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lunes, 28 de octubre de 2019

LA TABERNERA DEL PUERTO (Pablo Sorozábal) - Palau de les Arts - 27/10/19


En este comienzo de temporada del Palau de les Arts a precios populares, al que no se ha querido denominar pretemporada, se ha incluido también la dosis de zarzuela que nos hemos de chupar cada año, con la acertada programación en esta ocasión de uno de los títulos más atractivos del género, como es La tabernera del puerto, de Pablo Sorozábal, cuyo estreno tuvo lugar ayer en la sala principal del teatro valenciano.

Tradicionalmente, estas representaciones de zarzuela suelen caracterizarse por un significativo aumento de la edad media del público asistente, y, aunque ayer no fue una excepción, sí tengo que reseñar que me llamó la atención ver también más gente joven que otras veces. No sé si habrá tenido algo que ver la iniciativa que este año ha impulsado el nuevo director artístico de Les Arts de reservar algunos de los ahora llamados preestrenos de la temporada (los ensayos generales de toda la vida) a los menores de 28 años, con entradas a 10 euros, habiendo sido el de esta Tabernera que tuvo lugar el pasado viernes, el primero de ellos. En cualquier caso, tenga o no que ver en ello, sólo pueden ser aplaudidas todas aquellas medidas que vayan destinadas al fomento del género lírico y a la búsqueda de público joven.

La popularidad de La tabernera del puerto se sustenta principalmente en una partitura del maestro Sorozábal que convierte su escucha, hasta para el que no es especialmente afín al género, casi en algo parecido a un disco de esos de Grandes Éxitos de Zarzuela, topándonos con una sucesión de romanzas y pasajes musicales cada cual más conocido que el anterior. Indudablemente hay unos momentos más inspirados que otros, pero siempre percibiéndose esa inteligente orquestación e instrumentación que recorre toda la obra. No sólo Sorozábal es responsable del éxito de esta zarzuela, debiéndose destacar también un libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw que, hombre, no nos engañemos, tampoco es de premio Nobel y contiene mucha tontunez, pero, al menos, presenta una mayor enjundia dramática que la mayor parte de sus congéneres (todavía recuerdo con escalofríos de pánico la plomez y el sopor irresistible que me produjo El gato montés de hace tres años en esta misma sala).

Además, para la ocasión se ha buscado una producción más que digna del Teatro de la Zarzuela que cuenta con la dirección escénica del actor y director Mario Gas. Precisamente su padre, el célebre bajo Manuel Gas, fue el encargado de encarnar el personaje de Simpson en La tabernera del puerto cuando se estrenó la obra por vez primera en Madrid en 1940, tras la guerra, aunque su estreno absoluto había tenido lugar en Barcelona en 1936.

Mario Gas ha llevado a cabo un trabajo inteligente y muy respetuoso con el original en el que prima la dramaturgia y el sentido teatral, dejando que las emociones que atraviesan el libreto emerjan naturalmente y se hagan presentes en los personajes, logrando que el público pueda conectar con la historia desde el primer instante y sin que esa relevancia de lo dramático menoscabe la vertiente musical y vocal. En el éxito de la propuesta juegan un papel fundamental la escenografía de Ezio Frigerio y Riccardo Massironi, el vestuario de Franca Squarciapino, la seductora iluminación de Vinicio Cheli, así como las proyecciones de Álvaro Luna, logrando construirse un marco dramático muy realista, adecuado a la acción y con momentos de gran poderío visual, como esa escena de la galerna, siempre complicada de plasmar en escena sin caer en lo ridículo, en la que se consiguieron fusionar proyecciones, transparencias y realidad de forma verdaderamente impactante.

