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lunes, 4 de marzo de 2013

"IL BARBIERE DI SIVIGLIA" (Gioacchino Rossini) - Palau de les Arts - 03/03/13


Sólo las preclaras mentes que dirigen los designios de los dos principales recintos musicales de Valencia, Palau de les Arts y Palau de la Música, sabrán por qué, en lugar de intentar coordinar su oferta de espectáculos, parecen empeñados, año tras año, en hacer el ridículo contraprogramándose. Pueden pasar semanas en esta ciudad sin que haya ni una representación musical y llegar un día en que coincidan dos espectáculos notables, llevando a los aficionados a tener que optar entre uno u otro.

Así ocurrió el pasado jueves 28 de febrero, día en que se estrenaba en el Palau de les Arts la ópera de Gioacchino Rossini “Il Barbiere di Siviglia”, mientras que el Palau de la Música ofrecía, a la misma hora, un recital de la gran mezzosoprano norteamericana Joyce Di Donato (por cierto, una de las mejores Rosina que he visto yo en directo). Desde luego, no tuve ninguna duda a la hora de tener que elegir y opté por acudir a escuchar a Di Donato. Y no me arrepentí, pues os aseguro que ese recital se encuentra entre los dos o tres mejores a los que he asistido (y son unos pocos) en el Palau de la Música (AQUÍ podéis leer la acertada crónica que hizo Maac).

Ayer, finalmente, acudí a la segunda de las funciones de “Il Barbiere di Siviglia” y mi sensación de haber elegido correctamente el día del estreno, se multiplicó por mil, y es que este Barbiere me ha decepcionado enormemente y, lo que es peor, me ha resultado aburrido.

La producción del Grand Théâtre de Genève presentada en Les Arts cuenta con la dirección escénica de Damiano Michieletto, lo que, a priori, constituía para mí uno de sus grandes alicientes. La propuesta del regista veneciano es muy atractiva visualmente y tiene sus virtudes, pero también grandes defectos.


La acción se traslada a la Sevilla de los años 80, mostrando una comunidad de vecinos de un barrio suburbial, mediante una impactante escenografía giratoria que alterna la visión de la fachada del edificio de viviendas y su interior, a modo de 13 Rue del Percebe. Cada detalle del mobiliario o vestuario está muy cuidado y contribuye a conferir la ambientación deseada al conjunto. Y el colorido, frescura y viveza del montaje se adapta perfectamente al espíritu rossiniano.

Además, si algo no puede discutirse a los montajes de Michieletto es su exhaustivo trabajo de dirección de actores. Todos y cada uno de los miembros de la figuración o del Coro, y por supuesto los solistas, tienen un perfil cuidadosamente diseñado que se mantiene coherente a lo largo de la representación y los movimientos en escena de todos ellos están perfectamente estudiados. Aquí, Andreas Zimmermann, director de la reposición, merece un 10. Pero todo eso, que en principio es positivo, constituye también uno de sus principales inconvenientes. Michieletto se empeña en distraer al espectador con numerosos planos de acción que, al tiempo que consiguen ambientar perfectamente la trama y pueden resultar divertidos, llevan al público a desviar su atención de la línea argumental principal y, sobre todo, de la concentración que puedan requerir la música y el canto.

En ese mismo sentido, el tener a los cantantes permanentemente subiendo y bajando escaleras y dando vueltas en la estructura giratoria, perjudicaba sus ya limitadas prestaciones vocales y dificultaba su contacto visual con el director musical, lo cual sin duda contribuyó a los numerosos desajustes que se produjeron entre cantantes y foso.

No quisiera finalizar mi reseña de la dirección escénica sin referirme a la vergüenza ajena sentida ante ese grito de “¡Viva los novios!” que se hace dar al Coro, en un guiño paleto al espectador, propio de un episodio de “Matrimoniadas” o un espectáculo de José Luis Moreno.

La dirección musical de Omer Meir Wellber al frente de la Orquesta de la Comunitat Valenciana fue bastante correcta en términos generales. Pese a su espasmódica gesticulación a la que ya nos tiene acostumbrados y su conocido gusto por las aceleraciones sin ton ni son, en esta ocasión adoptó unos tempi bastante pausados, posiblemente para no hacer más evidentes las carencias de los cantantes, con una lectura de la obertura muy interesante y reposada. Solventó con eficacia y sentido musical los crescendos rossinianos y procuró controlar los volúmenes de la orquesta, pese a lo cual y a su reducido tamaño, no se impidió que los cantantes quedasen inaudibles en muchos momentos. Wellber fue también el encargado de acompañar con el clave los recitativos y a veces daba la impresión de que tocaba las notas que le daba la gana, con las melodías que se le iban ocurriendo. Pensé que igual se estaba aburriendo tanto como yo y que en cualquier momento se pondría a interpretar la “Rhapsody in Blue” o algo parecido.

El Cor de la Generalitat merece una especial felicitación por el fantástico trabajo llevado a cabo en escena, derrochando vis cómica, demostrando que, además de grandes cantantes, son estupendos actores. En el aspecto vocal tuvieron algunos momentos destacados, como las escenas finales de ambos actos, aunque su coordinación con el foso no fue siempre la deseada.

