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viernes, 25 de octubre de 2013

"LA TRAVIATA" CON AQUILES MACHADO


Tras el show del día del estreno de la temporada en el Palau de les Arts, ayer tuvo lugar la segunda representación de la ópera "La Traviata", de Giuseppe Verdi, con la novedad de la sustitución del tenor Ivan Magrì, por el venezolano Aquiles Machado.

La repercusión que tuvo en la prensa y otros medios la charlotada del estreno, que por otra parte alcanzó unos muy buenos resultados musicales, parece que ha escocido bastante en los círculos de dirección del teatro valenciano, donde, tras las críticas recibidas, se han puesto las pilas y esta vez sí han hecho las cosas como se deben hacer. En cuanto buscaron sustitutos para Magrì, se anunciaron los nuevos repartos en la web, acompañados de una nota explicativa que fue también remitida a la prensa.

Además, como también se ha convertido ya casi en costumbre en Les Arts, sobre todo cuando es Mehta quien dirige, los repartos alternativos son casi más atractivos que los originalmente previstos. Sustituir a Ivan Magrì por un tenor de la categoría de Aquiles Machado y otro como Saimir Pirgu (que puede gustar más o menos, pero está cantando Alfredo en los más prestigiosos teatros) es una gestión que debe calificarse de muy positiva.

De todas formas, debe haber una especie de ley no escrita en este teatro que parece empeñarse en impedir que las cosas se hagan bien del todo. Cuando, esta vez, todo parecía haberse resuelto de forma satisfactoria, los asistentes a la función de ayer nos encontramos con que los programas de mano que se repartían seguían anunciando los repartos sin modificar. ¿Tanto costaba haber encartado una simple nota informando de cómo quedaba el cast tras las sustituciones?. Frente a eso, se optó por anunciar por megafonía, poco antes del comienzo de la representación, que la pareja protagonista esa noche iba a ser la formada por Jessica Nuccio y Aquiles Machado, lo que no tenía nada que ver con el programa y daba nueva sensación de chapuza para el que no estuviese enterado de todo lo ocurrido estos días. De hecho, mi vecino de localidad, al finalizar, me preguntó si la que había cantado era la búlgara o la italiana y si el tenor era Magrì.

Aunque ya hice en este blog la crónica del estreno, he querido volver hoy para hacer una breve referencia a lo acontecido ayer, ya sin incidentes que empañasen lo puramente artístico y con un nivel musical, desde mi punto de vista, aun mejor que el día del estreno.

Como no quiero ser reiterativo respecto a lo que ya comenté de la primera de las funciones, tan sólo incidiré en aquello que considero que varió respecto a lo ya dicho entonces.

La atención se centraba en el nuevo Alfredo que, en apenas dos días, había tenido que incorporarse a la producción, recién llegado de cantar el papel en Oviedo. Aquiles Machado llevó a cabo una actuación magnífica. Su derroche físico fue extraordinario, moviéndose por escena con una agilidad y soltura increíbles. Al tercer acto llegó empapado en sudor y congestionado del palizón físico que se estaba metiendo. Yo no sé las veces que acabó rodando por el suelo. Imagino que debió llegar al hotel con más cardenales que una elección de Papa. En su faceta como actor estuvo implicadísimo, metido completamente en el personaje y muy expresivo.

En lo vocal, pese a haberle escuchado hace menos de un año como Rodolfo en “La Bohème” que dirigiese Riccardo Chailly, me sorprendió una voz que cada vez se va alejando más de terrenos ligeros y que está adquiriendo una anchura y un peso sorprendentes en centro y graves. En la zona aguda, más inestable, sin embargo pasó menos apuros en la resolución de la zona de paso que en otras ocasiones y las oscilaciones fueron menos ostensibles.

Sólo mostró apuros en la cabaletta “O mio rimorso”, ofreciendo toda la noche un recital antológico de belleza tímbrica, fraseo elegante, buen gusto y delicadeza canora, propio de los más grandes. Cuando finalizó “De' miei bollenti spiriti”, mientras el público rompió a aplaudir, el maestro Mehtale dirigió una sonrisa de complicidad muy elocuente, como también lo fue el abrazo en el que se fundió con el venezolano durante los saludos finales.

Un gran Alfredoque ha puesto el listón francamente alto a los compañeros que van a sustituirle en las próximas representaciones.

Y otra que va a tener difícil hacer olvidar a su predecesora será la Yoncheva si finalmente viene a cantar, ya que la joven siciliana Jessica Nuccio, más centrada y tranquila que el día del estreno, volvió a construir una Violetta de muchos quilates mostrando que estamos ante una cantante a tener en cuenta.

