Mostrando entradas con la etiqueta Albelo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Albelo. Mostrar todas las entradas

domingo, 12 de mayo de 2019

"RIGOLETTO" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 11/05/19


Desde que se anunciase oficialmente la presente temporada operística valenciana hace ya casi un año, dos dudas rondaban la cabeza de los aficionados respecto a las funciones de este Rigoletto que se estrenó anoche. La primera era conocer si, finalmente, Leo Nucci pisaría por vez primera el escenario del Palau de les Arts, tras haber cancelado en 2015 su participación aquí en Nabucco y haber hecho lo mismo recientemente respecto a la Luisa Miller que se verá en el Liceu en julio. La segunda era ver si Nucci protagonizaría el primer bis de la historia de Les Arts, aunque adivinar esto estaba francamente chupado, estaba claro que si venía, bisaría. Nucci vino con el tiempo justo para el ensayo general, cantó a su manera y, por supuesto, bisó la Vendetta ante el delirio del respetable. E intuyo que, si no cancela la función del día 14, el teatro valenciano vivirá su segundo bis.

Supongo que mucho se hablará y escribirá sobre lo sucedido anoche y las crónicas dejarán para la posteridad el hito histórico del bis, el gran éxito obtenido por el veterano barítono italiano y el entusiasmo del público de Les Arts. Es indudable que la gente se lo pasó muy bien, incluido un servidor, pero el espectáculo fue bastante lamentable. Al menos como ejemplo de función de ópera. Si hablamos de circo o de cachondeo, está muy bien; como representación operística de un teatro de relieve internacional, se consiguieron unos muy buenos momentos, pero el show del bis lo prostituyó todo. Es cierto que esto no sólo pasa aquí. Teatro que pisa el señor Nucci, bis que te crió. La gente lo esperaba y supongo que si no se hubiera bisado hubiera habido protestas. Así de memos somos.

En términos generales, la repetición de un fragmento operístico ante los aplausos y la demanda unánime del público, podríamos discutir si debe admitirse o no. Lo cierto es que se corta radicalmente el desarrollo dramático de la representación y se interrumpe el hechizo conseguido en el espectador por las emociones del texto y el canto, impidiendo que el drama fluya con el ritmo buscado por el autor. Pero bueno, sabemos que cuando las emociones en el público son muy fuertes, las mismas ovaciones y bravos interrumpen de alguna forma la función, e históricamente se viene aceptando que cuando esa muestra de aprobación es intensa y mantenida en el tiempo, paralizando la representación, pueda obsequiarse al respetable con el bis.

Lo de ayer fue distinto. Fue el particular show de Leo Nucci que hace allá donde va. Yo recuerdo haber asistido en Londres a un Barbero de Sevilla con Juan Diego Flórez, con muchos, pero muchos, minutos de aplausos tras una de sus arias y el público en pie gritando bis, bis… y nada. Anoche, nada más acabar la Vendetta, hubo unos microsegundos de aplausos y Nucci ya se dio la vuelta, se puso a saludar como si del final de la función se tratase, agarró a la soprano, saludó al director, hizo levantar a la orquesta, saludaba a diestra y siniestra, la gente le siguió el rollete, consiguió que la platea se pusiera en pie… hizo la seña a Abbado y a por el bis. Prueba conseguida.

Todos contentos… Bueno, yo no. No porque sea un señor estirado y amargado; me divertí y disfruté del show, pero como show, no como ejemplo de lo que debe ser una función de ópera de una intensidad musical y dramática como la de esa obra maestra que es Rigoletto. Recuerdo que de niño me gustaba ver los partidos de los Harlem Globetrotters, pero como espectáculo circense; para ver buen baloncesto prefería los legendarios encuentros de los Celtic contra los Lakers. Pero bueno, como decía antes, ya habrá tiempo de sobra para seguir hablando del bis.

Lo cierto es que estas funciones de Rigoletto han generado una inusitada expectación entre el público valenciano y las entradas para todas las sesiones se encuentran ya agotadas desde hace meses. Sin duda se trata de la ópera estrella de la temporada en cuanto a taquilla, pero, aunque los resultados artísticos han de considerarse buenos, no creo que pueda merecer la valoración de la mejor producción de este año como algunos ya se han atrevido a calificarla. La próxima Lucia di Lammermoor tiene todos los números para superarla y la reciente Iolanta creo que fue mucho más redonda.

Para la ocasión se ha traído una producción de la ABAO y el teatro San Carlos de Lisboa que cuenta con la dirección escénica de Emilio Sagi y que tiene ya unos cuantos años de rodaje. En concreto, fue la que inició en 2006 en Bilbao el ciclo Tutto Verdi que todavía se sigue desarrollando en las temporadas de la capital vizcaína.

La propuesta de Sagi en esta ocasión no tiene el colorido y la luminosidad que han caracterizado otras producciones del director asturiano. Al contrario, la oscuridad y un cierto tenebrismo planean sobre este Rigoletto, con el propósito, parece ser, de dibujar la maldad e inmoralidad que preside la actuación de la mayoría de personajes de la obra. Planos inclinados y paneles movibles marcarán los diferentes ambientes en los que se desarrolla la acción, mientras que espacios muy abiertos y una escasa escenografía resaltarían a su vez la soledad e incomunicación de los protagonistas. Esta limitación escenográfica deja muchas veces a los personajes desnudos frente a la actuación dramática de sus intérpretes, haciendo que toda la atención del espectador se concentre en ellos y en cómo transmiten las intensas emociones que desprende la obra, y alcanzará su mayor expresión en el tercer acto, con el fondo de la caja escénica a la vista.

Esa opción por el escenario abierto por los laterales toda la obra, y además por el fondo en el último acto, más allá de que pueda resultar acertado o no para poner el énfasis en la soledad que rodea a los personajes, conlleva una carga demasiado pesada al perjudicar notablemente la proyección de las voces. Para mí este es el mayor inconveniente de la producción. Cada vez que los intérpretes se alejaban de la boca del escenario, las voces se perdían. El coro durante el primer acto fue el más perjudicado por ello, así como Monterone.

