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miércoles, 4 de marzo de 2020

"IL VIAGGIO A REIMS" (Gioachino Rossini) - Palau de les Arts - 03/03/20


Hacía bastantes años que no me perdía un estreno operístico en el Palau de les Arts y que en este blog no aparecía al día siguiente del mismo mi personal visión de lo acontecido; pero una festiva celebración familiar ineludible hizo que en esta ocasión no pudiese estar presente en el estreno de la ópera Il viaggio a Reims, de Gioacchino Rossini, el pasado sábado 29 de febrero. Un estreno que, por cierto, coincidía con el 228 aniversario del nacimiento del compositor. Así que esta crónica de hoy no se corresponde con lo vivido en el estreno, sino en la segunda de las funciones, la que tuvo lugar ayer, día 3 de marzo.

Este regreso de la ópera rossiniana a Les Arts se produce inmediatamente después de las intensísimas emociones vividas con la anterior ópera de abono, Elektra, en unas funciones que permanecerán para siempre en el recuerdo de los aficionados valencianos por el grandísimo nivel orquestal, vocal y escénico desplegado. Pasar de esa Elektra a Il viaggio a Reims, sin cabina de descompresión ni terapia de adaptación intermedia, confieso que me daba bastante pereza. Y lo digo sin el más mínimo ánimo peyorativo para la composición rossiniana, que me parece una obra muy disfrutable si está bien servida y a la que le reconozco indudables méritos, pero entre ellos desde luego no se encuentra su consistencia narrativa. Si la ópera de Strauss se hallaba sustentada por la fuerza y el poderío dramático de un libreto magnífico, la de Rossinideriva todas sus opciones de éxito a la genialidad musical del compositor y a la calidad de voces e instrumentistas, porque eso que aparece en el programa definido como “libreto de Luigi Balocchi”, se llama libreto como se podía haber llamado Wenceslao.

La insulsez supina de una historia estática con menos chispa dramática que un episodio de los teletubbies en modo pause y con el control parental activado, hace que constituya un reto de primer orden para cualquier director de escena que tenga que enfrentarse a la dirección escénica de Il viaggio a Reims, una obra más cercana a poder ser apellidada cantata que ópera, y que si se representase en versión concierto tampoco se perdería mucho. Rossini compuso esta obra por encargo, para celebrar la coronación en Reims del último rey Borbón de Francia, Carlos X, y su propósito no fue nunca que la obra perviviera representándose por los escenarios europeos tras su estreno en París en 1825 y unas pocas funciones más; sino que, cumplido su encargo, hizo desaparecer la partitura y utilizó gran parte de su música en otra ópera suya, Le Comte Ory, estrenada tres años después. Eso explica que a Rossini le chupase un pie la coherencia y enjundia dramática de la propuesta y lo único que quería era construir una loa a la monarquía francesa y a la aristocracia europea que sirviera de vehículo en el que poder llevar a cabo una exhibición de sus habilidades como compositor, tan admiradas en Francia en aquellos años, y en el que su partitura fuese interpretada, además, por los mejores cantantes e instrumentistas del momento, todos ellos, a su vez, con números individuales y de conjunto que permitieran su lucimiento, más allá de que la coherencia narrativa del conjunto se resintiese o no.

Con esas premisas, al director de escena actual, si no quiere dormir a las ovejas, sólo le cabe echarle un poco de imaginación e intentar condimentar esa construcción dramática tan endeble con el picante de una propuesta distinta que resulte original y aporte interés escénico a una obra que, por otro lado, es musicalmente muy rica, y debe hacerlo sin generar demasiada incoherencia con el texto, sin que se resienta el particular espíritu rossiniano y sin que se perjudique la necesaria exhibición de virtuosismo musical y vocal que debe ser la protagonista, manteniendo un equilibrio que, reconozco, es muy complicado.

La producción que se ha presentado en Valencia es la que ideara en 2015 Damiano Michielettopara la Ópera de Ámsterdam, la Dutch National Opera & Ballet, en coproducción con la Royal Danish Opera Copenhagen y la Opera Australia, y que cuenta con el imprescindible apoyo de la escenografía de Paolo Fantin, el vestuario de Carla Teti y la iluminación de Alessandro Carletti. Michielettoya ha demostrado sobradamente a lo largo de su carrera que ingenio y originalidad no le faltan, y no suele ser un hombre de medias tintas, así que cuando tiene una idea se lanza a desarrollarla con entusiasmo y sin red, triunfando muchas de las veces y pegándose el gran batacazo otras. Aquí, en Les Arts, nos ha ofrecido de todo, su mejor cara (La damnation de Faust) y la peor (Il barbiere di Siviglia), pero llevando a cabo siempre, más allá del éxito final, un arduo trabajo teatral de planificación y dirección escénica, y sin dejar nunca a nadie indiferente.

