Tras el show del día del estreno de la temporada en el Palau de les Arts, ayer tuvo lugar la segunda representación de la ópera "La Traviata", de Giuseppe Verdi, con la novedad de la sustitución del tenor Ivan Magrì, por el venezolano Aquiles Machado.
La repercusión que tuvo en la prensa y otros medios la charlotada del estreno, que por otra parte alcanzó unos muy buenos resultados musicales, parece que ha escocido bastante en los círculos de dirección del teatro valenciano, donde, tras las críticas recibidas, se han puesto las pilas y esta vez sí han hecho las cosas como se deben hacer. En cuanto buscaron sustitutos para Magrì, se anunciaron los nuevos repartos en la web, acompañados de una nota explicativa que fue también remitida a la prensa.
Además, como también se ha convertido ya casi en costumbre en Les Arts, sobre todo cuando es Mehta quien dirige, los repartos alternativos son casi más atractivos que los originalmente previstos. Sustituir a Ivan Magrì por un tenor de la categoría de Aquiles Machado y otro como Saimir Pirgu (que puede gustar más o menos, pero está cantando Alfredo en los más prestigiosos teatros) es una gestión que debe calificarse de muy positiva.
De todas formas, debe haber una especie de ley no escrita en este teatro que parece empeñarse en impedir que las cosas se hagan bien del todo. Cuando, esta vez, todo parecía haberse resuelto de forma satisfactoria, los asistentes a la función de ayer nos encontramos con que los programas de mano que se repartían seguían anunciando los repartos sin modificar. ¿Tanto costaba haber encartado una simple nota informando de cómo quedaba el cast tras las sustituciones?. Frente a eso, se optó por anunciar por megafonía, poco antes del comienzo de la representación, que la pareja protagonista esa noche iba a ser la formada por Jessica Nuccio y Aquiles Machado, lo que no tenía nada que ver con el programa y daba nueva sensación de chapuza para el que no estuviese enterado de todo lo ocurrido estos días. De hecho, mi vecino de localidad, al finalizar, me preguntó si la que había cantado era la búlgara o la italiana y si el tenor era Magrì.
Aunque ya hice en este blog la crónica del estreno, he querido volver hoy para hacer una breve referencia a lo acontecido ayer, ya sin incidentes que empañasen lo puramente artístico y con un nivel musical, desde mi punto de vista, aun mejor que el día del estreno.
Como no quiero ser reiterativo respecto a lo que ya comenté de la primera de las funciones, tan sólo incidiré en aquello que considero que varió respecto a lo ya dicho entonces.
La atención se centraba en el nuevo Alfredo que, en apenas dos días, había tenido que incorporarse a la producción, recién llegado de cantar el papel en Oviedo. Aquiles Machado llevó a cabo una actuación magnífica. Su derroche físico fue extraordinario, moviéndose por escena con una agilidad y soltura increíbles. Al tercer acto llegó empapado en sudor y congestionado del palizón físico que se estaba metiendo. Yo no sé las veces que acabó rodando por el suelo. Imagino que debió llegar al hotel con más cardenales que una elección de Papa. En su faceta como actor estuvo implicadísimo, metido completamente en el personaje y muy expresivo.
En lo vocal, pese a haberle escuchado hace menos de un año como Rodolfo en “La Bohème” que dirigiese Riccardo Chailly, me sorprendió una voz que cada vez se va alejando más de terrenos ligeros y que está adquiriendo una anchura y un peso sorprendentes en centro y graves. En la zona aguda, más inestable, sin embargo pasó menos apuros en la resolución de la zona de paso que en otras ocasiones y las oscilaciones fueron menos ostensibles.
Sólo mostró apuros en la cabaletta “O mio rimorso”, ofreciendo toda la noche un recital antológico de belleza tímbrica, fraseo elegante, buen gusto y delicadeza canora, propio de los más grandes. Cuando finalizó “De' miei bollenti spiriti”, mientras el público rompió a aplaudir, el maestro Mehtale dirigió una sonrisa de complicidad muy elocuente, como también lo fue el abrazo en el que se fundió con el venezolano durante los saludos finales.
Un gran Alfredoque ha puesto el listón francamente alto a los compañeros que van a sustituirle en las próximas representaciones.
Y otra que va a tener difícil hacer olvidar a su predecesora será la Yoncheva si finalmente viene a cantar, ya que la joven siciliana Jessica Nuccio, más centrada y tranquila que el día del estreno, volvió a construir una Violetta de muchos quilates mostrando que estamos ante una cantante a tener en cuenta.
El tercer acto volvió a ser el marco de sus mejores prestaciones, con una combinación de fiato, legato y expresividad dramática, desbordantes. Tuvo un par de amagos de gallo en “sempre libera” y “addio del passato”, puros accidentes, bien resueltos y que además se produjeron por querer adornar su canto apianando el sonido. En el “sempre libera”, incluso, las notas inmediatamente siguientes fueron acometidas con valentía y fuerza, jugándosela a pecho descubierto. Salvó la situación a lo grande y con valor, allá donde otras se hubieran atemorizado y mostrado conservadoras.
Del barítono Simone Piazzola sigo pensando que, con buen material y sentido del canto verdiano, a mi juicio exagera demasiado al final de su aria, haciendo unas ostentaciones que buscan el aplauso fácil y que, desde mi punto de vista, deslucen su interpretación, aunque consiga que el teatro se venga abajo en aplausos.
El maestro Zubin Mehta, que se pasó casi toda la noche tosiendo (Wotan no quiera que haya que sustituir a este), volvió a ser el auténtico protagonista de la noche, llevando a cabo una dirección magistral, curiosamente lejos de cualquier tipo de exhibicionismo, dejando que fueran los cantantes y la genial música de Verdi quienes cumpliesen con su papel. Hay que ver lo fáciles que parecen estas cosas cuando hay una mano sabia dirigiendo como se debe.
Coro y Orquesta, una vez más, fabulosos. Sí quisiera mencionar aquí al concertino Stefan Eperjesi, a quien el día del estreno no pude identificar y que anoche volvió a lucirse, como toda la sección de cuerda.
Pese a tratarse de una representación en día laborable, la sala presentó un lleno casi absoluto, lo cual es una muy buena noticia, y el público se lo pasó en grande. Ojalá que se acaben ya los sustos y continuemos la temporada por estos derroteros de sala llena y gran nivel artístico y musical.
Una curiosidad. En la función de ayer, al comienzo del segundo acto, cuando se supone que Alfredo en esta producción sale descalzo, con un batín de flores y en calzoncillos (no he podido desterrar todavía de mi mente desde el estreno las canillas de Magrì), Machado entró en escena con el horroroso batín pero ocultando sus extremidades inferiores con unos elegantes pantalones largos negros y zapatos de vestir. Ignoro si se habrá debido a la negativa del tenor a tener que enseñar sus miserias, además de venir a cantar deprisa y corriendo, o habrá sido una decisión del teatro. En las próximas representaciones veremos.