La acción del libreto se desarrolla en la época de su estreno, a mediados de los años 30 del pasado siglo, en el ficticio puerto de Cantabreda. La escenografía es grandiosa por tamaño, pero sencilla, eficaz y con amplias zonas libres para el desarrollo de la acción. Apenas tres paredes y un espacio central reflejarán en los actos primero y tercero la plaza del puerto entre el café y la taberna; y en el segundo el interior de esta. El ambiente marinero y la atmósfera gris de un pueblo pesquero norteño estarán perfectamente dibujados en esa escenografía en la que casi se puede respirar la humedad y el olor a mar. Un mar que, pese a sólo verse expresamente en la tormenta que abre el tercer acto, tendrá una presencia permanente de forma latente con los reflejos del agua sobre las fachadas o con los guijarros que ocupan la boca del escenario simulando la orilla.

La gama cromática en la que se moverá la iluminación acentuará también esa atmósfera norteña, como lo hará igualmente el vestuario de los habitantes de Cantabreda, de tonalidades oscuras, grises y azules, a excepción de la protagonista, Marola, que será la única que destacará de la grisura del conjunto con su vestido azul celeste y chaqueta roja. La dirección de actores y el movimiento escénico están también muy bien resueltos, consiguiéndose dinamismo narrativo y que la trama fluya de forma natural. Vuelvo a destacar la solución dada a la escena de la galerna que no sólo solventa con nota su complicada plasmación teatral, sino que además lo hace impactando visualmente y acentuando el dramatismo del momento.

Creo que en general nos encontramos con un cuidado trabajo de dirección escénica, respetuoso con lo musical y coherente con el libreto que cumple sobradamente las expectativas del público, resultando atractivo visualmente y eficaz para enmarcar la historia.

Guillermo García Calvo ocupaba por vez primera el foso de Les Arts, aunque no es la primera ocasión en que se pone al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, pues ya lo hizo en 2013, en ese patatal que osan denominar Auditori, con un concierto dedicado a Beethoven, Mozart y Schumann. El director madrileño supo subrayar ayer las emociones latentes en los pentagramas, remarcando acentos sin caer en la exhibición populista, así como resaltar los colores, mestizajes musicales y la variedad orquestal concebida por Sorozábal. Evitó avasallar las voces con equilibrio sonoro entre foso y escena casi toda la noche. Y digo casi, porque en la escena de la galerna los protagonistas no sólo fueron engullidos por el mar, sino también por el torrente orquestal que los dejó inaudibles. Hubo algún pequeño desajuste puntual con los cantantes, pero en líneas generales creo que fue una buena dirección con unos resultados notables, lográndose que la orquesta sonase estupendamente. En ese aspecto merece destacarse la gran noche de los metales (geniales trompetas) y la percusión, y resultó precioso el momento de los clarinetes en el dúo de amor del primer acto.

El Cor de la Generalitat no tiene en esta obra una participación demasiado relevante, pero puso, como de costumbre, la guinda de calidad en cada una de sus intervenciones vocales tanto escénicas como internas, destacando las chicas en “¡Aquí está la culpable!”, y los chicos en la escena de la taberna.

La jovencísima soprano valenciana Marina Monzó debutaba en el teatro de ópera de su ciudad en el papel de Marola. Voz no muy grande, más ligera de lo que yo esperaba, pero de bello timbre, homogénea, fresca y resplandeciente, con buenos ataques a unos agudos con mordiente. Cumplió con belleza canora, buena técnica y gran delicadeza, sin gazmoñerías, en su romanza estelar, “En un país de fábula”, en la que también se mostró desenvuelta en las agilidades y notas picadas, y algo más incómoda en los graves, pero que finalizó de forma bellísima con un precioso regulador, agrandando progresivamente la última nota. También destacó en el dúo con Juan de Eguía del segundo acto. Acompaña a su canto una irreprochable presencia escénica a la que une entrega y desparpajo dramático. Sólo cabe valorar muy positivamente en su conjunto la actuación de una artista que, aunque todavía presente aspectos técnicos por pulir, tiene toda su carrera por delante, ya que apenas ha cumplido los 25 años, y ya ha mostrado unas credenciales que nos hace ser muy optimistas ante su futuro.