Como siempre ocurre con los planos inclinados, algunos espectadores nos pasamos gran parte de la velada sufriendo por los cantantes que da la impresión que van a salir rodando en cualquier momento. Y no digamos en el segundo cuadro del primer acto, cuando el septuagenario Nucci se puso a saltar entre los huecos que dejaban los citados paneles simulando las callejuelas. No me pareció tampoco acertado que los cambios escenográficos entre los dos cuadros del primer acto y entre el segundo y tercer acto, fueran tan lentos y se realizaran a telón levantado.

Aunque el enclave espacio temporal es indeterminado, el clasicismo de la propuesta es evidente y apenas existen transgresiones de relevancia al texto original. Quizás lo más llamativo sea la más que expresa insinuación de relación incestuosa entre Sparafucile y Maddalena, lo cual tampoco creo que aporte absolutamente nada, ni que sea preciso remarcar la inmoralidad de unos personajes que vienen ya suficientemente bien caracterizados en el libreto. No comprendí tampoco por qué, durante la escena de la tormenta, los miembros del coro que imitan el ulular del viento, en lugar de estar haciendo el coro interno, permanecen en la balconada asistiendo como espectadores a las depravaciones que ocurren en la posada.

Buen trabajo de iluminación de Eduardo Bravo que, pese a la penumbra generalizada, consigue algunos efectos visuales interesantes, especialmente en el tercer acto y en el segundo cuadro del primero, aquí con una representación escenográfica de la casa de Gilda algo cursi, pero con buena resolución del movimiento escénico en la escena del rapto, donde se acaba raptando a la chica con casa incluida. De cualquier modo, en general, creo que la propuesta de Sagi funciona correctamente, hay un trabajo dramatúrgico serio y ante las mamarrachadas que por ahí circulan, puede valer; aunque eso no quite para que, personalmente, esperase más.

El todavía director titular de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, Roberto Abbado, regresaba al foso de Les Arts para afrontar un final intenso de contrato y de temporada con este Rigoletto y la próxima Lucia. El trabajo que hizo ayer el director milanés tuvo muchísimo mérito. No me siento capacitado para valorar objetivamente su lectura hasta volver a asistir a alguna de las últimas funciones, porque ayer su labor consistió básicamente en perseguir a Nucci y adaptar sus tempi y dinámicas al ritmo y fraseo que marcaba el barítono y, en algunas ocasiones también, Celso Albelo, que ayer tuvo más de un descoordinación con la orquesta. Me gustó bastante la intensidad y el pulso que, pese a todo, impuso Abbado en momentos como el de la tormenta o en la gran escena de Rigoletto del segundo acto, pese a tener que ajustarse al particular fraseo y fiato de Nucci.

Excelente fue también el rendimiento de los atriles orquestales, pese a un dubitativo comienzo de los metales en el Preludio que corrigieron sobradamente a lo largo de una inspirada velada. Espectacular, como de costumbre, el acompañamiento de Christopher Bouwman al oboe en Tutte le feste al tempio; así como los violonchelos en la escena de Sparafucile; y concertino, flautas y flautín toda la noche.

Los componentes masculinos del Cor de la Generalitat realizaron la gran labor escénica y vocal a la que nos tienen acostumbrados, aunque, como ya he comentado, salieron bastante perjudicados con la distorsión acústica que provocaba la apertura de la caja escénica. También les afectó el variable ritmo orquestal que imponía el particular fraseo de Nucci, originando algún desajuste; pero estuvieron fantásticos en sus intervenciones, como en el Scorrendo uniti remota via del acto segundo.

Leo Nucci, a sus 77 años, que se dice pronto, y con más de 500 Rigoletto en su joroba, ya no interpreta Rigoletto, él es Rigoletto y parece completamente poseído por el personaje. Lo tiene interiorizado, sufre con él y consigue transmitir al espectador todas las emociones de este padre verdiano. Me sigue pareciendo antológica su entrega dramática, su capacidad actoral y la intensidad que desprende en su escena del acto segundo en el Cortigiani y el subsiguiente Ebben, piango, mucho más que en la Vendetta del bis garantizado. Sólo por esto y por el reconocimiento que sin duda merece la carrera y el recorrido de una figura operística de este relieve, ya se justifica el aplauso a Nucci. Pero eso no puede hacernos obviar otras consideraciones que se deben realizar si no se quiere ser injusto. Sigue asombrando el timbre baritonal y la potencia de una voz que brillan puntualmente, pero el fiato ha menguado notablemente y esto desdibuja una línea de canto irregular, con los finales de frase inaudibles y sometida a un continuo empujón y empleo del portamento y de más trucos que Juan Tamariz. Es verdad que ocasionalmente, como aquellos muletazos de Curro Romero, te enhebra una frase espectacular llena de sentido verdiano y emoción y te derrite, pero también hace sufrir. No pretendo desmerecer un éxito justo y merecido, pero sí ponerlo en su justa medida de acuerdo con lo que pienso, que no tiene por qué ser acertado.

Muy notable resultó Celso Albelo como el Duca di Mantova, aunque también he de confesar que quedé un tanto decepcionado. Desconozco si tenía algún problema puntual, pero después de haberme gustado mucho en este mismo papel en 2013 en la Maestranza, anoche le encontré mucho más corto de fiato, sin acabar de ligar las frases con la elegancia y maestría que siempre le han caracterizado. Empezó muy regular en un Questa o quella sin chispa, viniéndose claramente arriba en el dúo con Gilda, donde creo que ofreció los mejores momentos de la noche. Espero también a ver si puedo escucharle en alguna de las próximas funciones porque estoy convencido de que su rendimiento mejorará.

La mejor de la noche me pareció la Gilda de la soprano Maria Grazia Schiavo, que regresaba a Les Arts 13 años después de su Zerlina en el accidentado Don Giovanni de 2006. Voz cristalina y angelical que en el primer acto brilló en un Caro nome de muchos quilates, afrontando las agilidades con corrección y adornando con trinos y reguladores un fraseo lleno de musicalidad y sentimiento. En el segundo  y tercer acto mostró que su instrumento de soprano ligera no está exento de cuerpo y expresividad y resolvió con sobresaliente sus intensas escenas con el padre. Fue una lástima que en el forzado bis de Nucci calase ligeramente el sobreagudo, algo que no puede empañar de ninguna manera su merecidísimo éxito.

