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domingo, 29 de enero de 2012

"DON GIOVANNI" (W.A. Mozart) - Palau de les Arts - 27/01/12


A finales de 2006, el Palau de les Arts de Valencia vivió uno de los momentos más complicados de su corta historia al producirse el hundimiento de la plataforma central del escenario, lo que motivó que la producción de “Don Giovanni”, que estaba a punto de estrenarse, tuviera que hacerlo con una puesta en escena que se vendió como “de circunstancias”, y que era poco más que una versión en concierto.

El pasado viernes, cinco años después de aquellos acontecimientos, se ha estrenado la reposición de esta producción de “Don Giovanni”, con la dirección escénica, concebida por el prestigioso Jonathan Miller, por fin pudiendo brillar en todo su esplendor. Pero, lamentablemente, lo único que brilló el viernes en Les Arts fue el enorme collar que lucía Rappel en el patio de butacas, porque la creación de Miller es una tomadura de pelo en toda regla que muy poco se diferenciaba de lo que se vio en 2006.

La ‘fabulosa’ escenografía que no pudo lucirse en aquella ocasión no son más que tres oscuras fachadas de mansiones con numerosas puertas y ventanas; un enorme espacio vacío en el centro del escenario a modo de plaza donde se desarrolla toda la acción, ya sea el jardín, un patio, el salón de la casa de Don Giovanni o el cementerio; y dos bancos en cada uno de los extremos del escenario. No existe ni un solo cambio en la escenografía, y ese estatismo en los decorados tampoco se compensa con una iluminación sugerente que pueda crear distintos ambientes. Nada. Espacio vacío, la luz justa y a cantar.

Llegados a ese punto, el desastre sólo podía salvarlo una inteligente, o por lo menos adecuada, dirección de actores. Pues tampoco. Todo el trabajo de Miller en este sentido parece haberse centrado en la escena del baile de máscaras, donde se ve una cierta preparación y hay unos movimientos mínimamente estudiados. El resto es de llorar. Miller se empeña en colocar a los cantantes siempre que puede quietos y a ser posible sentados en los bancos de los extremos del escenario, no sé si por pura incompetencia o para fastidiar al espectador de los laterales. En todos los miembros del elenco solista se percibía un importante estatismo en escena que sólo podía responder a las instrucciones del ingenio de Miller. El colmo llegó en la escena del banquete, cuando la presunta pugna final entre la estatua del Comendador y Don Giovanni, más bien parecía una foto para la prensa en la escalera de La Moncloa entre Rajoy y Zapatero. Los dos personajes completamente quietos chocando sus manos sin mover un músculo, mientras Leporello, por supuesto, permanecía también quieto sentado en el banco del extremo del escenario, para variar.

La concepción es absolutamente clásica y respetuosa del libreto, eso sí. La única innovación aportada por Miller es la inclusión al finalizar la escena del banquete, mientras Don Giovanni desciende a los infiernos, de una especie de mujeres zombis que se supone serán las almas de las féminas ultrajadas por el conquistador. No me parece mal la cosa, pero,  vamos, que ese sea todo el bagaje de su propuesta es vergonzoso.

Dejando aparte la infumable dirección escénica de Miller y yendo a lo puramente musical, tengo que decir que todo se movió en un nivel de corrección muy aceptable, pero curiosamente el resultado de conjunto resultó frío, soso y rozó siempre los límites del aburrimiento, lo cual, hablando de una obra maestra como “Don Giovanni”, es un crimen. Posiblemente Jonathan Miller tuvo mucho que ver en eso, pero creo que Zubin Mehta tampoco consiguió que la emoción de la música de Mozart acabase de prender en la sala.

La primera impresión que me produjo la dirección de Mehta fue la de desconcierto. Los primeros compases de la obertura fueron lentísimos y parecían augurar un “Don Giovanni” alla Maazel, pero inmediatamente después el tempo se aceleraba y se escuchaba un Mozart lleno de brío y frescura y hasta con cierto apresuramiento. A lo largo de toda la obra se repitieron momentos donde de repente se echaba el freno a la orquesta y los tempi se ralentizaban para volver luego a acelerarse, produciéndome una personal sensación de incoherencia en la lectura que se estaba ofreciendo de la partitura mozartiana.

