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sábado, 28 de septiembre de 2019

LAS BODAS DE FIGARO (W.A. Mozart) - Palau de les Arts - 27/09/19


Anoche dio comienzo oficialmente la temporada de ópera 2019/2020 en el Palau de les Arts con el estreno de Las bodas de Figaro, de W.A. Mozart. Y aquí estoy yo también para ofreceros, una vez más, mi opinión sobre lo visto y oído ayer. En mi anterior entrada del blog, dedicada a los fallidos premios Helga de Oro de este año, acabé diciendo que me pensaría si continuar o no escribiendo porque el cuerpo me pedía tirar la toalla. Me lo sigue pidiendo, la verdad, pero si estoy aquí hoy es porque ayer asistí a una función muy motivadora, y, sobre todo, por las muestras de apoyo y cariño que he recibido estos días de muchos de vosotros que me han motivado más aún, así que sólo por eso creo que, aunque al final acabe haciendo lo que me salga de la bolsa escrotal, vale la pena de momento el esfuerzo de intentar seguir adelante. Gracias.

Procuraré hacerlo, eso sí, con la menor presión posible, así que si en algún momento fallo a la cita con mi habitual crónica del estreno espero que no me lo tengáis demasiado en cuenta. Sé que algunos/as que se estarían frotando las manos con mi cierre del blog igual piensan que todo ha sido mero postureo y un numerito para hacerme el interesante, pero me chupa un pie lo que opinen y quien me conoce sabe que no va conmigo ese rollo.

En esta primera temporada de Jesús Iglesiascomo director artístico nos hemos encontrado ya con la novedad de que no hay una división entre una pretemporada con precios populares y la temporada oficial a partir de diciembre. Sin embargo, en la práctica ahora la situación es similar, se ofrecen unas representaciones de ópera y zarzuela fuera de abono a precios populares, y la temporada oficial operística de abono comenzará en diciembre con Nabucco. Sea o no una mera cuestión semántica, a mí me parece muy bien que se haya decidido mantener unas funciones fuera de abono a precios muy económicos, se llamen pretemporada, temporada o Luis Manuel. Incluso podría plantearse el que hubiera una o dos funciones de cada título de temporada con precios populares y segundos repartos.

Para esta apertura del ejercicio operístico se ha elegido una coproducción del Teatro Real y ABAO que cuenta con la dirección escénica de Emilio Sagi. El último Mozartque se vio en Les Arts fue La flauta mágica que abrió la temporada pasada con importante escándalo ante una dirección escénica provocadora y claramente fallida de Graham Vick. Ya dije entonces que lo que a mí me molestó de aquella producción no fue la transgresión o innovación que pretendía darse a la historia, que aunque fuese simplona y ridícula podía tener un pase, sino cómo la propuesta perjudicaba lo esencial que es la música y el canto. Bueno, pues aquellos que salieron molestos de la Flautapor su modernez pueden respirar tranquilos, porque estas Bodas de Sagi son más clásicas que el cardado de Mairén. El director asturiano ha apostado por una puesta en escena enormemente realista, detallista y fiel al libreto en todos los aspectos, incluido el de su localización en los palacios y jardines de las cercanías de Sevilla, con una impresionante escenografía de Daniel Bianco que impacta y atrapa visualmente al espectador desde que se abre el telón. Escenografía grandiosa, pero en absoluto sobrecargada, dejando siempre espacios para el movimiento escénico.

La luz sevillana será protagonista, con un impecable trabajo ideado por Eduardo Bravo, y, junto a una inteligente dirección de actores, imprimirá un nítido carácter andaluz y castizo a la ambientación, castañuelas incluidas, destacando también el vestuario de influencia goyesca de Renata Schussheim. La dirección de Sagi incidirá sobre unos personajes que ya están magistralmente perfilados por la pluma de Da Ponte y la música de Mozart, acentuando su distinta extracción social, pero sutilmente, no perdiéndose en el discurso clasista, sino dejando siempre que sea el enredo de tintes amorosos y sensuales el que domine la trama.

Como ya ha ocurrido en otras producciones, una tela semitransparente se interpuso en ocasiones puntuales entre la acción en el escenario y los espectadores. Más allá de su intencionalidad simbólica o estética, es innegable que molesta al público, pero hay que reconocer que en esta ocasión se consiguieron algunos efectos visuales muy interesantes y se potenció la ambientación del momento. También podría discutirse sobre si la molestia supera al efecto realista o no en cuanto a los sonidos de grillos y del agua de la fuente que se incorporan a la escena en el acto cuarto. A mí, personalmente, esto no me molestó, aunque escuche algún comentario al respecto, y es verdad que pensé que ese chorrito de agua escuchándose de fondo después de tres horas de función, igual despertó el nerviosismo de las próstatas más sensibles.

En esa búsqueda de extremo realismo de la propuesta, en el cuarto acto, cuando esa tela de la que hablaba antes se eleva y deja ver con nitidez el jardín en el que se desarrolla la acción, un intenso olor a azahar invadió la sala. He de confesar que si no hubiera leído que este efecto ya se había utilizado en el paso de esta producción por otros teatros, no se me hubiera ocurrido pensar que era parte del montaje, sino que hoy estaría escribiendo que a alguna espectadora le había dado por perfumarse en mitad de la representación con un litro de colonia. Lo que me sigue intrigando es cómo lo hicieron. No creo que fuese Sagi en el patio de butacas echando frus frus a hurtadillas.

El punto más cuestionable de la producción, a mi juicio, es lo retrasada que queda toda la escenografía y el ámbito de la acción respecto a la boca del escenario, quedando una franja de tierra de nadie entre el foso y la escena que tan sólo en tres o cuatro momentos es ocupada por los personajes. Eso posiblemente contribuyó a que a algunas voces no especialmente grandes y tan retrasadas de la platea y la orquesta, costase escucharlas, aunque también es verdad que trasladar a esa zona el comienzo del cuarto acto, dotó de enorme agilidad a la transición entre el acto anterior y este.

