente facilidad con la que se mueve por el registro agudo, atacando y colocando las notas en su sitio con potencia y claridad, y se agradece su entrega y arrojo en un canto a pecho descubierto. Reconozco que hubo más de un momento en que su voz me trajo al recuerdo a Alfredo Kraus, obviamente salvando las distancias. Presentó un buen fraseo, control del fiato y una línea de canto regular y con sentido musical. En la parte negativa ha de consignarse una menor desenvoltura que sus compañeros en la faceta teatral, así como una emisión puntualmente estentórea. Suya es la joya de la corona de la noche con la archipopular romanza “No puede ser” que defendió con pundonor y expresividad, finalizando con unos agudos formidables, y todo ello pese al acompañamiento coral que tuvo de buena parte de la platea tarareando y canturreando junto al tenor.

El papel de Simpson que asumiera en el estreno madrileño de 1940 Manuel Gas, ha sido encarnado en esta ocasión por Rubén Amoretti, quien recientemente encandiló al público valenciano como Méphistophélès en la berliozana Damnation de Faust. Desplegó de nuevo el bajo burgalés una sabiduría escénica y sentido teatral de primer orden. Mostró claridad e intención en los recitados y poderío vocal en las partes cantadas, destacando en el terceto y resolviendo muy brillantemente el celebérrimo “Despierta negro”. Quizás no presente en la zona más grave un peso y  profundidad de autentico bajo, ni falta que le hace, porque su inteligencia interpretativa y musicalidad compensan cualquier objeción.

Correcto estuvo Abel García como Verdier en su breve intervención; y estupenda la soprano Ruth González, en el papel del adolescente enamorado Abel, con el que demostró grandes cualidades en la faceta teatral, con una gestualidad, dicción y movimientos que convencieron totalmente al público de que había un muchacho en escena y no una mujer. Y ello sin que desmereciese en absoluto el apartado vocal, donde se presentó segura, cantando con mucho gusto su “Ay que me muero”.

Entre el elenco de actores no cantantes destacó la formidable Antigua que interpreta Vicky Peña, esposa de Mario Gas por cierto, ofreciendo toda una clase de teatro como es habitual en ella cada vez que pisa un escenario. No le anduvo tampoco a la zaga un estupendo Pep Molina como Chinchorro, exhibiendo vis cómica y bordando junto a Vicky Peña el dúo “¡Ven aquí, camastrón!”. También debe reseñarse el muy buen desempeño actoral de Ángel Ruiz como Ripalda, al que la dirección escénica ha decidido caracterizar y darle algunos movimientos y gestualidades que recuerdan claramente al personaje de Charlot.

La sala principal del Palau de les Arts presentó de nuevo un lleno total, confirmando el éxito de convocatoria de este comienzo de temporada a precios populares. Aparte de los canturreos en los momentos más conocidos y las toses de algunos tísicos terminales, el público se mostró más cálido y entregado que en otras ocasiones, aplaudiendo cada romanza y cada chimpún. Al final fue ovacionado todo el elenco, actores y cantantes, con efusividad especial para la que jugaba en casa, Marina Monzó. También fueron muy aplaudidos la dirección musical y orquesta y los representantes de la dirección escénica, con Mario Gas al frente.

Me comentaba alguien el otro día que últimamente estoy más blando en mis crónicas y reparto poca estopa. Bueno, a lo mejor la clave no está en que yo haya cambiado, sino que en estas últimas funciones no haya habido tampoco tanto que objetar. O al menos así me lo ha parecido a mí.

Y es que, igual que dije con ocasión de las recientes Bodas de Figaro, creo que lo fundamental de esta Tabernera del puerto, segunda producción programada de la etapa Iglesias, es que, más allá de los pequeños defectos que pueda haber, el conjunto funciona estupendamente y hay un gran equilibrio entre las prestaciones orquestales, vocales y escénicas, consiguiéndose un resultado global muy positivo. Quizás no haya habido nada especialmente deslumbrante, pero todo ha funcionado como debía, con una calidad más que notable y la gente se lo ha pasado pipa. Y eso es realmente lo esencial.


viernes, 30 de octubre de 2015

"KATIUSKA" (Pablo Sorozábal) - Palau de les Arts - 29/10/15

Dentro de la pretemporada que se ha instaurado este año en el Palau de les Arts, ayer tuvo lugar el estreno de la zarzuela/opereta Katiuska, del donostiarra Pablo Sorozábal, una obra que, os confieso, nunca ha estado entre mis preferidas del género, debido sobre todo a un libreto bastante flojo del que afortunadamente anoche nos ofrecieron una versión abreviada, habiendo sido generosos con la tijera. Es verdad que hay momentos musicales donde surge el genio de Sorozábal, pero, en conjunto, siempre me ha parecido una obra menor que me deja con ganas de sensaciones de más enjundia.