En la parte positiva, tengo que consignar algunos pasajes donde la excelente labor de técnica de dirección de Mehta consiguió extraer unos sonidos de la orquesta verdaderamente increíbles, escuchándose algunos detalles que la mayoría de las veces pueden pasar desapercibidos, especialmente en maderas y cuerdas. En lo negativo, destacaría los numerosos instantes de falta de sincronía entre el foso y la escena, que quiero pensar que tan sólo fueron producto de pocos ensayos con los solistas. En conjunto, algunos momentos sublimes se vieron empañados por una lectura que me pareció incoherente, muy irregular y con un notable decaimiento de la tensión dramática en muchos pasajes.

La Orquesta de la Comunitat Valenciana cumplió su trabajo con enorme corrección, con un Joan Enric Lluna al clarinete sencillamente soberbio, como también lo estuvo el siempre acertado Alvaro Octavio a la flauta.

Los miembros del Coro de la Generalitat, aunque no tienen en esta obra demasiadas opciones de lucimiento, también mantuvieron su habitual nivel de excelencia.

En el apartado de los solistas, se ha conseguido reunir un joven reparto bastante homogéneo, donde no hubo nada extraordinariamente malo, pero tampoco nada especialmente genial.

Lo mejor, a mi juicio, el Don Ottavio que compuso el tenor ruso Dmitri Korchak, quien protagonizó el momento de mayor emoción de toda la noche con su aria “Dalla sua pace”, que dibujó con una sensibilidad enorme, haciendo un inteligente uso de las medias voces y exhibiendo un legato espléndido.

Estupendo estuvo también el bajo ucraniano Alexánder Tsymbalyuk como El Comendador, haciendo absoluta ostentación de su profunda y enorme voz que provocaba el temblor de los asientos de la sala, y ofreciéndonos una escena del banquete sobresaliente en lo vocal.

Me gustó bastante la Zerlina de la joven italiana Rosa Feola, así como la Donna Anna de la rusa Anna Samuil, aunque esta última tuvo en su contra una deficiente pronunciación y unos agudos, la mayoría de las veces, chillados.

Muy bien el Leporello de David Bizic, pero habría que escucharle en otra producción con otros directores escénico y musical, porque la mamarracha puesta en escena de Miller le llevaba a estar siempre sentado, hasta en el aria del catálogo, donde además la dirección lentísima de Mehta le deslució su mejor momento.

Correcto sin más el Masetto de Simon Lim. Y en cuanto al protagonista, el bajo barítono italiano Nicola Ulivieri, me dejó cierto sabor agridulce. No hizo nada especialmente mal, tiene una voz bonita, cantó con buen gusto, pero mostró grandes carencias de expresividad, numerosos desajustes con la orquesta y creo que le falta fuerza vocal y autoridad escénica para este papel.

Lo peor, lamento decir que fue la Donna Elvira de Sonia Ganassi. La mezzosoprano italiana era uno de los mayores alicientes que encontraba yo en el reparto a priori y sin embargo me defraudó muchísimo. No sé si es que tendría algún problema puntual, pero desde luego mostró algunos preocupantes signos de decadencia vocal propios de cantantes de bastante más edad que la suya. Sus graves eran inexistentes, su fiato escasísimo y la línea de canto horrorosa. Es verdad que en la difícil aria “Mi tradì, quell'alma ingrata” tuvo sus mejores prestaciones, y expresivamente quizás fuese la mejor de todo el reparto, pero los problemas ya mencionados deslucieron mucho el resultado final.

El público que prácticamente llenaba las butacas de Les Arts se mostró bastante frío toda la noche, pero al final supo estar a la altura y premió con cálidos aplausos a la orquesta y a todo el elenco solista, destacando una gran ovación a Alexánder Tsymbalyuk, y tributó algunos merecidos abucheos a Jonathan Miller.