L'albergo del Giglio d'Oro, en el que aristócratas y pudientes personajes de diversas partes de Europa se reúnen camino de Reims, donde se celebrará la coronación de Carlos X, se transformará en esta ocasión, por gracia de Michieletto, en la Golden Lilium Gallery, un espléndido museo donde los personajes de las diferentes obras de arte expuestas cobrarán vida por la noche, mientras nuestros protagonistas se mueven perdidos buscando su lugar en el mismo, que finalmente descubriremos que será el cuadro de François Gérard: La coronación de Charles X.

La genialidad del regista italiano es absoluta. Consigue transformar un mojón argumental en una creación en la que el interés no decae en ningún momento y donde, hasta en los momentos más estáticos de esta obra tan encorsetada en lo narrativo, consigue que fluya la acción con sentido teatral y con una frescura muy cercana al espíritu de Rossini. Todos los personajes, como ocurre en el original, esperan para llegar a la coronación de Reims, aunque aquí será a la representada pictóricamente por Gérard y, contrariamente a lo reflejado en el libreto, aquí si lo lograrán.

El impacto visual y la belleza estética de la propuesta es incuestionable, el acierto en la elección de los figurantes, total, pareciendo realmente que habían escapado de las creaciones de Van Gogh, Goya, Velázquez, Kahlo, Botero, Magritte, Haring o Dix; y hay instantes visualmente inolvidables: como cuando el Retrato de Madame X de John Singer Sargent, parece cobrar vida y abrazar a su restaurador o, sobre todo, la composición de La coronación de Charles X por los personajes de la ópera, mientras Corinnacanta All’ombra amena, para acabar fundiéndose la imagen real con la del lienzo auténtico. Magistral.

En mi particular opinión, Michieletto ha vuelto a acertar totalmente y seguro que, de nuevo, a pocos habrá dejado indiferentes, porque los comentarios que escuché ayer, durante el intermedio y a la salida, se movían únicamente entre quienes se mostraban entusiasmados con la propuesta escénica (los más) y quienes la rechazaban furibundamente (los menos) bien porque se sentían perdidos en la trama o molestos con el exceso escénico o porque consideraban que se habían traicionado las esencias rossinianas.

Quizás algunos espectadores pudieron sentirse perdidos siguiendo el texto y viendo la escena, sin tampoco entender lo que allí ocurría hasta la composición del cuadro final, aunque yo no sé si se hubieran encontrado menos perdidos con la obra representada ajustándose estrictamente a Wenceslao, digo al libreto, que ya es bastante absurdo y surrealista de por sí. A propósito de esto me gustaría decir algo que ya vengo pensando desde hace tiempo. Quizás no estaría de más que en Les Arts en lugar de gastarse el dinero en los programas de mano que reparte actualmente en papel “del bueno”, con cuatro fotos y el argumento, bajase la calidad del continente y subiese la del contenido, dando algunas notas sobre la producción que se presente y sobre la obra interpretada, aunque cobrase un precio simbólico.

Es verdad que pueden cuestionarse aspectos que yo mismo he criticado en otras ocasiones. Como siempre ocurre con Michieletto hay un exceso de acción sobre el escenario. Siempre está pasando algo, en primer y segundo plano, pero ello dota de riqueza a la construcción dramática de los personajes y les insufla verosimilitud, aunque a veces pueda distraer la atención del espectador de la música o de la trama principal. Ese exceso de acción suele conllevar también que se produzcan ruidos que en ocasiones pueden disturbar la escucha musical. Pero, sinceramente, pienso que Il viaggiosale ganando con ese enriquecimiento de la acción y no es lo mismo molestar con ruidos o distrayendo con acciones en segundo plano un par de momentos puntuales en una ópera bufa de desarrollo narrativo plano, como Il viaggio, que en los momentos clave de Les Troyens, La Valquiriao Don Giovanni. Sí que quizás sea más crítico respecto a convertir el Medaglie incomparabili de Don Profondo en una subasta de arte, que como idea me parece muy bien, pero creo que se patina trasladando la acción a la platea, molestando, esta vez sí, al espectador cercano.

Además, hubo otros instantes donde no sólo no se perjudicó lo musical sino que la dirección de Michieletto contribuyó a engrandecerlo, como interpretando la introducción a telón bajado, o en el momento más mágico de la velada, con el arpa acompañando a Corinna en su Arpa gentil, che fida mientras la luz se atenúa y se inicia un lento y delicado ballet. Un instante de esos en los que, como quería Rossini, todo el alboroto se detiene y sólo la genialidad y belleza de su música se hace protagonista, llegando incluso a lograr el silencio total en la platea, curando milagrosamente, cual a leprosos en Nuevo Testamento, el coro de afectados de tuberculosis y coronavirus que nos estaba deleitando toda la noche.

En definitiva, una dirección de escena que me pareció sobresaliente y que creo que hace mucho más disfrutable la rica partitura rossiniana.