La mezzo georgiana Nino Surguladze cumplió como Maddalena, con una voz de atractivo color oscuro, aunque en las bajadas más extremas al grave mostrara algún apuro. Derrochó buen hacer escénico y sensualidad. Menos me gustó el bajo italiano Marco Spotti, un habitual en Les Arts, que compuso un entregado Sparafucile pero muy corto de gravedad y profundidad que no asustaba ni a los gatos del callejón.

Gabriele Sagona fue el encargado de interpretar a Monterone. También le faltaron voz y carácter. La limitación de su instrumento, la apertura de la caja escénica y su entrada en el primer acto desde el fondo, remataron la faena. Si en las dos intervenciones que tiene el personaje no consigues imponerte con una voz rotunda que estremezca cuando lance la maldición, no has cumplido tu papel. No entiendo muy bien por qué, siendo así, no se ha optado por acudir a alguno de los alumnos del Centre Plácido Domingo, como se hizo para el resto de comprimarios. Quizás que comparta representante con Nino Surguladze lo explique.

En esos otros papeles menores cumplieron más que correctamente los cantantes del Centre Plácido Domingo: Marta Di Stefano, Alberto Bonifazio, Mark Serdiuk, Arturo Espinosa, Olga Syniakova, Pau Armengol y Juliette Chauvet.

Prácticamente abarrotada se encontraba la sala principal de Les Arts con todo tipo de politiquetes, famosillos y un público que sabía a lo que iba. A regocijarse con el show de Nucci y seguirle el rollo para poder decir que estuvieron allí el día que se produjo el primer bis del teatro valenciano. Por si fuera poco, la salida de Nucci en los saludos finales fue acompañada de una lluvia de los consabidos papeles pequeñines de colores dando las gracias al barítono italiano por su presencia en Valencia, cosa a la que también habrá influido, digo yo, que se le abone el caché que pedía. Grandísimas ovaciones para el terceto protagonista y para la orquesta, mientras que la dirección escénica fue acogida con tibios aplausos y alguna protesta aislada.

Como todas las entradas están agotadas, esta vez no voy a animaros a acudir a Les Arts, aunque siempre quedará el 5% reservado por ley para cada función, Yo de hecho intentaré conseguir localidades para alguna de las últimas representaciones porque quiero ver cómo resulta este Rigoletto sin estar condicionado por el huracán Nucci.

Sí que me gustaría que alguien me informase, si lo sabe, por qué había ayer en el escenario una concha de apuntador. Entiendo que no era para Nucci que se lo sabe ya del revés, ni para Albelo que lo ha cantado en no pocas ocasiones. Así que supongo que sería para la soprano, pero, bueno, ya dirán quienes lo sepan.



jueves, 21 de junio de 2018

"LA DAMNATION DE FAUST" (Hector Berlioz) - Palau de les Arts - 20/06/18


Ayer tuvo lugar en el Palau de les Arts el estreno de La Damnation de Faust, de Héctor Berlioz, la última ópera de la temporada en su sala principal (el próximo domingo se estrenará en el Auditori La Clemenza di Tito, de Mozart, en versión semi escenificada). La principal noticia de este estreno es, sin duda, que el mismo se llevó a cabo sin que tengamos que reseñar ninguna incidencia ajena a lo puramente musical, ya que, finalmente, se desconvocó la huelga anunciada por el Cor de la Generalitat.

Eso no quiere decir que el problema se haya solucionado, ni mucho menos. Sus justas reivindicaciones continúan sin ser atendidas por la administración autonómica. Sigue sin haber un compromiso claro y por escrito que garantice la estabilidad de la plantilla y la consolidación de los puestos de trabajo que llevan desempeñando desde hace entre 15 y 30 años. La traición del sindicato FSP-UGT, obrando por la espalda y por motivos que algún día se conocerán, ha sido en primera instancia la causa de una desconvocatoria que ha venido seguida de la expresa voluntad de los miembros de la agrupación de dar una oportunidad más a la negociación, aceptando participar en una comisión de seguimiento junto a representantes de la empresa y la administración y posponiendo posibles acciones de protesta y huelga al inicio de la pretemporada si todo sigue igual.

No voy a ahondar más en este tema de momento. No quiero remover las heces con el viento en contra, prefiero dejar que las negociaciones sigan su curso en el ámbito en el que han de desarrollarse y no contribuir a que el ambiente pueda enrarecerse más. Es decir, justo lo contrario de lo que hizo recientemente el secretario autonómico de Cultura, Albert Girona, con unas impresentables declaraciones, indignas de un representante público, que lo único que hacen es dejar en evidencia que su imprudencia es aún superior a su ignorancia.

El caso es que estaba previsto que el Cor de la Generalitat protagonizase las crónicas de este estreno y finalmente así acabará siendo, aunque no por haber ejercido su derecho a la huelga, sino por protagonizar una de las actuaciones más memorables de un coro en un teatro de ópera que ha vivido quien esto escribe, convirtiéndose por los méritos de su propia valía en los indiscutibles triunfadores de la noche. Por supuesto sin que ninguno de los chupatintas, bocachancla y mequetrefes mentales varios que se permiten cuestionar y poner en riesgo la supervivencia del Cor estuviese presente. Aunque en su descargo hay que decir que televisaban el apasionante Irán-España y en À Punt se programaba un nuevo capítulo de “Açò és un Destarifo”.

Decía antes que La Damnation de Faust y La Clemenza di Tito van a ser los dos últimos espectáculos de la temporada. Y hay algo que me ha llamado la atención. La Clemenza se va a interpretar en el aborrecible Auditori en versión semi escenificada (en principio iba a ser en versión concierto) y Damnation escenificada y en la sala principal, cuando lo cierto es que La Clemenza es una ópera que nació con el objeto de ser escenificada y La Damnation es una cosa extraña. Berlioz la calificó como leyenda dramática y en múltiples ocasiones se representa en versión concierto, y es que el componente sinfónico de esta obra tiene mayor peso que el dramático. Quizás hubiera sido más lógico que la programación se hubiese hecho al contrario, pero me alegro enormemente de que no haya sido finalmente así, pues eso nos ha permitido disfrutar de la maravillosa música de Héctor Berlioz sin las distorsiones de la imposible acústica del Auditori.

