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jueves, 21 de junio de 2018

"LA DAMNATION DE FAUST" (Hector Berlioz) - Palau de les Arts - 20/06/18


Ayer tuvo lugar en el Palau de les Arts el estreno de La Damnation de Faust, de Héctor Berlioz, la última ópera de la temporada en su sala principal (el próximo domingo se estrenará en el Auditori La Clemenza di Tito, de Mozart, en versión semi escenificada). La principal noticia de este estreno es, sin duda, que el mismo se llevó a cabo sin que tengamos que reseñar ninguna incidencia ajena a lo puramente musical, ya que, finalmente, se desconvocó la huelga anunciada por el Cor de la Generalitat.

Eso no quiere decir que el problema se haya solucionado, ni mucho menos. Sus justas reivindicaciones continúan sin ser atendidas por la administración autonómica. Sigue sin haber un compromiso claro y por escrito que garantice la estabilidad de la plantilla y la consolidación de los puestos de trabajo que llevan desempeñando desde hace entre 15 y 30 años. La traición del sindicato FSP-UGT, obrando por la espalda y por motivos que algún día se conocerán, ha sido en primera instancia la causa de una desconvocatoria que ha venido seguida de la expresa voluntad de los miembros de la agrupación de dar una oportunidad más a la negociación, aceptando participar en una comisión de seguimiento junto a representantes de la empresa y la administración y posponiendo posibles acciones de protesta y huelga al inicio de la pretemporada si todo sigue igual.

No voy a ahondar más en este tema de momento. No quiero remover las heces con el viento en contra, prefiero dejar que las negociaciones sigan su curso en el ámbito en el que han de desarrollarse y no contribuir a que el ambiente pueda enrarecerse más. Es decir, justo lo contrario de lo que hizo recientemente el secretario autonómico de Cultura, Albert Girona, con unas impresentables declaraciones, indignas de un representante público, que lo único que hacen es dejar en evidencia que su imprudencia es aún superior a su ignorancia.

El caso es que estaba previsto que el Cor de la Generalitat protagonizase las crónicas de este estreno y finalmente así acabará siendo, aunque no por haber ejercido su derecho a la huelga, sino por protagonizar una de las actuaciones más memorables de un coro en un teatro de ópera que ha vivido quien esto escribe, convirtiéndose por los méritos de su propia valía en los indiscutibles triunfadores de la noche. Por supuesto sin que ninguno de los chupatintas, bocachancla y mequetrefes mentales varios que se permiten cuestionar y poner en riesgo la supervivencia del Cor estuviese presente. Aunque en su descargo hay que decir que televisaban el apasionante Irán-España y en À Punt se programaba un nuevo capítulo de “Açò és un Destarifo”.

Decía antes que La Damnation de Faust y La Clemenza di Tito van a ser los dos últimos espectáculos de la temporada. Y hay algo que me ha llamado la atención. La Clemenza se va a interpretar en el aborrecible Auditori en versión semi escenificada (en principio iba a ser en versión concierto) y Damnation escenificada y en la sala principal, cuando lo cierto es que La Clemenza es una ópera que nació con el objeto de ser escenificada y La Damnation es una cosa extraña. Berlioz la calificó como leyenda dramática y en múltiples ocasiones se representa en versión concierto, y es que el componente sinfónico de esta obra tiene mayor peso que el dramático. Quizás hubiera sido más lógico que la programación se hubiese hecho al contrario, pero me alegro enormemente de que no haya sido finalmente así, pues eso nos ha permitido disfrutar de la maravillosa música de Héctor Berlioz sin las distorsiones de la imposible acústica del Auditori.

Para la ocasión se ha presentado una nueva producción del Palau de les Arts en colaboración con el Teatro Regio di Torino y el Teatro dell’Opera di Roma, donde precisamente abrió la temporada 2017/18. La puesta en escena la firma el italiano Damiano Michieletto, de quien en este teatro ya se han visto bastantes trabajos; algunos mejores, como L’elisir d’amore o La scala di seta, y otros claramente fallidos, como Il Barbiere di Siviglia. La producción estrenada ayer obtuvo recientemente el reconocimiento de la crítica italiana obteniendo el premio Franco Abbiati al mejor espectáculo de 2017.

Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a unos minutos de uno de los ensayos de esta Damnation de Faust y una de las primeras cosas que pensé fue que la puesta en escena concebida por Damiano Michieletto iba a ser fuertemente abucheada. Pero al final me equivoqué. Es verdad que hubo algunos abucheos, pero en absoluto el rechazo generalizado que yo imaginaba. Está claro que Michieletto decide aquí arriesgar fuerte y apuesta por dar una visión muy particular del mito de Fausto. Ya Berlioz, a su vez, ofreció en esta obra su personal lectura del Fausto de Goethe, eliminando el inicial pacto del protagonista con el diablo para lograr la juventud y llevándolo al final como forma de salvar el alma de Marguerite, o ambientando el inicio en Hungría en lugar de Alemania, entre otras cosas. Michieletto va aún más allá y transforma a Faust en un adolescente traumatizado por la muerte de su madre y objeto de bullying por sus compañeros que intenta suicidarse y que se agarra al amor de Marguerite como tabla de salvación frente a su sufrimiento.