De la dirección musical se ha encargado Francesco Lanzillotta, un director al que yo no conocía hasta ahora y con quien confieso que no me quedan muchas ganas de repetir después de lo vivido ayer. Se presentaba al director romano como un especialista en el género rossiniano, pero no sé si es que el título se lo sacó en un master de la Universidad Rey Juan Carlos, si en lo que era especialista era en el turnedó Rossini o si definitivamente tengo que ir a desembozar mis orejas; porque el caso es que quedé francamente decepcionado con su labor. Creo que lo mejor que hizo fue ponerse el casco con penacho durante el aria de Don Profondo. Después de haber disfrutado tanto con la Orquestra de la Comunitat Valenciana en la reciente Elektra con los sonidos y la tensión que se exhibió desde el foso, parecía mentira que la que lo ocupase ayer fuera la misma agrupación.

La partitura de Rossinies mucho más traicionera de lo que parece, sobre todo si se quiere extraer el peculiar acento rossiniano, la chispa, la vivacidad, la frescura y transparencia que deben ser consustanciales al compositor de Pesaro. Poco de eso hubo ayer. Más bien Lanzillotta se caracterizó por imponer una batuta tosca y pesada que descuidó los matices, llevando a cabo una lectura excesivamente plana, imprimiendo tiempos lentos y trabados, y donde cualquier atisbo de tensión era absorbido en una especie de blandiblubsonoro que incitaba al sopor. Para colmo, la difícil concertación de los exigentes números de conjunto tampoco resultó especialmente acertada, y la descoordinación del foso con algunos solistas, como con el nefasto en este aspecto Sâmpetrean, fue demasiado evidente. Eso no quita para que se deban alabar las prestaciones de los músicos de la orquesta, con unos vientos en estado de gracia toda la noche, así como las intervenciones solistas de la flauta y el maravilloso sonido del arpa. También resultó muy destacable el trabajo del continuo con Simone Ori al fortepiano y Arne Neckelmann al violonchelo.

Impecable nuevamente el Cor de la Generalitat con alguna intervención ciertamente brillante, como la del coro femenino en Come dal cielo, o el estupendo L'allegria è un sommo bene que además tuvieron que ejecutar cantando y actuando a la vez que recogían y ordenaban el material escénico para el número final. Y es que si destacaron en el apartado vocal, en lo actoral sólo cabe concederles la nota máxima.

Esta ópera está concebida para permitir la exhibición de un extenso reparto de solistas que tienen todos ellos importantes momentos de lucimiento. Se escribió pensando en las mejores voces del momento y, tras su recuperación en los 80, todos tenemos en la cabeza versiones con ilustres nombres como los de Caballé,  Ricciarelli, Raimondi, Ramey, Gasdia, Valentini Terrani, Araiza, Nucci, Merritt… Lo ofrecido anoche en el Palau de les Arts estuvo muy lejos de eso y, lamentablemente, la faceta musical no estuvo a la altura de la dirección escénica. Sin embargo, tengo que reconocer que el conjunto de cantantes elegido para la ocasión sí se mostró homogéneo y a muy buen nivel en la faceta actoral, cumpliendo todos ellos con brillantez las exigencias de la regia.

Destacó claramente en lo vocal, a mi juicio, la Corinnade la soprano Mariangela Sicilia, una cantante que ya nos dejara muy buenas sensaciones como Pamina en La flauta mágica que inauguró la pasada temporada. Suyas fueron las intervenciones más relevantes de la velada, especialmente en ese lujo que es Arpa gentil, che fida. Bonito timbre en una voz lírica muy homogénea que se movía con seguridad en todos los registros, con una inmaculada línea de canto y un fraseo elegantísimo, cargado de regulaciones y matices, y con un legato fantástico.

En el resto de mujeres, no le anduvo muy a la zaga la reciente ganadora de los Opera Awards 2019 a la mejor voz joven, la mezzosoprano Marina Viotti, que compuso una relevante Melibea de muy bella voz oscura, amplia y a la que dota de un fraseo intencionado y expresivo, presentando igualmente una gran presencia escénica. Ruth Iniesta defendió con pundonor y personalidad el nada sencillo rol de Madama Cortese, aquí convertida en una tiránica gestora del museo. Cuenta con el hándicap de una zona aguda de timbre ingratísimo que llega a ser hiriente, lo que lastró especialmente sus primeras intervenciones. Después se asentó la voz algo más y me gustó en la parte final. Más ruido que nueces en la Condesa de Folleville de la soprano rusa Albina Shagimuratova que se movió con insultante facilidad por agudos, sobreagudos y escalas ascendentes y descendentes, pero cuyo fraseo resultaba forzado y poco natural, transmitiendo bastante frialdad.