Tras colgar el cartel de “no hay billetes” en las recientes funciones de La Bohème, había cierta expectación por saber si la política de precios aplicada a esta pretemporada también llevaba a Katiuska a un éxito similar de público joven. Pues bien, aunque hubo una buena entrada, no fue comparable a la respuesta que obtuvo la ópera de Puccini. Y, sobre todo, la media de edad del respetable fue mucho más elevada. Por otro lado, si en el estreno de Bohèmepudimos ver una amplia representación política en los palcos, ayer no localicé a nadie.

Yo, que cuando me pongo puedo ser bastante cansino, quiero volver a insistir en algunas cosas. No nos engañemos, los precios baratos están muy bien. Defiendo sin reservas que exista una pretemporada con entradas más económicas e incluso una temporada con segundos repartos a menor precio; pero una Bohèmeseguirá llenando y una Katiuska, salvo que incluya a una figura de relieve con tirón, como Plácido Domingo, no.

Por otra parte, niego la mayor, los precios de las entradas de la temporada de ópera en el Palau de les Arts no son tan caros como se quiere hacer creer al que no sabe, y la relación calidad-precio en comparación con otros teatros, es muy buena. Que alguien te diga que ha pagado 120 euros por chuparse un partido de fútbol a la intemperie en el segundo anfiteatro, a nadie escandaliza; pero ir a la ópera parece que es elitista y para ricos, aunque puedas comprar una butaca para asistir a un espectáculo de primer nivel europeo, con la mejor orquesta y coro de España, por 15 euros más, o por 65 si la compras el último día, pudiendo además acceder a un abanico de entradas desde 15 euros.

Y, por último, los resultados de público de La Bohèmehan estado muy bien, pero el nivel de calidad ofrecido no es al que debemos aspirar en este teatro. Ese no es el objetivo a alcanzar. Estará bien en cuanto sea una actividad complementaria de una temporada de calidad y permita dar más actividad al teatro; pero Les Arts tiene que aspirar a mucho más, a algo tan sencillo y tan complicado como procurar mantener el nivel que se ha venido ofreciendo los pasados años y que permita la consolidación y crecimiento de nuestra orquesta, nuestro coro y nuestro teatro.

Pero bueno, yendo ya al tomate, pese a que haya dicho al comienzo que Katiuska no me gusta especialmente, he de dejar sentado que, en mi opinión, el espectáculo ofrecido ayer mantuvo un buen nivel de calidad que permitió que el público pasase una hora y cuarto entretenida.

El montaje presentado es una coproducción del Teatro Arriaga de Bilbao, el Teatro Campoamor de Oviedo y el Teatro Calderón de Valladolid, que cuenta con la dirección escénica de Emilio Sagi.

Aunque se le pueden hacer reproches, y lo haré, pienso que el ambiente creado por el director asturiano es uno de los principales valores de esta producción, en la que un gran marco dorado envuelve la acción que se desarrolla sobre lo que parece un cine en ruinas, donde los muebles rotos y escombros cubren el proscenio y el fondo del escenario, mientras una estética de tintes cinematográficos acompaña a los personajes en escena.

Sagi ha manifestado que ha querido representar los complicados años 30 españoles, donde el cine era la evasión del ciudadano. Así, el personaje de Katiuska se nos muestra como una diva que casi parece que esté viviendo una alucinación (impagable su entrada en escena a lo estrellona cubierta de pieles). Yo lo de que fuera España no lo acabé de pillar, y allí daba igual que fuera España o Luxemburgo, el caso es que se hablaba de Rusia sin que chirriase nada especialmente, aunque el vestuario no fuera de la primera década del siglo XX sino de los años 30/40.

La escenografía es estática, un único decorado con paneles móviles, quedando todo el peso de la acción dramática supeditado a inteligentes juegos de luces y sombras y estudiados movimientos de actores. Estos, limitados, porque, y este es uno de los principales reproches que le hago a este montaje, de nuevo se ha abusado de superficies inclinadas, lo que unido a la cantidad de trastos por medio que tienen que sortear hace que el espectador esté todo el tiempo sufriendo por si los cantantes se abren la cabeza.

El otro reparo que podría hacerle sería que el decorado en forma de caja, con los cantantes muchas veces metidos al fondo del escenario, hizo que en esos momentos las voces se vieran perjudicadas.

Pese a ese estatismo escenográfico que comentaba, la narración fluye estupendamente bien y si algo no se puede negar, como casi siempre ocurre con los trabajos de Sagi, es su efectividad estética y visual, sabiendo dotar del ambiente preciso a una obra tan diversa como esta, con recogidos momentos románticos, escenas vodevilescas y hasta números de cabaret, como ese A París me voy tan cargante, que en esta ocasión adquiere el tono adecuado. También me gustó mucho la resolución ideada para el baile con katiuskas.