Como ya se ha habrá podido ir deduciendo de mis anteriores comentarios, el gran problema de la producción presentada estriba, a mi juicio, en los cantantes elegidos. Y es que si en una ópera de Rossini, construidas para el lucimiento de los cantantes, estos fallan y además no tienen gracia en escena, el resultado sólo puede ser el sopor. Muchas veces he alabado la labor del Palau de les Arts a la hora de juntar repartos relativamente desconocidos, pero que han ofrecido unas prestaciones interesantes. Sin embargo, en esta ocasión, mi opinión es que no se ha acertado. Para ofrecer un nivel como este, pienso que es preferible encargar la representación a cantantes del Centre de Perfeccionament. Saldrán más baratos y la crítica posiblemente sea más benévola.

A Mario Cassi ya tuvimos ocasión de padecerle como un pésimo Dandini en “La Cenerentola” de la pasada temporada. Pese a ello, inexplicablemente, se le ha vuelto a contratar para un papel tan relevante como el de Fígaro. Y, como era de esperar, el resultado ha sido bochornoso. Ya en su aria de entrada dejó claras sus limitaciones: Incapacidad absoluta para las agilidades, pérdidas continuas de la impostación y nula técnica respiratoria. Fue totalmente inaudible en múltiples pasajes, donde daba la impresión de que estuviese la orquesta tocando sola y un tío en escena moviendo la boca. Además, pese a abordar un personaje que debe rezumar sentido del humor y picardía, resultó muy soso en escena.

La valenciana Silvia Vázquez tampoco estuvo acertada en el papel de Rosina. Creo que su vocalidad no es adecuada al rol, estuvo fuera de estilo, presentó demasiados problemas con las agilidades e incurrió en el agudo chillado en más de una ocasión. El impresionante sobreagudo con el que coronó “Contro un Cor” fue impecable, pero no venía a cuento. A diferencia de Cassi, al que se me hace difícil imaginar cantando bien cualquier papel, Silvia Vázquez creo que debe centrarse en otro tipo de repertorio para el que sí pueda mostrar mejores condiciones.

El tenor uruguayo Edgardo Rocha, como Almaviva, fue el que más me gustó de los protagonistas, pese a puntuales problemas de afinación y dificultades con las agilidades, pero mostró una voz de muy bello timbre, especialmente en la zona aguda, tuvo algunos detalles bonitos regulando intensidades y estuvo muy valiente toda la noche, principalmente en su “Cessa di piú resistere”.

Bastante anodino y también inaudible en muchos momentos estuvo Marco Camastra como Dr. Bartolo. Mucha más clase y calidad vocal demostró el Don Basilio de Paata Burchuladze, pese al declive de su voz.

Muy bien también en su aria la veterana Marina Rodríguez-Cusí, como Berta, y magnífica en su vertiente escénica. También destacaron en sus breves intervenciones tanto Mattia Olivieri, como Fernando Piqueras, este último muy divertido en su faceta actoral.

La sala presentó un impecable aspecto, con un lleno casi absoluto y presencia de mucha gente joven, que ovacionó, yo diría que hasta en exceso, a todos los artistas, salvo un par de irrelevantes abucheos aislados a Mario Cassi. Como no estuve, no sé si el día del estreno habría, como últimamente es habitual, una escasa asistencia de público, aunque dada la climatología infernal y la numerosa presencia de habituales de Les Arts viendo a Di Donato, presumo que así sería.

Ahora parece que en Les Arts pretenden corregir los desolados paisajes de los estrenos, pero no igualando tarifas con el resto de días de representación, sino regalando cupones en un diario local que permiten un descuento del 50% en las entradas de zonas 1 a 4 para los estrenos. A este paso, acabaremos pudiendo ir a Les Arts comprando dos paquetes de papel higiénico Hacendado. Eso sí, si los espectáculos siguen teniendo este nivel, no nos lo podremos dejar en casa.


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viernes, 25 de enero de 2013

"I DUE FOSCARI" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 24/01/13

Este año, en el que se celebra el bicentenario del nacimiento de Giuseppe Verdi, el Palau de les Arts de Valencia tiene prevista la representación de dos óperas del autor italiano (“I due Foscari” y “Otello”), más “Rigoletto” que abrió la presente temporada el pasado mes de noviembre. Ayer tuvo lugar el estreno de la primera de ellas, “I due Foscari”, una composición de juventud perteneciente al periodo conocido como “años de galeras”, que, si bien no puede encuadrarse entre las obras maestras de Verdi, sí que atesora méritos suficientes como para tener una mayor presencia en los escenarios operísticos de la que tiene. Podéis leer un estupendo análisis de la misma pinchando aquí.

La presencia del veterano cantante Plácido Domingo debutando un nuevo papel de barítono, en este caso el de Francesco Foscari, constituía el principal aliciente de esta coproducción entre el coliseo valenciano, el Theater an der Wien, la Royal Opera House Covent Garden de Londres y la Ópera de Los Ángeles, donde ya se representó el pasado mes de septiembre. Pero ni el protagonismo de Domingo consiguió evitar que el teatro valenciano presentase una entrada paupérrima para ser una noche de estreno. Apenas media entrada, con los pisos superiores prácticamente vacíos. Quiero volver a reiterar aquí que quizás sea hora de plantearse el hecho de que las entradas para los días de estreno dejen de ser más caras que para el resto de representaciones. Para los artistas, el panorama de un estreno en un teatro medio vacío es deprimente; y está visto que el público prefiere esperarse a otras funciones de precio más reducido y donde además el espectáculo ya ha rodado y hay un mayor ajuste.