En el equipo masculino hubo un poco de todo sin que nada destacara especialmente, al menos para bien. El Don Profondo de Misha Kiria fue muy aplaudido. Tiene esa joyita para lucirse que es la divertida Medaglie incomparabili, en la que puso intención, imitando claramente la histórica creación de Raimondi, pero faltándole gracia y chispa a raudales. El veterano Fabio Capitanucci fue quizás quien ofreció mayor sentido del estilo rossiniano, con un Trombonok algo sobreactuado, pero de potente voz y auténtico color baritonal. Voz y timbre atractivos también los de Adrian Sâmpetrean como Lord Sidney, aunque su fraseo fue chapucero, mal respirado e incapaz de seguir a la orquesta. Me agradó también la voz, color y arrojo del Belfiore que presentó Ruzil Gatin, aunque su tosquedad y falta de finura perjudicaba el resultado. No me gustaron ni el Don Álvaro de voz intestinal de César San Martín; ni el Libenskof del realmente ruso Sergey Romanovsky quien, aunque parecía conocer el estilo, me desesperaba por su permanente tirantez y estrangulamiento en la zona alta.

En los papeles menores, me gustó Francesca Cucuzza, como Maddalena, y estuvieron también acertados Gonzalo Manglano, en el doble papel de Zefirino y Gelsomino, y Omar Lara como Antonio. Cumplieron también muy correctamente los alumnos del Centre de Perfeccionament Pláci… ay, no, que ahora es pecado decir culo, pilila y Plácido... Bueno, de ese Centre: Max Hochmuth, Joel Williams, Aida Gimeno y Evgeniya Khomutova.

Vuelvo a insistir en que, más allá de la calidad individual mayor o menor de las voces de los solistas que suben al escenario en esta producción, debe defenderse de todos y cada uno de ellos su entrega escénica y el desempeño actoral ofrecido ante el exhaustivo trabajo requerido por Michieletto, consiguiendo que el conjunto de la propuesta funcione perfectamente en el apartado teatral.

No quiero finalizar el repaso por los artistas participantes en esta multitudinaria producción sin felicitar al personal de casting y de maquillaje y peluquería de Les Arts por la elección y caracterización de los figurantes que representan a los personajes de los cuadros de la galería que cobran vida en diversos momentos de la obra. Igualmente, hay que aplaudir a las tres bailarinas, Marta Gómez, Aycha Naffaa y Carla Ortiz, por su fascinante intervención, caracterizadas como tres esculturas que también cobrarán vida, acompañando ese bellísimo momento musical y escénico con Corinnafuera de escena cantando Arpa gentil, che fida.

Para ser un martes la sala principal de Les Arts se encontraba bastante llena, volviéndose a ver a bastante gente joven junto al tradicional público del abono, algo que me parece enormemente positivo y que espero que se consolide y siga en aumento en las próximas temporadas. Sé que se está trabajando especialmente en ello desde la dirección del teatro, con numerosas iniciativas que sólo pueden ser bienvenidas. Me  han contado que el día del estreno volvió a hacer acto de presencia el president de la Generalitat, Ximo Puig, una persona que, hasta hace poco, apenas se prodigaba en este tipo de eventos; por lo que, considerando que ya estuvo recientemente en Elektra y teniendo en cuenta que el pasado sábado hacía un fuerte viento que hacía que se volasen las ideas y lo que está por encima de ellas, su asistencia es muy de agradecer.

El comportamiento del respetable no fue especialmente caluroso y apenas se aplaudieron algunas intervenciones durante la representación. Algún móvil especialmente programado para la ocasión, intuyo, fastidió el inicio de la intervención del arpa en Arpa gentil, che fida, y otro el concertante a capela. No faltaron tampoco los habituales tosedores ruidosos, aunque en esta ocasión se encontraron, vaya usted a saber por qué, con que sus vecinos de butaca no les miraban con disgusto, sino con cara de terror. Al final sí hubo generosas ovaciones para todo el elenco, incrementadas notablemente con la salida de Mariangela Sicilia. Si por algo siento no haber estado el día del estreno es para haber braveado fuertemente el trabajo de Michieletto en la persona de Eleanora Gravagnola, asistente de la dirección de escena y responsable de esta reposición, junto al resto de su equipo técnico.

Hasta aquí mi crónica retrasada de este peculiar viaje a Reims que nos proponen Rossiniy  Michieletto. Aunque haya opiniones contrapuestas creo que lo mejor es ir y juzgar por uno mismo. Pienso que sólo por la bellísima y original puesta en escena vale la pena, y hay todavía muchas entradas disponibles. Y recordad que el mismo día de la función hay un 35% de descuento para compras realizadas 2 horas antes del inicio de lunes a viernes, y 1 hora los sábados, domingos y festivos.