El tercer acto volvió a ser el marco de sus mejores prestaciones, con una combinación de fiato, legato y expresividad dramática, desbordantes. Tuvo un par de amagos de gallo en “sempre libera” y “addio del passato”, puros accidentes, bien resueltos y que además se produjeron por querer adornar su canto apianando el sonido. En el “sempre libera”, incluso, las notas inmediatamente siguientes fueron acometidas con valentía y fuerza, jugándosela a pecho descubierto. Salvó la situación a lo grande y con valor, allá donde otras se hubieran atemorizado y mostrado conservadoras.

Del barítono Simone Piazzola sigo pensando que, con buen material y sentido del canto verdiano, a mi juicio exagera demasiado al final de su aria, haciendo unas ostentaciones que buscan el aplauso fácil y que, desde mi punto de vista, deslucen su interpretación, aunque consiga que el teatro se venga abajo en aplausos.

El maestro Zubin Mehta, que se pasó casi toda la noche tosiendo (Wotan no quiera que haya que sustituir a este), volvió a ser el auténtico protagonista de la noche, llevando a cabo una dirección magistral, curiosamente lejos de cualquier tipo de exhibicionismo, dejando que fueran los cantantes y la genial música de Verdi quienes cumpliesen con su papel. Hay que ver lo fáciles que parecen estas cosas cuando hay una mano sabia dirigiendo como se debe.

Coro y Orquesta, una vez más, fabulosos. Sí quisiera mencionar aquí al concertino Stefan Eperjesi, a quien el día del estreno no pude identificar y que anoche volvió a lucirse, como toda la sección de cuerda.

Pese a tratarse de una representación en día laborable, la sala presentó un lleno casi absoluto, lo cual es una muy buena noticia, y el público se lo pasó en grande. Ojalá que se acaben ya los sustos y continuemos la temporada por estos derroteros de sala llena y gran nivel artístico y musical.

Una curiosidad. En la función de ayer, al comienzo del segundo acto, cuando se supone que Alfredo en esta producción sale descalzo, con un batín de flores y en calzoncillos (no he podido desterrar todavía de mi mente desde el estreno las canillas de Magrì), Machado entró en escena con el horroroso batín pero ocultando sus extremidades inferiores con unos elegantes pantalones largos negros y zapatos de vestir. Ignoro si se habrá debido a la negativa del tenor a tener que enseñar sus miserias, además de venir a cantar deprisa y corriendo, o habrá sido una decisión del teatro. En las próximas representaciones veremos.

martes, 27 de marzo de 2012

"THAÏS" (Jules Massenet) - Palau de les Arts - 25/03/12


El Palau de les Arts de Valencia ha decidido homenajear el centenario de la muerte del compositor francés Jules Massenet con la programación de dos de sus óperas, “Thaïs” y “Le Cid”, que, si bien no son las más populares, sí reúnen suficientes alicientes para que resulten unas citas de gran interés.

El domingo tuvo lugar el estreno de la primera de ellas, “Thaïs”, un acontecimiento que había generado una enorme expectación debido sobre todo a la presencia en su reparto del incombustible Plácido Domingo, quien debutaba a los 71 años (declarados) en un nuevo papel que añadir a su carrera, en este caso el del monje Athanaël, un rol escrito para barítono y que el veterano cantante solventó con todas las tablas y el peculiar estilo que últimamente caracteriza sus incursiones en terrenos baritonales.

Lo primero que quisiera destacar es la desagradable sorpresa de encontrarme una sala con demasiados huecos, desde luego muchos más de los que un estreno en domingo con Domingo hacían presagiar, habiéndose quedado un buen número de entradas por vender. Este no es un dato que genere precisamente optimismo ante el incierto futuro del teatro valenciano. Y eso que pudo verse una amplia presencia de aficionados dominguistas, así como una nutrida representación de ese personal que se cree VIP, entre ellos varios miembros del gobierno valenciano con el vicepresidente Císcar al frente, y la corte de pelotas habitual. Llamaron la atención dos ausencias, la del President Fabra y la de la todavía Intendente de Les Arts, Helga Schmidt, que, si bien se encontraba por allí, evitó dejarse ver con la corte de los milagros.