La escenografía corre a cargo de Paolo Fantin, el vestuario de Carla Teti y la iluminación de Alessandro Carletti. Toda la acción se desarrolla en un mismo espacio escénico y el coro estará permanentemente presente en escena, sentado en un graderío por encima de los cantantes. El protagonista en la propuesta de Michieletto es claramente Méphistophélès, quien también estará casi siempre en escena, presencialmente o en proyecciones, con un comportamiento histriónico que recuerda bastante al de presentadores de reality show, donde su punto de vista será mostrado además mediante las imágenes que graba sobre el escenario un cámara portando una steadycam.

Visual y estéticamente hay que reconocer lo impactante de una producción que no puede dejar indiferente a nadie. El blanco luminoso predominante hasta el tramo final y la frialdad de la iluminación me recordaban un poco la estética del 2001 de Kubrick. Los momentos de amor junto a Marguerite trasladarán a Faust a su particular Paraíso que será mostrado con la proyección del cuadro del mismo título de Lucas Cranach el Viejo mientras Méphistophélès contempla la escena transmutado en serpiente, en uno de los instantes a mi juicio más logrados. Otros momentos que me parecieron muy positivos fueron el del coro celestial que salva a Faust del suicidio tras la brutal escena de bullying y que se ilustrará con los recuerdos de éste junto a su madre celebrando un cumpleaños; o la escena de la cabalgada a los infiernos y el Pandemonium, pese al aspecto de bolsas de basura gigantes en movimiento; o la Apoteosis de Marguerite final.

Es verdad que hay cosas que funcionan menos o alguna provocación un tanto gratuita, aunque creo que, en conjunto, los aspectos positivos pesan más que los negativos y yo me lo pasé especialmente bien. Reconozco que puede haber espectadores que se sientan molestos o desconcertados y un poco perdidos, pero en mi opinión hay ideas y sentido dramatúrgico e incluso creo que se consigue dotar de una cierta unidad narrativa a una obra que no puede presumir precisamente de tener un armazón dramático especialmente consistente. Además, algo que me parece incuestionable es el enorme trabajo de dirección de actores (cantantes y figurantes), cuidado hasta el último detalle, y ya sólo por eso el abucheo resultaría injusto.

Aspectos que considero negativos de la propuesta de Michieletto son: el ruido que se organiza en escena más de una vez perjudicando la música y, en general, que creo que pretende contar demasiadas cosas y quizás en ese afán de mostrar todas las lecturas y subniveles que ve el regista en la historia, se le ofrece un exceso de información visual al espectador en forma de claves que acaban por saturarle, haciendo que en lugar de centrarle le enreden más y le distraigan del apartado musical. Dicho eso pienso que en sucesivas visiones la propuesta puede ir ganando y el espectador descubriendo nuevos detalles. A mí sí me gustó.

La dirección musical corrió a cargo de Roberto Abbado, quien tras la marcha de Biondi se ha quedado ya como director titular en solitario de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, pero esta va a ser la única ópera que dirija esta temporada, algo ciertamente chocante. No obstante, la próxima no va a salir del foso más que para aliviar vejiga porque está previsto que asuma la dirección de 3 de las 5 óperas que se representarán en la sala principal.

La labor de Abbado ayer me pareció bastante destacable. Es verdad que con esta orquesta y este coro y la espléndida orquestación de Berlioz, era complicado que la cosa saliese demasiado mal. Abbado ayer se lo pasó teta, se le veía en el foso disfrutar con la obra que estaba dirigiendo. Hubo incluso momentos en los que daba la impresión de que tanto se emocionaba que alguna entrada se retrasaba o el tempo variaba. En cualquier caso creo que hizo un trabajo relevante, mantuvo el pulso y la tensión y consiguió que la partitura brillase como merecía. Aunque en ese resultado intervino y mucho la calidad de los músicos de la orquesta, destacadísimos del primero al último. Excelentes los metales, la percusión, una cuerda descomunal, con mención para la solista de viola, y unas maderas que lo bordaron con unas inspiradísimas flautas y Pierre Antoine Escoffier y Ana Rivera en oboe y corno inglés marcándose un acompañamiento bellísimo a D’amour l’ardente flamme.

Del Cor de la Generalitat ya he adelantado antes que fueron los grandes protagonistas de la velada. La calidad del sonido obtenida ayer fue espectacular. El empaste impecable y todas las cuerdas se escuchaban con un equilibrio extraordinario. Creo que habrá pocos coros fuera de nuestras fronteras que puedan garantizar hoy un rendimiento mucho mejor ante una obra tan enormemente exigente como esta. Todas sus intervenciones fueron, incluso pese a algún puntual desajuste, de poner los pelos de punta, pero destacaría la belleza obtenida en el coro de gnomos y sílfides del sueño de Faust y, por supuesto, en el maravilloso coro final. La colocación del coro estático y arriba por la propuesta escénica, ha motivado que el director musical haya decidido que algunos de sus miembros se ubiquen en el foso junto a la orquesta, posiblemente temeroso de que no tuviesen sus voces la relevancia adecuada. Yo creo que no hubiera pasado nada por situar a todo el coro arriba y quizás se evitarían problemas de puntuales desequilibrios entre el coro de foso y el del escenario, pero no voy a dar yo consejos al director. Más allá de haber conseguido Abbado o no su objetivo, lo que quedó claro es que músicos y cantantes estuvieron en el foso como sardinillas en lata. Y que todos los miembros de Cor, en foso y escena, demostraron que la retención urinaria la llevan bastante bien.