Otro día ya, si acaso, hablaremos de Plácido Domingo… o no, porque realmente poco tengo que añadir a lo que he venido diciendo siempre. Lo único que confieso que no entiendo es a aquellos que en verano, sin venir mucho a cuento, les faltó tiempo para erigirse en los máximos defensores de la honorabilidad del cantante y en distinguir su faceta personal de la profesional, y que ahora, cuando Domingodice que pide perdón por si alguien se sintió mal debido a su conducta, también han querido ser los primeros en apostatar de su dominguismo, condenarle públicamente sin juicio previo y vetarle y retirar todo vestigio de cualquier relación anterior con una de las principales personalidades de la historia de la ópera. Semos asín…

lunes, 3 de diciembre de 2018

"LA FLAUTA MÁGICA" (W.A. Mozart) - Palau de les Arts - 01/12/18


El sábado tuvo lugar el esperado inicio de la temporada operística 2018-2019 en el Palau de les Arts. Tras las decepcionantes funciones de la Turandot de pretemporada, los aficionados esperaban con ilusión la inauguración oficial del ejercicio lírico valenciano. Una inauguración que además contaba con todos los ingredientes para que se confiase en poder disfrutar de una intensa velada: una joya de la producción operística como es La Flauta Mágica, de W.A. Mozart; una sala con todo el papel vendido y abundante presencia de gente joven; e incluso una nutrida representación institucional, encabezada por el máximo responsable del Ministerio de Cultura (una institución lamentablemente demasiado ausente hasta ahora de nuestro teatro), la directora del INAEM, el conseller de Cultura, la consellera de Justicia y el President de la Generalitat, entre otros.

Bueno, pues desde luego intensa fue la velada, pero para mal… Intensamente decepcionante y por momentos, al menos para quien esto escribe, indignante. El gatillazo del Palau de les Arts en su estreno de temporada ha sido memorable y el principal culpable de ello es el señor Graham Vick, reputado y reconocido director escénico del que en Les Arts hemos visto algún trabajo muy digno, como su Lucia di Lammermoor, pero que en esta ocasión nos ha presentado una mamarrachada monumental y pretenciosa, con menos sentido que un discurso de Antonio Ozores y, lo peor de todo, que se convierte en única protagonista del espectáculo, avasallando el componente musical y mancillando sin recato una obra maestra mozartiana.

Sé que con esta crónica me granjearé (nunca mejor dicho ante tanto pollo) las críticas de aquellos a los que la función les encantó, que también los hubo; así como la incomprensión de quienes piensen que se trata del eterno debate entre puestas en escena clásicas o innovadoras, que no es el caso, o que es la típica reacción de los viejos abonados conservadores, elitistas y estirados, reticentes ante cualquier cosa que huela a renovación. No es así. Ni me considero elitista, ni menos aún conservador, ni me parece mal la renovación. Quienes me seguís sabéis que no me molestan en absoluto las puestas en escena transgresoras. Recientemente, por ejemplo, no me cansé de elogiar la dirección de Michieletto en una propuesta tan particular como la presentada en junio para La damnation de Faust. Así que si hoy alguien no comparte mis impresiones, lo siento; pero si no dijese lo que realmente pienso, este blog dejaría de tener el poco sentido que le pueda quedar.

El problema de la producción elegida para inaugurar la temporada en Les Arts no es su transposición espacio temporal, ni que se pase la historia del libreto por la intermuslar, ni que disfrace de mamarrachos a los cantantes, ni que rompa la cuarta pared y utilice todo el recinto de la sala principal para ambientar su historia, ni que llene el escenario de actores no profesionales, incluso ni que el discurso que transmita sea una imbecilidad propia de primer curso de Podemita. Lo criticable reside en que todo eso, más las ocurrencias con las que lo aliña, acaban por afectar muy negativamente a lo realmente importante en una ópera, a su columna vertebral que es la vertiente musical.

Antes de nada quiero advertir que si alguien va a ir a ver esta ópera y quiere dejarse sorprender por la producción, mejor que no siga leyendo porque voy a desvelar muchas de sus idioteces (o hacer spoiler que dicen ahora los yeyés).

Cuando se anunció en prensa que Les Arts iba a hacer una selección de 70 personas no profesionales para intervenir como figurantes en esta producción y subir al escenario de manera altruista, por un momento se me pasó por la cabeza la idea de presentarme y entiendo perfectamente que le hiciese ilusión a mucha gente. Inmediatamente deseché la opción de hacerlo, no por temor a la crítica de Justo Romero cuando viera lo mal que actúo, sino porque, sin poner en duda que en el fondo la intención de la convocatoria pudiera ser bienintencionada y realmente pretendiera acercar el mundo de la ópera a los ciudadanos mediante la participación del pueblo en una ópera popular, me parecía una falta de respeto a un colectivo profesional ya bastante maltratado como el de los actores, bailarines y demás personal habitual de figuración. Con ello no quiero criticar en absoluto a las personas que han participado y que han dado lo mejor de sí en esta producción por mero amor al arte, pero sí cuestiono la ocurrencia de Vick y sobre todo sus resultados.