Supongo que eso igual es lo que esperaba el director británico, después de haber declarado esta pasada semana que la ópera no le interesaba nada, que era un coñazo y que pensaba que el público que llenaba las butacas de los teatros de ópera tan sólo buscaba lucir las pieles. No sé si lo dijo para provocar o no, pero es impresentable que haga semejantes declaraciones cuando luego lo que ofrece sobre el escenario es de encefalograma plano. Si al menos nos hubiera sorprendido con alguna genialidad, le aguantaríamos su majadería, pero, encima, demostrándonos su incompetencia, lo mínimo que le podía pasar era llevarse el abucheo que se le propinó.

Así que confío fervientemente en que cumpla lo que decía este sujeto en sus declaraciones, cuando afirmaba que espera no volver a trabajar en la ópera. Hágalo señor Miller, la gente a la que sí nos gusta ese coñazo se lo agradeceremos.


No os perdáis las estupendas crónicas de Titus, Maac y FLV-M.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

"LA CENERENTOLA" (Gioachino Rossini) - Palau de les Arts - 22/11/11


Por primera vez en la breve historia del Palau de les Arts, con el estreno anoche de “La Cenerentola”, se representaba una ópera de Gioachino Rossini en la sala principal del teatro valenciano donde, hasta ahora, se había reservado la producción del compositor de Pésaro a la pequeña sala Martin i Soler y a cantantes del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo.

El hecho de que el estreno fuese un martes y que ayer estuviese lloviendo intensamente durante todo el día en la ciudad, contribuyó decisivamente (quiero pensar) a dejar de nuevo los asientos de Les Arts con muchos huecos, estando los pisos altos prácticamente vacíos. En conjunto poco más de media entrada (más Rappel). También pudo verse en el patio de butacas a Carlo Goldstein, el joven asistente de Omer Wellber que, por enfermedad de éste, le sustituyó a última hora en el “Boris Godunov” del pasado domingo, obteniendo un importante e inesperado éxito.

La producción de “La Cenerentola” presentada ayer fue concebida originalmente a finales de los 90 por el reputado regista Luca Ronconi para el Festival de Pésaro, donde se ha convertido en una de sus obras emblemáticas. La dirección de escena de Ronconi, a pesar de los años, conserva bastante frescura y resulta visualmente atractiva, aunque también presenta algunos puntos débiles.

La casa de Don Magnífico es una estancia llena de muebles apilados en diferentes niveles, lo que, si bien permite que en las intervenciones de conjunto la colocación de los cantantes favorezca una mejor distribución de las voces, exige a los intérpretes moverse por el escenario con riesgo de pegarse un buen batacazo. El palacio del príncipe está representado por una habitación de suelos de mármol rodeada de chimeneas, a una de las cuales llega Angelina para asistir al baile transportada por los aires por una cigüeña, en uno de los momentos más espectaculares de la producción.

La transición entre los dos ámbitos escenográficos se lleva a cabo mediante el izado y descenso, a la vista del público, de la plataforma sobre la que se asienta el decorado que representa la casa de Don Magnífico, bajo la cual está el palacio del príncipe. Esto origina largas interrupciones entre cuadro y cuadro, lo que lastra a mi juicio la agilidad de la propuesta, aunque sirva para hacer exhibición de la maquinaria escénica del teatro.

Ronconi ha acentuado con la dirección de actores la vertiente cómica del libreto, con una notable preocupación por remarcar los diferentes caracteres de los personajes, los cuales se ven aún más resaltados por el maquillaje y vestuario, éste por cierto bastante horrible.

En conjunto, una propuesta efectiva y divertida que no llega a entusiasmar, pero que tampoco me parece merecedora de los dos o tres abucheos aislados que se llegaron a escuchar al finalizar la función.

En el apartado musical, el joven director italiano Michele Mariotti debutaba anoche al frente de la Orquesta de la Comunitat Valenciana y he de decir que a mí me gustó. Su lectura de la página quizás no sonase todo lo rossiniana que uno imagina a priori, pero el vuelo lírico que imprimió me pareció más que interesante, alcanzando algunos momentos bellísimos donde la técnica contrapuntística del compositor de Pésaro pudo disfrutarse gracias a la batuta de Mariotti y los excelentes músicos a su cargo, pese a que los solistas vocales no ayudaban mucho, como en el quinteto del primer acto ”Nel volto estatico”. Mariotti marcó atento y con precisión las entradas de los cantantes, y resultaba curioso verle vocalizar el libreto, de principio a fin, mientras dirigía. Es verdad que hubo algunos desajustes y cierto descuido de la tensión en momentos puntuales, pero el conjunto de su dirección me pareció muy notable.