La producción presentada ayer cuenta con la dirección escénica del norteamericano Thaddeus Strassberger, con escenografía de Kevin Knight, el vestuario de Mattie Ullrich y la iluminación de Bruno Poet.

La puesta en escena se caracteriza por una ambientación oscura, a veces demasiado, acorde a la sombría trama del drama verdiano representado. La escenografía nos presenta estructuras y edificios semiderruidos apuntalados y montañas de escombros, posiblemente simbolizando todo ello una sociedad en descomposición dominada por un poder político corrupto donde las ambiciones personales prevalecen sobre la justicia. Incidiendo más en todo esto, se pone un énfasis, a mi juicio excesivo, en la vertiente más gore, con gratuitas imágenes de tortura y violencia en esas lóbregas mazmorras propias de las aventuras del Capitán Trueno.

El vistoso y colorido vestuario es lo único que aporta un cierto grado de luminosidad en medio de todo este oscuro y tétrico ambiente de los entresijos del poder que desprende una general fealdad. Por eso, causaba cierta gracia ver a Jacopo Foscari  colgado en una jaula y añorando su ciudad mientras esta se presenta como un montón de desechos.

Entre lo más positivo destacaría el uso de la iluminación para remarcar determinadas escenas con inteligencia, como en el terceto del segundo acto. También me gustaron las proyecciones, con algunas frases alusivas al drama, mientras sonaba la música al inicio de cada acto. Por el contrario, la escena de carnaval me pareció muy pobre y aquello más que el Carnaval de Venecia parecía una feria de pueblo, eso sí, con exhibición del últimamente omnipresente tragador de fuego que debe estar en plantilla de Les Arts. Pero, sobre todo, si algo me disgustó de esta propuesta escénica es que no comprendí a qué venía el detalle final de apartarse absurdamente del libreto original haciendo que, tras la muerte de los dos Foscari del título, Lucrezia ahogue en un charco al hijo mayor de Jacopo. Un disparate majadero sin igual.

Al frente de la Orquesta de la Comunitat Valenciana, tras el glorioso paréntesis en el que pudimos disfrutar de la maestría de Riccardo Chailly, volvió a colocarse su director titular Omer Meir Wellber. Tengo que decir que su trabajo me gustó bastante más que en “Rigoletto”, y, en conjunto, creo que fue positivo, aunque, una vez más, me volvió a dejar con la sensación de que su dirección peca de caprichosa. No consigue transmitirme un concepto unitario en su labor de batuta, aplicando tempi y volúmenes que en muchos momentos parecían seleccionados al azar, combinándose explosiones temperamentales de atronadores efectos sonoros y velocidades supersónicas, con algunos detalles líricos más reposados, pero no necesariamente conectados con lo que sucedía en escena. Su dirección vehemente y nerviosa volvió a atropellar en muchos momentos a los cantantes, y el descontrol, especialmente con Magrì y con el coro en sus primeras intervenciones, fue evidente en más de una ocasión. Este hombre debería tomarse una tila y respirar un poquito más con los cantantes. Por el contrario, pese a que otras veces en los concertantes ha patinado, ayer, en el que cierra el acto segundo, llevó a cabo una labor espléndida, alcanzándose uno de los momentos más bellos de la noche.

Los músicos de la Orquesta de la Comunitat Valenciana volvieron a mostrar un comportamiento ejemplar, con alardes de virtuosismo por parte del clarinete de Tamás Massànyi, magníficas intervenciones de Cristina Montes al arpa, y un espléndido inicio del segundo acto con el violonchelo de Guiorgui Anichenko y el solista de viola, al que no pude identificar.

Irreprochable también, una vez más, la labor del Cor de la Generalitat, mostrando un gran poderío en la escena final y derrochando belleza en la intervención de las voces femeninas en la cavatina de la soprano.

Como decía al comienzo, el principal aliciente era la presencia en el escenario de Plácido Domingo en el papel de Francesco Foscari. El número 140 de su carrera, que se dice pronto. Y con eso creo que ya se dice todo. Un señor con semejante currículo, siendo por derecho propio uno de los mejores cantantes de la historia de la ópera, y pisando los escenarios a los setenta y tantos años con un dominio de las tablas impresionante y una voz con impropia frescura, se merece todo mi respeto. Como ya he manifestado en otras ocasiones en que he comentado intervenciones de Domingo como barítono, si comparamos, desde el punto de vista de la ortodoxia canora, el rendimiento del madrileño con otros barítonos de referencia, es obvio que Domingo sale trasquilado. Lo quiera él o no, su voz sigue siendo de tenor. Su zona grave se muestra demasiado desguarnecida como para afrontar por derecho estos papeles, de ahí que se le vea forzado e incómodo en muchos momentos e incluso se vea tapado por la orquesta, aunque en cuanto la tesitura sube, su timbre vuelve a brillar con luz propia.