Creo que el sentido dramatúrgico y teatral de Emilio Sagi se pone de manifiesto en esta producción con toda su intensidad, demostrando una gran inteligencia en el movimiento escénico, salvo quizás en un cuarto acto en el que esperaba más ingenio y me resultó algo parco después de la resolución de los anteriores, pero en cualquier caso fue sobresaliente. Como también me parece inspiradísimo durante toda la obra el permanente uso de la acción en segundo y tercer plano y la profundidad de campo. Además, cada personaje cuando está en escena tiene un cometido dramático, está interactuando y se ubica donde tiene que estar, no donde se le ocurre en ese momento al intérprete de turno.

Nos encontramos con una propuesta de una gran belleza estética e impacto visual, así como ajustada al libreto, consiguiendo acoplar la acción a la palabra de forma natural y sin incidir desfavorablemente en lo principal, que es lo musical; más o menos justo lo contrario que ocurrió con la Flauta de Vick. Clasicismo sin ranciedad, en definitiva, para una puesta en escena que evidencia un exhaustivo trabajo de dirección y que sabe que lo esencial es el genio mozartiano y le sirve de adecuado vehículo para llegar al espectador potenciando las emociones contenidas en la partitura y el texto con un desarrollo dramático de primera línea. Bravo.

Esta temporada, sin director titular, vamos a asistir a la presencia de muchas caras nuevas al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana. En esta ocasión ocupó el foso el director inglés Christopher Moulds, un especialista en música clásica y barroca que ofreció una lectura enérgica, de ritmo muy vivo. A mi juicio a veces en exceso, porque hubo momentos donde yo eché de menos un poquito más de reposo, como sí que hizo por ejemplo en el aria de la Condesa, Dove sono, donde pareció detenerse el tiempo, alcanzándose uno de los instantes más bellos de la representación. Quizás hubiera debido controlar más los volúmenes para no agravar el problema de escucha de las voces ubicadas más retrasadas en la escena, pero en cualquier caso creo que debe destacarse su capacidad de concertación, su seguimiento de todo cuanto ocurría en escena, marcando las entradas y vocalizando todo el texto cantado, su manejo de las dinámicas y la frescura y agilidad que imprimió, al tiempo que mantenía la tensión con sentido dramático. Hubo pasajes en los que la orquesta ofreció tintes más intimistas, casi camerísticos, mientras que en otros brilló con solemnidad de gran orquesta.

El foso se había elevado ayer y estrechado, con lo que las entradas al mismo del director y de los músicos de la Orquestra de la Comunitat Valenciana se hicieron desde la platea. La distribución orquestal también varió respecto a lo habitual, ubicando trompas y maderas a la derecha y percusión, trompetas y bajo continuo (fortepiano y violonchelo) a la izquierda. Una vez más destacó la calidad y precisión de la pareja de trompas, impecables toda la velada; así como el oboe de Pierre Antoine Escoffier y Salvador Sanchís al fagot, estupendos en el acompañamiento al Dove sono, como también lo estarían en Deh vieni non tardar junto a la flauta de Magdalena Martínez.

Irreprochable fue nuevamente el rendimiento del Cor de la Generalitat en una obra en la que apenas tiene tres o cuatro intervenciones, pero en las que volvió a ofrecer su reconocida capacidad vocal y entrega escénica. Me pareció delicadísima la intervención de las chicas en el Ricevete, oh padroncina del tercer acto.

Para la ocasión se ha contado con un reparto vocal quizás con no muchos nombres conocidos por el gran público, pero que mostró un gran equilibrio y un nivel general muy destacado, especialmente en cuanto al cumplimiento del exhaustivo trabajo exigido por la dirección de escena y por cuidar los recitativos dotándolos de intención y expresividad dramática, cuestiones estas fundamentales a la hora de que conecte la historia con el espectador. Así, he de reconocer que, aunque me sé la obra del derecho y del revés, hubo momentos en los que no pude contener la risa siguiendo la trama y las más de tres horas de representación se me pasaron volando.

Destacó por encima de todo el elenco María José Moreno como una extraordinaria Condesa Almaviva que derrochó elegancia y distinción, con una línea de canto exquisita, exhibiendo una voz cristalina, segura, incisiva y con algunos agudos rutilantes. Quizás, por ser tiquismiquis, solo le faltó apuntalar esa distinción del personaje con alguna regulación, algún pianissimo, que hubiese elevado directamente a celestial la pureza de un canto refinadísimo. Preciosa fue su entrada con Porgi, amor, y absolutamente deslumbrante un Dove sono de escalofrío perpetuo. También se mostró desenvuelta en la faceta interpretativa, trazando adecuadamente todos los perfiles del personaje. Sencillamente majestuosa fue su aparición en la escena final del perdón, un momento de los que quedan grabados en la memoria. Sin ningún tipo de duda fue una Condesa espléndida, una auténtica delicia.

No le anduvo muy a la zaga la soprano navarra Sabina Puértolas en el papel de la pizpiretaSusanna. Vocalmente mostró una voz timbrada, luminosa, flexible, muy homogénea en todos los registros, de gran elegancia expresiva y musicalidad, alcanzando con seguridad los graves en su aria del cuarto acto Deh vieni non tardar, en la que también hizo gala de la delicadeza y sensibilidad que requiere el momento. Demostró igualmente una solidez interpretativa envidiable, con una chispa y frescura arrolladoras, sin que su entrega escénica y los múltiples requerimientos de la dirección incidieran en modo alguno en la pulcritud y corrección de su canto.

Sorprendió por su buen hacer actoral y la expresividad e intencionalidad de los recitativos el divertido Figaro del bajo barítono canadiense Robert Gleadow. Conquistó al público con la frescura y simpatía de su interpretación. Vocalmente presentó una voz baritonal de atractivo timbre y bien proyectada, cuyas carencias se compensaban con una articulación y dicción inmaculadas y con esa vis cómica irreprochable.

Al Conde Almaviva del jovencísimo, apenas 25 años, barítono polaco Andrzej Filończyk le faltó únicamente un mayor poderío vocal que le permitiera mostrarse más imponente. Fue una lástima porque, por lo demás, compuso el personaje de forma espléndida, tanto en lo vocal, con un canto intencionado y bien resuelto, como en la faceta interpretativa, donde estuvo a la altura de sus muy aventajados compañeros de escenario.

