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viernes, 26 de febrero de 2016

"AIDA" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 25/02/16

Ayer tuvo lugar en el Palau de les Arts el estreno de la ópera Aida, de Giuseppe Verdi, tras un parón de más de un mes, desde el 23 de enero, lo cual, como ya comenté en mi anterior post, me parece impresentable, sobre todo si el motivo fuese que el Intendente Livermore ha estado en Italia preparando su producción de El barbero de Sevilla para la Ópera de Roma, lo cual significaría que la actividad del Intendente como regista en el exterior podría estar condicionando el calendario del teatro de ópera valenciano.

No sé si se habrá debido al parón livermoriano y las ganas que había de ópera o a la popularidad de Aida, pero el caso es que, si nos atenemos al resultado de taquilla, este parece ser el espectáculo que más expectación ha generado esta temporada, estando todas las entradas agotadas desde hace meses. Yo pensaba que Aida se vendería bien, pero, sinceramente, ni por asomo contaba con semejante éxito de venta, sobre todo teniendo en cuenta que es una producción que ya se ha visto aquí y que tampoco cuenta en su reparto con figuras de especial renombre. Por aquí han pasado óperas que suelen arrastrar más público, como Bohème, Traviata, Tosca, Turandot…, que también han tenido una excelente respuesta de taquilla, pero no han llegado a agotar las localidades con tanta antelación.

La lástima es que esa excelente respuesta del público ante Aida no ha venido acompañada, a mi juicio, de un éxito artístico proporcional. Y el caso es que, en conjunto, yo me lo pasé bien, pero creo que la ocasión merecía un nivel superior, especialmente en el apartado vocal.

Esta coproducción del Palau de les Arts con la Royal Opera House Covent Garden de Londres y la Den Norske Opera & Ballet de Oslo, se pudo ver ya aquí en 2010. La dirección escénica, concebida por el escocés Sir David McVicar, ha sido encomendada en esta reposición a Allex Aguilera. Cuando se presentó la temporada, el Intendente Livermore dijo que esta vez íbamos a ver la versión íntegra, ya que en  la versión ofrecida en Valencia en 2010 se habían suprimido algunas cosas respecto al estreno londinense, añadiendo Livermore que ahora podríamos captar toda la profundidad de la puesta en escena de McVicar. Después de lo visto anoche, os juro por Torrebruno que yo no me percaté de más diferencia que la aparición de unos cadáveres momificados colgando del techo en la escena del desfile triunfal. Lo que no quiere decir que no hubiese más, pero a mí no me llamó la atención nada más. Bien es verdad que ni en 2010 ni anoche la propuesta me dejó un especial poso.

Pienso, igual que dije entonces, que estamos ante una puesta en escena más bien fea, muy oscura (para variar) y que, pese a la mutación espacio temporal que realiza, tampoco creo que aporte nada nuevo ni especialmente transgresor; pero reconozco que puntualmente tiene fuerza visual y dramática y, sobre todo, no me resultó molesta. Posiblemente si hubieran empezado a desfilar egipcios con camello me hubiera hastiado más.

Se ha insistido mucho en que se ha querido huir del aspecto más tópico y zefirelliano de las Aida con pirámides y elefantes, para trasladarnos a un espacio y tiempo indeterminados donde se entremezclan elementos de distintas civilizaciones guerreras y donde el componente religioso, la violencia y los sacrificios rituales han jugado un importante papel. Así encontramos guerreros samurái, druidas, mayas, incas o bereberes. Pero, más allá de esa sustitución del Egipto faraónico por lo que en muchos momentos parece un carnaval de barrio, tampoco se aporta mucho más. No deja de primarse el espectáculo puramente visual (sobre todo en los dos primeros actos), mientras que en los momentos más intimistas no aprecié ninguna lectura especialmente original ni profundización en las emociones o rasgos psicológicos de los personajes.

En esta ocasión, respecto a 2010, me ha dado la impresión de que la dirección de actores y movimientos escénicos, sin que tampoco sean la bomba, han estado algo más trabajados. En el vestuario hay de todo, más para bien que para mal, en mi opinión, aunque sigo sin entender el look espantoso de la pobre Amneris. Y la escenografía es bastante simple, con el escenario dominado por un gran andamiaje central giratorio, muy feo, que siempre nos da la impresión de estar viendo a un grupo de chalados disfrazados en un almacén abandonado de un polígono industrial.

Insisto en que, pese a todo, la propuesta escénica no me pareció ni mucho menos lo peor de la noche e incluso creo que la música y el texto fluyeron con cierta comodidad entre las ocurrencias de Sir David McVicar.

El valenciano Ramón Tebar causó muy buena impresión en la función de Nabucco que dirigió la temporada pasada poco después de haber sido designado principal director invitado de Les Arts. Anoche fue el gran triunfador de la velada, si al aplausómetro nos remitimos. Y yo creo que hizo una meritoria labor, aunque también hubo cosas que me gustaron menos.