Pero, si nos olvidamos de la ortodoxia y nos centramos en el puro espectáculo operístico, el señor Domingo no defrauda. Solventa las carencias con efectivos ardides de viejo tahúr y el animal escénico que es te seduce sin paliativos con la fuerza dramática y la pasión de la que siempre hace gala en escena. Además, especialmente en su primera intervención y en la escena final, exhibió un fraseo de auténticos tintes verdianos, con musicalidad, un legato de reglamento, perfecta dicción y expresividad por arrobas. Por si faltaba algo, murió en escena rodando cual Victorino sin puntilla, con tal credibilidad que llegué a temer por su integridad física.

El papel de Jacopo Foscari fue interpretado por el tenor siciliano Ivan Magrì, a quien ya tuvimos ocasión de ver como Duca en “Rigoletto”. Volvió a mostrar parecidos defectos y virtudes a los de entonces, aunque esta vez me gustó algo más. Su timbre no es precisamente bonito, muy metálico, con un centro donde presenta un vibratillo caprino que afea un tanto su emisión. Destacó nuevamente en su facilidad para la subida al agudo, con potente volumen, pero sus escasos intentos por enhebrar medias voces o matizar su fraseo se topaban con una pérdida de la impostación. Tuvo un buen comportamiento en escena pese a tener que cantar casi permanentemente enjaulado y sobre todo se entregó a su personaje de forma valiente y apasionada haciendo creíble el papel.

La hasta ahora desconocida soprano china Guanqun Yu, ganadora de la última edición de Operalia asumió el rol de Lucrezia Contarini, un papel mucho más exigente de lo que puede parecer, ya que tiene que mostrar sobrada suficiencia tanto en la zona grave como aguda, debe ser solvente en las agilidades y tener fuerza dramática y capacidad para el matiz. Pero, lamentablemente, pocas cosas de estas demostró ayer la china. Tiene una voz lírica de matices muy bellos, brillando la emisión en la zona alta, pero de graves anda cortísima, las agilidades fueron deficientes, en su aria caló reiteradamente, resultaba fría, inexpresiva y sin emoción, y su dicción fue pésima. Pese a todo fue aplaudidísima.

El bajo italiano Gianluca Buratto, como Jacopo Loredano, posiblemente el único de los cantantes principales cuya voz se ajustaba a los requerimientos del papel, tuvo una actuación en la que destacó su poderosa y rotunda voz grave. El tenor valenciano Mario Cerdá fue un Barbarigo que brilló en su intervención final manifestando la inocencia de Jacopo; y los cantantes del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo Marina Pinchuk (Pisana), Pablo García López (Soldado) y Mattia Olivieri (Siervo), tuvieron también unas correctas actuaciones, destacando la potente voz de este último.

Al final, un público más frío y cuchicheador que de costumbre, brindo una ovación de gala a Plácido Domingo, a quien lanzaron numerosos ramos de flores que fueron a parar todos ellos al foso, estando uno a punto de dejar tuerta a la solista de fagot. Fueron también muy ovacionados el resto del elenco, especialmente, como decía antes, la china Guanqun Yu. Y también hubo tibios aplausos para la dirección escénica, pese a un escaso “buuu” aislado de un francotirador.

Quiero expresar aquí mi satisfacción y pública felicitación al encargado de bajar el telón en el Palau de les Arts que ayer, por fin, esperó a que finalizase completamente la música antes de iniciar su descenso, con lo que se evitaron los anticipados aplausos de los nerviosillos de turno.

Esta vez no hubo a la entrada protesta de los trabajadores del Palau de les Arts. Parece ser que han optado por suspender temporalmente las mismas en tanto esperan que la nueva Consellera de Cultura les escuche, como prometió al ocupar el cargo. Ojalá todo acabe solucionándose satisfactoriamente, se olviden del ERE y ese engendro llamado Culturarts no engulla la Fundación Palau de les Arts.

No quisiera finalizar sin animar a todo el que esté indeciso, por desconocer “I due Foscari”, a que acuda al Palau de les Arts. Si ver en escena a un mito de la historia de la ópera como Plácido Domingo no es aliciente bastante, le añadiría que esta obra tiene momentos bellísimos y, sin duda, lo pasarán bien.


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Aquí podéis leer la estupenda crónica de Maac.

Y si alguien está interesado, el próximo miércoles 30 de enero, a las 19.30 horas, la Asociación Amics de l'Òpera i de les Arts de la Comunitat Valenciana dará una charla sobre "I due Foscari" en los locales de la Real Sociedad Valenciana de Agricultura y Deportes (calle Comedias nº 12, 46003 Valencia). La entrada es gratuita.

domingo, 11 de noviembre de 2012

"RIGOLETTO" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 10/11/12


Y por fin, se levantó el telón... Tras muchas incertidumbres, la temporada de ópera en Valencia ha comenzado con relativa normalidad. No sabemos cómo acabará la cosa, pero de momento ayer se dio el pistoletazo de salida a un ejercicio operístico que se aventura movidito.

Finalmente, las protestas de los trabajadores del Palau de les Arts frente a los incumplimientos de la empresa de los acuerdos laborales pactados a principios de año y ante el ERE que les van a aplicar, se concretaron en una ruidosa concentración en la explanada de acceso al teatro, tras una pancarta en la que se leía 'Sin nuestro trabajo no hay cultura', y el reparto al público asistente de unas hojas informativas con sus reivindicaciones. Se había planteado a la empresa la iniciativa de leer un manifiesto antes de comenzar la representación, pero parece ser que desde la Conselleria de Cultura se opusieron a la propuesta. Ante esa negativa, el maestro Omer Meir Wellber tuvo un bonito gesto cuando subió al podio para iniciar la interpretación de la obra, al coger el manifiesto de los trabajadores y durante unos segundos hacer como si lo estuviera leyendo al público pero permaneciendo en silencio. Finalizados estos instantes, parte del público, principalmente de los pisos altos, prorrumpió en aplausos y hubo algún grito a favor de la cultura.

