Si hace menos de dos semanas teníamos el privilegio de disfrutar en el Palau de la Música de Valencia de la extraordinaria voz de la mezzosoprano norteamericana Joyce Di Donato, el pasado lunes volvimos a tener la oportunidad de escuchar a otro de los grandes referentes de la cuerda, como es la italiana Cecilia Bartoli, quien para la ocasión estaba acompañada por la orquesta I Barocchisti con Diego Fasolis al frente.


Como parece que sea congénito a la estupidez del ser humano el aprovechar cualquier ocasión para, en lugar de disfrutar de lo que se tiene, buscar motivos de discusión, la conversación más escuchada el lunes en el Palau era el forzado debate acerca de si era mejor Di Donato o Bartoli, tomando como referencia esos dos recitales, en los que, además, las cantantes habían abordado repertorios distintos. Yo no soy partidario de entrar en esas absurdas pérdidas de tiempo. Sí manifiesto claramente que disfruté muchísimo con Di Donato y lo volví a hacer con Bartoli. Y si alguien me pide que me moje, no tengo inconveniente alguno en decir que quizás me gustó más el recital de la norteamericana, posiblemente también porque me resultase más agradable el repertorio elegido y porque además, de siempre, me reconozco admirador absoluto de la voz de Di Donato, con todas sus peculiaridades y limitaciones.
Dicho eso, insisto en que no creo que sea lo más apropiado hacer ese tipo de consideraciones. Yo me lo pasé tremendamente bien escuchando a Bartoli y pienso que somos unos afortunados de haber podido asistir a dos espectáculos de grandísimo nivel en nuestra ciudad estos días.
Entrando ya en el recital de la cantante romana, éste estuvo dedicado por completo, salvo los bises, a la obra del, hasta ahora prácticamente desconocido, compositor italiano Agostino Steffani (1654-1728), a quien ha dedicado su reciente trabajo discográfico “Mission”. La música de Steffani corresponde a un Barroco que todavía mantiene muchas reminiscencias Renacentistas y suena demasiado “antiguo” para los gustos de quienes, como un servidor, tenemos la tara de que cuanto más atrás nos vamos en el tiempo, musicalmente hablando, más duro se nos hace el repertorio. No obstante, reconozco que, pese a no ser mi música favorita, hubo momentos de gran belleza, con la inestimable colaboración, eso sí, de Cecilia Bartoli y de I Barocchisti.
La agrupación que dirige Diego Fasolis tuvo un rendimiento excelente, acompañó extraordinariamente a la cantante y, en las oberturas y fragmentos orquestales, tuvo ocasión de lucirse, como en la estupenda ejecución de “Aires pour les nymphes de la rivière” de “La lotta d’Hercole con Acheloo”, o en las virtuosas interpretaciones de los solistas de trompeta y oboe. Para mi gusto sobró un exceso de efectos de la percusión en algunos fragmentos, con ruidos que, aunque ambientaban la ejecución del aria, llegaban a resultar molestos. Fasolis al clave se emocionaba y por momentos parecía que fuese a emular a Jerry Lee Lewis subiéndose encima del teclado.
Cecilia Bartoli domina la puesta en escena como nadie y cada mínimo detalle de sus recitales está perfectamente estudiado para dotar al conjunto de una eficacia incuestionable que atrape al espectador en todo momento. Así, su entrada en escena sonriendo y tocando la pandereta a lo Esmeralda la zíngara, ese pedazo de sillón de piel con mesita auxiliar para que la cantante no abandonase la sala en los interludios orquestales y permitir la fusión que se produjo entre muchos de los fragmentos para no provocar demasiadas interrupciones, la utilización de los músicos de la orquesta como coro, etc.
Vocalmente, Cecilia Bartoli presentó todos los defectos que tanto critican sus fieros detractores y cada una de las virtudes que la hacen ser idolatrada por sus fans. El comienzo del recital no fue precisamente bueno, en el aria “Schiere invitte” (de “Alarico il Baltha”) recurrió al chillido en un par de ocasiones y la voz no acababa de estar centrada, mostrando más engolamientos y sonidos guturales que en toda la noche. A partir del segundo tema ya se fue entonando y en “Amami e vederai” (de “Niobe, regina di Tebe”) convenció con la exquisitez de su canto a cualquiera que todavía estuviese dudoso de encontrarse ante una grandísima artista, con un precioso acompañamiento de laúd y papel de caramelito.
Yo tengo que reconocer que a mí me gusta mucho más Bartoli en los lamentos que en las arias de bravura. En esos momentos es donde su maravilloso centro luce esplendoroso y el prodigioso control del fiato y el mágico uso de los reguladores le permite esbozar unas frases larguísimas en las que inverosímiles filados y sfumature adornan su canto en un derroche de expresividad y emoción que compensa con creces los entubamientos del sonido, las desigualdades entre registros o la peculiar pronunciación de algunas vocales. Eso no quita para que cuando llega la gallina Turuleca con toda su pirotecnia y acrobacias vocales, como en el “Suoni, tuoni, il suolo scuota” (de “Arminio”) que cerró el programa oficial, también haya que reconocer su alucinante técnica para la coloratura y su capacidad para hacer enloquecer al público de entusiasmo.
Musicalmente, me quedo con los tres bises, que comenzaron con un sentido “Lascia la spina” de “Il Trionfo del Tempo e del Disinganno” de Haendel, donde la Bartoli alargó las notas hasta el infinito y más allá, mostrando una exquisita musicalidad; siguió con otro Haendel, una impresionante versión del "Destero dall'empia dite" de su ópera ”Amadigi di Gaula", con el increíble diálogo entre la voz, la trompeta y el oboe; y finalizó con una delicadísima interpretación, junto a la solista de violín, de "Sovente il sole" de ”Andromeda Liberata” de Vivaldi.
El Palau de la Música presentaba un lleno absoluto, reflejo del tirón mediático que tiene la Bartoli haga lo que haga, aunque se trate de una música no especialmente atractiva y de un compositor desconocido. El comportamiento del público no fue precisamente ejemplar. Demasiados ruidos de la siempre eficaz orquesta para toses, envoltorio de celofán, teléfono móvil y sonaduras de mocos con bocina; sonidos que además parecían brotar con mayor virulencia en los momentos más recogidos. La señora de los grititos histéricos de "guapíííísima" tuvo también sus buscados momentos de protagonismo. Y al finalizar el programa oficial del recital, comenzó la desbandada general cual manada de gacelas perseguida por leona hambrienta, lo que limitó a tres los bises... y gracias.
En cualquier caso, fue un espectáculo muy disfrutable que ojalá se repitiera más a menudo.
Por cierto, me han dicho que esta mañana estaba Bartoli viendo la mascletá. Quizás estuviese tomando ideas para adornar su coloratura con nuevos efectismos pirotécnicos en futuros espectáculos...
Bueno, os dejo con la Bartoli interpretando uno de los fragmentos que más me gustaron, “Amami e vederai” de la ópera “Niobe, regina di Tebe”, de Agostino Steffani:
video de Jean-Melchior Delpias
video de Jean-Melchior Delpias