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lunes, 7 de mayo de 2018

"TOSCA" (Giacomo Puccini) - Palau de les Arts - 06/05/18

Ayer se estrenó otra Tosca en el Palau de les Arts… Y ya van tres desde que se inauguró. Con todas las obras de primera línea que hay en el repertorio operístico que todavía no se han estrenado en este teatro, se sigue insistiendo hasta el hartazgo en unas pocas, como es el caso de Tosca. Ya no hablo de obras o autores más singulares, sino que incluso dentro de la producción de los omnipresentes Puccini o Verdi tenemos óperas importantes como La fanciulla del West, Il Trittico, Ernani, Un ballo in maschera o Falstaff, que aún no se han escuchado, mientras que algunos tenemos ya un cierto empacho de chuparnos tanta Traviata, Butterfly, Turandot o Tosca. Pero claro, mientras se sigan agotando las localidades con estas obras es complicado que los gestores del teatro (si es que los hay actualmente) se planteen renunciar al recurso fácil de su programación en modo pepino.

Y hablando de gestores, la indolencia y desvergüenza de los actuales irresponsables culturales de la Comunitat respecto la situación que se vive en Les Arts, alcanza ya cotas que poco tienen que envidiar a las que en su día consiguieron otros nefandos personajes como Lola Johnson o María José Catalá. Se suponía que en marzo se iba a anunciar el concurso público para cubrir la vacante originada por la dimisión de Davide Livermore; estamos en mayo y el silencio es la única respuesta. La temporada próxima sigue sin hacerse pública. El desconcierto respecto al futuro de la dirección musical de la Orquestra de la Comunitat Valenciana es total tras la dimisión de Fabio Biondi, sin que nadie quiera aventurar nada ni se establezcan contactos en tanto no haya un nuevo director artístico. El Cor de la Generalitat anuncia drásticas medidas de protesta respecto a su situación y les torean con bonitas palabras vacías de hechos y soluciones concretas. La situación general del teatro es caótica y esperpéntica, pero lo más bochornoso de todo es que quienes deberían tomar medidas, o al menos dar la cara (dura) para no transmitir esta imagen de vacío de poder y de ideas, callan y se desentienden por completo, demostrando que esto no les importa nada. Luego cuando no haya nadie que se interese por venir a Valencia como director artístico o director musical igual hasta se extrañan.

Mientras tanto, los trabajadores y el equipo técnico del teatro, así como los miembros de la orquesta y del coro, siguen dando lecciones de profesionalidad, haciendo que todo funcione con apariencia de normalidad.

Y para completar el sainete, va y resulta que, en medio de esta juerga padre que vivimos, la dirección escénica de la Tosca estrenada ayer es de nuestro amigo el ex intendente Davide Livermore, quien se presentó ayer en Les Arts cojeando y apoyándose en una muleta (supongo que no sería una lesión de retorcerse por el suelo de risa viendo el panorama que ha dejado). La producción presentada pertenece al Teatro Carlo Felice de Genova y contiene rasgos bastante habituales en sus trabajos: hay claras influencias del lenguaje cinematográfico (aunque particularmente me ha parecido una sandez eso que ha dicho de que se presentaba la historia como un plano secuencia), no faltan algunos vídeos con nubarrones, la dirección de actores está trabajada, la escenografía es escueta pero efectiva, y, aunque pueda haber alguna pequeña licencia efectista, la propuesta no deja de ser enormemente clásica y fiel al libreto.

Toda la acción se desarrolla en una plataforma triangular imitando mármol, por supuesto muy inclinada, que igual servirá para escenificar la iglesia de Sant'Andrea della Valle en el primer acto, el despacho de Scarpia en el Palazzo Farnese en el segundo, o el Castel Sant’Angelo en el tercero; y el caso es que funciona bastante bien. Las velas tendrán también un importante protagonismo, tanto en la iglesia, como en los candelabros de Scarpia o en la celda de Cavaradossi. El gran valor de la escenografía es su movilidad y a su vez constituye uno de sus principales defectos. La plataforma girará frecuentemente ayudando a crear la diferenciación de ambientes de las distintas escenas sin interrupciones (a eso supongo que se refería Livermore cuando hablaba del plano secuencia) con diferentes puntos de vista y permitiendo un fluido movimiento de personajes. Además de eso, el giro se utilizará para ofrecer al espectador distintos niveles de la acción, permitiendo, por ejemplo, que veamos la tortura de Cavaradossi mientras Scarpia presiona a Tosca para hacer guarreridas, vulnerando el libreto pero potenciando el crescendo dramático. La diferenciación de planos de la acción jugará también un papel simbólico, con el poder eclesiástico arriba y el pueblo debajo, o con Tosca en lo más alto tras asesinar al vil Scarpia. La entrada en escena de éste es impactante, con el malvado personaje plantado en el vértice de la plataforma dominando la acción como una especie de Capitán Ahab en la proa del Pequod.