Debe resaltarse el chispeante Cherubinoque interpretó Cecilia Molinari. Es cierto que el personaje es sumamente agradecido y sus requerimientos vocales no son especialmente exigentes, pero precisamente por ello puede ser una trampa mortal si no se cuida la interpretación vocal y dramática como se debe. No fue el caso de la mezzosoprano italiana, que fue todo un terremoto escénico, con una capacidad teatral extraordinaria, perfilando el personaje del inconsciente jovencito enamoradizo de manera magistral y haciéndolo completamente creíble, sin que el espectador se plantease si era una mujer interpretando a un chico que a su vez interpreta a una mujer. Su rendimiento vocal fue también impecable, esbozando un Voi che sapete sumamente ligado y expresivo, y haciéndose presente en los concertantes.

Me gustó mucho también la estupenda Marcellina de Susana Cordón que destacó mostrando enormes dotes para la comedia, apoderándose del escenario en cada una de sus intervenciones. También vocalmente estuvo a la altura, teniendo ocasión de lucirse en Il capro e la capretta, un aria que muchas veces se suprime y en la que la soprano mallorquina mostró una voz bella e incisiva de gran proyección.

El colombiano Valeriano Lanchas fue un Bartolo de voz grande y poderosa, muy entregado también en su papel, sabiendo imprimir el carácter bufo del personaje, al que sólo se le puede reprochar cierta falta de refinamiento.

Cumplió en todas las facetas de forma notable la alumna del Centre Plácido Domingo Vittoriana De Amiciscomo Barbarina, como  también lo hizo el bajo Felipe Bou como un divertido jardinero Antonio. Más discretos me resultaron el Don Basilio de Joel Williamsy el Don Curzio de José Manuel Montero, pero siempre dentro de una gran corrección. Y bien también en su breve intervención las alumnas del Centre, Aida Gimeno y Evgeniya Khomutova.

Como era de esperar, con precios económicos, ante un título tan conocido y que constituye una de las cumbres de la ópera de todos los tiempos, la sala principal de Les Arts presentaba un aspecto envidiable, con un lleno total y presencia de mucha gente joven que disfrutó de lo lindo con una función de muy buen nivel en todos los apartados, en la que se consiguió dar la relevancia merecida a esta insigne obra maestra surgida del genio de Mozarty Da Ponte. No estuvo el público muy cálido durante la representación y no fueron muchas las interrupciones por aplausos, aunque a la finalización las ovaciones fueron generalizadas, incluida la dirigida a la dirección escénica.

Bueno, pues no tenéis excusa para perderos estas estupendas Bodas a precios muy asequibles, salvo que quedan muy pocas localidades disponibles, pero ya sabéis que el día de la función sale a la venta el 5% del aforo, os aconsejo que si podéis no dejéis pasar la ocasión porque vale la pena. La primera temporada de Jesús Iglesias ha comenzado de forma inmejorable, espero y deseo que siga por los mismos derroteros.

sábado, 23 de marzo de 2019

"IOLANTA" (P. I. Tchaikovsky) - Palau de les Arts - 22/03/19


Ya dije cuando se anunció la presente temporada operística 2018/19 del Palau de les Arts que, en principio, lo que más interés me suscitaba, junto a la Lucia di Lammermoor que la clausurará, eran las funciones de Iolanta, de P.I. Tchaikovsky, que se iniciaron ayer en el coliseo valenciano. Varios eran los alicientes que presentaba: para empezar, es una ópera que me conquistó desde la primera vez que la escuché con una música que me parece preciosa; se trata de una obra que no es muy habitual ver representada; cuenta con la dirección escénica del polaco Mariusz Trelinski que casi siempre nos ha ofrecido propuestas interesantes; y de la dirección musical se encarga Henrik Nánási, que ha culminado con éxito incontestable cada aparición suya en el foso de Les Arts.

Para romper la intriga cuanto antes, empiezo ya por confesar que mis expectativas no quedaron defraudadas y considero que, aunque haya algunas cosas a las que se les pueda sacar punta, anoche se vivió un estreno muy exitoso en el que el público se lo pasó fenomenal, lo que, al fin y al cabo, es lo más importante.


Sí hay algo que no entiendo, y es que esta ópera de poco más de hora y media de duración no se haya ofrecido en un programa doble junto a otra obra breve, como se hace habitualmente en otros teatros (por ejemplo, recientemente, en el Teatro Real junto a Perséphone, de Stravinski; o en el neoyorquino Met junto a El castillo de Barbazul, de Bartók). Es verdad que prefiero que se haya optado por la versión escenificada, aunque sea sin ópera acompañante, y no por otra versión en concierto en el infecto Auditori, como ya la tuvimos en 2012; y también es cierto que se han reducido un poco los precios habituales de la sala principal para estas funciones. Igualmente, reconozco que posiblemente la programación un tanto coja de esta ópera venga derivada de cómo se fraguó esta temporada, sin director artístico, en pleno cambio de sus órganos de gobierno y sin apenas tiempo ni margen de reacción. Pero lo que es un hecho incontestable es que el público sale muy satisfecho de la sala con lo vivido, aunque con una especie de sensación de coitus interruptus muy significativa al quedarte con ganas de más.

Como decía antes, la dirección escénica de esta producción del Teatro Mariinsky de San Petersburgo corre a cargo del polaco Mariusz Trelinski, de quien en Les Arts ya hemos visto en temporadas anteriores sus versiones de Madama Butterfly (2010) y Eugene Onegin (2011), mucho mejor a mi juicio la primera que la segunda, aunque siempre con un poderío e impacto visual muy relevante. También en esta ocasión la iluminación y el componente visual y estético tendrán un papel fundamental, lo cual en esta ópera cobra aún más sentido al ser la luz o su ausencia el eje en torno al cual gira toda esta fábula. El vestuario y la escenografía juegan también con el contraste entre blancos y negros, reflejo de esa dualidad simbólica entre luz y oscuridad (conocimiento – ignorancia; uniformidad – singularidad; integración - marginación) que recorre la trama. 