Buena fue también la participación final de los niños y niñas de la Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet y la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats.

En el reparto vocal se ha contado con un trío protagonista íntegramente hispano, con el tenor Celso Albelo como Faust, Silvia Tro Santafé como Marguerite y Rubén Amoretti como Méphistophélès.

Gran mérito el de Celso Albelo ante un papel mucho más difícil de lo que parece a primera vista y que, si no me equivoco, debutaba. Además de eso tuvo que afrontar unas exigencias escénicas muy importantes y de todo ello salió con unos muy buenos resultados, yendo, a mi juicio, de menos a más, administrando perfectamente sus recursos. Su voz y fraseo ofrecen belleza y una técnica depurada, con una zona aguda muy solvente, brillante y potente. Hubo algún desliz de afinación y una cierta frialdad general, pero el resultado fue positivo.

También creo que se debe valorar como meritorio el desempeño de Silvia Tro Santafé componiendo una buena Marguerite pese a que creo que no es el papel que mejor se ajusta a sus características vocales. Quizás le faltase un poquito más de refinamiento, de control de volumen e intensidades, pero insisto en considerar positivos sus resultados, teniendo también que hacer frente a diversas exigencias escénicas de lo más variopinto, como el tener que cantar echándose vasos de agua por encima…

Aunque si ayer hubo un artista digno de reconocimiento por su comportamiento escénico, ese fue el bajo burgalés Rubén Amoretti. Sensacional toda la noche, con un trabajo actoral exhaustivo que además iba acompañado de numerosos primeros planos que sostuvo con sobresaliente. Impecable en lo dramático y muy destacado también en lo vocal, sabiendo transmitir toda la malvada ironía del personaje.

Correcto el Brander del alumno del Centre Plácido Domingo Jorge Eleazar Álvarez en la canción de la rata, uno de los instantes que más rechazo parece que provocó en el público por la ocurrencia de Michieletto de ilustrarlo con un gigantesco roedor en escena.

Especial reconocimiento merece también en esta obra el numeroso plantel de figuración que lleva a cabo un trabajazo monumental.

La sala principal de Les Arts presentó, lamentablemente, bastantes huecos. Parece que al público valenciano le siga costando animarse a asistir a óperas menos habituales, lo que es muy triste, pero si además le metemos un partido de Ejpaña, pues para qué queremos más. Aunque lo verdaderamente triste y lamentable de ayer no fue tanto el comportamiento del público que se quedó en casa como el de quienes asistieron a la función. Conté no menos de ocho deserciones durante la representación, con taconeo, portazo y cuchicheo incluido. Y lo mejor estaba por llegar. Al final, nada más apagarse la luz, bajarse el telón y cuando Abbado aun no se había bajado del atril, ocurrió esto:



Una estampida de proporciones dantescas en una de las mayores faltas de respeto a los artistas que yo he vivido en este teatro, y mira que he asistido a situaciones parecidas, pero lo de ayer era digno de un simulacro anti incendios con previa inserción de guindillas en el ano. No sé a qué narices se debió. El partido de fútbol ya había acabado y era una hora más que razonable… Los que se quedaron brindaron fuertes ovaciones para todos, y eso que durante la representación no hubo ni un solo aplauso pese a alguna que otra paradita estratégica de Abbado. Especialmente jaleados fueron el coro y la orquesta y también muy aplaudidos los solistas vocales. La salida del equipo escénico fue recibida con bastantes aplausos a los que se unieron algunos abucheos que no me dio la impresión que llegasen a ser mayoritarios.

Bueno, pues hasta aquí mi crónica de esta última ópera de la temporada en la sala principal. No puedo por menos que animaros a haceros con alguna de las numerosas entradas que hay disponibles para los próximos días. La belleza de la música de Berlioz lo merece. La calidad de nuestra orquesta y coro, más. Y la oportunidad de asistir a un espectáculo diferente siempre vale la pena. Los más reacios y clásicos haced un esfuerzo... el año que viene ya os hartaréis de Rigoletto, Lucia, Turandot y cosas de esas bonitas



lunes, 27 de marzo de 2017

"LUCREZIA BORGIA" (Gaetano Donizetti) - Palau de les Arts - 26/03/17


Tras el huracán mediático y popular que revolucionó el Palau de les Arts con la reciente Traviata de Verdi, adornada por Valentino, la temporada operística valenciana se reanudó ayer con una de las principales obras del género belcantista, si bien no es de las más populares o conocidas entre el gran público, Lucrezia Borgia, del compositor Gaetano Donizetti. Y la verdad es que vivimos una intensísima velada operística en la que volvimos a sentir la emoción de las más grandes noches de este teatro, gracias, principalmente, a una descomunal interpretación de doña Mariella Devia.