Pese a algún pequeño desajuste en el preludio, ya apuntó en estas notas iniciales algunos trazos de extrema sensibilidad que se repetirían en otros muchos momentos. Remarcó los contrastes de la partitura con habilidad, extrayendo de la orquesta todo su potencial para brillar en los numerosos pianísimos que pueblan esta genial página verdiana, deleitándose en estos momentos más líricos con un importante alargamiento de los tempi, y conduciendo con nervio y pulso firme en los pasajes más heroicos.

Dirigió con gesto claro y preciso, manejó las dinámicas con acierto y concertó con inteligencia los difíciles pasajes del segundo acto. ¿Cuál fue el problema entonces?, pues que, en mi modesta opinión, al conjunto le faltó emoción, alma. Me dio la impresión de que la orquesta presentó menor homogeneidad y mayores desequilibrios que en otras ocasiones, careció de continuidad en la exposición, y la ralentización de los tiempos más de una vez llevó aparejada una caída de la tensión dramática. Maazel era el rey de la cámara lenta, su Aida seguro que duró un cuarto de hora más, pero era un genio para llevar la situación al límite sin que la construcción dramático musical se desplomase.

En la Orquestra de la Comunitat Valenciana hay que empezar por destacar a los metales. La colocación de las trompetas en el quinto piso durante la marcha triunfal consiguió un efecto impactante que se resolvió satisfactoriamente en cuanto a la difícil concertación del conjunto y con excelso virtuosismo en la ejecución. La cuerda grave, contrabajos, chelos y violas, tuvieron también una noche inspiradísima, al igual que Tamás Massànyi al clarinete y Pierre Antoine Escoffier al oboe. Conmovedora resultó también la última intervención del concertino en unas notas finales sublimes.

El Cor de la Generalitat volvió a resultar deslumbrante, más allá de alguna puntual entrada en falso, y merece más que nunca todos mis elogios, porque creo que debe valorarse especialmente que cumpliese su cometido con la excelencia a la que nos tiene acostumbrados pese a tener que hacer frente a la contundencia orquestal de los momentos triunfales, o en los internos, con un número de componentes muy inferior al que sería deseable. Si seguimos sin dotar al coro de los refuerzos que precisa en determinadas óperas, acabarán por echar a perder uno de los principales valores de este teatro. Luego encima habrá quien vuelva a decirnos que este coro sólo sabe cantar en forte. Ayer demostró que no es cierto, pero es que además si les dejamos en cuadro y les exigimos apianar, también habrá quien diga que ya no suena tan contundente como antaño.

En el apartado solista es donde más carencias encontré. En 2010, la protagonista femenina que nos chupamos en las funciones dirigidas por Lorin Maazel fue una de las peores cantantes que han pasado por Valencia, Indra Thomas; así que mejorar el recuerdo no era complicado. La encargada de asumir el papel de Aida en el estreno anoche, tras caer del cartel Oksana Dyka “por indisponibilidad” (sic) no explicada, ha sido la uruguaya Maria José Siri, quien, por supuesto, mejoró las prestaciones de Thomas, pero me dejó seriamente preocupado.

Hace apenas un año que tuvimos ocasión de escucharla en Les Arts como Manon Lescaut, así que no ha transcurrido tanto tiempo como para que su voz haya experimentado un cambio radical. Sin embargo, su registro agudo anoche se mostró destemplado, cercano al chillido y, lo peor de todo, presentando un vibrato casi tambaleante propio de voces seniles. Ignoro si será un problema puntual o es el alarmante resultado de venir asumiendo roles de mayor peso de lo que su voz, de lírica pura, aconseja. En su haber se han de anotar sus buenas intenciones toda la noche, regulando, matizando, intentando apianar, con más fortuna unas veces que otras, y ofreciendo en O patria mia sus mejores momentos.

El tenor Rafael Dávila, a quien también vimos en Manon Lescaut como Des Grieux, tampoco es un tenor spinto, es un tenor lírico discreto, con una franja alta en la que muestra poderío en los agudos, algunos de ellos luminosos, pero sus graves y centro carecen totalmente de brillo y sonoridad. Su fraseo es insulso, desganado y tosco, y menos verdiano que el cuac cuac de un pato de los Urales. Se escapó de la orquesta dos o tres veces. Su dicción posiblemente fuese la mejor del trío protagonista, pero tiene el problema que rajoyea, o sea arrastra un poquito las eshes. Su versión peculiar de Celeste Aida hizo irreconocible por momentos el aria, intentó apianar pero casi mejor que no lo hiciese; en su dúo con Amneris pareció que estuviera ausente y en el dúo final llegó incluso a desafinar. Y como actor, el pobrecico mío, es muy malo.

Marina Prudenskaya tampoco me convenció como Amneris. Se mostró muchísimo más solvente en el registro agudo que en los graves, donde la voz perdía color y devenía mate, inaudible y ojetera. Su dicción resultaba ininteligible y transmitió una frialdad absolutamente impropia del personaje. Su mejor momento fue la escena del juicio, único instante de la noche en que consiguió encender una chispa de emoción.

Gabriele Viviani fue un Amonasro vociferante y brutote, con falta de contundencia en la zona grave, pero, sin ser tampoco el baluarte de las esencias verdianas, defendió el personaje con dignidad y, tanto en Quest’assisa como en Non sei mia figlia echó el resto y mostró el tono requerido.