El señor Vick no se ha limitado a llenar de figurantes el escenario y los pasillos de la platea y a que aquéllos interpreten sus papeles de “gente de la calle” (inmigrantes, ancianos, manguis, mendigos…), sino que además les hace hablar. Sí, amiguitos, el señor director de escena ha decidido, por sus santos atributos masculinos, que había que añadir texto al libreto de Schikaneder por si algunas cosas no quedaban claras para los espectadores tontitos y, sobre todo, para procurar suavizar algunos mensajes del texto machistas o racistas, en una búsqueda absurda de dar una lectura políticamente correcta, según los imbéciles parámetros del siglo XXI, de un texto del siglo XVIII. Intuyo que lo que Vick pretende es que ese colectivo no profesional represente y dé voz al pueblo, a modo de coro griego, advirtiendo a los personajes de las posibles consecuencias de sus acciones o reprochándoles su conducta.

La majadería es mastodóntica en sí misma, pero lo peor es que además esas frases las encomienda a estos actores no profesionales, resintiéndose la acción dramática de forma crítica, ya que muchos de ellos demostraron no estar a nivel de poder debutar ni en la función de Navidad de 2º de Primaria. Reconozco su esfuerzo y valoro su ilusión, pero el resultado es malo, sin paliativos. Me hubiera parecido estupendo que hubieran hecho funciones especiales con participación de estos actores gratuitos no profesionales y, ya puestos, con entrada general gratis para que el pueblo pueda disfrutar de la ópera como quiere Vick; pero no tiene perdón de Osiris que, cuando se ha pagado 135 castañas por una entrada de ópera, te la destrocen con una mala función de cole entre medias.

Por supuesto la intervención de los actores gratuitos no profesionales se hace en castellano, con lo que en muchas ocasiones asistimos a la charlotesca situación de diálogos entre figurantes y cantantes en castellano y alemán, respectivamente. No pude evitar acordarme de aquellos tiempos en que en televisión tenían la mala costumbre de no subtitular las canciones de las películas musicales, así que, cuando en medio de una canción en inglés alguno de los actores hablaba, lo hacía doblado al castellano sin que supieras a santo de qué venía aquello. Recuerdo en Guys and Dolls (Ellos y Ellas) cantando guachigüeriguachigüeriguachigua y de pronto decía Marlon Brando “¿química?”. Pues algo así pasaba ayer. Pumpfenbafffenbafftempenf y decía uno: “grilletes”… Patético. De risa, si no fuera porque es una función de inauguración de temporada de un teatro de ópera que pretende ser de primer nivel y con entradas a precio de temporada oficial.

No sólo a los actores gratuitos les hacen hablar en castellano, también a algunos cantantes e incluso en un instante concreto a los músicos de la orquesta. Todo muy guay, muy divertido, muy popular… pero alargando innecesariamente la duración de la función y cargándose la obra de Mozart en canal. Y, como me dijo alguien en el intermedio, convirtiendo La flauta mágica en Los perriflautis mágicos.

Las ocurrencias escénicas de Vickspraynasal atacan por todos los flancos la línea de flotación de la ópera, disturbando la escucha de música y voces de otras mil maneras aparte de lo comentado. Para empezar nos encontramos ante una labor escénica extraordinariamente ruidosa y molesta. La salida de la serpiente-excavadora con unas luces deslumbrantes y su posterior explosión, las varias mascletás de fondo, los correteos y destemplados gritos de la masa de figurantes, las reubicaciones escenográficas con operarios de por medio... y, como colofón, la disparatada caída de la escenografía como fichas de dominó en mitad del maravilloso coro final. Por otra parte, se ha colocado una pasarela rodeando el foso de la orquesta por el que los cantantes pululan durante la obra y cantan por delante del conjunto orquestal y fuera de la caja escénica, con los perversos resultados acústicos que eso conlleva; como también ocurre en las innumerables ocasiones en que los solistas salen por el patio de butacas o cuando se sitúa al coro en los pasillos de platea alta. Además, esa pasarela cierra el foso de la orquesta por su parte delantera, normalmente abierta, menguando notablemente el volumen de la música. Posiblemente ayer fuera una de las pocas funciones de la historia de Les Arts donde no creo que nadie pueda decir que la orquesta tapaba a las voces, casi ocurrió lo contrario y no estamos hablando de solistas de especial volumen.


La permanente salida de cantantes y personajes por distintos puntos de la sala es otro elemento que distrae al espectador de lo esencial y le incomoda sobremanera, ya que si estas ubicado en las zonas laterales del teatro no ves elementos de la acción que discurren debajo de ti y si estás situado en la primera mitad de la platea y no sabes alemán, si quieres saber lo que están cantando tienes que estar girando el cogote para ver al cantante, te fracturas las cervicales volviendo a buscar la pantalla de subtítulos y acabas con la cabeza como la niña del exorcista. Por cierto, ayer como novedad nos encontramos con una pantalla de sobretítulos sobre el escenario que ofrece la traducción al valenciano de los textos. Intuyo que esto no será cosa de Vick sino de los nuevos gestores, aunque no entiendo muy bien por qué después de haberse gastado el teatro una pasta en las pantallas individuales, tienen que meter ahora este elemento en danza, salvo que sea un guiño de valencianismo hacia los marzalitos.

