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miércoles, 24 de octubre de 2012

"SIEGFRIED" DESDE LA SCALA


Ayer martes tenía lugar en el Teatro alla Scala de Milán la representación de la ópera “Siegfried”, de Richard Wagner, segunda jornada (y tercera entrega) de la tetralogía “El Anillo del Nibelungo”, en la coproducción del recinto milanés y la Staatsoper Unter den Linden berlinesa, que cuenta con la dirección musical de Daniel Barenboim y la puesta en escena del belga Guy Cassiers. Ya comenté en este blog las anteriores El Oro del Rin y La Valquiria que, al igual que pasase con este “Siegfried”, fueron retransmitidas en directo a cines de todo el mundo.

Lo que no tengo yo claro es cuánto tiempo vamos a seguir disfrutando, al menos en Valencia, de este tipo de eventos. Entre la crisis, las indecentes subidas de impuestos que afectan a la cultura y el morro que le echan algunos, el caso es que ayer en la sala de cine éramos 11 personas. Muy triste. Pero claro, a 22 euros la entrada es como para pensárselo. De hecho, por menos precio estuve yo el pasado viernes en el patio de butacas del Palau de la Música asistiendo a un concierto en directo, y también por menos dinero puede conseguirse entrada para el Palau de les Arts.

Así que, visto el panorama, no teniendo casi con quien intercambiar impresiones, tampoco voy yo hoy a extenderme demasiado en mi comentario acerca de lo vivido ayer.

Respecto a la puesta en escena poco hay que decir que difiera de lo que ya manifesté en las entregas anteriores. La propuesta de Cassiers me parece, por momentos, visualmente atractiva, otros muy fea, nunca innovadora y con muy poca chicha en la dirección de actores. El director belga parece mucho más obsesionado con epatarnos a base de video y colorín que en trabajar la dramaturgia o proponernos una lectura medianamente interesante.

Me gustó la estética del bosque en el segundo acto y las montañas de espadas que flanqueaban la fragua en el primero. Menos me agradó la fea y poco trabajada resolución escenográfica del final del tercer acto, y profundo malestar me causó la vuelta a escena, como ya ocurriese en “El Oro del Rin”, de absurdos bailarines que no vienen a cuento, metiéndose entre los cantantes y distrayendo la atención de lo realmente importante. Y lo peor fue tener que escuchar a Cassiers en el descanso justificando los molestos danzarines con el pretexto de que introducir el baile estaba en consonancia con la idea de arte total que defendía Wagner. Vamos a ver, señorito, usted además de ignorante es bobo. Cuando Wagner quiso introducir baile en sus óperas, lo hizo. Videos no habría en su época, pero bailarines sí.

Por el contrario, en lo musical sí hubo un Maestro, con mayúsculas, derrochando de nuevo genialidad y temperamento en el foso. Sigue siendo profundamente lírica la lectura de Daniel Barenboim de esta tetralogía y un auténtico prodigio de precisión, sentido del drama y ajuste de la tensión. La cuerda grave sonaba a gloria y los metales tuvieron una actuación destacada, con la excepción del solista de trompa, que comenzó de manera excelente su difícil intervención del segundo acto, pero que finalizó en un completo desacato, dando la impresión de que el instrumento se lo había arrebatado un borracho con hipo.

Sensacional y referencial fue una vez más la Brünnhilde de Nina Stemme. Lamentablemente, en esta entrega la intervención de la hija de Wotan se limita a los minutos finales, pero qué minutos… La cantante sueca volvió a dejarnos a todos (a los 11 del cine, vamos) rendidos ante la grandeza y perfección de su arte, con una voz de auténtica soprano dramática, unos ataques al agudo inmaculados, una intensidad dramática desbordante… En fin, tras cinco horas y media de función, lo mejor vino al final y nos dejó con ganas de que aquello empalmase con “Götterdämmerung”.