El paro de dos horas que se había anunciado para la función del próximo martes se ha desconvocado, aunque para las siguientes representaciones se estará a lo que decida una próxima asamblea de trabajadores. En principio la noticia sería para alegrarse si ello respondiera a una decisión libre de los empleados de Les Arts o a un posible acuerdo con la empresa, pero parece que se debe más a una fuerte presión unilateral por parte de ésta. En fin, ya veremos como acaba la cosa…

Si queremos que la actividad del Palau de les Arts se mantenga, los primeros que habremos de responder seremos los espectadores, demostrando con nuestra asistencia que la continuidad de la actividad operística en nuestra ciudad tiene razón de ser. Y el aspecto que mostraba ayer la sala no era especialmente halagüeño. Había una buena entrada, pero siendo inicio de temporada, con una obra tan popular como “Rigoletto” y un sábado por la tarde, lo lógico era que se hubiese podido llenar. Esperemos que en las próximas representaciones, donde los precios de las localidades serán más baratos que en el estreno, mejore la asistencia de público.

Nos  volvió a obsequiar con su ausencia el President Fabra, al que está claro que le interesa menos la ópera que a mí el Reggaeton. Tampoco vi a la Consellera de Cultura con apellido de sheriff de spaguetti-western, que, si realmente no fue a dar la cara en un día como este, demostraría una vez más lo grande que le viene el cargo. Sí estaba por allí el Vicepresidente Císcar, la Delegada del Gobierno y algunos otros carguillos autonómicos de medio pelo, así como la Intendente Helga Schmidt. También se vieron algunas caras conocidas del mundo del espectáculo como el tenor Jorge de León o el ex portavoz del PP en las Cortes Valencianas, Rafael Blasco, actualmente imputado por seis delitos.

Mucho se venía hablando en los medios de comunicación locales acerca de la espectacularidad de esta producción de “Rigoletto” del Teatr Wielki de Varsovia, creada originariamente por el belga Gilbert Deflo hace casi veinte años para La Scala, donde es todo un clásico que se representa periódicamente desde entonces (estos días sin ir más lejos). Desde luego la producción es espectacular. Una grandiosa escenografía ocupa ampliamente, en altura y profundidad, la caja escénica del teatro valenciano, mostrando los diferentes ambientes en los que se va desarrollando la acción, siempre dejándonos la sensación de que lo que se pretende sobre todo es apabullar al espectador visualmente, como con el palacio del Duca que parece casi una catedral. Lo mismo ocurre con el vestuario de la oscarizada Franca Squarciapino, de un barroquismo y colorido ciertamente irreprochables. Menos cuidada me ha parecido la iluminación de Stanislaw Zieba, que pienso que podría haber dado mucho más juego en combinación con el resto de elementos escénicos.

Sin embargo, esa grandiosidad de la escenografía origina un serio inconveniente al haberse unido a los recortes de personal en Les Arts, y para cambiar los decorados se tarda un tiempo excesivo. Francamente, tres intermedios de media hora cada uno en un “Rigoletto” es una exageración y rompe completamente el ritmo de la obra. Que a los 15 minutos de comenzar ya haya un descanso de 30 minutos, me parece imperdonable.
 
Junto a este derroche escenográfico y de vestuario, la propuesta de dirección escénica de Deflo, adaptada para la ocasión por Beata Redo-Dobber, no me pareció nada del otro mundo y no creo que aporte mucho, más allá de epatar visualmente. El manejo de la dirección de actores y los movimientos en escena son bastante simples. La escenografía pienso que está bien concebida para lograr que la acción fluya natural y eficazmente a los ojos del espectador, pero los cantantes y coro estuvieron bastante estáticos y la resolución de algunas situaciones como la entrada del Duca en el patio de la casa de Rigoletto o el tropiezo de éste con Borsa, me resultaron casi de función de colegio.

Así pues, desde el punto de vista visual la producción deja forzosamente una sensación viejuna pero, en conjunto, satisfactoria. Y es especialmente recomendable para aquellos que se enfrenten por vez primera a esta página de Verdi, pues todo se cuenta, más o menos, como marca el libreto, con un atractivo estético añadido incuestionable.

Lo que más me decepcionó ayer fue la dirección musical de Omer Meir Wellber. El israelí transmitió muy poco aliento verdiano. Dejó de lado cualquier esencia purista de la partitura y fue a su bola. Lo malo es que eso se lo pueden permitir genios como su antecesor Maazel, que, dentro de sus particularidades, te pueden maravillar con los resultados obtenidos, pero no quienes, como Wellber, carecen luego de coherencia en su lectura. Volvió a hacer, como en “Tosca”, una interpretación, a mi juicio, caprichosa de los volúmenes y dinámicas, y llevó a cabo una labor de batuta tan atropellada como sus gestos, poniendo en serios apuros a todos los intérpretes. Lo peor ya no fue que con los tempi veloces que imponía arrollase a los cantantes, sino que además demostró su incapacidad para, en esos momentos, controlar la situación y coordinar foso y voces. Ayer, sin embargo, no fue tan inclemente con el volumen como en otras ocasiones, apreciándose un intento de ajustar el mismo a los cantantes, pero cuando moderaba volúmenes se perdía tensión y, lamentablemente, el color orquestal se difuminaba y el alma que debe impregnar los sonidos que surgen del foso no se encontraba por ningún lado.