Voces más bien feas, pero cumplidoras en general, presentaron Alejandro López, como el Rey, y Riccardo Zanellato como Ramfis, quien tuvo su mejor momento en la escena interna del juicio. Bien Federica Alfano en su breve intervención, también interna, como Sacerdotisa; y destacado el Mensajero de Fabián Lara.

Uno de los grandes protagonistas de la noche fue el Ballet de la Generalitat, cuyos componentes merecen un enorme aplauso, pues, más allá de la polémica entre rijosos y pacatos acerca de que mostrasen las tetas, tuvieron un excelente rendimiento, muy meritorio por la enorme exigencia escénica que se les ha requerido.

Ojalá todas las noches el recinto operístico de nuestra ciudad pudiese verse como ayer. Lleno completo, con bastante gente joven. Y nutridos aplausos al final para todos los participantes que fueron especialmente efusivos para Ramón Tebar y la orquesta. También hubo presencia institucional, con el Alcalde Joan Ribó y el Secretario Autonómico de Cultura, Albert Girona, entre otras personalidades… Estaba hasta el Intendente Livermore que se ve que ya ha acabado su barbero romano. Ah, y una vez más volvió a honrarnos con su presencia el internacionalmente conocido coro de carrasperos y tísicos terminales del Bajo Aragón, que toda la noche acompañó a destiempo y con saña los momentos más intimistas de la partitura, exhibiéndose especialmente en el primer tercio del acto tercero, donde marcaron un precioso contrapunto gargajoso que sepultó entre flemas todo el lirismo de Verdi sin piedad.

Ya dije al comienzo que, pese a que pueda poner de manifiesto cosas que no me gustaron tanto, yo pasé una noche muy agradable. Aunque si me preguntaseis qué es lo que más me gustó de Aida, os diré que el Encuentro que tuvo lugar dos días antes en el Aula Magistral con Allex Aguilera y Ramón Tebar, hablando de esta producción, y donde el director musical, mostrando también sus dotes como pianista, ilustró algunas ideas interesantísimas sobre esta obra. La pena fue que sólo lo disfrutásemos unas 30 personas. Pero claro, Les Arts lo anunció a sus abonados y en el programa de Aida, apenas unas horas antes de su comienzo.

Esperemos que un día de estos Livermore se centre en Les Arts y se empiecen a enderezar muchas cosas.


lunes, 17 de octubre de 2011

"ANNA BOLENA" (Gaetano Donizetti) - Metropolitan Opera 15/10/11


La 128ª temporada de ópera del Metropolitan de Nueva York se abría este año con una joya belcantista como es “Anna Bolena”, de Donizetti, que contaba además, a priori, con el atractivo de una pareja femenina protagonista tan interesante como mediática, formada por Anna Netrebko y Elina Garanca, quienes en abril de este mismo año ya asumieran con éxito los roles de Bolena y Seymour en la producción que se estrenó en Viena y de la que tuve ocasión de hablar en un post anterior. En esta ocasión el embarazo de Elina Garanca ha impedido que la letona formase parte del elenco, siendo la mezzosoprano rusa Ekaterina Gubanova la elegida para sustituirla.

La retransmisión en directo de la función a cines de todo el mundo nos ha permitido asistir una vez más a este interesante evento, desde una butaca privilegiada en la que podemos captar cada detalle de la representación (a veces demasiados detalles, casi de estudiante de odontología), y donde el único punto negativo, al menos en los cines Yelmo de Valencia, ha sido la muy mejorable calidad del sonido.

Ya dije en mi comentario sobre la Bolena vienesa que esperaba con gran interés la puesta en escena concebida para la ocasión por el escocés David McVicar, después del gran fiasco de la propuesta vienesa de Eric Génovèse. Pues bien, he de decir que McVicar no me defraudó. Es verdad que la concepción es tremendamente clásica, como lo era la de Génovèse, pero la diferencia básica es que la de McVicar me pareció estéticamente bella, con una buena concepción del movimiento escenográfico y con un elaborado e interesante trabajo de dirección de actores, aunque los movimientos de los coros fueran muy burdos y la introducción de un ¿baile? en el primer acto sin apenas espacio, prescindible.

La enorme caja escénica del MET posibilita el uso de una espectacular escenografía de Robert Jones, que, junto al vistoso vestuario de Jenny Tramani y la muy efectiva iluminación de Paule Constable, consiguen introducirnos en la historia y la época, con una estética que nos remite a las pinturas de Holbein, con un inteligente uso del claroscuro. Es obvio que no estamos ante la producción más innovadora o reflexiva del regista escocés, pero sí ante un vehículo adecuado y atractivo para que se desarrolle la obra, y eso, en los tiempos que corren, ya es mucho.

En lo musical, buen rendimiento de la Orquesta y del Coro del teatro neoyorquino bajo la dirección de Marco Armiliato, quien llevó a cabo un trabajo correcto, aseado, muy centrado en hacer fácil la labor de los cantantes, pero sin aportar la más mínima chispa de genialidad. No se le pueden hacer al director italiano demasiados reproches, desde luego, pero tampoco especiales elogios, limitándose a hacer que fluyera ágil la partitura de Donizetti, con oficio, y entregado en cuerpo y alma a lo que ocurría sobre el escenario.