Para la ocasión se ha presentado una nueva producción del Palau de les Arts en colaboración con el Teatro Regio di Torino y el Teatro dell’Opera di Roma, donde precisamente abrió la temporada 2017/18. La puesta en escena la firma el italiano Damiano Michieletto, de quien en este teatro ya se han visto bastantes trabajos; algunos mejores, como L’elisir d’amore o La scala di seta, y otros claramente fallidos, como Il Barbiere di Siviglia. La producción estrenada ayer obtuvo recientemente el reconocimiento de la crítica italiana obteniendo el premio Franco Abbiati al mejor espectáculo de 2017.

Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a unos minutos de uno de los ensayos de esta Damnation de Faust y una de las primeras cosas que pensé fue que la puesta en escena concebida por Damiano Michieletto iba a ser fuertemente abucheada. Pero al final me equivoqué. Es verdad que hubo algunos abucheos, pero en absoluto el rechazo generalizado que yo imaginaba. Está claro que Michieletto decide aquí arriesgar fuerte y apuesta por dar una visión muy particular del mito de Fausto. Ya Berlioz, a su vez, ofreció en esta obra su personal lectura del Fausto de Goethe, eliminando el inicial pacto del protagonista con el diablo para lograr la juventud y llevándolo al final como forma de salvar el alma de Marguerite, o ambientando el inicio en Hungría en lugar de Alemania, entre otras cosas. Michieletto va aún más allá y transforma a Faust en un adolescente traumatizado por la muerte de su madre y objeto de bullying por sus compañeros que intenta suicidarse y que se agarra al amor de Marguerite como tabla de salvación frente a su sufrimiento.

La escenografía corre a cargo de Paolo Fantin, el vestuario de Carla Teti y la iluminación de Alessandro Carletti. Toda la acción se desarrolla en un mismo espacio escénico y el coro estará permanentemente presente en escena, sentado en un graderío por encima de los cantantes. El protagonista en la propuesta de Michieletto es claramente Méphistophélès, quien también estará casi siempre en escena, presencialmente o en proyecciones, con un comportamiento histriónico que recuerda bastante al de presentadores de reality show, donde su punto de vista será mostrado además mediante las imágenes que graba sobre el escenario un cámara portando una steadycam.

Visual y estéticamente hay que reconocer lo impactante de una producción que no puede dejar indiferente a nadie. El blanco luminoso predominante hasta el tramo final y la frialdad de la iluminación me recordaban un poco la estética del 2001 de Kubrick. Los momentos de amor junto a Marguerite trasladarán a Faust a su particular Paraíso que será mostrado con la proyección del cuadro del mismo título de Lucas Cranach el Viejo mientras Méphistophélès contempla la escena transmutado en serpiente, en uno de los instantes a mi juicio más logrados. Otros momentos que me parecieron muy positivos fueron el del coro celestial que salva a Faust del suicidio tras la brutal escena de bullying y que se ilustrará con los recuerdos de éste junto a su madre celebrando un cumpleaños; o la escena de la cabalgada a los infiernos y el Pandemonium, pese al aspecto de bolsas de basura gigantes en movimiento; o la Apoteosis de Marguerite final.

Es verdad que hay cosas que funcionan menos o alguna provocación un tanto gratuita, aunque creo que, en conjunto, los aspectos positivos pesan más que los negativos y yo me lo pasé especialmente bien. Reconozco que puede haber espectadores que se sientan molestos o desconcertados y un poco perdidos, pero en mi opinión hay ideas y sentido dramatúrgico e incluso creo que se consigue dotar de una cierta unidad narrativa a una obra que no puede presumir precisamente de tener un armazón dramático especialmente consistente. Además, algo que me parece incuestionable es el enorme trabajo de dirección de actores (cantantes y figurantes), cuidado hasta el último detalle, y ya sólo por eso el abucheo resultaría injusto.

Aspectos que considero negativos de la propuesta de Michieletto son: el ruido que se organiza en escena más de una vez perjudicando la música y, en general, que creo que pretende contar demasiadas cosas y quizás en ese afán de mostrar todas las lecturas y subniveles que ve el regista en la historia, se le ofrece un exceso de información visual al espectador en forma de claves que acaban por saturarle, haciendo que en lugar de centrarle le enreden más y le distraigan del apartado musical. Dicho eso pienso que en sucesivas visiones la propuesta puede ir ganando y el espectador descubriendo nuevos detalles. A mí sí me gustó.

La dirección musical corrió a cargo de Roberto Abbado, quien tras la marcha de Biondi se ha quedado ya como director titular en solitario de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, pero esta va a ser la única ópera que dirija esta temporada, algo ciertamente chocante. No obstante, la próxima no va a salir del foso más que para aliviar vejiga porque está previsto que asuma la dirección de 3 de las 5 óperas que se representarán en la sala principal.

La labor de Abbado ayer me pareció bastante destacable. Es verdad que con esta orquesta y este coro y la espléndida orquestación de Berlioz, era complicado que la cosa saliese demasiado mal. Abbado ayer se lo pasó teta, se le veía en el foso disfrutar con la obra que estaba dirigiendo. Hubo incluso momentos en los que daba la impresión de que tanto se emocionaba que alguna entrada se retrasaba o el tempo variaba. En cualquier caso creo que hizo un trabajo relevante, mantuvo el pulso y la tensión y consiguió que la partitura brillase como merecía. Aunque en ese resultado intervino y mucho la calidad de los músicos de la orquesta, destacadísimos del primero al último. Excelentes los metales, la percusión, una cuerda descomunal, con mención para la solista de viola, y unas maderas que lo bordaron con unas inspiradísimas flautas y Pierre Antoine Escoffier y Ana Rivera en oboe y corno inglés marcándose un acompañamiento bellísimo a D’amour l’ardente flamme.

Del Cor de la Generalitat ya he adelantado antes que fueron los grandes protagonistas de la velada. La calidad del sonido obtenida ayer fue espectacular. El empaste impecable y todas las cuerdas se escuchaban con un equilibrio extraordinario. Creo que habrá pocos coros fuera de nuestras fronteras que puedan garantizar hoy un rendimiento mucho mejor ante una obra tan enormemente exigente como esta. Todas sus intervenciones fueron, incluso pese a algún puntual desajuste, de poner los pelos de punta, pero destacaría la belleza obtenida en el coro de gnomos y sílfides del sueño de Faust y, por supuesto, en el maravilloso coro final. La colocación del coro estático y arriba por la propuesta escénica, ha motivado que el director musical haya decidido que algunos de sus miembros se ubiquen en el foso junto a la orquesta, posiblemente temeroso de que no tuviesen sus voces la relevancia adecuada. Yo creo que no hubiera pasado nada por situar a todo el coro arriba y quizás se evitarían problemas de puntuales desequilibrios entre el coro de foso y el del escenario, pero no voy a dar yo consejos al director. Más allá de haber conseguido Abbado o no su objetivo, lo que quedó claro es que músicos y cantantes estuvieron en el foso como sardinillas en lata. Y que todos los miembros de Cor, en foso y escena, demostraron que la retención urinaria la llevan bastante bien.