Una vez más fue todo un lujo poder escuchar a la Orquesta de la Comunitat Valenciana rindiendo a un altísimo nivel y, como me comentó un amigo en el entreacto, es inevitable cada día que pasa hacerse la pregunta: ¿cuánto puede durar esto con la que está cayendo? Esperemos que todo el tiempo posible, porque es una gozada poder disfrutar del increíble sonido de esa sección de cuerda que llega a hacer irrelevante casi cualquier referencia anterior que se tenga, o de esas flautas y clarinetes que también destacaron anoche especialmente.

El otro gran pilar de nuestro teatro de ópera, el magnífico Cor de la Generalitat, limitado en esta ocasión a su sección masculina, pese a algún fugaz despiste en el segundo acto ofreció también unas prestaciones dignas de aplauso.

Fue una auténtica pena que el buen rendimiento de orquesta y coro no se viera acompañado por un reparto solista homogéneo que brillase al mismo nivel y, aunque todos pusieron mucha voluntad, el resultado fue muy desigual.

La mezzosoprano Serena Malfi dio vida a la protagonista, Angelina, en lo que suponía su debut en España. Al alzarse el telón fue difícil no acordarse de Cecilia Bartoli por el aspecto físico de la cantante y el color oscuro de la voz con el que afrontó sus primeras notas, pero lamentablemente la comparación con la Bartoli acabó ahí, en breves segundos. La voz de Malfi tiene algunos acentos interesantes en la zona media, pero es muy pequeña, lo que unido a una emisión entubadísima, que parece provenir de la misma nuca, y a su incapacidad de proyectar adecuadamente, hace que quede tapada permanentemente por orquesta, coro y compañeros de reparto. Si la hubiesen sustituido por un muñeco de José Luis Moreno en los concertantes, el efecto hubiera sido el mismo, ella movía la boca pero daba igual que cantase o que mascase chicle. Su rondó final “Nacqui all’ affanno… non piú mesta” fue un cúmulo de despropósitos, agudos calados unos y capados los más, graves eructados, la expresividad de un berberecho cocido, coloratura tramposa, y adornos… los del pelo. Una Angelina francamente decepcionante.

Lo mejor de la noche en el plano solista vino de la mano del tenor ruso Dmitri Korchak, que ya nos enamorase con su Lensky de la pasada temporada y que anoche, aunque no estuvo al mismo nivel, volvió a destacar por encima de sus compañeros de reparto. Su preciosa voz, bien timbrada y rica en armónicos corrió luminosa por la sala. Comenzó un tanto frío, con algún agudo abierto y tirante, pero llegó al final pletórico y en su “Si, ritrovarla io giuro” dio toda una lección de potencia y elegancia belcantista, pese a que las agilidades no sean su fuerte.

Paolo Bordogna fue un Don Magnífico irreprochable en cuanto a lo actoral, con su punto justo de exageración, sabiendo dotar al rol del carácter bufo que requiere, con una interpretación soberbia en lo gestual y en el movimiento escénico. Vocalmente comenzó fatal, desafinando directamente y con dificultades en la emisión, pero poco a poco fue yendo a más y estuvo estupendo en su aria del acto segundo, ayudado siempre por su apabullante dominio de las tablas con el que se metió al público en el bolsillo desde el primer momento.

El barítono Mario Cassi, a quien ya hemos tenido ocasión de escuchar en Les Arts en algún papel como el Valentín de “Fausto”, fue un Dandini lastimoso. El joven cantante italiano puede que dé el pego en algún otro repertorio, pero anoche demostró estar absolutamente negado para el belcanto rossiniano, con ostensible falta de fiato, incapacidad técnica para moverse por las agilidades que exige la partitura, escuchándose todas sus respiraciones cual rebuznos y con continuas pérdidas de impostación. Una auténtica pena porque el papel de Dandini tiene gran importancia y deslució notablemente el conjunto.