El problema estriba en que se abusa del efecto giratorio, que bien administrado es interesante pero que acaba por cansar y marear al espectador que sale de la sala con los ojos como Marty Feldman. Además se desluce el drama dando la impresión a veces de que los cantantes se encuentren en un tiovivo. Y para rematar, el carrusel y las alturas también afectan a las voces de los cantantes que pierden proyección. Y encima la plataforma al girar hace ruido que interfiere la música.

Durante el primer acto se ofrece al fondo del escenario la imagen circular, como un gran ojo vigilante, de la cúpula de la iglesia de Sant'Andrea, con los famosos frescos de Giovanni Lanfranco. También vemos en diferentes momentos aparecer de fondo los conocidos nubarrones livermorianos, y la imagen de un Cristo que durante la tortura a Cavaradossi sangrará, mientras que durante la cantata y en el Vissi d’arte lo que asomará será una especie de figura alada (¿paloma, ángel…?) bastante cursi. En el tercero veremos la luna y un paisaje, se supone que del Tíber, bastante cutrecillo, como de cuadro de sala de espera de Gestoría Martínez. También queda un poco ridículo que cuando Scarpia se quita el chaleco y se acerca a Tosca para cepillársela, desde algunas zonas del teatro se le viera la camisa manchada de sangre antes de que la diva le clavara el cuchillo. Debería controlarse igualmente la carga de los fusiles de la ejecución de Cavaradossi, pues el elevado volumen de chispas que sale, a buen seguro que acaba impactando en el tenor, que a este paso cuando llegue la última función parecerá Niki Lauda.

El vestuario creado por Gianluca Falaschi es más clásico que el peinado de Matías Prats Jr y absolutamente fiel a la época y libreto; mientras que en la iluminación se opta por un trabajo que resulte adecuado a la acción, sin especiales efectos, bastante básico. El final, para el que dice Livermore haberse inspirado en el film Cielo sobre Berlín de Wenders, es efectista y sorprendente, no tanto por lo que pasa sino por la forma de reflejarlo. Me resisto a comentar nada más para no hacer spoiler a quien todavía no la haya visto. Yo salí con sentimientos encontrados respecto a la propuesta del regista turinés, hubo cosas que me parecieron interesantes y otras que me cargaron, pero creo que en términos generales sirve a su propósito.

Al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana volvió a situarse Nicola Luisotti, quien ya nos ha visitado anteriormente en un par de ocasiones, dejando un buen recuerdo tanto en Mefistofele como en Nabucco. Independientemente de la labor que lleve a cabo, que considero que fue buena, es increíble el buenrollismo que desprende este hombre que permanece con la sonrisa en los labios durante toda la función. Luisotti dirigió con pulso, energía y precisión y un gran control de todas las secciones y de la escena, aunque yo quizás eché de menos un mayor refinamiento y una mayor puesta de relieve de los contrastes que tiene la partitura. Impuso de inicio unos tempi lentos que pusieron en algún apuro a los cantantes. También hubo abuso del volumen orquestal que castigó puntualmente las voces. Creo que al final del acto primero y en el tercer acto es donde la orquesta ofreció sus mejores prestaciones, logrando una intensidad dramática imponente, con una sección de cuerda absolutamente espectacular. Las flautas tuvieron también una noche inspirada tanto en el foso como en la gavota interna del segundo acto. Excelente fue la intervención de las trompas al inicio del tercer acto, o la introducción del clarinete de Tamás Massányi a E lucevan le stelle,  y maravillosos de nuevo los violonchelos en la escena previa de ese acto tercero, por cierto comandados por un nuevo solista del que ignoro su nombre.

El Cor de la Generalitat había anunciado posibles acciones de protesta, incluyendo la huelga en esta Tosca, si la administración autonómica no resuelve adecuadamente la incertidumbre de la agrupación por la situación de interinidad de sus miembros. Parece ser que se les ha emplazado para ofrecerles próximamente una propuesta y las acciones de protesta se han suspendido de momento. Ojalá todo se solucione de la mejor forma posible, que no es otra que garantizando la estabilidad y consolidación de todos sus componentes, con las medidas que sean necesarias, ordinarias o extraordinarias, para preservar este irrenunciable activo cultural de la Comunitat. Aunque conociendo el percal, más bien huele la cosa a un intento de ganar tiempo y evitar la repercusión mediática de una huelga en Tosca.