Pero la estrella de la función, sin duda, se llamaba Anna Netrebko. Desde su salida a escena, como suele ser habitual, la cantante rusa se come el escenario (sí, ya sé que es fácil aquí hacer el chiste: “claro, así se ha puesto”) y consigue concitar el interés de todos los espectadores con su tremendo magnetismo escénico.

Ya dije hablando de su debut del personaje en Viena que, aunque el bel canto no es el terreno más apropiado para las características de Netrebko y el rol es tremendamente exigente, su creación me pareció muy conseguida. Y, después de lo visto el sábado, he de añadir que se me hace complicado pensar en una cantante que, hoy por hoy, pueda ofrecer una mejor Bolena. A mí por lo menos me conquistó sin reservas.

Ha pulido muchos aspectos desde las funciones vienesas y madurado el personaje, tanto vocal como dramáticamente. Ha mejorado notablemente su técnica y su dicción y sabe ocultar sus limitaciones al tiempo que saca el mayor partido de sus cualidades.

La expresividad y fuerza dramática de Netrebko siguen siendo prodigiosas y los primeros planos de estas retransmisiones cinematográficas nos permiten disfrutar de cada uno de los matices que aporta la cantante rusa con sus inmensas dotes como actriz. Impresionante en este sentido fue su “Giudici! ad Anna” del primer acto, donde la mezcla de rabia, desesperación y vulnerabilidad del personaje fueron inmejorablemente recreados.

Su “Al dolce guidami” fue realmente emocionante, con algunos pianos demoledores y bellísimos, y creo que ha sido la primera vez que asisto a una representación de ópera en el cine donde los presentes prorrumpen en una espontánea ovación al finalizar un aria; y el "Coppia Iniqua" con que acaba la obra, todo un derroche de dramatismo desbocado.


video de Grand Teton Music Festival

Ekaterina Gubanova cumplió con corrección como Seymour, aunque en ningún momento consiguió que olvidáramos a la ausente Elina Garanca, pese a que le puso mucha más pasión al personaje que la letona. Vocalmente presentó algunos problemas de emisión y cambios de color y en la zona alta se mostró forzada con agudos abiertos y tendiendo al chillido. No obstante, en el segundo acto me gustó más y su dúo con Anna fue notable. En cualquier caso, Gubanova me parece una estupenda cantante, pero creo que este no es su repertorio.

Ildar Abdrazakov fue un excelente Henry VIII. Imponente en presencia y comportamiento escénico, lució una voz rotunda y tan sólo le cuestionaría la impresión que daba, al menos en el cine, de estar justito de volumen, sobre todo en la zona más grave donde se echaba de menos algo más de peso y consistencia.

Stephen Costello me gustó más bien poco como Percy, aunque reconozco que fue yendo a mejor conforme avanzaba la representación. Vocalmente su timbre me resulta atractivo y generalmente se mueve con solvencia en el registro agudo, aunque tienda demasiado a abrirlos, exhibiendo también un considerable fiato, pero su línea de canto era tosca, empujando la voz de forma fea, su dicción muy deficiente y sus virtudes como actor escasas, lo que, unido a su ausencia absoluta de legato, escasa capacidad de matiz y nula elegancia canora, le inhabilita, a mi juicio, para un papel como éste, pese a los cerrados aplausos que obtuvo en todo momento de sus paisanos.

No me desagradó, ni mucho menos, la Smeaton que compuso Tamara Mumford, una mezzosoprano de timbre cálido que, aunque no sea una auténtica contralto, se movió con solvencia en la tesitura, siendo probablemente la cantante que mejores rasgos belcantistas exhibió de todo el reparto, mostrando además gran desenvoltura escénica y buenas dotes de actriz a pesar de tener que aguantar el look excesivamente gore del segundo acto, con toneladas de ketchup embadurnándola cual hamburguesa made in USA.

Como suele ser tónica habitual en el teatro neoyorquino, posiblemente uno de los más aplaudidores del orbe, hubo grandes y numerosas ovaciones para todos los intérpretes durante y después de la función, rozando la locura colectiva cuando la destinataria de las mismas fue Anna Netrebko.

La verdad es que disfruté de una estupenda tarde/noche de ópera en compañía de buenos amigos, gracias sobre todo a esa gran cantante que es Netrebko, y que no deja de sorprendernos para bien, pareciendo no tener limitaciones. Yo, personalmente, estoy deseando poder escucharla en dos papeles como los de Leonora (“Il Trovatore”) y Tatiana (“Eugene Oneguin”). Seguro que pronto podremos hacerlo.


video de MetropolitanOpera

lunes, 15 de noviembre de 2010

"AIDA" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 13/11/10


El pasado sábado se produjo el esperado estreno de la temporada 2010-2011 en Les Arts. Como es habitual, hubo presencia de diversos personajetes de la farándula y de todo el politiqueo local, encabezados por la Alcaldesa de Valencia y el President de la Generalitat, que, según me comentaron, llegó tarde, aunque impecablemente trajeado para la ocasión.