El bajo coreano Simon Lim también se encuentra lejos de ser el Alidoro ideal. Tampoco pudo con la coloratura y producto de ello fue que en su aria del acto primero hubo un momento en que perdió a la orquesta produciéndose un evidente desajuste que se corrigió enseguida. Su voz tiene algunas bonitas resonancias en la zona media, pero carece todavía del suficiente peso en la zona grave.

Las dos hermanastras encarnadas por Cristina Faus y María José Moreno cumplieron con corrección, mostrando evidentes limitaciones cuando se escuchaban sus voces en solitario, pero conjuntándose sin embargo ambas a la perfección, sonando preciosas en los dúos.

El público de ayer se mostró bastante frío, no sé si por la humedad que reinaba en el exterior o porque tampoco les estaba gustando mucho el espectáculo, y al final tan sólo fue clamorosa la ovación dedicada a Paolo Bordogna, con fuertes aplausos también para Korchak, Malfi y la orquesta, pero que fueron extremadamente cortos de duración, finalizando antes de bajarse el telón y encenderse las luces, ante cierta perplejidad de todos los que estaban en el escenario. La dirección escénica de Luca Ronconi, representada por su adaptador Ugo Tessitore, fue objeto de generalizados aplausos de cortesía y, como dije antes, de un par de abucheos aislados.

Me gustaría poner de manifiesto, a quien corresponda, que el ruido que se escucha últimamente en la sala principal de Les Arts proveniente del sistema de aire acondicionado está alcanzando unas proporciones muy molestas y el zumbido persistente se oye desde cualquier punto del teatro en cuanto el nivel de la música es bajo.

Por otro lado también quisiera dejar constancia, una vez más, de mi inútil queja por las estúpidas traducciones al castellano de los libretos en la subtitulación, donde siguen obsequiándonos con giros y expresiones “actuales” como: “que se te pasa el arroz” o “me quedo de pasta de boniato”, pretendiendo (supongo) acercar el texto a los más jóvenes o hacerse los graciosillos, pero consiguiendo únicamente sonrojar al público, al que parece que toman por imbécil.

No quiero finalizar sin hacer referencia a un par de noticias de las que tuvimos conocimiento anoche. En primer lugar se ha hecho ya oficial, muy lamentablemente, que Riccardo Chailly no dirigirá en Les Arts la ópera “Ariadne auf Naxos”, de Richard Strauss, prevista para mediados de diciembre, al estar siendo objeto el director italiano de pruebas cardiológicas que le han obligado a cancelar todos sus compromisos para el próximo mes. Ahora queda en manos de la dirección del teatro valenciano decidir si cancela definitivamente la representación, la pospone o busca a otro director con garantías, cosa que en las fechas en que nos encontramos me parece harto difícil.

Por otro lado, ya se van confirmando parte de los repartos previstos para las funciones del Festival del Mediterrani. Para “Il Trovatore” se anuncia que Jorge de León estará acompañado por la soprano italiana María Agresta y por el barítono Sebastián Catana. En “Medea”, Violeta Urmana asumirá el papel protagonista, anunciándose a María José Montiel como Neris, Ofelia Sala como Glauce, y del elenco masculino nada se sabe aún. Y para “Tristán e Isolda” la protagonista femenina será Jennifer Wilson, con Ekaterina Gubanova como Brangane y el barítono británico James Rutherford, intuyo que como Kurwenal.

Veremos en qué queda todo al final.

lunes, 25 de octubre de 2010

"L'ITALIANA IN ALGERI" (Gioachino Rossini) - Teatre Martín i Soler - Palau de les Arts - 24/10/10


Por fin se ha reanudado la actividad operística en el Palau de les Arts. Aunque la temporada oficial no ha comenzado, el coliseo valenciano ha sido fiel a su cita anual con el bel canto a través de una representación fuera de abono, con el protagonismo de los jóvenes cantantes del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo bajo la batuta del maestro Alberto Zedda.