La producción de la ópera de Göteborg presentada cuenta con la dirección escénica de Nicola Raab, escenografía y vestuario de Johan Engels e iluminación de Linus Fellbom. Se ha trasladado la acción de la Alejandría del libreto a la Francia de finales del siglo XIX, presentando a los monjes como miembros de una especie de logia masónica y a Thaïs como una estrella del espectáculo. La casa de Nicias es un teatro donde aparecen referencias a personajes del mundo teatral de distintas épocas. Finalmente, en el acto tercero aparece el desierto original descrito en el libreto, aunque sea con unos telones un poco cutres. La escenografía montada sobre una plataforma giratoria permite dar paso a los distintos ambientes de forma ágil y eficaz, aunque la maquinaria chirriaba un poco y el ruido a veces resultaba molesto.

La puesta en escena, aunque tampoco descubra nada nuevo, resulta visualmente muy atractiva y permite que el discurso dramático se desarrolle de forma coherente. Hay un trabajo de dirección, con algunos guiños simbólicos bastante evidentes, como el situar en el último cuadro a Thaïs y Athanaël en distintos planos para acentuar la espiritualidad alcanzada por ella y el nivel terrenal en el que ha caído él. Peores resultados se obtuvieron con la dirección de actores, no sé si por falta de ensayo o porque la obsesión de Domingo por rondar la concha del apuntador descontroló al personal.

Sí me pareció muy acertada la iluminación, y deslumbrante el vestuario, aun con su puntito kitsch, como esas unas túnicas doradas que seguro que hicieron babear de envidia en el patio de butacas a Rappel. Aunque, para premio, la lástima que da la pintica que luce Plácido Domingo, transmutado en una especie de Carlos Jesús. Pero, en definitiva, creo que, en su conjunto, la propuesta funciona bastante bien, resulta sugerente y, pese a la reubicación espacio-temporal, se adapta al espíritu de la obra.

El francés Patrick Fournillier fue el encargado de ocupar el foso de Les Arts, colocándose una vez más al frente de la Orquesta de la Comunitat Valenciana dirigiendo una ópera francesa, como ya hiciera anteriormente en otras tres ocasiones. Llevó a cabo una dirección solvente, enérgica, vivaz y muy ajustada en estilo. Estuvo siempre atento a lo que ocurría sobre el escenario marcando las entradas con precisión, y puso intencionado énfasis en los pasajes más líricos, aunque personalmente eché de menos una mayor sensualidad y capacidad para el matiz. Consiguió que brillase como merece la inspiradísima orquestación de Massenet, pero con un desaforado desparrame decibélico que acabó, en mi opinión, por deslucir el conjunto. De este hombre siempre tengo que acabar diciendo lo mismo, pero es que el tío no escarmienta. Como me decía un amigo, Fournillier se ve con un Ferrari en sus manos y no resiste la tentación de darle caña. De todas formas yo sigo convencido de que tiene algún problema auditivo y creo que definitivamente le voy a dar el teléfono de Imanol Arias para que le mande al instituto ese de la sordera que anuncia.

La Orquesta de la Comunitat Valenciana volvió a llevar a cabo una actuación magnífica. Maravillosa resultó la lectura y ejecución del fragmento más conocido de esta ópera, que curiosamente no es vocal sino un solo de violín, la archifamosa “Meditación”, donde pudo lucirse el concertino Stefan Eperjesi, muy bien acompañado por el sensual sonido del arpa de Cristina Montes. Toda la sección de cuerda estuvo fantástica, con unos cellos donde destacaron un par de solos magistrales de Rafal Jezierski.

Muy bien, como siempre, el Coro de la Generalitat, sobre todo en la intervención del masculino en el primer acto. Me llamó la atención que en los saludos finales no estuviese presente su director Francesc Perales, sino el director asistente Jordi Bernàcer.

El principal interés de la noche, como dije antes, se centraba en escuchar al mítico Plácido Domingo. A esta cita habían acudido quienes rinden devoción a su figura y se desplazan decididos a aplaudirle aunque cante “La gallina Turuleta” con carraspera; luego estamos los que ya, más o menos, sabemos lo que nos vamos a encontrar, o sea, un tenor mayor cantando en una tesitura que no es la suya, pero con una fuerza escénica imponente; y, por último, quienes conocen por grabaciones su carrera como tenor, no han tenido ocasión de escucharle nunca en directo y aprovechan la oportunidad para hacerlo. Y, sinceramente, pienso que éstos saldrían defraudados.

Quienes me conocen saben que siempre he admirado a Plácido Domingo, más en unos papeles que en otros, obviamente, y me merece un enorme respeto, pero no puedo engañarme a mí mismo diciendo que me gustó, porque no me gustó. Ya no me refiero sólo a que estuviese fuera de estilo o que su voz no sonase baritonal, porque eso ya me lo esperaba. Su Boccanegra, por ejemplo, era SU Boccanegra, atenorado, pero con la fuerza vocal y dramática del cantante Domingo palpitando. Pero en esta ocasión su voz me pareció más opaca e inestable que nunca, y él me transmitió una sensación de no estar cómodo en escena. Posiblemente no tuviese bien aprendido el papel porque no dejaba de acercarse al apuntador, para desconcierto de sus acompañantes, y cambió el texto más de una vez, aparte de mutar las e finales en i y otros truquillos de avezado tahúr.