El veterano Àngel Òdena asumió el antipático personaje de Juan de Eguía. Òdena ya nos visitó en aquel pestiño gatuno montés de 2016 y, al igual que hiciera entonces, destacó por el atractivo color baritonal de una voz grande, varonil, con peso, que al mismo tiempo sabe manejar con expresividad. Estupendo estuvo en "La mujer de los quince a los veinte" y aun mejor en su romanza final, francamente emocionante. Ello no quita para que los años hayan cobrado cierto peaje y la voz se presente desgastada, afloren oscilaciones y pase algunos apuros en las zonas más comprometidas, pero todo eso queda siempre para mí en un segundo plano ante la personalidad vocal e interpretativa de este buen barítono catalán.

El rol de Leandro recayó en el tenor crevillentino Antonio Gandía. Sorprende la aparente facilidad con la que se mueve por el registro agudo, atacando y colocando las notas en su sitio con potencia y claridad, y se agradece su entrega y arrojo en un canto a pecho descubierto. Reconozco que hubo más de un momento en que su voz me trajo al recuerdo a Alfredo Kraus, obviamente salvando las distancias. Presentó un buen fraseo, control del fiato y una línea de canto regular y con sentido musical. En la parte negativa ha de consignarse una menor desenvoltura que sus compañeros en la faceta teatral, así como una emisión puntualmente estentórea. Suya es la joya de la corona de la noche con la archipopular romanza “No puede ser” que defendió con pundonor y expresividad, finalizando con unos agudos formidables, y todo ello pese al acompañamiento coral que tuvo de buena parte de la platea tarareando y canturreando junto al tenor.

El papel de Simpson que asumiera en el estreno madrileño de 1940 Manuel Gas, ha sido encarnado en esta ocasión por Rubén Amoretti, quien recientemente encandiló al público valenciano como Méphistophélès en la berliozana Damnation de Faust. Desplegó de nuevo el bajo burgalés una sabiduría escénica y sentido teatral de primer orden. Mostró claridad e intención en los recitados y poderío vocal en las partes cantadas, destacando en el terceto y resolviendo muy brillantemente el celebérrimo “Despierta negro”. Quizás no presente en la zona más grave un peso y  profundidad de autentico bajo, ni falta que le hace, porque su inteligencia interpretativa y musicalidad compensan cualquier objeción.

Correcto estuvo Abel García como Verdier en su breve intervención; y estupenda la soprano Ruth González, en el papel del adolescente enamorado Abel, con el que demostró grandes cualidades en la faceta teatral, con una gestualidad, dicción y movimientos que convencieron totalmente al público de que había un muchacho en escena y no una mujer. Y ello sin que desmereciese en absoluto el apartado vocal, donde se presentó segura, cantando con mucho gusto su “Ay que me muero”.

Entre el elenco de actores no cantantes destacó la formidable Antigua que interpreta Vicky Peña, esposa de Mario Gas por cierto, ofreciendo toda una clase de teatro como es habitual en ella cada vez que pisa un escenario. No le anduvo tampoco a la zaga un estupendo Pep Molina como Chinchorro, exhibiendo vis cómica y bordando junto a Vicky Peña el dúo “¡Ven aquí, camastrón!”. También debe reseñarse el muy buen desempeño actoral de Ángel Ruiz como Ripalda, al que la dirección escénica ha decidido caracterizar y darle algunos movimientos y gestualidades que recuerdan claramente al personaje de Charlot.

La sala principal del Palau de les Arts presentó de nuevo un lleno total, confirmando el éxito de convocatoria de este comienzo de temporada a precios populares. Aparte de los canturreos en los momentos más conocidos y las toses de algunos tísicos terminales, el público se mostró más cálido y entregado que en otras ocasiones, aplaudiendo cada romanza y cada chimpún. Al final fue ovacionado todo el elenco, actores y cantantes, con efusividad especial para la que jugaba en casa, Marina Monzó. También fueron muy aplaudidos la dirección musical y orquesta y los representantes de la dirección escénica, con Mario Gas al frente.