Para la ocasión se ha presentado la ópera con la primera producción propia de Les Arts este año, en la que la dirección escénica, y esto sí que es una novedad, no ha corrido a cargo del intendente Livermore, sino de Emilio Sagi, otro nombre bastante habitual en la casa, que cerrará también la sesión operística en julio con otra creación suya, esta vez para la rossiniana Tancredi. Sagi siempre nos ha ofrecido interesantes trabajos, centrados hasta ahora en repertorio español, como en La Bruja, El dúo de La Africana, Katiuska, Luisa Fernanda o El rey que rabió.

Esta vez el director asturiano se adentra en la ópera italiana romántica con un montaje que huele bastante a low cost, con elementos que parecen claramente reciclados de otras producciones anteriores, como los moñetes falleriles de El rey que rabió o los paneles móviles y espejos de La Bruja. Sin perjuicio de lo anterior, yo pienso que no se le puede negar un indudable atractivo visual y funciona bastante bien. La propuesta de Sagi no pretende contar nada especial, simplemente sirve de vehículo al drama, unas veces con mayor acierto que otras pero, en líneas generales, adecuadamente. Se ha optado por una concepción más abstracta, huyendo de concreciones temporales y de escenografías que nos ubiquen en un espacio y tiempo determinados (apenas una góndola nos remitirá a Venecia y una maqueta de la ciudad a Ferrara).

Gran parte del éxito de la producción se debe al excelente trabajo de iluminación de Eduardo Bravo, que consigue crear unos ambientes enormemente sugerentes y juega también con los efectos, colores y sombras con inteligencia. El vestuario de Pepa Ojanguren es otro elemento positivo y he de decir que, aunque ya manifesté con ocasión de Traviata que soy un absoluto ignorante en la materia, personalmente me gustaron bastante más los vestidos de ayer de Lucrezia que los Valentinos de Violetta.

Siguiendo con comparaciones con la anterior producción vista en Les Arts, a diferencia de lo que sucedía en La Traviata, aquí sí se observa una labor de dirección de actores que, al menos, justifica el sueldo de la regia escénica. Cosa distinta es que luego se tope uno con algún cantante con menos expresividad que un poste de teléfonos, pero, aunque no haya un exceso de originalidad, hay ideas y un trabajo serio de dirección.  

Entre los aspectos que considero más fallidos, no me gustó que, una vez más, nos tengan que entretener durante los preludios u oberturas. Nada más comenzar a sonar las primeras notas, nos enchufaron un video muy livermoriano, de esos en blanco y negro con los personajes unos años atrás que ya aburren a las ovejas. Y después la guinda la pone el bailecito de miembros del coro mientras revolotean con unas medusas y unas cometas de papel y con unos manojos que parecen de espumillón navideño, y todo ello haciendo mucho ruido, molestando notablemente la concentración en la música. Otro punto negativo es que en muchas ocasiones los focos se reflejaban en los espejos o elementos reflectantes de la escenografía deslumbrando y molestando al público.

No creo que nos encontremos ante una dirección escénica especialmente relevante, no se plantea ninguna lectura especialmente original, no es el Sagi más brillante ni de lejos; pero, como hemos dicho en tantas ocasiones aunque sea triste, con que no se interfiera el devenir dramático ni se tome el pelo al espectador, ya nos conformamos, y en este sentido la propuesta cumple y tiene su atractivo.

Fabio Biondi ocupó ayer el foso de Les Arts para dirigir su primera ópera belcantista en la casa, donde hasta la fecha sus intervenciones se habían centrado en obras de los periodos barroco y clásico. En cualquier caso no es algo nuevo para él; sin ir más lejos, en 2012 y 2014 ya pudimos verle en el Palau de la Música dirigir a su agrupación Europa Galante en Norma y Anna Bolena. Como ya ocurriera en aquellas ocasiones, el director palermitano afirma haber buscado una lectura fiel a su origen con un lenguaje historicista. Pese a que Biondi se empeñe en querer destacar lo importante que es la base orquestal en esta partitura, no nos engañemos, no es lo principal. A mi juicio, Biondi se equivoca al intentarse hacer demasiado presente, con  desmanes de volumen y chimpunistas que perjudicaron a las voces, y con algunos cambios de tempo (en la cabaletta del bajo o en el trío del primer acto) efectistas sin duda, pero que no se sabía muy bien a qué respondían. Y, sin embargo, patinó en aquello en lo que debía haber sido más cuidadoso, el respeto a las voces y el mantenimiento de un pulso narrativo que no supo sostener, sobre todo en el Prólogo y en la primera mitad del segundo acto, donde, con algún tempo somnífero, en más de un momento se le cayó la tensión. No obstante, quizás en otra obra todo esto me hubiese enfadado más, pero lo cierto es que, quiéralo Biondi o no, lo fundamental aquí es el canto, y anoche funcionó tan bien lo vocal, con la excepción que luego comentaré, que no me importó.

Por lo demás, el nivel de la Orquestra de la Comunitat Valenciana fue irreprochable, con protagonismo y solvencia en los metales y delicadas intervenciones de arpa, flautas o del siempre hechizante oboe de Christopher Bouwman.