No es extensa la participación del coro en la obra, pero sí determinante en ese impresionante Te Deum en el que volvieron a mostrarse inmensos. También fue muy relevante su entrada del primer acto y una cantata del segundo espléndida. Muy bien estuvieron también los niños y niñas de la Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet.

El papel protagonista de Floria Tosca ha estado interpretado por Lianna Haroutounian, una cantante que saltó a la fama internacional en el Don Carlo de 2013 en el ROH londinense dirigido por Pappano y protagonizado por Jonas Kaufmann, cuando tuvo que hacer una sustitución de última hora de la soprano prevista, Anja Harteros, consiguiendo un importante éxito. La soprano armenia tiene un instrumento privilegiado, con una voz lírica de indudable belleza en el centro que corre perfectamente por la sala con potencia y riqueza tímbrica. Se muestra poderosa y resplandeciente en el agudo y con muchas más carencias en una zona grave donde cambia el color. El reproche que yo le haría es la falta de matices, sin un solo intento de regulación; no obstante lo cual logró transmitir una gran expresividad dramática a momentos como el dúo con Scarpia del primer acto, con un estupendo Dio mi perdona... Egli vede ch'io piango!, la escena del interrogatorio o el dúo final con Cavaradossi. En el Vissi d’arte cantó con emoción e incisividad, pero yo eché en falta también una mayor variedad de intensidades.

Bastante menos me gustó el Cavaradossi del tenor surcoreano Alfred Kim, quien desde hace un año está siendo más noticia por motivos ajenos a lo artístico, tras ser condenado en Francia por violencia de género, lo que ha motivado que diversos teatros le hayan vetado. No ha sido el caso de Les Arts. Si le reprochaba yo antes la falta de matices a la soprano, lo de Kim fue ya de matrícula. Su fraseo tarzanesco no bajaba del forte, destrozando cualquier atisbo de lirismo que pudiera contener la partitura, con el agravante de que, además, su proyección, salvo en los territorios más agudos, no siempre superaba la barrera orquestal. Su momento de lucimiento en el adiós a la vida quedó así sepultado entre vozarrones desaforados, transmitiendo menos emoción que un percebe sesteando. Tan sólo en O dolci mani apuntó una aproximación a las medias voces, con mejores intenciones que resultados. El resto de su actuación fue una pura exhibición de músculo y potencia en el agudo, donde brilló notablemente. Tanto en La vita mi costasse del primer acto como en los Vittoria del segundo, nos regaló sendos impecables pepinazos en los que su voz, que en el centro se mostraba tirante, temblona y mate, sonaba limpia y liberada.

Claudio Sgura fue un Scarpia para olvidar. De medios mucho más limitados que sus compañeros de reparto, el barítono italiano se mostró absolutamente incapaz de otorgarle al personaje la presencia y autoridad que requiere.  La voz no es fea pero se le quedaba en la nuez, no llegando ni al proscenio. El Te Deum en lugar de ser su momento de lucimiento parecía una imitación de Harpo Marx, resultando totalmente inaudible. Y el segundo acto se quedó en una burda pantomima de un Scarpia sin carácter y más blandito que Bambi. Fue sin duda el más perjudicado por el torrente decibélico orquestal, pero intuyo que ni con un cuarteto de cuerda hubiera estado a la altura.

Entre los comprimarios destacaría el buen Sacristán de Alfonso Antoniozzi y el Spoletta del siempre entregado Moisés Marín  (tanto, por cierto, que el día del ensayo general a punto estuvo de partirse una pierna resbalando en la traicionera rampa inclinada ideada por Livermore).

Un Angelotti irrelevante y para desechar compuso el ex miembro del Centre de Perfeccionament Alejandro López, muy justo en lo vocal y en lo interpretativo, al que además se le castigó con una pinta lamentable de naufrago de Forges. Y muy justito el Sciarrone de César Méndez. Bastante más correcto fue Andrea Pellegrini como Carcelero.

Sí me gustaría reseñar la estupenda intervención del joven Alejandro Navarro miembro de la Escolanía de la Mare de Déu dels Desamparats como Pastorcillo.