La acción se ha trasladado temporalmente del siglo XV a una época más moderna, posiblemente sobre los años 40 del pasado siglo, y se ha comentado que se ha buscado inspiración en el cine negro de esos años. Como también suele ser habitual en el director polaco, nos encontramos aquí con una escenografía muy limitada; únicamente una estancia en forma de cubo giratorio que representará tanto el interior como el exterior de la casa donde permanece recluida Iolanta rodeada de cráneos de ciervos muertos. Allí la tiene encerrada su padre, igual que a esos animales sin vida, fuera de su hábitat, como un trofeo, sólo para él, tan sobreprotegida que está muerta para el mundo.    

Junto a la casa, enmarcando la acción, simplemente una pila de leña y un bosque de árboles secos flotantes con sus raíces suspendidas, dando al conjunto un cierto aire fantasmagórico muy apropiado para la fábula que en definitiva es. La oscuridad que rodea la casa o ese ambiente neblinoso y turbio, otorga especial protagonismo a la figura de Iolanta y centra la atención del espectador en los personajes principales y en el devenir dramático. El hecho de que gire el cubo central logra dotar de gran ligereza a la acción y los cambios de escena se suceden sin demoras innecesarias y sin que el ritmo narrativo se resienta.

Durante toda la representación, entre el escenario y la platea permanece permanentemente bajada una tela/pantalla sobre la que puntualmente se proyectan algunas imágenes. Yo pensaba que en la escena final, cuando la protagonista recupera la vista, la pantalla se retiraría definitivamente, pero no; con lo que la verdad es que no entiendo por qué nos tenemos que chupar toda la obra tras ese velo que dificulta la visión y la escucha del espectador, para que sirva de soporte para la proyección de video en apenas 4 o 5 ocasiones. Si es para que empaticemos más con la ceguera de la protagonista, ya puestos, que la hubieran hecho a oscuras. Aunque poco faltó para que la platea quedara ciega de verdad, pues, una vez más, las musas de los registas, que deben tener accionariado en la ONCE, decidieron que había que deslumbrar al espectador en una escena, en este caso cuando se descubre que Vaudemont está con Iolanta y todo el reparto aparece armado con linternas que, por supuesto, se encargan de dirigir convenientemente a las pupilas de los espectadores, no vaya a ser que se duerman.

Cuando finalmente la protagonista consigue ver, la luz crecerá en intensidad, y en la última escena todos los intérpretes, con un vestuario en el que predominará claramente el blanco, se alejarán festejando la buena nueva, a excepción de uno, el rey René, vestido de riguroso negro, con un guante de cuero del mismo color (posiblemente simbólico de lo cerca que está su comportamiento sobreprotector hacia su hija del sadismo o del maltrato psicológico), y que se quedará solo en la habitación de Iolanta mientras suenan las últimas notas de la ópera.

Creo que, en conjunto, la dirección escénica puede calificarse de positiva. Es verdad que se encuentra un poco en tierra de nadie entre las propuestas ajustadas al libreto y las más transgresoras, sin que aporte ninguna lectura especialmente original; pero hay una buena dirección de actores (otra cosa es lo buenos o malos que sean luego ellos) y obtiene una alta calificación en la creación de atmósferas y ambientes sugerentes que acompañan adecuadamente el discurso musical y dramático sin alterarlo especialmente y sin perturbar demasiado al espectador, a excepción, como ya he dicho, de esa molesta pantalla interpuesta y las linternitas del demonio.  

Para quien esto suscribe es una alegría poder volver a decir que regresaba al foso de Les Arts Henrik Nánási. Siempre que ha pasado por nuestro teatro, el rendimiento de la orquesta ha sido excelente. Y ayer no fue una excepción. Esta ópera, aparentemente menor, cuenta con una maravillosa orquestación que encontró en la batuta de Nánási y los componentes de la Orquestra de la Comunitat Valenciana una interpretación privilegiada. Todo el cromatismo con el que Tchaikovsky impregna los pentagramas para mostrarnos musicalmente esa dualidad entre la luz y la oscuridad, fue trasladada a la sala por la orquesta de manera mágica. El director húngaro volvió a maravillarme con su extraordinario manejo de las dinámicas y sabia administración de las intensidades, con el absoluto control y equilibrio de orquesta y foso y, sobre todo, con una labor de dirección rebosante de sentido dramático, sabiendo resaltar cada matiz de la partitura generando emociones, al mismo tiempo que cuidaba las voces con un mimo exquisito.

Ya desde los primeros compases, desde ese preludio donde sólo los vientos intervienen para reflejar así la carencia de la luz que padece la protagonista, la calidad de los componentes de nuestra orquesta se puso una vez más de manifiesto. Grandísima noche de maderas y metales, con muy destacadas intervenciones de flautas, trompas y trompetas, de Ana Rivera en el corno inglés, Pierre Antoine Escoffier al oboe y unos más que sobresalientes Salvador Sanchís al fagot y Tamás Massànyi con el clarinete. Y no menos sensacionales estuvieron las cuerdas, desde las luminosas arpas a unos soberbios contrabajos que junto con violines, chelos y violas sustentaron con excelencia el magnífico edificio orquestal concebido por Tchaikovsky. Mención especial merece también el virtuosismo mostrado por Guiorgui Dimchevski, de nuevo como concertino en el foso de Les Arts.

El coro en esta ópera tiene una escasa participación aunque con momentos de indiscutible belleza. Las componentes femeninas del Cor de la Generalitat estuvieron situadas otra vez en el foso, tras la orquesta, durante casi toda la representación. Esto parece ya una nueva moda y esta es ya la tercera vez que se recurre a este singular emplazamiento en menos de un año, desde que a finales de la pasada temporada Abbado tomara la decisión de ubicar parte del coro en el foso en La damnation de Faust y repitiera recientemente en I Masnadieri. La verdad es que, al menos desde mi posición, anoche se logró un gran equilibrio del coro con la orquesta y las voces. Impecables fueron todas sus intervenciones cargadas de sutileza y musicalidad, e imponente la última escena con todo el conjunto sobre el escenario en uno de esos momentos que quedarán para el recuerdo.