El tenor canadiense Lance Ryan interpretaba a Siegfried. La verdad es que me sorprendió favorablemente, porque después de haberle visto el año pasado en un “Fidelio” penoso, donde daba la impresión de haber roto su voz por completo, ayer volvió a tener detalles positivos. El primero es que aguantó el gran reto que supone este papel con mucha dignidad. Su voz nasal y los sonidos abiertos son marca de la casa, pero en la escena de la fragua estuvo francamente bien, así como en el recuerdo de la madre del segundo acto. Más forzado se le vio en el tercero, pero creo que el balance no puede ser negativo, sobre todo cuando tuvo una entrega ejemplar, demostrando que, más allá de las limitaciones vocales, domina el papel.

Esta tetralogía milanesa comenzó con un Wotan de auténtico lujo en “El Oro del Rin”, como fue el gran René Pape; continuó en “La Valquiria” con un sustituto de circunstancias, el ucraniano Vitalij Kowaljow, que hizo lo que pudo pero que bajó el listón a niveles muy mediocres; y acabamos ayer con el noruego Terje Stensvold rozando lo ridículo. Stensvold es un señor de casi 70 años que sabe frasear, conoce el papel, pero sus condiciones actuales hacen de él un Wotan/Wanderer con menos autoridad en escena que Rajoy en Berlín. Sus graves eran inaudibles y hoy por hoy carece completamente de peso vocal para asumir con dignidad el personaje, sobre todo si encima te plantan un look ridículo, dándote un aspecto de Maurice Chevalier disfrazado de El Príncipe Gitano, con la dentadura postiza a punto de saltar por los aires.

Johannes Martin Kraenzle me pareció un estupendo Alberich, excelente vocal y dramáticamente. Muy bien también Alexander Tsymbalyuk como Fafner. Más justito encontré a Peter Bronder como Mime, aunque su entrega escénica fue fabulosa. Y correctas Anna Larsson como Erda y Rinnat Moriah como Pájaro del Bosque.

No quisiera finalizar sin hacer una breve reflexión sobre estas retransmisiones de ópera en cines. Siempre he dicho que me parece algo muy positivo, que, si algunos consiguen no pasarse con los precios, puede ayudar a acercar la ópera a más público, y, sobre todo, satisfacer en tiempos de crisis a quienes no podemos desplazarnos tanto como nos gustaría. Pero creo que debería cuidarse un poco más el tema de la realización televisiva de estos eventos. Hay un abuso de los movimientos de cámara que más parecen denotar ansia de exhibicionismo que justificación artística. Y, especialmente, existe una obsesión por los primeros planos que considero incompatible con el espectáculo que se está ofreciendo. En primer lugar porque se nos impide disfrutar (o sufrir) de una escenografía y dirección de escena concebida para ser vista en la distancia en su integridad. Y, en segundo término, porque ese acercamiento desvela todos los trucos de atrezzo y maquillaje, convirtiendo muchas veces la magia del teatro en risible ridiculez. Y eso por no hablar del festival de babas y escupitajos de algunos cantantes…

A mí, personalmente, la imagen que más me gustó de la retransmisión de ayer fue la de los segundos finales de la ópera, donde en un plano general se veía el escenario en su integridad al fondo y a Barenboim y parte de la orquesta en primer término. Y es que a veces la sencillez es lo más efectivo.


video de iOpera es

jueves, 27 de mayo de 2010

"DAS RHEINGOLD" DESDE LA SCALA


Ayer se retransmitió en directo a cines de toda Europa la representación de “Das Rheingold” (El Oro del Rhin), de Richard Wagner, que tuvo lugar en el Teatro alla Scala de Milán, en una coproducción entre el recinto milanés y la Staatsoper Unter den Linden berlinesa, con la que se inicia la tetralogía “El Anillo del Nibelungo” que se pretende completar en las próximas temporadas con el resto de obras (“Die Walküre”, “Siegfried” y “Götterdämmerung”) hasta llegar a 2013, año en que se cumple el 200 aniversario del nacimiento de Richard Wagner, y en el que se ha previsto la representación del ciclo completo. Para esta aventura se cuenta con la dirección musical de Daniel Barenboim y la puesta en escena ideada por el belga Guy Cassiers.