Todas estas vertientes de la producción que he comentado hacen que el regista se convierta en el centro de la función y único protagonista y, en lugar de ser él quien adapte su puesta en escena a los requerimientos musicales y vocales para respetar, potenciar y engrandecer la obra, supedita la creación musical a sus ocurrencias y la coloca en un segundo plano inaceptable. Eso es lo que justifica mi rechazo y motivó ayer mi abucheo.

Menos importancia tienen para mí otros aspectos de la propuesta de Vick, como la exaltación del feísmo que estéticamente desprende o el tontorrón mensaje que pretende transmitir. Incluso pienso que si se hubiera limitado a dejar la acción en el escenario y hubiera prescindido de los actores gratis, hasta hubiera tenido su gracia la cosa.

El mensajillo politiquero es muy primario. En lugar de los tres pilares del templo nos presidirán toda la acción los edificios del Banco Central Europeo, la Basílica de San Pedro y una tienda Apple, simbolizando, supongo, la tiranía del poder económico, del religioso y del de la informática. Frente a ellos, la masa de actores gratis representa al pueblo desfavorecido que acampa en los laterales del escenario y protesta frente a los poderosos y los niños pijos. La sala principal de Les Arts se la encuentra el espectador al entrar llena de pancartas reivindicativas de todo tipo de cuestiones, desde los desahucios a la corrupción, la violencia machista o las pensiones, y los figurantes se pasean por escena también con mensajes de toda índole.  Por supuesto todo ello con una corrección política mayúscula. Cuando se critica a las religiones salen todas representadas, cuando Papageno y Pamina cantan el precioso dúo elogiando el amor de hombre y mujer, los figurantes se encargan de enseñarnos que las parejas pueden ser también de hombre-hombre y mujer-mujer o cuando Sarastro reprende a Monostatos y le dice que tiene el alma tan negra como su piel, los actores gratis le llaman racista y le dicen que la culpa es de la sociedad. Sonrojante y lamentable. Somos adultos y comprendemos que la época en que fue escrita la obra no es esta, no nos vamos a escandalizar por esas cosas. Es más, nos da igual. Lo importante es la música. Y el señor Vick se la carga con desvergüenza.

Que Papageno salga caracterizado de gigantesco pollo cual reclamo comercial de tienda de pollos asados, no me molesta. Peor me parece el cutre aspecto de Tamino con gorra de tontaco del revés, chándal de Casa de la Caridad y mochilica con escudo del Valencia CF; o una Pamina infantil e idiotizada en la primera mitad de la obra. Si tuviera que decir lo que más me convenció de la puesta en escena creo que sería el indiscutible trabajo de dirección de actores que hay detrás de toda esta memez, la primera salida de los tres niños en patinete eléctrico y el ridículo baile final de todo el elenco que, ya en pleno destarifo y desparrame, acaba por tener su gracia… sobre todo porque ya se acaba todo.

Si Carlos Saura no hubiera cometido aquel crimen de lesa humanidad y mayúscula caradura con su impresentable Carmen, Graham Vick estaría sin duda pugnando por la medalla de oro de los mojones escénicos de la historia del Palau de les Arts.

Veo que llevo escrito tanto o más que sobre cualquiera de mis crónicas operísticas habituales y todavía no he dicho una sola palabra sobre la vertiente musical. Lamento haber concedido tanta importancia a una dirección de escena que no merecería ser protagonista más que de una portada de página de sucesos, pero es que el sábado todo lo demás que ocurrió estuvo condicionado por la defecación mental del amigo Vick y, lamentablemente, como ya he dicho, lo musical acabó por quedar en un segundo plano. Así que procuraré ser breve.

La dirección musical corrió a cargo de Lothar Koenigs, quien se ponía por primera vez al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana. Venía con el marchamo de ser un especialista en el repertorio mozartiano y me dejó con un mal sabor de boca. Era complicado destacar ante el cúmulo de cagarrutas escénicas que se desarrollaban, pero la verdad es que la dirección del alemán fue también de una insulsez soberana. Me imagino que viendo aquel desfile de pollos y figurantes gratis por diestra, siniestra, delante y detrás, con ruidos, gritos y todo tipo de inconvenientes, resultara complicado centrarse, pero no hubo ni un solo detalle que desvelase una propuesta medianamente interesante. Lectura plana, fofa, desvaída, sin alma y con importantes caídas de tensión. Mero acompañamiento al servicio de los delirios escénicos. Únicamente puedo decir en su favor la atención que prestaba a marcar las entradas de los cantantes y coro, aunque se le desmandaran en más de una ocasión. Me sorprendió, por lo inhabitual, ver por primera vez en mucho tiempo a un número importante de miembros de la orquesta bostezando. Les comprendo. Ha de destacarse por encima de todo la soberbia labor de Magdalena Martínez a la flauta y del solista de glockenspiel y las intervenciones de Pierre Antoine Escoffier al oboe, Joan Enric Lluna al clarinete o unos estupendos fagots.