Con todo el papel vendido desde hace meses, el teatro, como era de esperar, presentó un aspecto espléndido con un lleno absoluto. En el palco, pese a tratarse de una ópera de las fáciles, de las que pueden asimilar sin sueño hasta los altos cargos públicos, no se vio a ningún relevante marzalito. Hubo toses a cascoporro y la habitual estampida final a la carrera sin esperar ni a que se levante el telón, pese a que, al ser domingo, no eran las 9 de la noche cuando finalizó. Me parece impresentable y una falta de respeto que pone en evidencia la poca educación de una gran parte del público de Les Arts. Un público que, por cierto, se mostró bastante frío toda la noche. Al final hubo aplausos generalizados, pero sólo una ovación intensa para la pareja protagonista. Había cierto morbo por ver la reacción del respetable durante los saludos de Livermore como director de escena en el retorno a su teatro, pero pasó sin pena ni gloria. Fue tibiamente aplaudido y no se escucharon protestas, lo cual ya es bastante.

Bueno pues esta temporada, entre dimisión y dimisión, se nos está pasando en un suspiro. Apenas quedan algunas funciones en el infame Auditori, más la imprescindible Condenación de Fausto de Berlioz en la sala principal. Mientras tanto seguiremos esperando a que los responsables autonómicos despierten de su letargo y tomen decisiones cuanto antes respecto a la dirección artística, y a que se publicite de una vez la próxima temporada. Parece que Ramón Gener tiene ya reservada una fecha de junio para hacerlo; pero espero que antes haya algún anuncio oficial y, sobre todo, que finalmente de verdad haya una temporada operística medio decente.


sábado, 2 de mayo de 2015

"NABUCCO" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 30/04/15

El jueves se produjo el estreno de la última ópera de la temporada en la sala principal del Palau de les Arts. Aún queda el Narciso de Scarlatti que se subirá al escenario de la sala Martin i Soler el próximo día 22, pero con Nabuccofinaliza oficialmente la más corta y convulsa temporada del teatro de ópera valenciano hasta la fecha.

De la próxima nada se sabe oficialmente. Todas las buenas palabras del nuevo Intendente, Davide Livermore, asegurando que este año se iba a anunciar la programación a finales de marzo o primeros de abril, ha quedado en una nueva tomadura de pelo de Les Arts. Ya estamos en mayo y únicamente se han lanzado rumores de títulos, pero sin concretar fechas, lo que hace que, ni público, ni músicos, ni coro, puedan programar sus agendas para el ejercicio próximo. Y, lo que es peor, dadas las fechas en las que nos encontramos, con unas elecciones a la vuelta de la esquina, en las que se auguran aires de renovación, o se anuncia rápidamente la programación o me temo que llegaremos de nuevo a verano sin saber nada y con demasiadas incertidumbres sobre el futuro.

Esas próximas elecciones también puede que sean el motivo de que ayer en Les Arts no se viese a ningún político valenciano de primera línea, más allá del imputado y dimisionario vicealcalde Alfonso Grau. Eso no es malo. Estuvimos todos más a gusto y olía mejor el patio de butacas, pero deja de manifiesto que el interés por la cultura operística de los políticos valencianos es nulo.

La producción presentada de Nabucco, originaria de la Bayerische Staatsoper, cuenta con la dirección escénica del griego Yannis Kokkos. Hubo quien asistió al ensayo general y me había comentado que era de las peores cosas que había visto en Les Arts, así que iba francamente atemorizado frente a lo que me podría encontrar. Y lo cierto es que a mí no me desagradó, pese a algunos reproches que se le pueden hacer.

De Kokkosyo conocía su buen trabajo en ese Les Troyens referencial del Châtelet parisino, con Antonacci, Kunde y Graham. Y por esa línea van los tiros de este Nabucco. Una propuesta atemporal, con los judíos vestidos de negro y los babilonios de azul oscuro con cascos y metralletas (por cierto, merece especial castigo y tortura las horrorosas pelucas azules de las mujeres babilonias).

La escenografía está limitada a seis cubos dorados y una escalinata para el templo de Salomón y un gran cubo para el palacio de Babilonia. Paneles móviles y poco más. Tan sólo hay un gran cambio escénico para la ejecución del celebérrimo Va pensiero, donde el coro, representando al pueblo judío, se sitúa tras una gigantesca alambrada, en una nada original alusión a los campos de concentración. Quizás una referencia al muro que aísla Cisjordania de Israel, señalando a los palestinos como nuevos oprimidos, hubiese sido una apuesta más valiente, pero líbreme Alá de dar lecciones a los registas.