He de comenzar diciendo que, en términos generales, no me gustó el planteamiento de Cassiers. La propuesta escenográfica tiene algunos momentos interesantes, como las sombras de los gigantes o la aparición de Erda. El charco del comienzo, a modo de Rhin, no es nada especialmente original y contó con el agravante de que durante toda la representación hubiera gente chapoteando, hasta en el Nibelheim. A mi juicio se pecó también de demasiada oscuridad, lo que unido a la pésima realización de la retransmisión, provocó dificultades en el seguimiento de lo que ocurría en escena.

Las proyecciones de video en el muro que cerraba el escenario iban creando los diferentes ambientes, unos más logrados que otros. Muy flojo el Valhalla, donde la triunfal entrada en el mismo de los dioses se limitó a una desaparición en la oscuridad.

La dirección de actores, sin ser especialmente destacable, sí fue algo más trabajada de lo que suele ser habitual.

Pero en mi opinión lo que lastró definitivamente la propuesta de Cassiers fue la presencia omnipresente junto a los cantantes de un cuerpo de baile en constante movimiento. “Das Rheingold” es una obra que cuenta ya con numerosos intérpretes en escena como para llenarla además de bailarines y mimos haciendo el ganso.

Cuando finalizó la escena de las hijas del Rhin y empezaron a deambular bailarines por allí, lo primero que pensé fue: “sí que es grave el tema de la huelga en los teatros italianos, que tienen que aprovechar para representar a la vez una ópera de Wagner y Coppelia”. Me pareció indignante asistir a las invocaciones de Wotan mientras una panda de mozalbetes medio en bolas le gesticulaban y le metían las manos por la cara a punto de sacarle el ojo sano. Pero es que además de ridiculizar a Wagner y entorpecer el seguimiento de la acción dramática, no encontré que se aportase absolutamente nada nuevo con semejantes sandeces.

El vestuario anacrónico, ridículo y feísta de Tim Van Steenbergen, no ayudo precisamente a hacer más atractiva la propuesta.

En el apartado musical siempre es complicado juzgar una función como la de ayer, vista en el cine, donde todo se oye bien y no es fácil calibrar cómo todos esos sonidos amplificados se están proyectando, conjuntando y escuchando en una sala en directo. Así pues, mis comentarios están condicionados por esa circunstancia y posiblemente fueran diferentes de haber estado presente en el teatro.

Ante todo, vaya mi mayor aplauso y reconocimiento para Daniel Barenboim y la Orquesta de la Scala que ofrecieron una maravillosa interpretación de la bellísima música de Richard Wagner, de la cual el director volvió a demostrar ser uno de los mejores ejecutores posibles que hay en la actualidad. Barenboim llevó a cabo una dirección muy cuidadosa con todos los detalles de la rica partitura wagneriana. La grandiosidad en esta ocasión cedió el paso al refinamiento tímbrico y al contraste de texturas y matices, logrando alcanzar unos niveles de emotividad e intensidad dramática enormes, viéndose resaltados los aspectos más líricos de la obra. La orquesta se mostró controlada en todo momento por la sabia mano del director que cuidó con mimo, a veces demasiado, los volúmenes en favor de los cantantes, o esa al menos fue la impresión que tuve escuchando la retransmisión.

El bajo alemán René Pape, reputado intérprete wagneriano de regios papeles como Marke (Tristan e Isolda) o Heinrich (Lohengrin), afrontaba por vez primera el exigente rol del dios Wotan. Pape hizo gala de su bellísimo timbre, cuidado fraseo, carisma, musicalidad, expresividad, conocimiento del repertorio y un comportamiento escénico irreprochable, aunque se mostrase un tanto estático en ocasiones, si bien eso puede ser achacable a la dirección de Cassiers.

Sin embargo, daba la impresión de que Wotan no acabara de ser su papel, para sorpresa de muchos, entre los que me incluyo, que pensábamos que podríamos estar ante el gran Wotan de los últimos años El Hans Hotter del siglo XXI. Quizás con mayor rodaje del personaje pueda llegar a serlo, pero ayer, aun gustándome mucho, no dejó la impronta que yo esperaba. En la zona aguda no acababa de llegar cómodo y se percibió, especialmente al final, demasiada tirantez. El problema puede estribar en que Pape realmente no es barítono. Ni siquiera un bajo-barítono. Es un auténtico bajo. Y eso se ponía de manifiesto en su disputa con los gigantes, donde el contraste entre las voces prácticamente era inexistente. Pese a todo disfrutamos de un estupendo Wotan, al que esperaremos para juzgarle con más criterio en la prueba de fuego que será “La Valquiria” con la que se abrirá la próxima temporada milanesa. Por cierto, acompañado de un reparto de lujo, con Waltraud Meier en el papel de Sieglinde y Nina Stemme como Brünnhilde.