Lo anterior no quiere decir que las prestaciones de la Orquestra de la Comunitat Valenciana no hayan sido óptimas en cuanto a ejecución, porque sí lo han sido, pero más por la maestría de los atriles que por la labor del director. Impresionantes resultaron los sonidos del cello solista de Guiorgui Anichenko en el encuentro entre Rigoletto y Sparafucile, o la maravillosa conjunción de la sección de cuerdas al completo en la entrada de Rigoletto en busca de su hija secuestrada, o las flautas en el “Caro Nome”, o todas las intervenciones de Pierre Antoine Escoffier con el oboe.

Muy bien estuvo también la banda interna formada por alumnos del Conservatorio Profesional de Valencia, bajo la dirección de Ricardo Casero; así como los músicos en escena de la Fundación Desarroya.

En cuanto al Cor de la Generalitat, compuesto en esta ocasión por sus integrantes masculinos, sufrieron también el atropellamiento de Wellber y hubo algunos desajustes, aunque vocalmente su actuación fue óptima.

Ha de destacarse que miembros de Ballets de la Generalitat intervinieron por vez primera en una función en el Palau de les Arts, en concreto en el acto primero.

El reparto vocal a priori no presentaba grandes nombres y responde a la época de vacas flacas que nos toca atravesar. Aquí es donde un buen gestor tiene que demostrar su valía y, con menos recursos, saber sacar adelante una programación que mantenga un nivel de suficiente calidad, porque contratar a las grandes estrellas con talones firmados en blanco lo sabríamos hacer casi cualquiera. Personalmente, yo soy partidario de que los recursos que pueda haber se centren en mantener a toda costa la Orquesta y Coro que son hoy ya un referente internacional y en traer buenas voces, sean más o menos populares. Y la inversión en costosas producciones, la mayoría de las veces infumables, debería ser algo secundario.

El mayor aliciente de un reparto vocal bastante desconocido se centraba en el Rigoletto de Juan Jesús Rodríguez, quien nos dejó muy buenas sensaciones el pasado mes de junio cuando sustituyó a última hora el día del estreno de “Il Trovatore” a Sebastián Catana como Conde di Luna, obteniendo un éxito considerable. Pero Rigoletto son palabras mayores. Y creo que el barítono onubense pasó la prueba con nota. A mí desde luego me gustó mucho. Rodríguez tiene una voz cálida, plena, bien colocada, muy homogénea y con auténtico timbre baritonal. Rigoletto es un papel que conoce bien y que seguro que irá perfeccionando. Debutó con él en Jerez y también lo ha cantado en teatros como Parma, Torino o Tenerife. Ayer demostró una entrega absoluta, hilvanando un fraseo con todo el color verdiano del que carecía el acompañamiento orquestal. Su “Cortigiani” resultó emocionante, en la “Vendetta” dio el agudo final y lo mantuvo con potencia, y se marcó un “Pari siamo” notable, con intencionado fraseo y espléndido legato. En el aspecto negativo hay que decir que Rodríguez ofreció a lo largo de la noche poca variedad de matices, y su interpretación quizás no acabase de transmitir la pluralidad de pasiones que convergen en el poliédrico personaje, resultando algo plana en el aspecto dramático.

Erin Morley, en el papel de Gilda, fue otra de las triunfadoras de la noche. La soprano norteamericana es un jilguerillo, de voz pequeña, clara y con estrecho vibrato, que llevó a cabo una buena actuación, con una emisión segura tanto a voz plena como en las medias voces. A mí me gustan las Gilda con voces de más peso, sobre todo para afrontar la parte final de la obra, pero he de reconocer que el “Caro Nome” estuvo excelentemente cantado, con unos trinos de manual y una coloratura nítida y precisa. Es verdad que sus graves carecen de cuerpo, pero esto en una Gilda importa poco.

Iván Magrì, como el Duca, me gustó bastante menos. El tenor siciliano mostró un incuestionable poderío y brillantez en los agudos y una emisión potente, pero su línea de canto se presentaba descuidada y poco refinada, con un centro aquejado de un vibratillo cuasi caprino. Hacía esfuerzos por matizar y apianar, pero entonces perdía la impostación. En “Parmi veder le lagrime” dejó en evidencia sus problemas de fiato y sus respiraciones a destiempo deslucieron su fraseo. El pobre ni siquiera tuvo oportunidad de ser aplaudido tras “La donna è mobile” ya que Wellber no hizo la paradinha estratégica para permitirlo. Por cierto, a este chico nos lo vuelven a colocar esta temporada en “I due Foscari”.

Paata Burchuladze está actualmente en un estado vocal bastante lamentable y su Sparafucile transmitió la maldad del personaje más a base de tablas que de rotundidad canora.