La propuesta es oscura, con estudiados juegos de luces. Las alusiones al Dios judío son subrayadas por unos fogonazos de luz sobre la platea muy molestos para los espectadores, aunque efectivos para transmitir el poder de Jehová (siempre que digo Jehová no puedo evitar acordarme de “qué bueno está el bacalao, por Jehová”, de La vida de Brian). Por su parte, la entrada de Nabucodonosora caballo en el templo de Salomón es sustituida por una aparición en una plataforma móvil envuelta en una inmensa nube de humo, propia de Lluvia de Estrellas, aunque en este caso Dimitri Platanias no se convierta en Renato Bruson.

La dirección de actores no presenta tampoco novedades ni se denota en ella un trabajo especialmente exhaustivo. En resumen, nos encontramos con una labor de dirección escénica que no resulta rompedora ni aporta nada nuevo, manteniéndose en una concepción básicamente clásica, pese a los anacronismos que dotan de atemporalidad a la propuesta; pero el conjunto a mí me resulta positivo y adecuado para el desarrollo de la historia.

A mi juicio, lo peor del trabajo escénico estriba en las largas interrupciones entre los cuadros de las diferentes partes o actos. Esas paradas a telón bajado hacen decaer completamente la tensión dramática y lastran negativamente una propuesta que, por lo demás, no está mal.

En el foso de la sala principal de Les Arts tomaba la batuta por primera vez el director italiano Nicola Luisotti, quien ya había estado al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana en Mefistófeles, de Boito, hace cuatro años, pero en el infecto Auditori.

El trabajo de Luisotti me pareció notable. La obertura fue electrizante, combinando momentos de reposado lirismo, deleitándose casi en el alargamiento de los compases, con otros llenos de garra, viveza, fuerza y expresividad, sometiendo a la orquesta a un esfuerzo mayúsculo. Tanta fue la fuerza y el ímpetu en la dirección, que antes del descanso ya había salido una batuta quebrada volando, cayendo en el regazo de mi amigo Nibelungo.

Esa combinación de tempi reposados y enérgicos, siguió a lo largo de la función, llegando en algún momento a dar la impresión de arbitrariedad en su elección; aunque lo importante es que la tensión se mantenía y las emociones se subrayaban adecuadamente. Yo le reprocharía quizás, como a tantas otras batutas que han pasado por este foso, la tendencia a despacharse con decibelios a cascoporro, llegando a tapar a las voces más de una vez, y eso que alguna de ellas estaba sobrada de volumen. Se ve que se encuentran a los mandos de este Ferrari que es la orquesta de Les Arts y no pueden evitar apretar el pedal a fondo para hacerla brillar en toda su intensidad. Y esto desde luego se logró, la orquesta brilló en plenitud, con unos sonidos extraordinarios. Incluso hasta en el “momento banda de pueblo” de la marcha fúnebre, donde la banda interna sonó estupendamente bien.

Entre los músicos debe destacarse la magistral exhibición de la que volvió a hacer gala Álvaro Octavio a la flauta. Algunos piensan que exagero o que es amiguete mío y por eso siempre le destaco, pero lo hago porque realmente cuando él toca la flauta en el foso, se nota para bien. También es de justicia reseñar las extraordinarias intervenciones de Rafal Jezierski con el violoncello, así como a las arpistas y a Ana Rivera con lo que me pareció ser un corno inglés.

También hay quien me cuestiona porque siempre digo que el Cor de la Generalitat ha estado muy bien. Pues nada, irse preparando a repetirlo, porque en este Nabucco, donde el coro tiene un papel protagonista, esta agrupación ofrece su mejor cara y se me queda corto cualquier adjetivo que pueda buscar para alabar su fabuloso rendimiento en el estreno. Es verdad que al comienzo hubo algunos desajustes en las primeras intervenciones e incluso demasiada tensión y alguna destemplanza en las voces graves masculinas, pero a lo largo de la velada fue yendo todo a mejor, hasta alcanzar la excelencia.

Es de reconocer el enorme mérito que tuvo responder a las exigencias de la casi permanente presencia en escena, ahora de judíos, ahora de babilonios; así como aguantar los embates decibélicos de Luisotti, pese a que, al fin, parece que hubo refuerzos masculinos. Posiblemente, esa exigencia de volumen impuesta por la dirección musical vuelva a dar pie a la injustificada crítica de esas, cuya sordera o ignorancia, les lleva a empeñarse en afirmar que este coro sólo sabe cantar en forte. Porque desde luego se empleó el forte, y mucho, pero con una calidad mayúscula. Y únicamente la estulticia o la mala fe pueden justificar una crítica negativa al trabajo del Cor de la Generalitat en Nabucco. Todo el público esperaba la llegada del Va pensiero y, pese a la ocurrencia escénica de meter al coro tras una verja y retirados de la boca del escenario, no quedamos defraudados. Creo que es complicado cantarlo mejor y solamente por escuchar la eterna nota final mantenida en diminuendo vale la pena chuparse los siete Nabucco. Por cierto, aprovecho para pedir a los espectadores de próximas funciones que hagan como en el estreno, y no se apresuren en aplaudir al coro para disfrutar de esa maravillosa nota hasta su extinción.