Me comentaba alguien el otro día que últimamente estoy más blando en mis crónicas y reparto poca estopa. Bueno, a lo mejor la clave no está en que yo haya cambiado, sino que en estas últimas funciones no haya habido tampoco tanto que objetar. O al menos así me lo ha parecido a mí.

Y es que, igual que dije con ocasión de las recientes Bodas de Figaro, creo que lo fundamental de esta Tabernera del puerto, segunda producción programada de la etapa Iglesias, es que, más allá de los pequeños defectos que pueda haber, el conjunto funciona estupendamente y hay un gran equilibrio entre las prestaciones orquestales, vocales y escénicas, consiguiéndose un resultado global muy positivo. Quizás no haya habido nada especialmente deslumbrante, pero todo ha funcionado como debía, con una calidad más que notable y la gente se lo ha pasado pipa. Y eso es realmente lo esencial.


jueves, 21 de junio de 2018

"LA DAMNATION DE FAUST" (Hector Berlioz) - Palau de les Arts - 20/06/18


Ayer tuvo lugar en el Palau de les Arts el estreno de La Damnation de Faust, de Héctor Berlioz, la última ópera de la temporada en su sala principal (el próximo domingo se estrenará en el Auditori La Clemenza di Tito, de Mozart, en versión semi escenificada). La principal noticia de este estreno es, sin duda, que el mismo se llevó a cabo sin que tengamos que reseñar ninguna incidencia ajena a lo puramente musical, ya que, finalmente, se desconvocó la huelga anunciada por el Cor de la Generalitat.

Eso no quiere decir que el problema se haya solucionado, ni mucho menos. Sus justas reivindicaciones continúan sin ser atendidas por la administración autonómica. Sigue sin haber un compromiso claro y por escrito que garantice la estabilidad de la plantilla y la consolidación de los puestos de trabajo que llevan desempeñando desde hace entre 15 y 30 años. La traición del sindicato FSP-UGT, obrando por la espalda y por motivos que algún día se conocerán, ha sido en primera instancia la causa de una desconvocatoria que ha venido seguida de la expresa voluntad de los miembros de la agrupación de dar una oportunidad más a la negociación, aceptando participar en una comisión de seguimiento junto a representantes de la empresa y la administración y posponiendo posibles acciones de protesta y huelga al inicio de la pretemporada si todo sigue igual.

No voy a ahondar más en este tema de momento. No quiero remover las heces con el viento en contra, prefiero dejar que las negociaciones sigan su curso en el ámbito en el que han de desarrollarse y no contribuir a que el ambiente pueda enrarecerse más. Es decir, justo lo contrario de lo que hizo recientemente el secretario autonómico de Cultura, Albert Girona, con unas impresentables declaraciones, indignas de un representante público, que lo único que hacen es dejar en evidencia que su imprudencia es aún superior a su ignorancia.

El caso es que estaba previsto que el Cor de la Generalitat protagonizase las crónicas de este estreno y finalmente así acabará siendo, aunque no por haber ejercido su derecho a la huelga, sino por protagonizar una de las actuaciones más memorables de un coro en un teatro de ópera que ha vivido quien esto escribe, convirtiéndose por los méritos de su propia valía en los indiscutibles triunfadores de la noche. Por supuesto sin que ninguno de los chupatintas, bocachancla y mequetrefes mentales varios que se permiten cuestionar y poner en riesgo la supervivencia del Cor estuviese presente. Aunque en su descargo hay que decir que televisaban el apasionante Irán-España y en À Punt se programaba un nuevo capítulo de “Açò és un Destarifo”.