Se inauguraba la última temporada de Lorin Maazel como director musical de Les Arts, con “Aida”, de Giuseppe Verdi, en una coproducción del teatro valenciano con la Royal Opera House Covent Garden de Londres y la Den Norske Opera & Ballet de Oslo, con dirección artística de David McVicar y musical del Maestro Maazel.

La función comenzó con un aviso de megafonía en el que se anunciaba un minuto de silencio por el genial cineasta valenciano Luis García Berlanga, fallecido ese mismo día, y a quien se dedicaba la representación. Un detalle que el público recibió con sobrecogedor silencio y gran ovación final.

Respecto a la dirección artística, como ya os comentaba en mi anterior post, David McVicar ha querido alejarse del aspecto más folclórico de las grandes puestas en escena que de esta ópera se han podido ver, y no nos encontramos esta vez pirámides, lujosos templos, ni elefantes, lo cual tampoco esperábamos dada la coyuntura económica actual, pero es que tampoco hay apenas referencia alguna a la cultura egipcia. La acción se traslada a un limbo espacio-temporal, donde aparecen guerreros samurái, druidas celtas, aztecas, bereberes… que se entremezclan en un totum revolutum al que no se le acaba de ver mucho sentido, más allá de exponer que el eterno enfrentamiento de la política y religión frente a los sentimientos más nobles del ser humano, ha caracterizado a las distintas civilizaciones que históricamente se han sucedido, y siempre en un entorno de violencia.

Y es que McVicar se empeña en mostrarnos la maldad y barbarie del hombre con la presencia en escena de sacrificios humanos con abundancia de sangre. Aunque en mucha menor medida que en el estreno de esta producción en Londres.

Se han suprimido ahora respecto a entonces algunos momentos que potenciaban esa vertiente violenta, como la aparición en el desfile triunfal de los cadáveres momificados de los sacrificados colgando del techo. Según me han comentado, parece ser que estos cambios podrían haber venido impuestos por la dirección de Les Arts que los exigió aduciendo que había ya demasiada violencia para el público valenciano. Independientemente de que lo suprimido aportase o no algo a la propuesta escénica, de ser cierto, sería una nueva majadería inadmisible de Les Arts.

La dirección de actores desde mi punto de vista no está demasiado cuidada y falta un mayor énfasis en las relaciones entre los personajes. Los movimientos en escena de los protagonistas parecen la mayor parte de las veces más fruto del azar o de la inspiración del intérprete (unos más inspirados que otros), que de una dramaturgia estudiada para conseguir transmitir una particular lectura del libreto.

La escenografía es bastante simple. El escenario está dominado por un gran andamiaje central giratorio, muy feo, que desconozco lo que representa y que unido al variado vestuario, en ocasiones daba la impresión de que estábamos asistiendo a una reunión de amigotes en una fábrica abandonada tras una fiesta de disfraces. En algunos cuadros ese elemento central desaparecía para dejar un escenario despejado que favorecía el intimismo, como en la escena del Nilo o la tumba final.

Una oscuridad excesiva invadió toda la noche el escenario, potenciando la vertiente más tétrica de la lectura de McVicar.

Pese a todo, la propuesta no carece de fuerza visual y no me resultó molesta, aunque no me acabase de convencer. Desde mi personal punto de vista, se ha prescindido de recurrir a una puesta en escena clásica deslumbrante y kitsch en las que predomina la grandiosidad de cartón piedra, por esta pretendidamente innovadora y que se nos vendía como intimista, pero que no deja de primar el espectáculo puramente visual (sobre todo en los primeros actos) frente a otras lecturas de fondo y análisis de los comportamientos de los personajes.

Pero, frente a esta cierta incapacidad de la regia para transmitir los contrastes de la obra en su vertiente más intimista, allí estuvo el Maestro Maazel inmejorablemente secundado por su Orquesta para lograrlo con creces. Aunque el escenario hubiera estado vacío y los cantantes petrificados, la emoción hubiese inundado la sala igual, gracias a la exhibición de maestría del octogenario director, que declaraba en una entrevista que publica el diario Levante, que el único secreto está en el respeto a la partitura y al músico.

Bueno, pues eso ya es más discutible, porque si el escenario de la representación hubiese sido La Scala, templo guardián de las esencias verdianas, igual el veterano director hubiese salido escoltado por los carabinieri, ya que la lectura de Maazel me pareció extraordinariamente bella, llena de colorido y matices, desgranando con pulcritud la enorme riqueza y los contrastes de esta página verdiana, pero con ese particular uso de los tempi, en los que reconstruye la partitura alla Maazel y donde los ritardandi traspasan en ocasiones los límites de lo admisible (sobre todo para los cantantes). En cualquier caso, el resultado, pese a no ser ortodoxo y verdiano al cien por cien, a mi me resultó altamente gratificante.