No es una obra esta que permita un especial lucimiento del coro, aunque, como de costumbre, el Cor de la Generalitat volvió a sorprender por su saber hacer escénico y por su homogeneidad y poderío vocal, como demostraron los chicos en la escena primera del segundo acto.

El gran atractivo de la cita se centraba en la presencia de nuevo en nuestra ciudad de una de las grandes diosas del bel canto, una figura referencial de la genuina escuela belcantista a la antigua, la gran Mariella Devia, que retornaba a Les Arts después de la maravillosa Norma que nos brindó en 2015. Y no es que no nos defraudara, es que dio una soberana lección de canto y puso la platea patas arriba.

La voz puede no tener, obviamente, la frescura de la juventud, pero escuchándola parece difícil creer que el próximo mes la Devia vaya a cumplir 69 años. Es muy complicado cantar mejor. Sigue maravillando la soprano italiana por su elegancia, musicalidad, claridad de exposición, finura y asombrosa técnica, con una depuradísima emisión y un inconmensurable control del fiato que, aunque haya disminuido, le permite seguir exhibiendo un legato pluscuamperfecto. Sus ataques son limpios y rotundos, la afinación y colocación perfectas, sus filados cortan la respiración, y suple las debilidades que se insinúan tímidamente con una contenida expresividad que sin embargo desborda emoción. Es verdad que a la zona grave le falta más consistencia y eso afecta a la homogeneidad de registros y podría deslucir un tanto la línea de canto, pero su sabiduría musical está ahí para salir del paso con distinción. Hay perfección canora tanto en el canto spianato como en las partes más ornamentadas, donde sigue afrontando las agilidades con maestría. Es ejemplar la nobleza y expresividad de su fraseo y cómo construye y acentúa los recitativos, sustentando dramáticamente el canto. Debería ser clase obligada para tantos cantantillos de medio pelo que piensan que con alardes pirotécnicos efectistas tienen la lección aprobada, vomitando luego unos recitativos ininteligibles y pavisosos de actor de serie española.

Ya maravilló con la belleza que supo imprimir a la cavatina de entrada Com'è bello! pese a los plúmbeos tempi de Biondi, o con la eterna nota mantenida en el concertante que cierra el Preludio, o en sus dúos con Gennaro; pero su escena final fue de enmarcar, es imposible cantar mejor Era desso il figlio mio. Todo lo que había que hacer lo hizo y lo hizo bien. Una ópera que acaba con la Devia cantando así y cayendo el telón, tiene el éxito garantizado, ya puede ser aburrida la dirección musical o escénica o ya pueden habernos metido un tenor de saldo, pero ante semejante exhibición sólo puede uno caer postrado de hinojos y susurrar: gracias.

La grandeza de la Devia no debe eclipsar el reconocimiento de la otra gran triunfadora de la noche, la mezzosoprano Silvia Tro Santafé que nos ofreció un Maffio Orsini excelente. Sigue presentando la valenciana una voz amplia de muy bello timbre, con un centro sólido y unos graves de peso que combina con una zona aguda que sabe hacer brillar, aunque puntualmente se intuya algún apuro. El depurado y diáfano fraseo estuvo pleno de musicalidad y variedad de acentos y su implicación escénica y asunción del personaje fueron ejemplares. Brava.

Debutaba en este teatro el bajo Marko Mimica, que asumió el rol de Alfonso d’Este. Para empezar, se agradece escuchar de vez en cuando una voz natural de auténtico bajo, sin esas emisiones traseras cuasi rectales que tan comúnmente nos visitan. Mostró poderío, potencia y homogeneidad en una voz imponente y compacta, sin apenas fisuras, a la que además supo dotar de intensidad, nobleza en el fraseo y se permitió incluso insinuar medias voces y ofrecer algunos detalles más que interesantes.

Fue una lástima, por ser generoso en la calificación, que el cuarteto protagonista de solistas vocales no acabase de resultar redondo con el tenor al que se ha encomendado el papel de Gennaro, el norteamericano William Davenport, quien ya subió al escenario valenciano al inicio de la pretemporada para cantar a Donizetti, como Nemorino en L’Elisir d’amore, y que volvió a mostrar las virtudes y, sobre todo, carencias que se pusieron entonces de manifiesto. Muestra una atractiva emisión natural de una voz que se defiende en el agudo con solvencia, y pare usted de contar. Carece de homogeneidad y de empaque y técnica para proyectarla adecuadamente, resultando anginosa, enganchada a la garganta. Tampoco dotó a su fraseo del refinamiento que exige el género y en sus dúos, tanto con la Devia como con Tro, quedó en vergonzante evidencia. Sus recitativos eran pésimos, el fraseo plano y descuidado y cualquier atisbo de heroicidad, dignidad o nobleza de Gennaro quedaban ocultos en un canto sin fuerza alguna, que hacía completamente increíble un personaje que en su pellejo se convirtió poco más que en un mindundi, un Nemorino en apuros chupándose el dedito. La falta de expresividad fue la tónica de la noche y, a modo de ejemplo, cuando su madre le dice que ha sido envenenado y va a morir, su reacción emocional no fue mucho más allá de la que hubiera tenido ante la noticia de que Alavés y Celta habían empatado a cero un partido amistoso.