En esta ocasión se trataba de “L’Italiana in Algeri” de Gioacchino Rossini, en una producción propia de Les Arts firmada por el regista italiano Damiano Michieletto, de quien ya pudimos ver el año pasado su magnífico trabajo para “La Scala di Seta”.

He de comenzar diciendo que su propuesta me ha defraudado. Michieletto ha asumido esta vez la dirección de escena, escenografía y vestuario, con resultados dispares.

La escenografía me ha parecido fallida y fea. Un escenario ausente de decorado, con un minimalismo exagerado, donde todo se basaba únicamente en el juego de luces ideado por Alessandro Carletti y en unos taburetes que iban siendo reubicados en el escenario por los propios cantantes, el coro y los figurantes, al objeto de ir creando los diferentes enclaves en que se desarrollaba la trama. Se propició absurdamente la confusión, produciéndose demasiadas visibles contradicciones entre el texto y la acción. Y hubo momentos que resultaron directamente molestos para el espectador, como esos focos dirigidos a la platea que deslumbraban.

El vestuario tampoco brilló por su originalidad. Michieletto convirtió a Mustafá en una especie de gangster y a Taddeo en un tipo bastante ridículo con camisa hawaiana, gorra de rapero y sandalias con calcetines, que en la escena del Kaimakán chocaba estrepitosamente con el libreto.

La dirección de actores y el movimiento escénico estuvieron muy trabajados. Los cantantes permanecieron en constante actividad, casi a un ritmo tan trepidante como el de la partitura rossiniana. Quizás demasiado, ya que a veces los ruidos del trasiego de taburetes, los figurantes gesticulando entre los cantantes y la sobrecarga de movimiento, distraían la atención del espectador en momentos en que hubiese sido deseable un mayor estatismo que permitiese concentrarse en lo puramente musical. Me pareció que hubo escenas muy logradas, como la del quinteto del café, y otras muy decepcionantes como la de los Pappataci.

Lo mejor de la noche, una vez más, fue la extraordinaria actuación de la Orquestra de la Comunitat Valenciana dirigida con la sabia y experta batuta del maestro milanés Alberto Zedda, quien a sus 82 años nos brindó una lectura vibrante y llena de frescura, exhibiendo una prodigiosa capacidad concertante. La Obertura fue realmente excepcional, toda una lección de interpretación rossiniana que arrancó los primeros bravos de la noche. Si la emoción no acabó de mantenerse durante toda la velada fue debido a que Zedda mimó absolutamente a los cantantes ajustando las intensidades y tempi de forma que no supusieran un obstáculo añadido al complicado reto vocal de la partitura.

Todos los músicos rindieron a un nivel óptimo, aunque merecen destacarse especialmente las portentosas intervenciones solistas de las trompas, flauta y oboe, así como la solvente ejecución de Rafael Andrade en el clave.

El Cor de Cambra Amalthea, muy bien en lo escénico, estuvo correcto, aunque no llegó a la excelencia vocal a las que nos tiene acostumbrado la agrupación estable de Les Arts, observándose algún problema puntual de empaste.

En cuanto a los cantantes del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo, he de decir, antes que nada, que el comportamiento escénico de todos fue soberbio, y, frente a una dirección de actores muy exigente, supieron responder con una gran soltura y sentido de la comedia, dando la impresión además de estárselo pasando francamente bien en escena. Como siempre digo, no es cuestión de ponerse a analizar con lupa las interpretaciones vocales de unos artistas que están todavía en fase de formación, para encontrar los fallos, y, aunque yo vaya hoy a mencionar algunos, no es con ánimo de reproche, sino para animarles a que sigan por la senda del estudio y la preparación y a que no pierdan el entusiasmo que demostraron ayer.