El momento curioso de la noche se produjo al inicio del último cuadro del IV acto, cuando Jorge de León se iba acercando desde el fondo del escenario y la música no comenzaba. Me asomé hacia el foso y pude ver a Maazel agachado y la luz verde del atril encendida. Por un momento pensé si habría sufrido alguna súbita indisposición, pero enseguida comprobé que, con toda la pachorra del mundo, el venerable Maestro se estaba anudando los cordones de los zapatos, dejando claro que era él quien decide cuándo se empieza.

De la Orquestra de la Comunitat Valenciana cualquier cosa que se diga suena a repetitiva, pero francamente sólo se me ocurre insistir en que es un enorme placer escuchar a esta orquesta, aunque existan algunos fallos propios de una primera función, como ocurrió el sábado, pero la belleza del sonido que logran extraer estos músicos de sus instrumentos y su capacidad de conjunción y flexibilidad, alcanzan cotas difícilmente superables.

Es justo destacar una vez más a los solistas de flauta, oboe y cello que tuvieron unas portentosas intervenciones.

El Cor de la Generalitat volvió también a dejar claro que es una de las mejores agrupaciones que se pueden encontrar hoy en los teatros de ópera. A pesar de algún desajuste puntual y pequeños desequilibrios, su rendimiento fue magnífico, mejor el masculino, especialmente los tenores, que el femenino.

Mención de honor merece asimismo el original Coro de Tosedores de la Comunitat Valenciana, que debía también inaugurar temporada, convirtiéndose en uno de los protagonistas de la velada. Estratégicamente apostado en las diferentes zonas de la sala, con un ajustado equilibrio entre carrasperos y gargajosos, supo acompañar la partitura atacando con saña los pianísimos y cualquier conato de silencio que se producía, como mandan los cánones.

En cuanto al elenco solista, hay que comenzar por la gran triunfadora de la noche que fue, sin duda, Daniela Barcellona. Estuvo fantástica como Amneris a pesar del espantoso look reina Amidala. Quizás no sea este el papel más adecuado para ella, pero pese a que en los primeros actos no tiene excesivas oportunidades de lucirse, desde su aparición en el escenario derrochó poderío vocal y escénico, adecuación estilística y madurez interpretativa. Su escena del juicio y el dúo con Radamès fueron momentos en los que la emoción en la sala se podía cortar con un cuchillo.

Jorge de León no es Carlo Bergonzi, obviamente, pero me pareció un muy buen Radamès. Y, tal y como está el mercado de Radameses, eso es un lujo. Si algo creo que no se le puede reprochar al tinerfeño es su arrojo para acometer un personaje complicado como este. No tuvo reparos en afrontar el “Celeste Aida” sin trampa alguna, con excelente técnica, fraseo de manual y haciendo ostentación de fiato. Quizás la emisión se percibió en los inicios algo entubada, pero conforme fue avanzando la obra, fue mejorando. En la segunda parte, mucho más lírica, consiguió hilvanar algunos matices llenos de buen gusto y sobre todo hizo alarde de un fraseo bellísimo. En el dúo del tercer acto con Aida, emitió además unos agudos estupendos. Quizás en lo actoral estuvo más justito, pero cumplió hasta con los malabarismos con la catana.

Giacomo Prestia fue un buen Ramfis, presentando una resonante voz ancha y profunda, de atractivo timbre y gran volumen, consiguiendo una emisión llena de nobleza.

Gevorg Hakobyan que me había gustado bastante en sus anteriores actuaciones en Les Arts, como Sharpless y Alfio, me pareció flojísimo como Amonasro, carente completamente de autoridad vocal y carácter.

Marco Spotti, Sandra Fernández y Javier Agulló cumplieron, sin más, como Rey, Gran Sacerdotisa y Mensajero, respectivamente.

He dejado a propósito para el final a la presunta protagonista. Una Indra Thomas con la que procuraré no ser demasiado cruel, pero cuya interpretación de Aida, siendo generoso, sólo puedo calificar de muy deficiente. Me da la impresión de que alguien ha engañado a esta mujer haciéndole creer que está capacitada para afrontar un papel como este. Una voz de color muy oscuro como la de Thomas no basta para cantar Aida si, como es el caso, se carece completamente de graves, casi también de agudos, que se convierten en chillido cuando la tesitura no da más de sí, la emisión es sucia, se desafina, la técnica respiratoria es inexistente y la media voz consiste simplemente en cantar más bajito, que ya es decir, porque la escasez de volumen es otra de sus características y fue inaudible en más de una ocasión.

Con una dicción italiana propia de una pescadilla con frenillo, fue imposible identificar en qué idioma cantaba porque no se entendía absolutamente nada de lo que decía. Y todo eso adornado con una actuación dramática con menos movilidad que los pastorcillos del belén y transmitiendo menos emoción que un langostino (cocido).

La amiga Thomas asesinó, previa cruel tortura, los bellísimos dúos con Barcellona y De León, y fue una lástima, porque estos estuvieron especialmente bien y la orquesta les acompañaba con delicado lirismo.

Hui He no es santo de mi devoción, ni mucho menos, pero dudo mucho que en el segundo reparto pueda hacerlo peor que Thomas, sinceramente.