El papel de la protagonista ha sido encomendado a la soprano armenia Lianna Haroutounian, quien ya nos visitara el año pasado como Tosca. En aquella ocasión no me acabó de convencer, pese a reconocer la calidad de su instrumento. Como Iolanta me ha gustado más, aunque valdrían muchas de las consideraciones que hice entonces. Es incuestionable la belleza de una voz sana, con cuerpo, bien proyectada, de atractivo timbre lírico que en la zona aguda se expande y agranda notablemente. Puntualmente se le descontroló un poquito la afinación y, pese a que la cantante pone todo su empeño, no puedo evitar que me traslade una cierta frialdad. Es cierto que hay instantes en los que su derroche vocal y entrega artística elevan la vertiente expresiva, pero le falta ese punto de magia, esa chispa de emoción que estimula nuestra espina dorsal, pero puede que sea una sensación muy particular. De cualquier modo, compuso una Iolanta más que notable que sólo puede merecer un encendido elogio.

El rol de Vaudemont no es precisamente una perita en dulce y el tenor ucraniano, hasta ayer para mí desconocido, Valentyn Dytiuk, ha sido toda una agradable sorpresa. Es aún muy joven, apenas 28 años, y está claro que debe madurar y pulir muchos aspectos, pero el resultado final fue muy relevante. Cantó su romanza con un gusto exquisito, adornándose con falsetes y medias voces, presentando en el registro agudo una frescura deslumbrante con apabullante comodidad. El fraseo en la zona central estaba más descuidado, pero es una cuestión a trabajar y que no deslució su muy brillante rendimiento vocal general. Su flanco más vulnerable es su actuación dramática porque como actor el muchacho muestra obvias carencias, con una movilidad y gestualidad limitadas, sacando pecho palomo y posando cual muñeco Michelin. El vestuario con pijo-jersey de Zipi y Zape y pantalón de chándal metido por dentro del botín, tampoco ayudaba.

Poco antes de comenzar la función, nos encontramos en el programa de mano con la sorpresa de que el bajo ruso Mikhail Kolelishvili, inicialmente anunciado como rey René, quedaba relegado a las dos últimas representaciones. Les Arts ha hecho público un comunicado diciendo que cancelaba por indisposición su participación y que sería sustituido por el ucraniano Vitalij Kowaljow, un cantante que también ha pasado ya por Les Arts, cuando vino en 2014 a cantar el Jacopo Fiesco de Simon Boccanegra, también por cierto para sustituir otra cancelación de otro bajo ruso, Ildar Abdrazakov. Kowaljow cumplió sobradamente el compromiso con una voz grave poderosa que manejó cantando con mucha clase y sabiendo dibujar este complicado personaje de perfiles tan polivalentes. Quizás se echase de menos que se mostrara más imponente con esas resonancias cavernosas de los bajos más profundos.

En mi opinión, el menos destacado del quinteto protagonista, sin que ello quiera decir que estuvo mal, fue el Ibn-Haqia de Gevorg Hakobyan, un barítono armenio que también hemos visto en Les Arts el año pasado como uno de los Scarpia de aquellas Tosca con la Haroutounian. Tiene un instrumento más limitado y muestra más tosquedad en su fraseo. Aun así, solventó bastante bien la difícil papeleta en su monólogo en crescendo, aunque acabase algo apurado, y siempre contó con el apoyo y mimo de una base orquestal fantástica.

Excelente me pareció Boris Pinkhasovich como Robert. A mí fue el que más me gustó de la noche. El barítono ruso mostró un auténtico color baritonal, con graves bien apoyados, agudos potentes y un timbre luminoso que recorría la sala y se imponía a la orquesta con facilidad. Fraseó con vehemencia y estupendo legato. Su aria resultó imponente por potencia vocal, musicalidad y expresividad, aspecto este en el que sin duda fue también el más destacado de la velada, tanto en lo vocal como en lo actoral.

Me gustó mucho el trío de criadas Marta, Briggitta y Laura, que estuvieron interpretadas con indudable acierto por Marina Pinchuk, Olga Zharikova y Olga Syniakova, respectivamente. Mostraron un gran equilibrio vocal, sensibilidad y un muy buen comportamiento escénico.

Muy correcto estuvo también Gennady Bezzubenkov, en el casi anecdótico papel de Bertrand; y magnífico en todos los aspectos el veterano Andrei Danilov en el también breve rol de Almeric.

Como era de esperar conociendo el comportamiento del público valenciano, al ofrecerse una ópera menos popular aparecieron bastantes más huecos en la sala. Una verdadera pena teniendo en cuenta la calidad del espectáculo ofrecido. Ojalá en las próximas representaciones el boca a boca vaya funcionando y se mejore la venta de entradas. Se aplaudió generosamente a todos los intérpretes a la finalización y hubo gran ovación para la orquesta. Esta vez sí salieron a saludar los responsables de la dirección artística que también obtuvieron la unánime aprobación por parte del público presente.

A los que no se os haya pasado por la cabeza asistir a alguna de estas funciones de Iolanta, os recomiendo que reconsideréis vuestra decisión. Descubriréis una ópera de música bellísima, con una orquesta en estado de gracia y un reparto vocal muy homogéneo y equilibrado. Además, los precios de las localidades son más baratos que de costumbre. ¿Qué más se puede pedir?



lunes, 3 de diciembre de 2018

"LA FLAUTA MÁGICA" (W.A. Mozart) - Palau de les Arts - 01/12/18


El sábado tuvo lugar el esperado inicio de la temporada operística 2018-2019 en el Palau de les Arts. Tras las decepcionantes funciones de la Turandot de pretemporada, los aficionados esperaban con ilusión la inauguración oficial del ejercicio lírico valenciano. Una inauguración que además contaba con todos los ingredientes para que se confiase en poder disfrutar de una intensa velada: una joya de la producción operística como es La Flauta Mágica, de W.A. Mozart; una sala con todo el papel vendido y abundante presencia de gente joven; e incluso una nutrida representación institucional, encabezada por el máximo responsable del Ministerio de Cultura (una institución lamentablemente demasiado ausente hasta ahora de nuestro teatro), la directora del INAEM, el conseller de Cultura, la consellera de Justicia y el President de la Generalitat, entre otros.