Mientras esperamos a ver si finalmente se confirma que el veterano Leo Nucci acude a protagonizar las tres últimas funciones (días 10, 12 y 14 de mayo), el papel de Nabucco fue asumido ayer por el barítono griego Dimitri Platanias. De entrada, Platanias, pobrecico mío, tiene más aspecto de tractorista que de rey de Babilonia y, aunque tampoco hubo caballo en su entrada en el templo, nadie se hubiera extrañado de verle irrumpir en escena en una mula mecánica. El hombre tiene un importante exceso de peso que le dificulta su movimiento escénico y le coloca en ocasiones al límite del colapso. Daba penica verle congestionado y sudando más que Catalá en un examen de cultura general. Pero en lo vocal, que es lo fundamental, estuvo más que correcto.

A mí me fue gustando más conforme avanzaba la representación. Al principio me desagradaba un poco una emisión un tanto forzada y tosca, así como su poco tacto para el matiz, pero tanto en el dúo con Abigaille del tercer acto como en su aria, estuvo francamente bien, permitiéndose incluso alguna regulación, aunque sonase más a cantar bajito que a media voz pura, destacando sus acentos de puro sabor verdiano. Porque es que, si algo realmente destacaría de Platanias, es que al escucharle se escuchaba el sonido y los acentos del barítono verdiano.

Lo mejor de la noche junto con el Cor de la Generalitat, a mi juicio, fue la espectacular Abigaille que ofreció la italiana Anna Pirozzi, una soprano de la que no tenía referencia alguna, pero a la que habré de seguir la pista. Tiene la Pirozzi una apariencia que impone, por envergadura. Como imponente resulta también su enorme voz con tintes de spinto. Tiene densidad y cuerpo en la zona central y grave y se maneja con insultante poderío por la parte alta de la tesitura, clavando unos agudos y sobreagudos impactantes, aunque el del final del dúo lo chilló sin paliativos.

Pero, ¿qué Abigaille no chilla y se descompone ante semejante papel infernal? Siempre me ha llamado la atención que Giuseppina Strepponi pudiese acabar enamorándose de Verdi después de haberle hecho éste pasar por la tortura de cantar el personaje. Los diabólicos saltos interválicos escritos por el de Busseto, fueron ejecutados por Pirozzi con una solvencia magnífica. Bajadas al grave y subidas al agudo en una montaña rusa sin tregua que Pirozzi supo domar con maestría y belleza canora. Además, mostro una amplia gama de matices, con unas regulaciones bellísimas y algún ataque en piano sobresaliente. En la coloratura estuvo más justa, pero, en cualquier caso, estamos ante una espléndida Abigaille, sin duda alguna.

Más decepcionante fue el Zaccaria de Serguéi Artamonov a quien tuvimos la ocasión de escuchar muy recientemente en el Oroveso de Norma. Le faltó contundencia vocal en los graves que sonaron en demasiadas ocasiones eructados, y mostró tiranteces en las subidas al agudo.

Varduhi Abrahamyan, reciente Adalgisa en Norma, volvió a encantar al público, como Fenena, con su bello timbre, llevando a cabo una buena actuación pese a su plana expresividad.

Mucho menos me gustó el Ismaele de Brian Jadge. Sonidos abiertos, destemplanzas y problemas de afinación lastraron sus intervenciones, presentando también más limitaciones en su comportamiento dramático y escénico que un actor de teleserie española.

Muy correctos el Abdallo de David Fruci y, sobre todo, la Annade Hyekyung Choi. No me gustó nada Shi Zong como Sumo Sacerdote, totalmente irrelevante y con una emisión que parecía provenir del mismo ojete. Quiero pensar que estos tres cantantes serán alumnos del Centre de Perfeccionament, aunque no aparezca así reseñado en la web de Les Arts.

El recinto de la sala principal presentaba un aspecto magnífico, con muy pocos huecos, y es que este Nabucco parece que va a ser lo más vendido de la temporada. El público estuvo bastante frío, no lanzándose a aplaudir con entusiasmo más que el Va pensiero y al finalizar la representación, donde fueron todos los intérpretes muy ovacionados, destacando, con justicia, los bravos al coro y a Anna Pirozzi. La dirección escénica fue acogida con tibios aplausos.