En papeles menores volvieron a ser reclutados los consabidos miembros del Centre de Perfeccionament Fabián Lara, que fue el más destacado de todos, Andrés Sulbarán, Alejandro López, Moisés Marín, Andrea Pellegrini y Michael Borth, que están ya más vistos los pobres que el anuncio ese de las solteras de tu barrio que quieren conocerte, aunque he de decir que cumplieron dignamente, especialmente en el apartado escénico. También lo hicieron en sus brevísimas intervenciones los miembros del Cor de la Generalitat José Enrique Requena y Lluís Martínez.

El caso del Petrucci de Simone Alberti es distinto. ¿Se ha contratado para un papel irrelevante a alguien que no pertenece al Centre ni al Cor y que encima fue quien peor cantó de todos? No lo entiendo… o quizás sí, habrá que ver a qué agencia pertenece y en qué lote le han colado.

Fue una sorpresa muy agradable ver que había un lleno considerable en el estreno de ayer, aunque también es verdad que siendo un domingo se favorecía la presencia de nativos y foráneos. Hubo cierto revuelo en la platea al haberse programado los subtítulos de inicio en valenciano, algo que muchas señoras y señores de bien no podían consentir y se apresuraron a intentar corregir sin saber muy bien cómo, generando murmullos y ruiditos varios. El público se mostró bastante frío durante la representación y apenas la cavatina de la Devia levantó encendidos aplausos. Creo que el desconocimiento de la obra por gran parte de los espectadores, que no sabían dónde aplaudir, favoreció esa sensación. Sin embargo, al finalizar la función fue un auténtico delirio el que invadió la sala, siendo ovacionadísimos Devia, Tro y Mimica. La salida de Biondi a saludar coincidió con una disminución del aplausómetro que, justo cuando él se giró y se iluminó a la orquesta, volvió a incrementarse. También fue reconocida con cálidos aplausos la labor de la dirección escénica.

Esta Lucrezia Borgia es un hito que no debemos perdernos. Está muy bien que, además, vaya a ser la primera ópera que se emita desde Les Arts en streaming, el próximo sábado 1 de abril, a través de The Opera Platform; pero yo os recomiendo a todos que vayáis a escuchar a Mariella Devia en directo. Nunca es lo mismo y vale la pena.

Todo aquel falso oropel e impostado glamour con el que se decidió vestir el Palau de les Arts para arropar el gacetillero estreno traviateril, dejó ayer paso simplemente al arte en estado puro, al renacer de las auténticas esencias del género operístico, a lo que lo hace grande y eterno, a la sencilla belleza del canto humano sin artificios. Mariella Devia escribió ayer una nueva página de honor en este teatro al que honró con su presencia y con una de las interpretaciones más inolvidables que se han ofrecido en ese escenario. Todos a Les Arts. Ar!



lunes, 24 de febrero de 2014

"L'ITALIANA IN ALGERI" (Gioacchino Rossini) - Palau de les Arts - 23/02/14

Ayer, tras las incertidumbres surgidas respecto al futuro del Palau de les Arts después de la cancelación de la ópera Manon Lescaut y la retirada de todo el trencadís de su cubierta, volvió a reanudarse la temporada operística del teatro valenciano, con el estreno de L'Italiana in Algeri, de Gioacchino Rossini.
 
Veremos cómo y cuándo se resuelve finalmente el recubrimiento del hoy patético Pelau de les Arts: si se vuelve a utilizar trencadís, si se pinta, o si algún genio decide que le ponen gotelé o papel pintado de los 70. A mí me da absolutamente igual. Lo importante es que el interior del edificio recupere su actividad a pleno rendimiento y que se garantice la continuidad de nuestro teatro de ópera con espectáculos de buen nivel, como el ofrecido ayer.

-Oye, yo paso ir al tostón ese de la ópera que me sobo
- Ya, y yo. Que vaya Helga.
De momento, el mensaje que se transmitió desde las instancias oficiales no pudo ser peor. Escasísima presencia de representantes políticos autonómicos valencianos. Tan sólo se dejó ver el Conseller de Economía Máximo Buch. El President Fabra debía estar buscando sus vaqueros o comprando el arreglo de cocido antes de ir a la Cridà fallera, pero no apareció. Y de la Consellería de Cultura, ni una mínima representación oficial tampoco que mostrase el apoyo a la reapertura de Les Arts. Una sonrojante vergüenza más, que deja bien a las claras el nulo interés que sienten por la cultura en el gobierno valenciano en general y en el departamento que dirige María José Catalá en particular, quien debería replantearse cambiar de denominación a su Conselleria por la de Fallas y chirigotas populares varias, pues su política tiene de cultural lo que su forma de gobernar de democrática: el nombre.

Entrando ya en materia, creo que pocas personas podrán discutir que, dentro de la producción de Rossini, Il barbiere di Siviglia es una ópera mucho más redonda en todos los sentidos que L’Italiana in Algeri. Sin embargo, cualquier parecido entre el Barbero sufrido la temporada pasada y la Italiana vista ayer, es pura coincidencia, ganando esta última por goleada. A las pruebas me remito, en Il Barbiere yo a los quince minutos ya estaba mirando el reloj y deseando que acabase aquel tostón; anoche, el primer acto de L’Italiana, de una hora y cuarto de duración, se me pasó volando. Y mérito de la obra no es. Hubo ante todo un responsable de que las cosas funcionasen especialmente bien, el director musical Ottavio Dantone, contribuyendo también de manera capital al éxito del conjunto la ágil y efectiva dirección escénica de Joan Font, así como un equipo de cantantes que, pese a sus puntuales carencias, lograron un resultado global muy positivo.