Bueno, pues desde luego intensa fue la velada, pero para mal… Intensamente decepcionante y por momentos, al menos para quien esto escribe, indignante. El gatillazo del Palau de les Arts en su estreno de temporada ha sido memorable y el principal culpable de ello es el señor Graham Vick, reputado y reconocido director escénico del que en Les Arts hemos visto algún trabajo muy digno, como su Lucia di Lammermoor, pero que en esta ocasión nos ha presentado una mamarrachada monumental y pretenciosa, con menos sentido que un discurso de Antonio Ozores y, lo peor de todo, que se convierte en única protagonista del espectáculo, avasallando el componente musical y mancillando sin recato una obra maestra mozartiana.

Sé que con esta crónica me granjearé (nunca mejor dicho ante tanto pollo) las críticas de aquellos a los que la función les encantó, que también los hubo; así como la incomprensión de quienes piensen que se trata del eterno debate entre puestas en escena clásicas o innovadoras, que no es el caso, o que es la típica reacción de los viejos abonados conservadores, elitistas y estirados, reticentes ante cualquier cosa que huela a renovación. No es así. Ni me considero elitista, ni menos aún conservador, ni me parece mal la renovación. Quienes me seguís sabéis que no me molestan en absoluto las puestas en escena transgresoras. Recientemente, por ejemplo, no me cansé de elogiar la dirección de Michieletto en una propuesta tan particular como la presentada en junio para La damnation de Faust. Así que si hoy alguien no comparte mis impresiones, lo siento; pero si no dijese lo que realmente pienso, este blog dejaría de tener el poco sentido que le pueda quedar.

El problema de la producción elegida para inaugurar la temporada en Les Arts no es su transposición espacio temporal, ni que se pase la historia del libreto por la intermuslar, ni que disfrace de mamarrachos a los cantantes, ni que rompa la cuarta pared y utilice todo el recinto de la sala principal para ambientar su historia, ni que llene el escenario de actores no profesionales, incluso ni que el discurso que transmita sea una imbecilidad propia de primer curso de Podemita. Lo criticable reside en que todo eso, más las ocurrencias con las que lo aliña, acaban por afectar muy negativamente a lo realmente importante en una ópera, a su columna vertebral que es la vertiente musical.

Antes de nada quiero advertir que si alguien va a ir a ver esta ópera y quiere dejarse sorprender por la producción, mejor que no siga leyendo porque voy a desvelar muchas de sus idioteces (o hacer spoiler que dicen ahora los yeyés).

Cuando se anunció en prensa que Les Arts iba a hacer una selección de 70 personas no profesionales para intervenir como figurantes en esta producción y subir al escenario de manera altruista, por un momento se me pasó por la cabeza la idea de presentarme y entiendo perfectamente que le hiciese ilusión a mucha gente. Inmediatamente deseché la opción de hacerlo, no por temor a la crítica de Justo Romero cuando viera lo mal que actúo, sino porque, sin poner en duda que en el fondo la intención de la convocatoria pudiera ser bienintencionada y realmente pretendiera acercar el mundo de la ópera a los ciudadanos mediante la participación del pueblo en una ópera popular, me parecía una falta de respeto a un colectivo profesional ya bastante maltratado como el de los actores, bailarines y demás personal habitual de figuración. Con ello no quiero criticar en absoluto a las personas que han participado y que han dado lo mejor de sí en esta producción por mero amor al arte, pero sí cuestiono la ocurrencia de Vick y sobre todo sus resultados.

El señor Vick no se ha limitado a llenar de figurantes el escenario y los pasillos de la platea y a que aquéllos interpreten sus papeles de “gente de la calle” (inmigrantes, ancianos, manguis, mendigos…), sino que además les hace hablar. Sí, amiguitos, el señor director de escena ha decidido, por sus santos atributos masculinos, que había que añadir texto al libreto de Schikaneder por si algunas cosas no quedaban claras para los espectadores tontitos y, sobre todo, para procurar suavizar algunos mensajes del texto machistas o racistas, en una búsqueda absurda de dar una lectura políticamente correcta, según los imbéciles parámetros del siglo XXI, de un texto del siglo XVIII. Intuyo que lo que Vick pretende es que ese colectivo no profesional represente y dé voz al pueblo, a modo de coro griego, advirtiendo a los personajes de las posibles consecuencias de sus acciones o reprochándoles su conducta.

La majadería es mastodóntica en sí misma, pero lo peor es que además esas frases las encomienda a estos actores no profesionales, resintiéndose la acción dramática de forma crítica, ya que muchos de ellos demostraron no estar a nivel de poder debutar ni en la función de Navidad de 2º de Primaria. Reconozco su esfuerzo y valoro su ilusión, pero el resultado es malo, sin paliativos. Me hubiera parecido estupendo que hubieran hecho funciones especiales con participación de estos actores gratuitos no profesionales y, ya puestos, con entrada general gratis para que el pueblo pueda disfrutar de la ópera como quiere Vick; pero no tiene perdón de Osiris que, cuando se ha pagado 135 castañas por una entrada de ópera, te la destrocen con una mala función de cole entre medias.

Por supuesto la intervención de los actores gratuitos no profesionales se hace en castellano, con lo que en muchas ocasiones asistimos a la charlotesca situación de diálogos entre figurantes y cantantes en castellano y alemán, respectivamente. No pude evitar acordarme de aquellos tiempos en que en televisión tenían la mala costumbre de no subtitular las canciones de las películas musicales, así que, cuando en medio de una canción en inglés alguno de los actores hablaba, lo hacía doblado al castellano sin que supieras a santo de qué venía aquello. Recuerdo en Guys and Dolls (Ellos y Ellas) cantando guachigüeriguachigüeriguachigua y de pronto decía Marlon Brando “¿química?”. Pues algo así pasaba ayer. Pumpfenbafffenbafftempenf y decía uno: “grilletes”… Patético. De risa, si no fuera porque es una función de inauguración de temporada de un teatro de ópera que pretende ser de primer nivel y con entradas a precio de temporada oficial.