El problema principal es que su voz donde brilla realmente no es en la tesitura baritonal y si a eso además le unimos el torrente sonoro Fournillier, pues el poco lucimiento estaba asegurado. Eso sí, en cuanto pisaba terrenos más tenoriles se percibían los ecos del gran Domingo. Sorprendentemente hizo gala de buen control del fiato, mejor que en ocasiones anteriores, y, por supuesto, su presencia y carisma escénico y su entrega siguen siendo irreprochables. Y si consideramos su edad y recientes achaques de salud, el tema es de Expediente X. Por eso, pese a salir íntimamente un poco defraudado, no dudé en aplaudir a este señor por su coraje en seguir subiéndose a los escenarios y su amor por la música.

La guapa soprano sueca Malin Byström, tiene una voz francamente bonita, especialmente en su registro central, rica en armónicos, con suficiente volumen, y unos tintes oscuros muy atractivos. En la zona aguda, donde le cuesta más llegar, pierde algo de brillo y en algún momento rozó el chillido. En la vertiente expresiva se desenvolvió con solvencia, tanto en lo dramático como en lo vocal, teniendo algunos detalles de buen gusto, regulando e intentando algunos pianísimos que, aunque no sonaran con la limpieza deseada, son muy de agradecer. En su actuación fue de menos a más y obtuvo un merecido éxito.

El joven tenor siciliano Paolo Fanale, como Nicias, hizo gala de una bella voz y buen fraseo, aunque presentó serios problemas de proyección agravados por la muralla china que había plantado en el foso Fournillier. Personalmente me quedé con ganas de haber escuchado en el papel a Celso Albelo.

Muy correcto todo el resto del reparto, destacando un Gianluca Buratto de voz imponente, María José Suárez como Albine, y la veterana mezzosoprano valenciana Marina Rodríguez Cusí en un papelito insignificante.

Como comentaba al principio, se encontraban muchos dominguistas presentes entre un público que tributó, puesto en pie, una de las más largas y fuertes ovaciones que se han escuchado en este teatro, quiero pensar que más dirigida a la carrera de Domingo y a su carisma personal que al rendimiento concreto en este estreno. Desgraciadamente, volvieron a estar demasiado presentes los tísicos de abono, estos personajes a los que parece que algún sádico doctor les recomiende ir a la ópera a echar sus miasmas, concursando por ver quién consigue mayor alarde sonoro.

Ayer además tuve la ocasión de descubrir a un nuevo fenómeno, el bostezador de Minnesota, un sujeto humanoide que se pasó toda la ópera bostezando (con ruido) tras mis apéndices auditivos, batiendo sin duda algún récord mundial. Lo curioso es que el tío tuvo la jeta a la salida de comentar a su compañero de butaca, previo bostezo, lo mucho que le había gustado. Eso sí, doy fe de que no se durmió… lamentablemente.

Aquí podéis leer la estupenda crónica de Maac.

Aquí la de Titus
Y aquí la de Mocho


Para finalizar, os dejo con la “Meditación” de “Thaïs” en la interpretación de Anne Sophie Mutter, con 13 añitos de edad y una pinta lamentable, acompañada por la Filarmónica de Berlín y dirigida por Herbert von Karajan:


video de theviolinchannel

Actualización a 31/03/12:

Después de haber asistido a la función de "Thaïs" del sábado 31 de marzo, creo que es de justicia que efectúe algunas puntualizaciones a la crónica del estreno. Y es que, para empezar, debo manifestar que la dirección de Fournillier fue magnífica. A diferencia de lo ocurrido en la primera representación, el director francés controló perfectamente el volumen de la orquesta y nos ofreció una versión ajustada y bellísima de la partitura, llena de matices, en una de las noches más inspiradas de Fournillier en este teatro.

Por otro lado, Plácido Domingo fue el gran cantante y animal escénico que todos esperábamos. Su voz se mostró fresca y brillante, dentro de sus limitaciones en la tesitura, y se le vio mucho más cómodo en el papel, llenando la sala de emoción con su saber hacer.

Una gran noche de ópera en la que se pudo disfrutar de una producción, un elenco y una dirección musical extraordinarias y que animo a todos a no perderse.