Adriana Di Paola fue una Maddalena de escasa relevancia. Es verdad que el personaje no tiene un gran protagonismo, pero en el último acto tiene que tener la suficiente entidad vocal como para no pasar inadvertida en el cuarteto ni destrozarlo y ayer Di Paola no lo logró.

El jovencísimo bajo mongol (de Mongolia) Amartuvshin Enkhbat, como Monterone, lanzó su maldición desde el centro del escenario, pero su voz, con una emisión cuasi anal, parecía provenir de las entrañas mismas de la tierra. Lo malo es que en la función del día 24 está anunciado que encarnará el papel de Rigoletto.

En general todos los secundarios estuvieron bastante correctos, especialmente Marina Pinchuk, Mario Cerdá y Miguel Ángel Zapater.

El público de nuevo volvió a iniciar los aplausos de los finales de acto con muchísima antelación a que la música dejase de sonar. Hay quienes deben estar mirando toda la representación el telón para en cuanto lo vean descender un centímetro empezar a dar palmas. Eso sí, luego esos mismos suelen ser los que salen a la carrera de la sala. Al final hubo ovaciones para todos los artistas, aunque con especial intensidad para Juan Jesús Rodríguez y Erin Morley. También fue aplaudida la dirección de escena, saliendo a saludar una mujer rubia (supongo que la directora de la reposición Beata Redo-Dobber) quien se volvió como loca en el escenario, adelantando por su cuenta para que saludasen, casi a empujones, sin ningún criterio, a quien pillaba más a mano, ahora Monterone, ahora Gilda, ahora un Paje, ahora Wellber... Sólo faltó ver entrar a una pareja de mocetones con batas blancas y que se la hubiesen llevado con una camisa de fuerza.

Bueno, pues la temporada 2012-2013 en el Palau de les Arts ha dado comienzo. Ya veremos si, con la colaboración de todos, se puede conseguir que además la podamos finalizar con normalidad y puedan encararse temporadas futuras sin este ambiente de incertidumbre y provisionalidad que se vive ahora mismo.


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lunes, 2 de abril de 2012

"TOSCA" (Giacomo Puccini) - Palau de les Arts - 01/04/12


Por mucha crisis que haya y aunque “Tosca” sea siempre un título de los que tienen garantizado un tirón popular, no considero que tenga mucho sentido reponer una producción cuando apenas han transcurrido diez meses desde su estreno, sobre todo si tampoco la dirección escénica era como para tirar cohetes y más aún si, como ocurrió ayer, los resultados musicales son mucho peores.

Después de haber asistido el día anterior a una extraordinaria “Thaïs”, tanto en el plano escénico, como en el musical y vocal, esta “Tosca” me ha defraudado enormemente. La dirección de escena no me gustó ya el año pasado, la musical de Omer Wellber está a años luz del trabajo de Zubin Mehta y sustituir en el papel de Scarpia a Bryn Terfel por Marco Vratogna es como cambiar a Messi por el cojo Manteca. Pero vayamos por partes.

Esta coproducción de Les Arts con la Fundación del Festival Puccini de Torre del Lago, la Ópera de Montecarlo y el Teatro Regio de Turín, cuenta con la dirección escénica ideada por Jean-Louis Grinda que ya tuve ocasión de comentar con motivo de su estreno en el Festival del Mediterrani del pasado año, por lo que a aquella crónica me remito (podéis leerla aquí) y poco más tengo que decir, salvo reiterarme en lo poco que me gustó. Me sigue pareciendo una demostración de absoluta falta de ideas que lo único que hace es llevar a cabo un planteamiento muy clásico con una escenografía pobre y absurda y una vulgar dirección de actores. Para colmo, hubo un problema en el tercer acto con la bajada de la escenografía, que parece que se quedó enganchada, haciendo un ruido horroroso.

La dirección musical de Omer Wellber no me ha gustado. Ya hace tiempo que vengo diciendo que, conforme le voy viendo dirigir más funciones, más se asienta mi sensación de que no es el genio que nos quisieron vender. La principal reacción que me suele provocar siempre el director israelí es la de desconcierto y ayer no fue una excepción. Su lectura de la genial página pucciniana me pareció superficial y, en apariencia al menos, caprichosa. Sus tiempos fueron lentísimos, pero, junto a estas ralentizaciones que rozaban lo exasperante, introducía unas extrañas aceleraciones sin sentido, todo ello adornado con una gestualidad desbocada, más propia, como decía mi amiga Assai, de un conductor de cuádrigas que de un director de orquesta.

Lo malo es que toda esta exageración no se tradujo en la más mínima emoción. En los pasajes más intensamente dramáticos la dirección resultó plana, con una falta absoluta de tensión y en ningún momento logró, a mi juicio, crear la atmósfera precisa. Si acaso sólo salvaría el inicio del tercer acto. Para empeorar las cosas no se privó de toques efectistas, como las paradinhas estratégicas para provocar el aplauso a los cantantes, y nos castigó con un altísimo volumen que, junto a los vozarrones de Jorge De León y Oksana Dyka, hacían, con toda seguridad, la función audible desde el exterior. Fueron evidentes también numerosos desajustes y claras descompensaciones, culminando una noche para el olvido, en la que, tener tan presente la dirección de Zubin Mehta del año pasado, hizo mucho más cruel y sangrante la comparación.