Simon Lim, coreano de 28 años, asumía el disparatado papel de Mustafá. Lim viene de ganar este mismo año el tercer premio en Operalia, y pese a su juventud tiene ya la experiencia de lo que supone actuar en un teatro importante. Educado musicalmente en la Accademia Teatro alla Scala, debutó en el teatro milanés en la temporada 2007/2008 como Figaro en “Le Nozze di Figaro” de Mozart, bajo la dirección de Giovanni Antonini. En Les Arts tendremos oportunidad de verle también esta temporada en papeles comprimarios en “Manon” y “Eugene Onegin”.
Lim fue un Mustafá muy resultón. Su voz de bajo se mostró por momentos imponente, sobre todo en los recitativos, con un fraseo muy intencionado, aunque a sus graves le falten todavía algo de consistencia y en las coloraturas pasase ciertos apuros. En cualquier caso, dejó algunas pinceladas que apuntan a un instrumento con enormes posibilidades. Su comportamiento escénico fue espléndido, con un gran sentido de la vis cómica del personaje.

La mezzosoprano rusa Veronika Viatkina tuvo que afrontar el difícil rol de Isabella. Se defendió en las agilidades con gran precisión y lució sobrado volumen y unos agudos firmes y muy poderosos. Supo desarrollar un buen canto spianato y un magnífico legato en “Per lui che adoro”, su mejor momento de la noche. En “Pensa alla patria” y “Cruda Sorte” se mostró más irregular, echándose en falta más peso en los graves, y observándose cierto desequilibrio y falta de homogeneidad entre registros.

Otro coreano, Aldo Heo, asumió el papel de Haly, no muy dado al lucimiento. Heo, que también ha sido premiado este año, obteniendo el 2º premio del Concurso Internacional Zandonai y un premio especial de la revista Ópera Actual, estuvo bastante bien, mostrando una auténtica voz de barítono que hizo correr con mucho gusto.

La soprano valenciana Yolanda Marín se estrenaba en esta función como Elvira. Presentó una agradable voz, bastante ligera y algo corta de volumen, pero en la que no se apreciaron destemplanzas, si bien hubo algún inevitable agudo un tanto hiriente en el exigente concertante final del primer acto.

El tenor Pablo Martín Reyes fue un correcto Lindoro, pese a la complicación del papel. Luce el granadino un bonito timbre de tenor ligero en una voz demasiado pequeña y estrangulada que en otros recintos tendrá complicado proyectar si no mejora su técnica. Aunque presentó algún problema de fiato, su particular lucha con la coloratura rossiniana se saldó con un balance muy positivo.

El barítono valenciano Gabriel Urrutia, como Taddeo, estuvo discreto. Muy bien escénicamente, pero más justo en lo vocal, mostrándose mucho más cómodo en la zona aguda que en la grave.

Natalia Lunar apenas pudo destacar en el brevísimo papel de Zulma.

El público, mayoritariamente joven, que llenaba por completo la sala Martín y Soler, agradeció con calurosos aplausos el esfuerzo de todos los intervinientes, con cerrada ovación para el maestro Zedda y los miembros de la Orquestra de la Comunitat Valenciana.

Quería hacer una breve mención al subtitulado. Posiblemente con la buena intención de acercar la obra al público más joven, se incluyeron palabras, giros y modismos actuales en una peculiar traducción en la que se hablaba de coñazo, puntito, careto… en mi modesto parecer desvirtuando y haciendo chirriar demasiado el texto respecto del original.

Como resumen final diría que pudimos gozar de una sensacional orquesta y una inmejorable dirección musical del maestro Zedda; de unas voces jóvenes que cumplieron dignamente ante la exigente partitura y que sobresalieron en la vertiente actoral; y una regia con una dirección de actores muy trabajada pero que, lastrada también por una escenografía fallida, no acabó, en mi opinión, de conseguir su objetivo.

Se echó en falta esa chispa de emoción que es la que consigue hacer grande una representación de ópera y que ayer tan sólo llegó a prender en la sala en las inconmensurables intervenciones orquestales de la Obertura y del final del acto primero.

Y ahora a esperar que comience oficialmente, con “Aida”, la última temporada de Lorin Maazel en Les Arts.

Como complemento musical os dejo con Lawrence Brownlee, dirigido por Alberto Zedda, interpretando en 2007 la cavatina de Lindoro "Languir per una bella", del acto I de "L'Italiana in Algeri":


video de rexeterna