Buena fue también la participación final de los niños y niñas de la Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet y la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats.

En el reparto vocal se ha contado con un trío protagonista íntegramente hispano, con el tenor Celso Albelo como Faust, Silvia Tro Santafé como Marguerite y Rubén Amoretti como Méphistophélès.

Gran mérito el de Celso Albelo ante un papel mucho más difícil de lo que parece a primera vista y que, si no me equivoco, debutaba. Además de eso tuvo que afrontar unas exigencias escénicas muy importantes y de todo ello salió con unos muy buenos resultados, yendo, a mi juicio, de menos a más, administrando perfectamente sus recursos. Su voz y fraseo ofrecen belleza y una técnica depurada, con una zona aguda muy solvente, brillante y potente. Hubo algún desliz de afinación y una cierta frialdad general, pero el resultado fue positivo.

También creo que se debe valorar como meritorio el desempeño de Silvia Tro Santafé componiendo una buena Marguerite pese a que creo que no es el papel que mejor se ajusta a sus características vocales. Quizás le faltase un poquito más de refinamiento, de control de volumen e intensidades, pero insisto en considerar positivos sus resultados, teniendo también que hacer frente a diversas exigencias escénicas de lo más variopinto, como el tener que cantar echándose vasos de agua por encima…

Aunque si ayer hubo un artista digno de reconocimiento por su comportamiento escénico, ese fue el bajo burgalés Rubén Amoretti. Sensacional toda la noche, con un trabajo actoral exhaustivo que además iba acompañado de numerosos primeros planos que sostuvo con sobresaliente. Impecable en lo dramático y muy destacado también en lo vocal, sabiendo transmitir toda la malvada ironía del personaje.

Correcto el Brander del alumno del Centre Plácido Domingo Jorge Eleazar Álvarez en la canción de la rata, uno de los instantes que más rechazo parece que provocó en el público por la ocurrencia de Michieletto de ilustrarlo con un gigantesco roedor en escena.

Especial reconocimiento merece también en esta obra el numeroso plantel de figuración que lleva a cabo un trabajazo monumental.

La sala principal de Les Arts presentó, lamentablemente, bastantes huecos. Parece que al público valenciano le siga costando animarse a asistir a óperas menos habituales, lo que es muy triste, pero si además le metemos un partido de Ejpaña, pues para qué queremos más. Aunque lo verdaderamente triste y lamentable de ayer no fue tanto el comportamiento del público que se quedó en casa como el de quienes asistieron a la función. Conté no menos de ocho deserciones durante la representación, con taconeo, portazo y cuchicheo incluido. Y lo mejor estaba por llegar. Al final, nada más apagarse la luz, bajarse el telón y cuando Abbado aun no se había bajado del atril, ocurrió esto:



Una estampida de proporciones dantescas en una de las mayores faltas de respeto a los artistas que yo he vivido en este teatro, y mira que he asistido a situaciones parecidas, pero lo de ayer era digno de un simulacro anti incendios con previa inserción de guindillas en el ano. No sé a qué narices se debió. El partido de fútbol ya había acabado y era una hora más que razonable… Los que se quedaron brindaron fuertes ovaciones para todos, y eso que durante la representación no hubo ni un solo aplauso pese a alguna que otra paradita estratégica de Abbado. Especialmente jaleados fueron el coro y la orquesta y también muy aplaudidos los solistas vocales. La salida del equipo escénico fue recibida con bastantes aplausos a los que se unieron algunos abucheos que no me dio la impresión que llegasen a ser mayoritarios.

Bueno, pues hasta aquí mi crónica de esta última ópera de la temporada en la sala principal. No puedo por menos que animaros a haceros con alguna de las numerosas entradas que hay disponibles para los próximos días. La belleza de la música de Berlioz lo merece. La calidad de nuestra orquesta y coro, más. Y la oportunidad de asistir a un espectáculo diferente siempre vale la pena. Los más reacios y clásicos haced un esfuerzo... el año que viene ya os hartaréis de Rigoletto, Lucia, Turandot y cosas de esas bonitas



miércoles, 17 de diciembre de 2014

"LUISA FERNANDA" (Federico Moreno Torroba) - Palau de les Arts - 15/12/14

Menos de una semana después de la apertura oficial de la temporada de ópera en la sala principal del Palau de les Arts, con una Manon Lescaut dirigida por Plácido Domingo de resultados no especialmente satisfactorios; ayer tuvimos el estreno de la segunda obra programada, tratándose en esta ocasión de la zarzuela Luisa Fernanda, y contando, una vez más, con el protagonismo de Domingo, aunque, afortunadamente, esta vez sobre el escenario.

Sé que hay mucha gente que no soporta la zarzuela. Algunos por puro desconocimiento, otros por prejuicios y muchos porque realmente no les gusta el género. No es mi caso. No soy un fanático, pero suelo disfrutar si la obra tiene un mínimo de calidad y está bien interpretada. Sentada esta premisa, soy de los que piensa que una representación de zarzuela, igual que un ballet o un concierto sinfónico, no debería incluirse en el abono de una temporada de ópera seria.

En este caso, me consta que no se ha debido precisamente al deseo de la Intendente Schmidt, sino a la negociación con Plácido Domingo para que volviese a estar presente en nuestro teatro en las fechas que tenía disponibles, habiéndose acordado que dirigiese una ópera e interpretase esta zarzuela.

Ya comenté en mi entrada acerca del estreno de Manon Lescaut que, en mi opinión, es bueno para el teatro que Plácido Domingo pase todos los años por Les Arts. El peaje que hemos pagado este año ha sido tener que aguantarle dirigiendo a Puccini y que se nos colase una zarzuela en abono. Y los rumores apuntan a que algo parecido podría estarse fraguando para la siguiente temporada. Ya será una cuestión personal luego, interpretar si ese pago ha sido demasiado elevado o sigue compensando. Pero esto quizás sea motivo de reflexión en otro momento.