No sólo a los actores gratuitos les hacen hablar en castellano, también a algunos cantantes e incluso en un instante concreto a los músicos de la orquesta. Todo muy guay, muy divertido, muy popular… pero alargando innecesariamente la duración de la función y cargándose la obra de Mozart en canal. Y, como me dijo alguien en el intermedio, convirtiendo La flauta mágica en Los perriflautis mágicos.

Las ocurrencias escénicas de Vickspraynasal atacan por todos los flancos la línea de flotación de la ópera, disturbando la escucha de música y voces de otras mil maneras aparte de lo comentado. Para empezar nos encontramos ante una labor escénica extraordinariamente ruidosa y molesta. La salida de la serpiente-excavadora con unas luces deslumbrantes y su posterior explosión, las varias mascletás de fondo, los correteos y destemplados gritos de la masa de figurantes, las reubicaciones escenográficas con operarios de por medio... y, como colofón, la disparatada caída de la escenografía como fichas de dominó en mitad del maravilloso coro final. Por otra parte, se ha colocado una pasarela rodeando el foso de la orquesta por el que los cantantes pululan durante la obra y cantan por delante del conjunto orquestal y fuera de la caja escénica, con los perversos resultados acústicos que eso conlleva; como también ocurre en las innumerables ocasiones en que los solistas salen por el patio de butacas o cuando se sitúa al coro en los pasillos de platea alta. Además, esa pasarela cierra el foso de la orquesta por su parte delantera, normalmente abierta, menguando notablemente el volumen de la música. Posiblemente ayer fuera una de las pocas funciones de la historia de Les Arts donde no creo que nadie pueda decir que la orquesta tapaba a las voces, casi ocurrió lo contrario y no estamos hablando de solistas de especial volumen.


La permanente salida de cantantes y personajes por distintos puntos de la sala es otro elemento que distrae al espectador de lo esencial y le incomoda sobremanera, ya que si estas ubicado en las zonas laterales del teatro no ves elementos de la acción que discurren debajo de ti y si estás situado en la primera mitad de la platea y no sabes alemán, si quieres saber lo que están cantando tienes que estar girando el cogote para ver al cantante, te fracturas las cervicales volviendo a buscar la pantalla de subtítulos y acabas con la cabeza como la niña del exorcista. Por cierto, ayer como novedad nos encontramos con una pantalla de sobretítulos sobre el escenario que ofrece la traducción al valenciano de los textos. Intuyo que esto no será cosa de Vick sino de los nuevos gestores, aunque no entiendo muy bien por qué después de haberse gastado el teatro una pasta en las pantallas individuales, tienen que meter ahora este elemento en danza, salvo que sea un guiño de valencianismo hacia los marzalitos.

Todas estas vertientes de la producción que he comentado hacen que el regista se convierta en el centro de la función y único protagonista y, en lugar de ser él quien adapte su puesta en escena a los requerimientos musicales y vocales para respetar, potenciar y engrandecer la obra, supedita la creación musical a sus ocurrencias y la coloca en un segundo plano inaceptable. Eso es lo que justifica mi rechazo y motivó ayer mi abucheo.

Menos importancia tienen para mí otros aspectos de la propuesta de Vick, como la exaltación del feísmo que estéticamente desprende o el tontorrón mensaje que pretende transmitir. Incluso pienso que si se hubiera limitado a dejar la acción en el escenario y hubiera prescindido de los actores gratis, hasta hubiera tenido su gracia la cosa.

El mensajillo politiquero es muy primario. En lugar de los tres pilares del templo nos presidirán toda la acción los edificios del Banco Central Europeo, la Basílica de San Pedro y una tienda Apple, simbolizando, supongo, la tiranía del poder económico, del religioso y del de la informática. Frente a ellos, la masa de actores gratis representa al pueblo desfavorecido que acampa en los laterales del escenario y protesta frente a los poderosos y los niños pijos. La sala principal de Les Arts se la encuentra el espectador al entrar llena de pancartas reivindicativas de todo tipo de cuestiones, desde los desahucios a la corrupción, la violencia machista o las pensiones, y los figurantes se pasean por escena también con mensajes de toda índole.  Por supuesto todo ello con una corrección política mayúscula. Cuando se critica a las religiones salen todas representadas, cuando Papageno y Pamina cantan el precioso dúo elogiando el amor de hombre y mujer, los figurantes se encargan de enseñarnos que las parejas pueden ser también de hombre-hombre y mujer-mujer o cuando Sarastro reprende a Monostatos y le dice que tiene el alma tan negra como su piel, los actores gratis le llaman racista y le dicen que la culpa es de la sociedad. Sonrojante y lamentable. Somos adultos y comprendemos que la época en que fue escrita la obra no es esta, no nos vamos a escandalizar por esas cosas. Es más, nos da igual. Lo importante es la música. Y el señor Vick se la carga con desvergüenza.

Que Papageno salga caracterizado de gigantesco pollo cual reclamo comercial de tienda de pollos asados, no me molesta. Peor me parece el cutre aspecto de Tamino con gorra de tontaco del revés, chándal de Casa de la Caridad y mochilica con escudo del Valencia CF; o una Pamina infantil e idiotizada en la primera mitad de la obra. Si tuviera que decir lo que más me convenció de la puesta en escena creo que sería el indiscutible trabajo de dirección de actores que hay detrás de toda esta memez, la primera salida de los tres niños en patinete eléctrico y el ridículo baile final de todo el elenco que, ya en pleno destarifo y desparrame, acaba por tener su gracia… sobre todo porque ya se acaba todo.

Si Carlos Saura no hubiera cometido aquel crimen de lesa humanidad y mayúscula caradura con su impresentable Carmen, Graham Vick estaría sin duda pugnando por la medalla de oro de los mojones escénicos de la historia del Palau de les Arts.

Veo que llevo escrito tanto o más que sobre cualquiera de mis crónicas operísticas habituales y todavía no he dicho una sola palabra sobre la vertiente musical. Lamento haber concedido tanta importancia a una dirección de escena que no merecería ser protagonista más que de una portada de página de sucesos, pero es que el sábado todo lo demás que ocurrió estuvo condicionado por la defecación mental del amigo Vick y, lamentablemente, como ya he dicho, lo musical acabó por quedar en un segundo plano. Así que procuraré ser breve.