Más que solvente, como siempre, el Cor de la Generalitat que, pese a no tener una extensa participación, volvió a dejar constancia de su profesionalidad, asumiendo las idioteces escénicas sin perder la compostura (debe ser muy complicado conservar la dignidad teniendo que cantar disfrazado de gurú pintarrajeado), con unos coros masculinos espléndidos y dejando dos finales de acto vocalmente excelentes. Fue una pena que no aprovecharan el desvarío escénico de Vick para colgar alguna pancarta con sus reivindicaciones.

Hay que lamentar el desastre escénico y la poca relevancia de la dirección musical porque en el apartado vocal el nivel no estuvo nada mal. Tampoco es que fuera la pera, pero al lado de todo lo demás fue lo más destacable.

Me gustó el Tamino de Dmitry Korchak. Comenzó un tanto destemplado en su aria de entrada, Dies Bildnis ist bezaubernd schön, temblón y llegando a desafinar, pero fue yendo a más y, pese a la lamentable pinta con que la dirección escénica le había castigado, tuvo una más que buena actuación. Quizás le falto refinamiento en algunos momentos en que se mostró algo tosco, pero en general cumplió con solidez y potencia en el registro agudo y algunos detalles de buen gusto.

Estupenda también la Pamina que compuso Mariangela Sicilia. La soprano italiana tiene una preciosa voz lírica que adorna regulando con elegancia en los momentos más intimistas con distinción. Me pareció preciosa la resolución de su aria del segundo acto Ach, ich fühl's, es ist verschwunden, y durante toda la función tuvo una entrega escénica magnífica. Aunque si de comportamiento escénico hablamos creo que el premio principal ha de concederse al Papageno del barítono británico Mark Stone. Toda la velada disfrazado de pollo, haciendo mil y una tonterías, incluido el tener que hablar en castellano, y, aun así, manteniendo siempre el nivel vocal sin perder las plumas.

Otra de las triunfadoras de la velada fue la Reina de la Noche de la soprano ucraniana Tetiana Zhuravel. Tuvo un pequeñísimo desliz en una de las notas de su endiablada coloratura, pero fue un mero accidente puntual. Una notable prestación vocal a la que sólo se le podría poner la pega de una cierta frialdad y a la que le faltaba ese puntito de poderío y maldad que debe acompañar al personaje, si bien es cierto que la dirección escénica la pintaba como una de las buenas de la película.

Bien en lo vocal y en lo escénico, paseándose por toda la sala y hablando en castellano las majaderías escritas por Vick, estuvo también el Sarastro de Wilhelm Schwinghammer, aunque le faltase profundidad y rotundidad en los graves.

Cumplidor, como de costumbre, Moisés Marín como Monostatos, así como Vicent Romero y Richard Wiegold como Armados y entregadísimas escénicamente y con una más que aceptable prestación vocal, las Damas del Centre de Perfeccionament, Camila Titinger, Olga Syniakova y Marta Di Stefano. Menos me gustó el Primer Sacerdote de Dejan Vatchkov.

Mención aparte merece la Papagena de Júlia Farrés-Llongueras por su gran labor actoral y la sabiduría escénica con la que solventó la situación cuando se le enganchó una de las mangas de su pollochaqueta. Y estupendos también los tres niños Lucas Tino David Rebato, Kiran Sundip Patel y Dionysios Sevastakis.

La sala principal de Les Arts, pese a tener todas las entradas vendidas, presentaba algunos huecos, no sé si debido al partido de fútbol entre el Real Madrid y el Valencia, a los cortes previstos en la ciudad por el maratón del día siguiente o por gente que vio fotos de lo que se preparaba y prefirió desertar. Aun así se registro una magnífica entrada. Durante la representación se aplaudieron los momentos habituales y nada más apagarse las luces y extinguirse las últimas notas ya se escucharon los primeros abucheos. Una cantidad muy notable de personas abandonó la sala en ese momento, algunos por la mala educación de costumbre y otros como protesta ante lo visto en escena. En los saludos finales hubo aplausos para todos, salvo para la dirección escénica que cosechó un mayoritario abucheo contestado por aplausos por una parte de los espectadores.

Bueno, pues hasta aquí mi crónica de la primera representación de la temporada. Fue una lástima que para una vez que viene el Ministro de Cultura tuviera que tragarse el esperpento de Vick. Nosotros llevamos años esperando que vengan a integrarse en el Patronato de Les Arts y a aportar una asignación presupuestaria justa e igual cuando vuelva a Madrid lo que pide es que pongan barricadas en las vías del AVE para evitar que los pollos y los actores gratis invadan la meseta.