Mis sensaciones tras el estreno de esta Luisa Fernanda podría resumirlas diciendo que el nivel, en términos generales, me pareció mejor que el de Manon Lescaut, pero sin que tampoco prendiese la llama de la emoción, sino apenas en chispazos esporádicos. Por otra parte, creo que es generalmente admitido que sigue siendo mucho mejor tener a Domingo en el escenario que en el foso, y ayer tuvo momentos realmente soberbios, pero, lamentablemente, cada vez es más evidente el desgaste de su voz.

Si critiqué que la apertura de la temporada se hubiese producido en martes, tampoco puedo ser mucho más benévolo respecto a que se haya elegido un lunes para el estreno de una zarzuela, por mucho que el nombre de Domingo pueda ser un reclamo considerable. Y hasta eso podría discutirse, pues, sean cuales sean los motivos, lo cierto es que anoche la sala, aun presentando mejor aspecto que el martes pasado (sobre todo en platea), en los pisos altos seguía teniendo muchísimos huecos.

La producción presentada ayer no es precisamente nueva, ya se pudo ver en el Teatro Real de Madrid en 2006 y se ha paseado por numerosas ciudades, e incluso existe una grabación en DVD. A mí casi siempre suelen gustarme los trabajos de dirección escénica de Emilio Sagi, y en esta ocasión también ha ocurrido así.

Es cierto que la propuesta exhibe un acusado minimalismo escenográfico, pero que me resultó visualmente atractivo, suficiente para enmarcar la acción y, sobre todo, permite alejarnos un poco de visiones más clásicas que muchas veces lo que hacen es lastrar una producción de zarzuela, al acrecentar la impresión de género atrapado en el tiempo. Las calles del Madrid castizo son aquí representadas por una maqueta, un tanto absurda, en un extremo del escenario, indicándonos el lugar en que nos encontramos, y, cuando la acción se traslade a la dehesa extremeña, se cubrirá con una pañoleta y unos árboles en miniatura representando aquélla.

Curiosamente, Sagi, que ha presentado en muchas ocasiones propuestas coloristas, nos sorprende esta vez con el blanco y el negro dominando por completo la escena, como también hiciese en el Real con su Barbero de Sevilla, hasta tal punto que las banderas no ostentan colores o las típicas ruletas rojas de los barquilleros madrileños son blancas. También el vestuario de Pepa Ojanguren me parece adecuado, mientras que la iluminación de Eduardo Bravo juega un papel primordial, generando ambientes y describiendo emociones, agradeciéndose que se huya de la excesiva oscuridad que tan habitual suele ser últimamente. Una pantalla o cuadrado iluminado constituye el fondo del escenario y se hace más pequeña u oscurece cuando los sentimientos son más tristes.

En definitiva, una dirección escénica que no es especialmente original, pero tampoco recurre a la ranciedad o al absurdo, funcionando bastante bien en el apartado visual y mostrando un correcto trabajo de dirección de actores.

Al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana se situó el alcoyano Jordi Bernàcer y, después de la experiencia vivida con Plácido en Manon Lescaut, lo primero que hay que decir es que en el foso esta vez hubo un director. Aunque se apreciaron algunos pequeños desajustes puntuales, la batuta estuvo en todo momento atentísima a los atriles y al escenario, marcando entradas, enderezando errores y guiando el conjunto de forma cuidada. El único que se desmandaba era Domingo que, como suele ser habitual, le chupa un pie lo que le marquen desde el foso y va a su bola.

Es verdad que la obra musicalmente, aunque tiene fragmentos bonitos, tampoco es Parsifal, pero Bernàcer consiguió estar siempre metido en estilo y extrajo algunos matices y momentos de gran belleza sonora, como en la mazurca y en el dúo final. En los aplausos que recibió durante los saludos quedó bastante claro que la sintonía de coro y orquesta con el joven maestro es mayor a la demostrada con Domingo.

Entre los solistas, destacaron varias intervenciones sensacionales del concertino Guiorgui Dimchevski.

El Cor de la Generalitat mostró la excelencia habitual y un mayor ajuste que hace una semana, posiblemente porque alguien desde el foso les facilitaba la labor. Estuvieron magníficos en la mazurca, en el coro de vareadores y hasta en la, odiada por mí, canción del soldadito.

Siempre he pensado que esta zarzuela, más que Luisa Fernanda, debería titularse Vidal Hernando, pues él es el auténtico protagonista de la obra. Y ayer mucho más.

Plácido Domingo es el rey indiscutible en el escenario. Nada más aparecer, todas las miradas se concentran en él. Su expresividad dramática, dicción y facultades como actor son insuperables. Además, controla el estilo y domina el papel de Vidal a la perfección, el cual vocalmente se adapta bien a sus características actuales, pudiendo lucir esa zona central que todavía presenta una belleza y poderío importantes. Lo malo es que los graves cada vez suenan más forzados y en los ascensos al registro agudo nos hizo sufrir muchísimo, además de que su fraseo general acusa claros síntomas de cansancio y un fiato cada vez más justito. Pese a todo, sigue siendo también un dominador absoluto de todos los trucos existentes en el ramo, más lo que él ha podido inventar, y tuvo algunos detalles de auténtico maestro como en el final de Por el amor de una mujer que adoro o su último dúo con Luisa Fernanda.

Por el contrario, a la canaria Davinia Rodríguez le faltó empaque vocal, expresividad y personalidad escénica. Tiene una voz lírica, homogénea, que manejaba con gusto, pero con unos sonidos entubados bastante feos y un volumen escaso. En Cállate corazón ofreció sus mejores prestaciones de la noche, pero en las partes habladas era prácticamente inaudible e ininteligible, con un arrastre de las eses de auténtica niña pija, osea osea, del barrio de Salamanca, aunque estuviésemos en 1868. Para quienes hemos visto en este papel a cantantes con el poderío escénico y vocal de María José Montiel, Davinia Rodríguez se nos quedó en una Luisa Fernanda decepcionante.