Decía antes que La Damnation de Faust y La Clemenza di Tito van a ser los dos últimos espectáculos de la temporada. Y hay algo que me ha llamado la atención. La Clemenza se va a interpretar en el aborrecible Auditori en versión semi escenificada (en principio iba a ser en versión concierto) y Damnation escenificada y en la sala principal, cuando lo cierto es que La Clemenza es una ópera que nació con el objeto de ser escenificada y La Damnation es una cosa extraña. Berlioz la calificó como leyenda dramática y en múltiples ocasiones se representa en versión concierto, y es que el componente sinfónico de esta obra tiene mayor peso que el dramático. Quizás hubiera sido más lógico que la programación se hubiese hecho al contrario, pero me alegro enormemente de que no haya sido finalmente así, pues eso nos ha permitido disfrutar de la maravillosa música de Héctor Berlioz sin las distorsiones de la imposible acústica del Auditori.

Para la ocasión se ha presentado una nueva producción del Palau de les Arts en colaboración con el Teatro Regio di Torino y el Teatro dell’Opera di Roma, donde precisamente abrió la temporada 2017/18. La puesta en escena la firma el italiano Damiano Michieletto, de quien en este teatro ya se han visto bastantes trabajos; algunos mejores, como L’elisir d’amore o La scala di seta, y otros claramente fallidos, como Il Barbiere di Siviglia. La producción estrenada ayer obtuvo recientemente el reconocimiento de la crítica italiana obteniendo el premio Franco Abbiati al mejor espectáculo de 2017.

Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a unos minutos de uno de los ensayos de esta Damnation de Faust y una de las primeras cosas que pensé fue que la puesta en escena concebida por Damiano Michieletto iba a ser fuertemente abucheada. Pero al final me equivoqué. Es verdad que hubo algunos abucheos, pero en absoluto el rechazo generalizado que yo imaginaba. Está claro que Michieletto decide aquí arriesgar fuerte y apuesta por dar una visión muy particular del mito de Fausto. Ya Berlioz, a su vez, ofreció en esta obra su personal lectura del Fausto de Goethe, eliminando el inicial pacto del protagonista con el diablo para lograr la juventud y llevándolo al final como forma de salvar el alma de Marguerite, o ambientando el inicio en Hungría en lugar de Alemania, entre otras cosas. Michieletto va aún más allá y transforma a Faust en un adolescente traumatizado por la muerte de su madre y objeto de bullying por sus compañeros que intenta suicidarse y que se agarra al amor de Marguerite como tabla de salvación frente a su sufrimiento.

La escenografía corre a cargo de Paolo Fantin, el vestuario de Carla Teti y la iluminación de Alessandro Carletti. Toda la acción se desarrolla en un mismo espacio escénico y el coro estará permanentemente presente en escena, sentado en un graderío por encima de los cantantes. El protagonista en la propuesta de Michieletto es claramente Méphistophélès, quien también estará casi siempre en escena, presencialmente o en proyecciones, con un comportamiento histriónico que recuerda bastante al de presentadores de reality show, donde su punto de vista será mostrado además mediante las imágenes que graba sobre el escenario un cámara portando una steadycam.

Visual y estéticamente hay que reconocer lo impactante de una producción que no puede dejar indiferente a nadie. El blanco luminoso predominante hasta el tramo final y la frialdad de la iluminación me recordaban un poco la estética del 2001 de Kubrick. Los momentos de amor junto a Marguerite trasladarán a Faust a su particular Paraíso que será mostrado con la proyección del cuadro del mismo título de Lucas Cranach el Viejo mientras Méphistophélès contempla la escena transmutado en serpiente, en uno de los instantes a mi juicio más logrados. Otros momentos que me parecieron muy positivos fueron el del coro celestial que salva a Faust del suicidio tras la brutal escena de bullying y que se ilustrará con los recuerdos de éste junto a su madre celebrando un cumpleaños; o la escena de la cabalgada a los infiernos y el Pandemonium, pese al aspecto de bolsas de basura gigantes en movimiento; o la Apoteosis de Marguerite final.