La dirección de escena de Joan Font es sumamente alegre y colorista. A mi juicio, logró el equilibrio justo entre el respeto estricto a lo escrito y el reforzamiento del carácter desenfadado y bufo de la obra, sin exageraciones, con una estética visual muy atractiva, con un vestuario impactante y un juego de luces inteligente. La escenografía es sencilla pero resultona y de efecto directo sobre el espectador, con unos cambios de escenas ágiles, muy bien resueltos, sin dejar que mermase en ningún momento el trepidante ritmo requerido.

La dirección del movimiento de actores se vio bastante trabajada, casi siempre con acciones en diferentes planos, pero sin abusos, sin que llegase a distraer lo secundario de lo principal, únicamente remarcándolo y creando los ambientes necesarios para que la trama fluyera y su carácter cómico no decayese. Por una vez, personajes no existentes en el libreto como el tigre o las acompañantes vestidas de negro, no sólo no molestaban sino que potenciaban el conjunto. Lo único que no me gustó fue el inicio del segundo acto con esos tres personajes en escena haciendo bobadas antes de la salida del director.

Ottavio Dantone retornaba a Valencia, tras la magnífica labor de dirección llevada a cabo la temporada anterior en La Flauta Mágica, para ponerse al frente de la Orquesta de la Comunitat Valenciana y, como ya dije antes, su trabajo anoche fue el principal responsable de que Rossini brillase en el escenario de Les Arts como merece. Tras el Barbero del año pasado, algunas personas me dijeron que habían llegado a la conclusión de que la música de Rossini no les gustaba; ayer algunas de esas mismas personas me confesaron haber redescubierto al compositor de Pésaro gracias, sobre todo, a un trabajo de batuta excelente que le hizo justicia.

Dantone comenzó poniendo las cosas en su sitio con una Obertura excepcional (por cierto, a telón bajado, como Dios manda, sin pretender distraernos de lo que debe primar en esos momentos que es la música). En ella, ya perfiló con sabiduría y precisión milimétrica todos los contrastes de la escritura rossiniana, con un manejo maestro del arte del crescendo.

Impuso un tempo ágil, vivo, alegre, donde la música fluía con naturalidad y se cogía perfectamente de la mano con la acción escénica, en una conjunción sólida que impidió que la tensión decayese un solo instante. Dantone, desde el podio, dirigió todas y cada una de las entradas de los cantantes, atentísimo  a lo que ocurría en escena, cuidando que los volúmenes no tapasen a los intérpretes, pero, al mismo tiempo, sin permitir que la orquesta perdiese la relevancia requerida. Si hubiera de mencionar un fallo, sólo señalaría un cierto desajuste entre escena y foso en el pasaje del coro de pappatacci.

Christopher Bouwman
Ese trabajo exquisito de dirección contó con la inestimable colaboración de una Orquesta de la Comunitat Valenciana inspiradísima, compuesta para la ocasión por apenas 40 miembros, pero que obtuvieron unos sonidos excepcionales. ¡Cuánto echábamos de menos el sonido de esta orquesta!... Detalles como la matizada percusión, la precisión de las cuerdas o la rotundidad de los contrabajos, se unieron a las magistrales intervenciones de Álvaro Octavio a la flauta o Christopher Bouwman al oboe, por cierto, precisamente la semana que se ha anunciado que este último dejará próximamente la orquesta para integrarse en la Suisse Romande. Muy mala noticia.

Merece destacarse también el preciso, y pocas veces valorado en su justa medida, trabajo de José Ramón Martín al clave.

El Cor de la Generalitat, compuesto en esta ocasión únicamente por sus integrantes masculinos, volvió a brindarnos una actuación magnífica, pese a algún desajuste como el ya comentado antes, recordándonos el privilegio que supone poder disfrutar de una agrupación de este nivel. Debe destacarse además su comportamiento en escena, desenvuelto y divertido, potenciando el tono giocoso de la obra. Además, como en tantas otras ocasiones, se percibía que ellos mismos se lo estaban pasando fenomenal.

Junto a la presencia de Dantone al frente de la orquesta, el mayor aliciente para mí de esta producción se centraba en la presencia en Valencia de la mezzosoprano Silvia Tro Santafé, en el papel de Isabella. Y no me defraudó en absoluto. La cantante valenciana tiene una voz de bello timbre y amplio registro, con un centro consistente, unos graves de peso y audibles y una zona aguda luminosa y timbradísima. Su canto estuvo caracterizado por una extrema musicalidad, pureza en el fraseo y un exquisito gusto a la hora de manejar el instrumento, como hizo en “Per lui che adoro”, con unas medias voces y matices preciosos. Solventó las coloraturas con limpieza y precisión y firmó un “Pensa a la patria” muy meritorio. Por hacerle un reproche, quizás por la perfección técnica y corrección canora demostrada, acabase resultando un tanto fría o distante, pero ante una ejecución de semejante nivel, ya quisiera yo muchas frialdades así.