El papel de Javier fue interpretado por otro canario, en este caso el tenor Celso Albelo. Reconozco que me gusta mucho este hombre y por mucho que algunos me pongan de manifiesto sus puntos flacos (resonancias nasales, volumen corto o expresividad limitada), sus virtudes siempre me compensan. Me parece tan bello, ligado y elegante su canto que me conquista. Su resolución de la zona de paso es magnífica, la dicción exquisita, su fiato sobrado y el brillo de sus agudos incontestable.

También me gustó bastante la Condesa Carolina que construyó la valenciana Isabel Rey. Estuvo impecable en el apartado dramático y, pese a que su pronunciación costaba de entender, cantó con voz generosa, gracia, elegancia, estilo y belleza tímbrica.

En el larguísimo plantel de personajes secundarios me gustaron especialmente las intervenciones de Sandra Ferrández, Bonifaci Carrillo, José Enrique Requena y Carmen Avivar.

El público presentaba una media de edad superior a la de otros días y su respuesta fue algo más cálida que con Manon Lescaut, siendo Celso Albelo y, sobre todo, Plácido Domingo los más ovacionados. Éste, además, vio acompañada su salida a saludar con una lluvia de panfletos pequeñines en los que se leía “gracias maestro Domingo por su fidelidad a Valencia” y se recogía un listado de los espectáculos en los que ha intervenido el madrileño en Les Arts desde su inauguración, junto a una fotografía borrosa de Plácido que parecía salida de un programa de Iker Jiménez.

Antes de finalizar quiero hacer una advertencia a posibles espectadores que vayan desprevenidos… tengan en cuenta que van a ver una zarzuela con fragmentos muy populares, así que prepárense a escuchar como sus vecinos de asiento se lanzan a tararear, o directamente a canturrear, cada una de las romanzas… Yo llegué a pensar en algún momento que Bernàcer se daría la vuelta y dirigiría también a la platea, móviles incluidos...



jueves, 4 de julio de 2013

"RIGOLETTO" (Giuseppe Verdi) - Teatro de la Maestranza - 29/06/13

Transcurría todavía el frío mes de enero cuando un grupo de amigos decidimos comprar entradas para acudir a finales de junio a Sevilla, a la representación de “Rigoletto”que se había anunciado en el Teatro de la Maestranza. Laverdad es que a mí me hacen falta pocos pretextos para ir a una ciudad que me encanta y a la que tengo gran cariño, pero en esta ocasión la excusa era perfecta, pues un “Rigoletto” con Leo Nucci, Jessica Pratt, Celso Albeloy María José Montiel no se ve todos los días. Lástima que no pudiera organizarme para haber ido a alguna de las funciones del también muy interesante primer reparto, con un trío protagonista andaluz formado por Juan Jesús Rodríguez, Mariola Cantarero e Ismael Jordi.

Y la experiencia ha valido la pena. Ya la simple presencia del veterano barítono italiano Leo Nucci en el papel del bufón, garantizaba el espectáculo, pero es que, además, el resto del reparto rindió a un nivel espléndido y pudimos vivir y disfrutar una fantástica noche de ópera, a la vieja usanza, como cuando todavía había divos operísticos y en la que la pasión contagiada desde el escenario desbordó el patio de butacas.

Si se buscaban ortodoxas esencias interpretativas de la partitura de Giuseppe Verdi, no era la cita más adecuada. La orquesta estuvo lejos de infundir al conjunto acentos y clímax puramente verdianos, y los cantantes se lanzaron a una impactante exhibición vocal incluyendo todos los agudos y sobreagudos no escritos originariamente pero que los sucesivos divos y divas han ido incorporando para su propio lucimiento a lo largo de los años. Ahora bien, si lo que se pretendía era pasarlo estupendamente asistiendo a un emocionante espectáculo de ópera, no había mejor ocasión.

Leo NucciES Rigoletto. Ha cantado tantas veces el papel y lo tiene tan asumido en su interior que, pese a sus puntuales excesos interpretativos, te lo crees completamente. El personaje le surge de forma natural. Se planta la joroba y se transforma. Si algún día me contasen que este hombre ha acabado en su vida personal, como le pasó a Johnny Weissmüller con Tarzán, creyéndose el personaje interpretado y entrando en el comedor de la residencia de la tercera edad gritándoles a todos “Cortigiani, vil razza dannata”, me lo creería sin dudar.

Vocalmente tiene más trampas que una película de chinos, empuja la voz, utiliza portamentia cascoporro, pero, a sus ¡71 años! el derroche que lleva a cabo en escena es brutal y digno de elogio. Y, lo que es más importante, logra alcanzar de forma inmediata el punto sensible del espectador transmitiendo emoción en estado puro, lo cual tiene mucho más mérito teniendo en cuenta que no baja el piloto automático del forte y no ofrece ni un solo matiz.

Pese a su edad, la voz, aunque pueda denotar cierto desgaste, se muestra sin apenas vibrato, su fiato sigue siendo muy respetable y su potencia y técnica de emisión permanecen incólumes. El incisivo fraseo de Nucci emociona y conmueve, retratando a la perfección las diferentes facetas del personaje, desde el arrastrado siervo sin reparos para ser cruel, al amante padre o al ultrajado progenitor  dispuesto a la despiadada venganza.

En ese sentido, su “Cortigiani” y el subsiguiente “Ebben, piango”, me parecieron antológicos, diferenciando de forma maestra las dos secciones, dando una lección de interpretación operística. Me gustó bastante más que la “Vendetta”, más atropellada y efectista, la cual, como no podía ser de otra forma, bisó a telón bajado en compañía de la Pratt con el público puesto en pie. De hecho me comentaron que la bisó hasta en el ensayo general. Nucci es así. That’s entertainment!.

Cuando escuché las primeras notas de Celso Albelo como Il Duca, no pude evitar recordar a Alfredo Kraus. Cierto es que las voces de ambos difieren y que la composición que del personaje realiza Albelotiene una vertiente mucho más golfa que aquel elegante duque que encarnaba Kraus, pero me pareció evidente que el desaparecido maestro es la clara referencia de su joven pupilo. Tengo que decir, ante todo, que me gustó muchísimo Albelo. Y eso pese a que a su fraseo le falte un punto de expresividad y a que comenzó un tanto inseguro y sin acabar de colocar bien la voz, pero en el dúo con Gilda estuvo formidable y su recitativo y aria “Ella mi fu rapita… Parmi veder le lagrime” me parecieron referenciales. Elegancia canora de muchísimos quilates, con impecable dicción, exhibición de fiato y un exquisito canto ligado que no se vio afectado ni pese a los estirados tempi que imponía Halffter. En “La donna é mobile” remató con una nota final eterna, quizás efectista en demasía, pero la noche pedía excesos.