La dirección musical corrió a cargo de Lothar Koenigs, quien se ponía por primera vez al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana. Venía con el marchamo de ser un especialista en el repertorio mozartiano y me dejó con un mal sabor de boca. Era complicado destacar ante el cúmulo de cagarrutas escénicas que se desarrollaban, pero la verdad es que la dirección del alemán fue también de una insulsez soberana. Me imagino que viendo aquel desfile de pollos y figurantes gratis por diestra, siniestra, delante y detrás, con ruidos, gritos y todo tipo de inconvenientes, resultara complicado centrarse, pero no hubo ni un solo detalle que desvelase una propuesta medianamente interesante. Lectura plana, fofa, desvaída, sin alma y con importantes caídas de tensión. Mero acompañamiento al servicio de los delirios escénicos. Únicamente puedo decir en su favor la atención que prestaba a marcar las entradas de los cantantes y coro, aunque se le desmandaran en más de una ocasión. Me sorprendió, por lo inhabitual, ver por primera vez en mucho tiempo a un número importante de miembros de la orquesta bostezando. Les comprendo. Ha de destacarse por encima de todo la soberbia labor de Magdalena Martínez a la flauta y del solista de glockenspiel y las intervenciones de Pierre Antoine Escoffier al oboe, Joan Enric Lluna al clarinete o unos estupendos fagots.

Más que solvente, como siempre, el Cor de la Generalitat que, pese a no tener una extensa participación, volvió a dejar constancia de su profesionalidad, asumiendo las idioteces escénicas sin perder la compostura (debe ser muy complicado conservar la dignidad teniendo que cantar disfrazado de gurú pintarrajeado), con unos coros masculinos espléndidos y dejando dos finales de acto vocalmente excelentes. Fue una pena que no aprovecharan el desvarío escénico de Vick para colgar alguna pancarta con sus reivindicaciones.

Hay que lamentar el desastre escénico y la poca relevancia de la dirección musical porque en el apartado vocal el nivel no estuvo nada mal. Tampoco es que fuera la pera, pero al lado de todo lo demás fue lo más destacable.

Me gustó el Tamino de Dmitry Korchak. Comenzó un tanto destemplado en su aria de entrada, Dies Bildnis ist bezaubernd schön, temblón y llegando a desafinar, pero fue yendo a más y, pese a la lamentable pinta con que la dirección escénica le había castigado, tuvo una más que buena actuación. Quizás le falto refinamiento en algunos momentos en que se mostró algo tosco, pero en general cumplió con solidez y potencia en el registro agudo y algunos detalles de buen gusto.

Estupenda también la Pamina que compuso Mariangela Sicilia. La soprano italiana tiene una preciosa voz lírica que adorna regulando con elegancia en los momentos más intimistas con distinción. Me pareció preciosa la resolución de su aria del segundo acto Ach, ich fühl's, es ist verschwunden, y durante toda la función tuvo una entrega escénica magnífica. Aunque si de comportamiento escénico hablamos creo que el premio principal ha de concederse al Papageno del barítono británico Mark Stone. Toda la velada disfrazado de pollo, haciendo mil y una tonterías, incluido el tener que hablar en castellano, y, aun así, manteniendo siempre el nivel vocal sin perder las plumas.

Otra de las triunfadoras de la velada fue la Reina de la Noche de la soprano ucraniana Tetiana Zhuravel. Tuvo un pequeñísimo desliz en una de las notas de su endiablada coloratura, pero fue un mero accidente puntual. Una notable prestación vocal a la que sólo se le podría poner la pega de una cierta frialdad y a la que le faltaba ese puntito de poderío y maldad que debe acompañar al personaje, si bien es cierto que la dirección escénica la pintaba como una de las buenas de la película.

Bien en lo vocal y en lo escénico, paseándose por toda la sala y hablando en castellano las majaderías escritas por Vick, estuvo también el Sarastro de Wilhelm Schwinghammer, aunque le faltase profundidad y rotundidad en los graves.

Cumplidor, como de costumbre, Moisés Marín como Monostatos, así como Vicent Romero y Richard Wiegold como Armados y entregadísimas escénicamente y con una más que aceptable prestación vocal, las Damas del Centre de Perfeccionament, Camila Titinger, Olga Syniakova y Marta Di Stefano. Menos me gustó el Primer Sacerdote de Dejan Vatchkov.

Mención aparte merece la Papagena de Júlia Farrés-Llongueras por su gran labor actoral y la sabiduría escénica con la que solventó la situación cuando se le enganchó una de las mangas de su pollochaqueta. Y estupendos también los tres niños Lucas Tino David Rebato, Kiran Sundip Patel y Dionysios Sevastakis.

La sala principal de Les Arts, pese a tener todas las entradas vendidas, presentaba algunos huecos, no sé si debido al partido de fútbol entre el Real Madrid y el Valencia, a los cortes previstos en la ciudad por el maratón del día siguiente o por gente que vio fotos de lo que se preparaba y prefirió desertar. Aun así se registro una magnífica entrada. Durante la representación se aplaudieron los momentos habituales y nada más apagarse las luces y extinguirse las últimas notas ya se escucharon los primeros abucheos. Una cantidad muy notable de personas abandonó la sala en ese momento, algunos por la mala educación de costumbre y otros como protesta ante lo visto en escena. En los saludos finales hubo aplausos para todos, salvo para la dirección escénica que cosechó un mayoritario abucheo contestado por aplausos por una parte de los espectadores.

Bueno, pues hasta aquí mi crónica de la primera representación de la temporada. Fue una lástima que para una vez que viene el Ministro de Cultura tuviera que tragarse el esperpento de Vick. Nosotros llevamos años esperando que vengan a integrarse en el Patronato de Les Arts y a aportar una asignación presupuestaria justa e igual cuando vuelva a Madrid lo que pide es que pongan barricadas en las vías del AVE para evitar que los pollos y los actores gratis invadan la meseta.