De nuevo me veo en la obligación de denunciar el comportamiento de una de las personas que vigilan las puertas. Una amiga me comentó que en el tercer piso se puso a hablar por el pinganillo a mitad de representación, molestando a los espectadores, y cuando estos le reprocharon su actitud, contestó que estaba solucionando un problema técnico. Vamos a ver, si tienes un problema técnico que comentar, te sales fuera de la sala, y no molestas al público.

Bueno, pues, lamentablemente, esta agitada y breve temporada va llegando a su fin. Sólo nos quedan estas seis últimas funciones de Nabucco, que recomiendo que no os perdáis, y el Narciso que se estrena el 22 de mayo. Este año nos quedamos sin Festival del Mediterrani. No sé si el nuevo Intendente nos obsequiará con algún concierto o recital sorpresa. De momento, la sorpresa que nos está ofreciendo es faltar a su palabra de que anunciaría en marzo la temporada 2015/2016. Seguiremos esperando.


jueves, 28 de abril de 2011

"MEFISTOFELE" (Arrigo Boito) - Palau de les Arts - 27/04/11


Ayer se estrenó en el mal llamado Auditorio del Palau de les Arts la última ópera de la temporada valenciana, con la versión en concierto de la obra de Arrigo Boito “Mefistofele”, una página que no es de las más habituales en el repertorio de los principales teatros operísticos, pero que tiene un indudable interés musical, con algunos momentos bellísimos.

Las óperas en versión concierto no son precisamente santo de mi devoción. El componente escénico es parte fundamental de una ópera, aunque resulte fallido, y cuando éste es suprimido, al resultado final, aunque sea muy positivo como es el caso de ayer, a mí me cuesta seguirle llamando ópera. Es otra cosa. Hay quien defiende que prefiere estas versiones en concierto que algunas puestas en escena que destrozan el libreto. Pero no es mi caso.

Asumo que los tiempos de crisis que vivimos requieren ajustes y que una forma de rebajar costes en este campo es recurrir a este tipo de representaciones. Lo acepto, pero inevitablemente mi interés decae. Y mucho me temo que esto sólo es el principio y las óperas en versión concierto aumentarán la próxima temporada (sí, esa que aquí sigue sin desvelarse oficialmente, cuando en todos los teatros decentes del mundo hace ya tiempo que se han anunciado con todo tipo de detalles sobre obras, fechas e intérpretes).

A falta de escenografía, en esta ocasión se intentó ambientar un poco la cosa con una permanente salida de humo y mediante juegos de luces bastante elementales (tonalidades rojas en los pasajes diabólicos y azules y blancas en los celestiales).

El director italiano Nicola Luisotti, al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, llevó a cabo una lectura extraordinaria de la partitura. Supo extraer, con hondura, toda la riqueza orquestal concebida por Boito y cuidar los matices con pulcritud, dirigiendo con precisión y enérgico brío. Tan enérgico que, en un momento dado, la batuta salió disparada, sin que afortunadamente sacase el ojo a ningún músico. Ildar Abdrazakov la recogió y se la entregó, volviendo a tirarla al suelo el director, no sé si en esta ocasión intencionadamente o no.

Esta es una obra en la que si orquesta y coro funcionan, el éxito final está casi garantizado. Y en este caso la orquesta, sabiamente conducida por Luisotti, funcionó a la perfección en todas sus secciones, y el coro estuvo inmenso.

Y es que el gran protagonista de la velada fue sin duda alguna el Cor de la Generalitat, que ha puesto un broche de oro a la temporada con su soberbia actuación en esta partitura tan exigente, en la que consiguieron brillar de forma incontestable. Su primera intervención, entrando en piano en “Ave signor”, fue auténticamente sublime, como grandioso y sin fisuras resultó el impresionante final. Los niños de la Escolania de la Mare de Déu dels Desamparats no estuvieron al mismo nivel, aunque nada hay que objetar a su actuación.

En cuanto a los solistas, el bajo Ildar Abdrazakov, un habitual del MET neoyorquino, fue un destacado Mefistofele. Me gustó bastante. Quizás se echó en falta una mayor contundencia, sobre todo en la zona más grave, costándole sobrepasar a la orquesta, especialmente en sus últimas frases de la noche donde no sé si cantaba o se limitó a mover la boca, porque fue implacablemente tapado por el torrente sonoro coral y orquestal. Pero el ruso canta con muchísimo gusto, con una cálida voz, de bello color y nobleza tímbrica, y en “Son espíritu che nega” estuvo fantástico, con poderío.