La Orquesta de la Comunitat Valenciana, con esta dirección, no pudo brillar como de costumbre. Esos desajustes que ya he mencionado antes, posiblemente indiquen la falta de rodaje con un director que, según me han comentado, no se ha caracterizado precisamente por los ensayos en esta “Tosca”. Pese a todo, la calidad de los músicos es incuestionable y durante toda la noche destacaron las intervenciones del clarinete de Tamás Massànyi y la sensacional actuación en el tercer acto de los cellos de Guiorgui Anichenko y Arne Neckelmann.

Buenas prestaciones tanto del Coro de la Generalitat como de la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats, aunque también se apreciasen algunos desajustes con el foso y el Tedeum no resultase tan lucido como siempre se espera, debido a los tiempos marcados por Wellber y al deficiente Scarpia de Marco Vratogna. Me volvió a llamar la atención en los saludos finales la ausencia del director del Coro de la Generalitat, Francesc Perales.

Lo mejor de la noche vino de la mano de Jorge de León como Cavaradossi. Ya sabemos que el tenor tinerfeño tiene un centro a veces oscilante e inestable y alguna puntual desafinación, pero sus agudos son brillantes y auténticos cañonazos, y su entrega en escena es irreprochable, así como su valentía a la hora de abordar por derecho cualquier obstáculo de la partitura con absoluta convicción. Hizo gala de un fraseo intencionado y lleno de expresividad, y de buen control del fiato. En “Recondita Armonia” entró un tanto frío, asomando un feo vibrato inicial, pero resolvió la página con brillantez, con gran musicalidad y unos agudos espectaculares, obteniendo la primera ovación de la noche. Aunque eso no sería nada para su culminación de un “E lucevan le stelle…” muy meritorio, donde tuvo que lidiar con el tempo lentísimo que imprimió Wellber, y donde tan sólo se echó de menos una mayor capacidad de matización, que fue premiado con un torrente de bravos y unos larguísimos aplausos que me hicieron incluso pensar que se fuera a producir un bis que hubiera sido un premio excesivo.

La Tosca de Oksana Dyka, como ya ocurriese en el estreno, resultó más fría que una bolsa de menestra congelada. Sigue sin apenas regular intensidades y se limita a dar rienda suelta a su enorme y potente voz, pero sin llegar a transmitir ninguna emoción. Su fraseo es abrupto y chillón, y el “Vissi d’arte” que se marcó me pareció bastante penoso, pura rutina sin el más mínimo matiz. En frases clave para sacar toda la fuerza del personaje, como “Questo è il bacio di Tosca!” o “E avanti a lui tremava tutta Roma!”, parecía que estuviese leyendo el precio de los pepinos.

La guinda la puso el Scarpia compuesto por Marco Vratogna, con su característica voz fea, opaca y de emisión sucia con la que nos obsequió cantando de forma tosca, a empujones, arrastrando la voz. Toda la perversidad de Scarpia que transmitía Bryn Terfel con un simple gesto de su ceja, aquí estaba ausente; la única maldad que se vislumbraba era lo malo que es el propio Vratogna cantando. Bueno, cantando y actuando, porque el tío se plantaba estático, mirando el patio de butacas cual clik de Famobil y con eso ya estaba bien. Ni siquiera supo simular que escribía el salvoconducto, limitándose a echar rayotes. Estoy seguro de que si a Cavaradossi, en lugar de llevárselo a la cámara de tortura, le dejan en la habitación de Scarpia con Vratogna cantándole a la orejita, confiesa hasta haber matado a Manolete. Su “Non mi vendo a prezzo di moneta” fue horroroso, plano e inaudible. Lo mejor que hizo en toda la noche fue morirse, aunque, para desconsuelo de algunos, sólo estaba fingiendo. Pese a todo lo dicho, lo cual demuestra que no tengo ni idea, fue ovacionado en los saludos finales e incluso hubo algún cachondo que le braveó.

Del resto del reparto merece destacarse el buen Sacristan de Fabio Previati y Gianluca Buratto como Carcelero. Bien estuvo también el niño José Escorihuela. Angelotti fue el bajo finlandés Mika Kares quien, como siempre, le pone mucha intención, pero esa voz de emisión cuasi anal, no acaba de convencerme.

Al final, encendidos aplausos para todos los intervinientes, incluidos Wellber y Vratogna, con una ovación larga y ensordecedora para el tenor Jorge de León, esta sí más coincidente con mi criterio.

Una vez más la sala principal de Les Arts presentaba demasiados huecos para tratarse de un estreno en día festivo y con una ópera popular como “Tosca”. Hasta los que se creen VIPs fueron muchos menos que en otras ocasiones, apenas la Consellera de Cultura, el presidente del Consejo Jurídico Consultivo, pelotas varios y algún engominado ex Secretario Autonómico recientemente cesado. Nada que ver con el oropel de la “Thaïs” del sábado, con el President Fabra y la Infanta doña Pilar a la cabeza. Es lo que tiene que cante Plácido Domingo.

Por cierto, ahora sólo queda esperar a ver si Domingo consigue mejorar la dirección de Wellber en las últimas funciones. A priori me hubiera atrevido a apostar que no, pero después de lo escuchado ayer, todo es posible.

Aquí podéis leer también la siempre interesante y fundamentada crónica de Maac.