Uno de mis principales alicientes para esta excursión sevillana se centraba en escuchar a la soprano australiana Jessica Pratt, de quien me habían hablado especialmente bien; y no me defraudó en absoluto. Lejos de muchos de los jilguerillos que asumen el papel de Gilda, la Pratt tiene una voz brillante y con cuerpo, con unos agudos timbradísimos, bien emitidos y mejor colocados, de impecable afinación. Dio todo un recital de medias voces, filados, pianísimos y trinos espectaculares que enriquecían su elegante y muy bien ligado fraseo de forma magistral. Haber podido disfrutar en directo, en apenas quince días, de dos voces de soprano como las de María Agresta y Jessica Pratt, es un lujazo.

Posiblemente, Maddalena no sea el rol más adecuado para que se desplieguen las virtudes vocales de María José Montiel, quien se encuentra más cómoda en tesituras no tan graves, pero, a pesar de ello, la mezzosoprano madrileña llevó a cabo una actuación excelente, dotando al personaje de una enorme expresividad, sabiendo transmitir sus diferentes estados de ánimo pese a la brevedad del papel, y con una tremenda carga sensual (a la salida casi había tantos comentarios alusivos a las bonitas piernas de la Montielcomo sobre el bis de Nucci). En el cuarteto se mostró soberbia, afinadísima, perfectamente audible y en conjunción perfecta con el trío protagonista, lo que en una Maddalenano suele ser muy habitual.

El bajo ruso Dmitri Ulianov, a quien vimos el año pasado en Les Arts como rey René de "Iolanta", fue un contundente y muy notable Sparafucile de profundas resonancias, voz potente y, aunque su canto no sea especialmente refinado, de intencionado fraseo con el que logró dibujar de forma efectiva la maldad del personaje.

Todo el resto del reparto funcionó también muy bien, sin que nadie desluciese el relevante nivel vocal general, mereciendo destacarse el buen Monterone de Miguel Ángel Arias, con una voz francamente interesante, a quien pienso que perjudicaba un tanto la caracterización empleada para avejentarlo, con postizos impropios hasta de la cabalgata de reyes.

No me convenció en absoluto Pedro Halffter al frente de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Interpretar a Verdiexige saberle dar a la partitura todo el protagonismo dramático que la genialidad del compositor de Busseto le otorgó. Y Halffter no supo o no quiso. Su empleo de tempi y dinámicas se me antojó caprichoso, sin responder al devenir narrativo y emocional del drama, siendo la monotonía e insulsez la tónica dominante de su lectura. Hubo pasajes de una morosidad exacerbada, como en “Parmi veder le lagrime”, donde no sólo la orquesta no respiraba con los cantantes, sino que les colocó en una situación muy comprometida que sólo se salvaba gracias a la técnica individual de los intérpretes. Curiosamente, o no, Nuccifue quien menos padeció estas lentitudes. Posiblemente el ser la estrella de la función influyera en ello.

Para no ser del todo injusto diré que hubo momentos donde la orquesta brillo con más relevancia, como en las entradas de Monterone o en la escena de la tormenta y el último acto en general, donde el cuarteto fue bien conducido.

Muy importante me pareció sin embargo la aportación del Coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza. Si en el aspecto orquestal cualquier comparación que se pudiese hacer con la agrupación que escuchamos habitualmente en Les Arts no se sostenía, en el caso del Coro no ocurrió lo mismo. Sonó fantásticamente bien con un ajuste, sonoridad y empaste de primera línea. Todo un descubrimiento.

En cuanto a la dirección escénica, se trataba de la concebida por Stefano Vizioli para el Teatro Regio di Parma. De corte absolutamente clásico, como le gusta a Nucci, con una escenografía especialmente vistosa en el primer cuadro, sirvió a la perfección para contribuir a la sensación de estar viviendo una noche operística de las de antaño, si bien el trabajo escénico como tal me pareció pobre, sobre todo en lo que a la dirección de actores se refiere.

Pienso que se resolvió bastante hábilmente el último acto, aunque, en este caso, la colocación de los cantantes durante el cuarteto en alturas diferentes creo que es un error. Tampoco se solucionó adecuadamente la voz interna del tenor que sonaba claramente a nivel del escenario y no desde la ventana donde se supone que se encontraba. Pero esta noche, más que nunca, la dirección escénica era lo de menos.

El público, que llenaba totalmente el recinto sevillano, con presencia de caras conocidas de la jet local y muchos aficionados desplazados de toda España, enloqueció literalmente con el espectáculo ofrecido y jaleó y braveó puesto en pie a todos los intérpretes, llegando en el bis de la Vendetta a no esperar ni a que Nucci acabase de cantar. Pocas veces he visto, además, tal cantidad de gente intentando entrar en los camerinos al acabar la función.

Aunque si de verdad hubo algo que nunca había visto en un patio de butacas de un teatro serio de ópera, fue lo que aconteció cuando Celso Albelocomenzaba a afrontar “È il sol dell'anima”: una ruidosa bolsa de plástico empezó a sonar insistentemente, pese las protestas de los que nos encontrábamos cerca del humanoide con gafas autor de semejante concierto que no cesaba. Cuando finalmente paró el ruido, mi compañera de butaca me hizo señas de que mirase al personaje en cuestión y allí estaba el señoritingo de la bolsa metiéndose entre pecho y espalda un bocata tamaño fagot y chuperreteándose sus pezuñas… Al encenderse las luces, apenas unos minutos después, mi amiga le llamó la atención ante la falta de respeto con los artistas y el público de su comportamiento y su respuesta fue que éramos “muy sensibles”, con lo que todos los que por allí estábamos a punto estuvimos de demostrarle que lo único sensible iba a ser su nariz al día siguiente.

En fin, no me alargo más. Hasta aquí mi crónica para dejar constancia de otra inolvidable jornada operística y de un estupendo fin de semana gastronómico-cultural que quiero agradecer a todos los amigos y amigas que me ayudaron a pasarlo todavía mejor, y muy especialmente a nuestros anfitriones Joan, Gabriel y Cayetana. Esperemos poder repetir muy pronto otra escapada.