A pesar del magnífico rendimiento de Barcellona y De León, después de escuchar en el estreno a Indra Thomas, la frase del otro día de Helga Schmidt diciendo que “esta Aida es musicalmente la mejor que se puede ofrecer a día de hoy”, suena a tomadura de pelo. O pone los pelos de punta, si a lo que se refiere la Intendente es a que, con el presupuesto que hay, Indra Thomas es lo mejor que vamos a escuchar. Si es así, que lo aclare, que cambio mi abono por un pase a las cenas de la Tuna de Arquitectura.

El público llenaba casi en su totalidad el recinto. No obstante, pese a que desde hacía ya muchos días apenas quedaban localidades, una hora antes de comenzar todavía quedaban entradas que se podían adquirir al 50%, incluso de las zonas más económicas.

Además de las feroces toses que ya he comentado antes y los ruidosos papelitos de rigor, quisiera hacer una observación respecto al público del sábado que me parece de justicia. Pese a ser función de estreno, su comportamiento respecto a los aplausos fue bastante coherente. Tras el horrísono “Oh, Patria mía” que se marcó la Thomas y pese a la paradinha estratégica de Maazel buscando el aplauso, el silencio absoluto fue lo único que pudo escuchar la americana. Igualmente, al final, Barcellona fue la más reconocida de los solistas, seguida de De León y cuando salió Indra Thomas la ovación se convirtió en educados y tibios aplausillos.

Y no ha transcurrido tanto tiempo desde que en este teatro hemos visto ovacionar y bravear a piñón fijo a todo protagonista en cuanto te hacía un agudo medianamente vistoso (¿os acordáis de una tal Voulgaridou?). ¿Puede ser esto un síntoma de madurez del público de Les Arts?, pues yo creo que sí, que con el paso del tiempo está adquiriendo un mayor criterio y cada vez sabe mejor lo que quiere oír. O eso quiero creer yo.

No salió a saludar ningún miembro de la dirección artística, con lo que no se puede conocer la opinión del público respecto a la puesta en escena, aunque por lo escuchado en los pasillos parecía haber división de opiniones. Esa ausencia en los saludos de la dirección artística, según me han dicho, podría haber sido su modo de protestar ante las imposiciones de Les Arts para eliminar algunos elementos de la puesta en escena.

En fin, ya me he vuelto a alargar demasiado. Pese a la Thomas, fue una buena noche de ópera que me permitió gozar de una extraordinaria Barcellona, un estupendo De León y la magia (peculiar) del Maestro Maazel y sus músicos. Repetiremos algún otro día y veremos que nos depara el segundo reparto con Wellber como director musical y con Marcelo Álvarez y Hui He acompañando a Barcellona.

martes, 10 de febrero de 2009

FAUST (Gounod) - Palau de Les Arts - 08/02/09

Finalmente, asistí a la representación del "Faust" de Gounod que venía siendo noticia últimamente más por sus cambios de reparto que por sus propuestas artísticas. El resultado del conjunto me pareció altamente positivo, pese a algún despropósito que ya nos temíamos.

Se trata de una coproducción del londinense Royal Opera House, la Opéra de Monte-Carlo, la Opéra de Lille, y la Fondazione Teatro Lirico Giuseppe Verdi de Trieste, que cuenta ya más de 20 años. La puesta en escena original de David McVicar, adaptada por Bruno Ravella, es espectacular, de tintes clásicos, aunque la acción se traslade ligeramente de época y lugar (de la Alemania del siglo XVI a la Francia de finales del XIX), con un tono sombrío y gótico que considero muy adecuado al drama mefistofélico, apoyado por una escenografía de Charles Edwards barroca e impactante. El cuidado movimiento escénico y el inteligente uso de los espacios permiten el seguimiento de la acción, jugando en muchas ocasiones con los segundos planos. La escena del crucifijo, provocadora donde las haya, el episodio heroinómano de Fausto, la bailarina embarazada y el travestismo de Schrott en esa noche de Walpurgis que acaba en orgía, me parecieron lo más chocante y prescindible de esta puesta en escena que, en general, valoro muy positivamente.
La iluminación de Gary Dooley resultó efectista cuando debía serlo y ayudó a conseguir el tono sombrío buscado por la regia sin pecar de oscuridad.
El vestuario de Brigitte Reiffenstuel es muy vistoso, aunque mostrase algunos anacronismos.
El típico ballet de toda ópera francesa que se precie se incluye en esta ocasión en la escena de la Noche de Walpurgis, con coreografía de Esther Balfe. Unos buenos bailarines, descalzos, protagonizan un interesante número a modo de paródica “Giselle”.

En el apartado puramente musical, empezaré por lo mejor: El Coro de la Generalitat, sin duda. Excelso. No se puede hacer mejor. ¡Qué barbaridad!. La capacidad de asombro ante la emoción desmedida que genera este grupo de hombres y mujeres, con su perfección, sigue superando cualquier expectativa. El empaste y poderío que demuestran en cada intervención alcanzó su culminación en el brillantísimo coro masculino "Gloire immortelle de nos aïeux" del acto IV.