El papel de Faust fue asumido por el tenor mejicano Ramón Vargas que repetía protagonismo en Les Arts tras su reciente éxito en “L’Elisir d’Amore” y tengo que decir que no estuvo tan brillante como en aquella ocasión. Yo salí con el convencimiento de que, además de que este papel le va menos a su vocalidad, posiblemente ayer no estuviese en perfecto estado de salud. Desde luego empezó bastante inseguro y su "Dai campi dai prati" fue francamente mejorable, mostrando algunos apuros para alcanzar y proyectar los agudos. También parecía un poco frío y falto de expresividad. De todas formas en la segunda mitad de la ópera mejoró ostensiblemente. Mostró una mayor implicación dramática, la voz corría mucho mejor y nos obsequió algunos instantes mágicos, como un muy notable "Giunto, sul'passo estremo" y un bellísimo dúo “Lontano, lontano” donde derrochó elegancia canora.

La, hasta ahora completamente desconocida para mí, soprano canadiense Yannick-Muriel Noah, como Margherita, fue una de las triunfadoras de la noche. Sé que voy a ir contracorriente de la mayoría de opiniones, pero tengo que decir que no me acabó de convencer. Su voz oscura sonaba demasiado entubada y en ocasiones daba la impresión de que le hubiesen colocado una sobrasada entera en la campanilla. Reconozco que entrega no le faltó. Lució volumen, potencia y claridad en los agudos, buen fiato, se adornó con valentía esbozando algunas medias voces y filados muy aceptables, y estuvo siempre inmersa en el papel, con gran expresividad dramática. Pero cuando una voz no te emociona, no hay nada que hacer, y a mí la Noah me dejó completamente frío. Posiblemente fuese problema mío, pero no puedo decir otra cosa.

La venezolana Lucrezia García, en el papel de Elena, tampoco me gustó. Mucho más limitada técnicamente que Noah, no pudo controlar el enorme volumen de su voz. Se mostró potentísima en los agudos, pero estos eran abiertos y chillados. Y su brusco cambio de color en los diferentes registros afeaba muchísimo la línea de canto.

Los papeles de Marta y Pantalis, poco dados al lucimiento, fueron interpretados con brillantez por la joven mezzosoprano mallorquina María Luisa Corbacho que volvía a Les Arts después de habernos dejado la pasada temporada algunas excelentes impresiones en “Cavalleria Rusticana”, “La Traviata” o “La Vida Breve”.

El tenor ilicitano Javier Agulló también intervino en dos roles, como Wagner y Nereo, que tampoco ofrecen mucho margen para destacar, y también lo hizo cumpliendo con enorme corrección. Dio la sensación de empezar algo nervioso, pero no deslució en absoluto en su dúo con Vargas del acto I.

El público, que superaba los tres cuartos de entrada pese a la coincidencia con semifinal futbolera, y entre quienes se pudo ver al maestro Alberto Zedda, respondió con fuertes aplausos al buen espectáculo ofrecido, resultando especialmente sonora la ovación para los miembros del Cor de la Generalitat y Nicola Luisotti.

No quisiera cerrar esta reseña sin referirme una vez más a ese engendro estéticamente atractivo y acústicamente deleznable que osaron denominar Auditorio en el Palau de les Arts. Que digo yo que si le hubiesen llamado Juan Manuel, el nombre le hubiese ido mejor.

Aunque respecto a los primeros años se ha mejorado algo, sigue siendo absolutamente impresentable la acústica de este recinto, fruto del onanismo arquitectónico disfuncional del señor Calatrava, que para mí que debe ser el tercero de los hermanos humoristas, porque lo que nos hace reír el jodío cada vez que vamos no tiene precio.

Ayer comentábamos algunos amigos la necesidad de que esta castaña de Auditorio deje de utilizarse para menesteres musicales y se le dé cualquier otra utilidad. Se apuntó que podría destinarse a almacén (de escenografías, de facturas de trajes, de zapatos de Mairén…); o a “ballenográfico”, aprovechando su similitud con el interior de una ballena, y Helga podría incluso servir de Pinocho; o a piscina climatizada (para rentabilizar las inundaciones); o a Falla de Sección Especial para pegarle fuego en 2012… en fin, no sé… Se abre un concurso de ideas y se admiten propuestas.

Os recomiendo leer las crónicas y comentarios de Titus y Maac.