Es verdad que hay cosas que funcionan menos o alguna provocación un tanto gratuita, aunque creo que, en conjunto, los aspectos positivos pesan más que los negativos y yo me lo pasé especialmente bien. Reconozco que puede haber espectadores que se sientan molestos o desconcertados y un poco perdidos, pero en mi opinión hay ideas y sentido dramatúrgico e incluso creo que se consigue dotar de una cierta unidad narrativa a una obra que no puede presumir precisamente de tener un armazón dramático especialmente consistente. Además, algo que me parece incuestionable es el enorme trabajo de dirección de actores (cantantes y figurantes), cuidado hasta el último detalle, y ya sólo por eso el abucheo resultaría injusto.

Aspectos que considero negativos de la propuesta de Michieletto son: el ruido que se organiza en escena más de una vez perjudicando la música y, en general, que creo que pretende contar demasiadas cosas y quizás en ese afán de mostrar todas las lecturas y subniveles que ve el regista en la historia, se le ofrece un exceso de información visual al espectador en forma de claves que acaban por saturarle, haciendo que en lugar de centrarle le enreden más y le distraigan del apartado musical. Dicho eso pienso que en sucesivas visiones la propuesta puede ir ganando y el espectador descubriendo nuevos detalles. A mí sí me gustó.

La dirección musical corrió a cargo de Roberto Abbado, quien tras la marcha de Biondi se ha quedado ya como director titular en solitario de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, pero esta va a ser la única ópera que dirija esta temporada, algo ciertamente chocante. No obstante, la próxima no va a salir del foso más que para aliviar vejiga porque está previsto que asuma la dirección de 3 de las 5 óperas que se representarán en la sala principal.

La labor de Abbado ayer me pareció bastante destacable. Es verdad que con esta orquesta y este coro y la espléndida orquestación de Berlioz, era complicado que la cosa saliese demasiado mal. Abbado ayer se lo pasó teta, se le veía en el foso disfrutar con la obra que estaba dirigiendo. Hubo incluso momentos en los que daba la impresión de que tanto se emocionaba que alguna entrada se retrasaba o el tempo variaba. En cualquier caso creo que hizo un trabajo relevante, mantuvo el pulso y la tensión y consiguió que la partitura brillase como merecía. Aunque en ese resultado intervino y mucho la calidad de los músicos de la orquesta, destacadísimos del primero al último. Excelentes los metales, la percusión, una cuerda descomunal, con mención para la solista de viola, y unas maderas que lo bordaron con unas inspiradísimas flautas y Pierre Antoine Escoffier y Ana Rivera en oboe y corno inglés marcándose un acompañamiento bellísimo a D’amour l’ardente flamme.

Del Cor de la Generalitat ya he adelantado antes que fueron los grandes protagonistas de la velada. La calidad del sonido obtenida ayer fue espectacular. El empaste impecable y todas las cuerdas se escuchaban con un equilibrio extraordinario. Creo que habrá pocos coros fuera de nuestras fronteras que puedan garantizar hoy un rendimiento mucho mejor ante una obra tan enormemente exigente como esta. Todas sus intervenciones fueron, incluso pese a algún puntual desajuste, de poner los pelos de punta, pero destacaría la belleza obtenida en el coro de gnomos y sílfides del sueño de Faust y, por supuesto, en el maravilloso coro final. La colocación del coro estático y arriba por la propuesta escénica, ha motivado que el director musical haya decidido que algunos de sus miembros se ubiquen en el foso junto a la orquesta, posiblemente temeroso de que no tuviesen sus voces la relevancia adecuada. Yo creo que no hubiera pasado nada por situar a todo el coro arriba y quizás se evitarían problemas de puntuales desequilibrios entre el coro de foso y el del escenario, pero no voy a dar yo consejos al director. Más allá de haber conseguido Abbado o no su objetivo, lo que quedó claro es que músicos y cantantes estuvieron en el foso como sardinillas en lata. Y que todos los miembros de Cor, en foso y escena, demostraron que la retención urinaria la llevan bastante bien.

Buena fue también la participación final de los niños y niñas de la Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet y la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats.