Frédéric Chaslin fue el encargado de sustituir al frente de la Orquesta de la Comunitat Valenciana al presunto enfermo Lorin Maazel. Maazel nunca ha dirigido "Faust", con lo que no podemos saber como lo hubiese hecho. Todo apunta a que muy bien como suele ser norma en él. No obstante, me cuesta creer que Maazel hubiera conseguido superar la emotividad, la fuerza, el dramatismo, la expresividad y la poesía que logró transmitir ayer Chaslin. Sin duda el francés conoce bien el repertorio y manejó la batuta con autoridad, guiando las secciones con precisión milimétrica y extrayendo unos sonidos cálidos y robustos de esta Orquesta, extraordinariamente cohesionada, que muestra cada día mayor musicalidad y perfección. A los músicos se les ve disfrutar con lo que hacen, y transmiten al oyente ese placer de tocar bien. Impecables estuvieron todas las secciones. Una vez más, volvió a lucirse el primer clarinete en un par de solos espléndidos, así como el primer violín, quien en la Cavatina “Salut, demeure, chaste et pure” alcanzó un grado de lirismo exquisito, derrochando todo el sentimiento que el tenor no logró acabar de transmitir.

En cuanto a las voces solistas:

Mario Cassi, como Valentin, demostró potencia y buen gusto, superando los escollos de su aria "Avant de quitter ces lieux" con aparente facilidad y mostrando un fraseo elegante. Lástima que como actor resultase muy mejorable.

La Siebel de Ekaterina Gubanova estuvo aceptable, aunque anduvo un poco falta de fuelle y el vibrato afeaba su gama alta. En ocasiones se desconcentraba en su actuación y la cojera de su personaje igual era exagerada que milagrosamente inexistente.

Annie Vavrille como Marthe dibujó bien el perfil de su personaje aunque el timbre de su voz no me resultó nada atractivo.

Vittorio Prato fue un Wagner simplemente correcto, pasando sin pena ni gloria por el escenario en ese corto y poco lucido papel.

Vittorio Grigolo estuvo muy bien en el complicado papel protagonista. Comenzó su interpretación del anciano doctor con un look y movimientos un tanto exagerados que me recordaron al Dick Van Dyke de Mary Poppins. Vocalmente, este comienzo fue adornado inteligentemente por el italiano, acentuando el vibrato para avejentar una voz que, tras la transformación, surgió con toda su frescura y claridad. Exhibió volumen y buen control del fiato, así como una descarada facilidad para los agudos, si bien tendían a abrirse en alguna ocasión, sin que acabase de redondearlos. Le faltó capacidad de matización y de regular intensidades, lo que hizo que no transmitiese toda la emotividad que en ciertos pasajes, especialmente el dúo con Marguerite del acto III, se hacen imprescindibles.

Erwin Schrott fue de menos a más. Comenzó bastante reservón, pero en la segunda mitad refulgió esa maravillosa voz, amplia, poderosa y consistente con que regala nuestros oídos el uruguayo. Su presencia escénica es imponente y perfiló magistralmente el aspecto sarcástico y seductor del rol, aunque no acabó de sacar toda la maldad de Méphistophélès, si bien estuvo impresionante en la escena de la maldición de Marguerite, posiblemente lo mejor del uruguayo, con un tremendo "Marguerite, sois maudite! à toi l'enfer!". En cualquier caso, el Sr. Netrebko fue con diferencia el gran triunfador de la velada.

Alexia Voulgaridou, aunque no os lo creáis, no es una de mis cantantes favoritas. ¿Qué le vamos a hacer?. No puedo evitarlo, a mi esta señora no me gusta. Algo haría bien, pensaréis. Pues sí: saludar elegantemente al final y largarse de una escena que jamás debía haber pisado. Bueno, para ser justos, en la dificilísima escena final bastante hizo con que no se le calase el motor. Sacó toda la fuerza que pudo y se movió en la zona alta con unos agudos, algo planos, pero bastante aceptables, sin perder la compostura ni quebrarse. Fue lo mejor de su actuación, aunque ignoro si acabaría defecándose encima, pues el esfuerzo se veía que era límite. El timbre de su voz es agradable, pero en cuanto tiene que moverse con fluidez hacia la zona grave o realizar un mínimo salto interválico, se quiebra su línea de canto y la voz se desmorona, al estilo de (perdóneseme la herejía) la Callas de los últimos años. Personalmente, me parece inaceptable que se coloque en este papel a una mujer absolutamente incapacitada para las agilidades y adornos. En el comienzo del aria de las joyas resultó simplemente ridícula, con unos grititos desacompasados patéticos. Se preparó bien los agudos para alcanzarlos con seguridad y con eso asegurarse el aplauso fácil. Tuvo a bien la griega, eso sí, para que su leyenda no decaiga, de obsequiarnos con un inmisericorde gallo poco antes de comenzar la escena final. Consiguió algunos buenos momentos en que jugó con las medias voces y filados, pero su capacidad de transmisión de emociones es nula. Su voz me parece profundamente inexpresiva, con lo que su actuación, en el mejor de los casos, acaba siendo fría, sosa, aburrida, vulgar.

Al final disfrutamos de un extraordinario espectáculo operístico que ni la vulgar consiguió empañar.

De postre, para desengrasar, este video de Schrott en plan torero:

video de fritz51269