Antonino Siragusa interpretó el complicado papel de Lindoro. El tenor italiano es un auténtico especialista en partituras rossinianas y se maneja con estilo, soltura y arrojo en las complicadas trampas escritas por el maestro de Pésaro. Estuvo muy valiente toda la noche, moviéndose como pez en el agua entre las agilidades y por el registro más agudo. Su voz, aunque de tonalidades blancuzcas, tiene volumen y cuerpo, algo no muy habitual en los tenores ligeros rossinianos, el problema es que las sonoridades son excesivamente craneales y nasales, con algún deje gatuno, y su fraseo algo tosco, tendiendo a dejar sonidos abiertos, todo lo cual afeaba un tanto el resultado final que, no obstante, sólo puede considerarse positivo.

Tras la desaparición del barítono Erwin Schrott del cartel de L'Italiana in Argeli a diez días del estreno, de la que ya hablé en este blog y sobre la que desde Les Arts siguen sin pronunciarse, el papel de Mustafá fue asumido ayer por el desconocido bajo turco Burak Bilgili. La voz es bonita, con resonancias de auténtico bajo, aunque paradójicamente carecía de graves, o, al menos, no le resultaban audibles, probablemente por una mala técnica de emisión. Le faltó un punto más de autoridad vocal, pero escénicamente estuvo impecable dotando al personaje de la vis cómica imprescindible, cuidando mucho la intención en su fraseo, pese a algún problema de dicción. Creo que la nota final también debe ser positiva.

Más flojo me resultó Giulio Mastrototaro como Taddeo. Es innegable que estuvo divertido y entregadísimo en escena, pero vocalmente no hace falta ir demasiado lejos para encontrar mejores defensores del rol.

Los cantantes del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo Anabel Pérez Real (Elvira), Cristina Alunno (Zulma) y Germán Olvera (Haly), cumplieron con corrección, destacando igualmente por su buen comportamiento en escena.

La sala volvió a mostrar demasiados huecos en un estreno (los pisos 3 y 4 estaban prácticamente vacíos), pero el público asistente, aunque no destacó por su calor, se veía que se lo pasaba bien. Al finalizar se ovacionó a todos los intervinientes y a la dirección escénica de Joan Font, que recogió unánimes aplausos y bravos.

Como siempre, parece que me toque a mí lo más selecto de la sociedad valenciana en mis inmediaciones. Ayer, un ser presuntamente homínido, nos deleitó a todos con su estulticia y embrutecimiento. Comenzó por entrar y salir de su butaca, molestando a toda la fila, unas 4 ó 5 veces antes de comenzar la representación. No contento con eso, nada más iniciarse la obertura enchufó el móvil y se puso a consultar las novedades de facebook tarareando mientras la música y molestando con sus graznidos y la luz del teléfono a todos los presentes. Llegué a pensar que no estaba mirando nada, sino que lo único que quería era iluminar sus facciones para que viésemos lo guapo que era, pero claro, deseché la idea al vislumbrar sus rasgos, propios de un cruce antinatura entre Boris Karloff y un King Kong alopécico. Redondeó su actuación comentando a gritos con sus compañeros de butaca (que por cierto debían ser del mismo zoo porque le entendían sus rebuznos y le reían las gracias) lo que ocurría en escena. A los insistentes chisteos y reproches de muchos de nosotros, respondía con chulería y haciendo más ruido, provocándonos también después al encenderse las luces.

Yo les pediría a los chicos y chicas que vigilan la sala que tratasen de controlar mejor este tipo de comportamientos y se tomasen las medidas oportunas para expulsar del teatro a esta gentuza que no sabe respetar unas normas mínimas de convivencia.

En fin, nos quedaremos con que la temporada operística se ha reanudado y confiaremos en que la cosa se mantenga. Y ya puestos hoy a hacer peticiones, hare otra:

Por favor, señoras y señores del gobierno valenciano y otras instancias competentes, un día de estos que estén ustedes ya aburridos de jorobar al ciudadano busquen en el diccionario (ese libro gordo que tienen sin desprecintar en la estantería) el significado de la palabra pensar y pónganla en práctica. Es gratis e incluso gratificante. Al principio puede que sea un poco doloroso poner en movimiento la neurona atrofiada y hasta es posible que se les escape algún cuesquete del esfuerzo, pero después se acostumbra uno a razonar y hasta tiene su gracia.

Piensen. Hagan lo posible por mantener una actividad musical y operística de nivel en este teatro. Tienen lo principal: la sala y unos cuerpos estables de relevancia internacional. Da igual que el exterior del edificio tarde en recuperar el lustre de los años del pelotazo, lo importante es que se siga ofreciendo en el interior una oferta cultural de primer rango que va mucho más allá de ser, como piensa el President del arreglo de cocido, un divertimento para ricos. No es cierto. Es un activo cultural de la sociedad valenciana que contribuirá a tener mejores y más formados ciudadanos… Aunque también es verdad que igual, precisamente eso, es lo que no les interesa a ustedes.


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