En el reparto vocal se ha contado con un trío protagonista íntegramente hispano, con el tenor Celso Albelo como Faust, Silvia Tro Santafé como Marguerite y Rubén Amoretti como Méphistophélès.

Gran mérito el de Celso Albelo ante un papel mucho más difícil de lo que parece a primera vista y que, si no me equivoco, debutaba. Además de eso tuvo que afrontar unas exigencias escénicas muy importantes y de todo ello salió con unos muy buenos resultados, yendo, a mi juicio, de menos a más, administrando perfectamente sus recursos. Su voz y fraseo ofrecen belleza y una técnica depurada, con una zona aguda muy solvente, brillante y potente. Hubo algún desliz de afinación y una cierta frialdad general, pero el resultado fue positivo.

También creo que se debe valorar como meritorio el desempeño de Silvia Tro Santafé componiendo una buena Marguerite pese a que creo que no es el papel que mejor se ajusta a sus características vocales. Quizás le faltase un poquito más de refinamiento, de control de volumen e intensidades, pero insisto en considerar positivos sus resultados, teniendo también que hacer frente a diversas exigencias escénicas de lo más variopinto, como el tener que cantar echándose vasos de agua por encima…

Aunque si ayer hubo un artista digno de reconocimiento por su comportamiento escénico, ese fue el bajo burgalés Rubén Amoretti. Sensacional toda la noche, con un trabajo actoral exhaustivo que además iba acompañado de numerosos primeros planos que sostuvo con sobresaliente. Impecable en lo dramático y muy destacado también en lo vocal, sabiendo transmitir toda la malvada ironía del personaje.

Correcto el Brander del alumno del Centre Plácido Domingo Jorge Eleazar Álvarez en la canción de la rata, uno de los instantes que más rechazo parece que provocó en el público por la ocurrencia de Michieletto de ilustrarlo con un gigantesco roedor en escena.

Especial reconocimiento merece también en esta obra el numeroso plantel de figuración que lleva a cabo un trabajazo monumental.

La sala principal de Les Arts presentó, lamentablemente, bastantes huecos. Parece que al público valenciano le siga costando animarse a asistir a óperas menos habituales, lo que es muy triste, pero si además le metemos un partido de Ejpaña, pues para qué queremos más. Aunque lo verdaderamente triste y lamentable de ayer no fue tanto el comportamiento del público que se quedó en casa como el de quienes asistieron a la función. Conté no menos de ocho deserciones durante la representación, con taconeo, portazo y cuchicheo incluido. Y lo mejor estaba por llegar. Al final, nada más apagarse la luz, bajarse el telón y cuando Abbado aun no se había bajado del atril, ocurrió esto:



Una estampida de proporciones dantescas en una de las mayores faltas de respeto a los artistas que yo he vivido en este teatro, y mira que he asistido a situaciones parecidas, pero lo de ayer era digno de un simulacro anti incendios con previa inserción de guindillas en el ano. No sé a qué narices se debió. El partido de fútbol ya había acabado y era una hora más que razonable… Los que se quedaron brindaron fuertes ovaciones para todos, y eso que durante la representación no hubo ni un solo aplauso pese a alguna que otra paradita estratégica de Abbado. Especialmente jaleados fueron el coro y la orquesta y también muy aplaudidos los solistas vocales. La salida del equipo escénico fue recibida con bastantes aplausos a los que se unieron algunos abucheos que no me dio la impresión que llegasen a ser mayoritarios.

Bueno, pues hasta aquí mi crónica de esta última ópera de la temporada en la sala principal. No puedo por menos que animaros a haceros con alguna de las numerosas entradas que hay disponibles para los próximos días. La belleza de la música de Berlioz lo merece. La calidad de nuestra orquesta y coro, más. Y la oportunidad de asistir a un espectáculo diferente siempre vale la pena. Los más reacios y clásicos haced un esfuerzo... el año que viene ya os hartaréis de Rigoletto, Lucia, Turandot y cosas de esas bonitas