Johannes Martin Kraenzle fue también un buen Alberich. Me dio la impresión de que quizás en directo su voz no alcanzase la gravedad y proyección deseadas, y resultase un tanto blando vocalmente, pero escuchado en el cine sonó francamente bien, con un ligero vibrato que no molestaba, y sobre todo, con una magnífica interpretación actoral.

La gran sorpresa de la noche para mí fue el extraordinario Loge del tenor alemán Stephan Rügamer. Su voz no se caracteriza precisamente por su belleza y brillantez. Una acusada nasalidad afea notablemente el timbre. Pero estuvo compensado con creces por un canto ricamente matizado y lleno de lirismo, sabiendo transmitir todos los dobleces del astuto Loge, acompañándolo además con un rendimiento inmejorable como actor, gestualmente impecable, con permanente movimiento escénico, apuntando incluso pasos de baile y dotando al personaje del carácter requerido, convirtiéndose en auténtico protagonista de la obra. Y todo ello pese al horrible look entre Punset y el Sombrerero Loco de Alicia con que le disfrazaron.

Excelente estuvo también el bajo coreano Kwangchul Youn como Fasolt. Llamaba la atención de inicio que se hubiese elegido para interpretar a uno de los gigantes a este cantante de envergadura más bien Torrebrunesca, pero su canto y expresividad fueron suficientes para componer un imponente Fasolt.

Por el contrario, el finlandés Timo Riihonen fue un Fafner bastante deficiente en todos los aspectos, con una voz fea y sin entidad alguna, que quedaba en ridículo en sus dúos con Youn.

Doris Soffel, la reciente Herodias del Real, deja más en evidencia, en el papel de Fricka, las limitaciones actuales de su voz, pero su actuación fue muy notable, adornando su canto con algunos matices exquisitos. Por eso no entiendo por qué al saludar fue objeto de algunos abucheos.

Wolfgang Ablinger-Sperrhacke fue un gran Mime. Estando brillante, tanto como actor, como vocalmente.

Anna Larsson, que curiosamente fue la Fricka del Anillo visto en Les Arts la pasada temporada, asumió en esta ocasión el papel de Erda. Tuvo algún apuro en la zona aguda, pero exhibió algunos graves de peso, especialmente al final de su advertencia a Wotan.

Correcta sin más, Anna Samuil como Freia, y muy bien Marco Jentzsch como Froh, luciendo un bonito timbre lírico.

Jan Buchwald fue un patético Donner. Vocalmente estuvo simplemente discreto, pero entre la constitución gordinfloide del muchacho, el peinado de Pumuky y un hieratismo escénico propio de un clik de famobil con golondrinos, el imponente dios del trueno sólo provocaba risa en sus apariciones y más bien parecía un Forrest Gump con sobrepeso.

Muy bien estuvieron las hijas del Rhin: Aga Mikolaj, Maria Gortsevskaya y Marina Prudenskaya, a quien ya vimos como Flosshilde en las piscinas fureras del Anillo valenciano.

El público milanés esta vez sí aplaudió y braveó con entusiasmo a Barenboim y la Orquesta, mostrándose un poco más frío con el resto de participantes.

De nuevo he de hacer una mención negativa de la realización de la retransmisión, que se empeñó en ofrecernos los poros y legañas de los cantantes con infinidad de primeros planos, entorpeciendo en numerosas ocasiones el seguimiento de la obra y la visión escénica en su conjunto.

Como ilustración musical he traído el final de "Das Rheingold", en este caso en la versión que pudo verse en Valencia, con Juha Uusitalo como Wotan, Anna Larsson como Fricka e Ilya Bannik como Donner, y la Orquesta de la Comunitat Valenciana dirigida por Zubin Mehta:


video de Reinhard62