El valenciano Cristobal Soler fue el encargado de manejar la batuta al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, y si con la dirección de Manuel Coves en La Bohème salí bastante defraudado, ayer me llevé una grata sorpresa y creo  que el actual director musical del Teatro de la Zarzuela realizó una elogiable labor. Es de justicia decir que la partitura de Katiuskano tiene la profundidad de la obra pucciniana, obviamente, pero Solerfue capaz de ofrecer el tono justo en cada una de las vertientes que ofrece la obra, tanto en los momentos más líricos, donde la música fue acentuada con interesantes matices, como en las facetas más revisteriles, sabiendo también remarcar los guiños al folclore eslavo que introduce Sorozábal. Soler demostró en definitiva conocer bien el género y adecuarse a los cantantes que tenía en el escenario, conduciendo con sobriedad y eficacia.

El Cor de la Generalitat fue de los más perjudicados, a mi juicio, por la concepción escénica de Sagi, perdiendo proyección las voces cuando se ubicaba demasiado retrasado y haciendo más equilibrios que una promoción de El Circo del Sol cuando les hacían trepar por la escombrera del proscenio. Pese a todo, tuvo unas brillantes intervenciones en una obra que tampoco tiene números de gran lucimiento coral.

La soprano Maite Alberola se está abriendo paso poco a poco en los más importantes escenarios operísticos, con justicia, y había ganas de poderla disfrutar en su tierra con un papel de cierta relevancia. Tiene una voz lírica de bello timbre, potente y luminosa que supo adornar con detalles de sumo gusto, como al acabar el agudo en piano en “Noche hermosa”. En el dúo de Katiuska y Pedro estuvo magnífica, y también se mostró refinada con un canto muy ligado en “Vivía sola”, aunque transmitiese cierta frialdad, lo cual no acabé de saber si se debía a causas naturales o instrucciones escénicas.

El veterano barítono cántabro Manuel Lanza, afortunadamente recuperado hace unos años para la escena lírica tras una larga ausencia, fue un solvente Pedro Stakof que mostro sobrado conocimiento de las tablas y madurez vocal, con un instrumento robusto, de atractivo color y tintes puramente baritonales. Se agradeció su arrojo, cantando sin trampas y por derecho, aunque en ocasiones se resintiese la afinación. En las exigencias más agudas del rol se denotaba mayor desgaste y dejó asomar algún problema, pero supo transmitir emoción y expresividad, ofreciendo sus mejores prestaciones en el dúo con Katiuska.

El tenor ilicitano Javier Agulló es bien conocido ya en Les Arts. Su papel no permite demasiado lucimiento, pero defendió su romanza “Soy vulgar caminante” mejor de lo esperado, y los agudos fueron bastante menos destemplados que en ocasiones anteriores, aunque la afinación sigue presentándole dificultades.

Mención especial merece el estupendo elenco de comprimarios, con una Sandra Ferrández que dibujó una Olga pletórica de chispa y dominio escénico. Entregadísimos estuvieron también Itxaro Mentxaka y David Rubiera. Y extraordinarios los miembros del Cor de la Generalitat, Boro Giner y José Enrique Requena, con una profesionalidad bárbara, tanto en el apartado vocal como dotando de la comicidad exigida a sus personajes, sin recurrir al típico humor chillón, a lo Pepa y Avelino, tan habitual en el mundo de la zarzuela.

El público siguió con interés el espectáculo ofrecido (bueno, todos no. Mi compañero de butaca se pasó todo el primer acto guasapeandocon los amiguetes, poniendo en riesgo su dentadura que se hallaba demasiado cerca de mi codo) y al finalizar agradeció con cálidos aplausos la labor de los artistas, siendo Alberola, Lanza y Sagi los más ovacionados.

Tras las próximas funciones de esta Katiuska (días 31 de octubre y 3 y 6 de noviembre) sólo quedará de pretemporada el concierto de Roberto Abbado dedicado a Berlioz, el próximo jueves día 5 de noviembre. Desde aquí os animo a todos a acudir (hay todavía bastantes entradas y baratas).

Será la primera ocasión en que el nuevo codirector musical titular de Les Arts se ponga al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana desde su nombramiento. Abbado nos dejó unas espléndidas sensaciones con aquél Don Pasquale de la pasada temporada, pero ahora habrá ocasión de valorarle con un repertorio orquestalmente más exigente, como es ese magnífico programa doble compuesto por la celebérrima Sinfonía Fantástica y, la menos conocida pero maravillosa, Lélio o El retorno a la vida, en un concierto espectáculo que contará también con la participación del actor Nacho Fresneda y que promete emociones fuertes.