Mostrando entradas con la etiqueta Festival Salzburgo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Festival Salzburgo. Mostrar todas las entradas

jueves, 9 de septiembre de 2010

FESTIVAL DE SALZBURGO 2010 (II). "ROMEO Y JULIETA" (13/08/10)

Piotr Beczala y Anna Netrebko - "Romeo y Julieta" - Festival de Salzburgo 2010

Tras las intensas emociones de la noche anterior con “Elektra”, me dispuse a vivir mi segunda y última jornada de ópera en el Festival de Salzburgo. En esta ocasión se trataba de “Romeo y Julieta” de Charles Gounod. No es que sea una de mis óperas favoritas, pero lo que me atraía era la posibilidad de poder escuchar por fin en directo a Anna Netrebko después de algunos intentos fallidos, y si para ello tenía que pasar por un “Romeo”, no había problema, y menos aún en Salzburgo, donde hubiese estado dispuesto a tragarme hasta un Elisir donizettiano, que ya es decir.

Al llegar a la calle de los Festivales observé que el ambiente era ligeramente distinto al día anterior. Más joyas, más gente presuntamente famosa que era parada por fotógrafos de prensa y, sobre todo, muchísimas más personas con el típico cartelito: “Suche Karte” (busco entrada). Alguno de los cuales estaba posteriormente en el interior de la sala, con lo cual supongo que consiguió su objetivo. Según leí después en la prensa local parece que en el día del estreno de este “Romeo” se pagaban en reventa unos 1.000 euros por una localidad, lo que pone de manifiesto, aparte de la incorregible estulticia de algunas personas, el tirón popular que tiene Anna Netrebko.

Esta vez la representación tenía lugar en la Felsenreitschule, antigua escuela de equitación, y que constituye uno de los más emblemáticos recintos del Festival. Aquí se vienen representando espectáculos desde los primeros años del Festival de Salzburgo, y los seguidores de los musicales de Rodgers y Hammerstein lo conocemos bien gracias a la película “The sound of music” (en Ejpaña, que somos más chulos, “Sonrisas y Lágrimas”). Realmente impresiona ver este inmenso escenario de anchura inacabable, con sus características arcadas de fondo en 3 pisos, que lo primero que te hace pensar es que los cantantes que no tengan una voz de gran volumen se las van a ver negras para conseguir proyectar adecuadamente. Pero, al menos en este caso, la pareja protagonista lo consiguió con creces.

La producción presentada es la reposición de la que ya pudo verse en el Festival en 2008 y que fue posteriormente editada en DVD. Preparada en aquella ocasión para reunir de nuevo a la mediática pareja Villazón-Netrebko, el embarazo de ésta frustró las previsiones, aunque lanzó a la fama a su sustituta, la georgiana Nino Machaidze. Este año se ha llevado de nuevo la producción al Festival con la presencia, esta vez sí, de Anna Netrebko, y, en lugar de Villazón, el tenor polaco Piotr Beczala.

La dirección escénica ya conocida de Bartlett Sher es vistosa, colorida y muy clásica. No aporta absolutamente nada, pero tampoco llega a molestar. Es muy “americana”, con una estética y planteamiento muy de comedia musical. De hecho, Bartlett Sher ganó en 2008 un premio Tony, como mejor director de un musical, por “South Pacific” en Broadway. Pero, como decía, a mí al menos no me molestó y la puesta en escena es eficaz como mero entretenimiento visual, sabiendo aprovechar el enorme espacio escénico. Incluso parece que a veces se le quedase pequeño, pues hubo varios momentos en los que se decidió desarrollar la acción por los pasillos de platea (un error desde mi punto de vista).

Las coreografías ideadas por BH Barry para las luchas a espada estuvieron bastante bien resueltas y se notaba un trabajo serio de preparación de los cantantes, no quedando, como suele ser habitual, de función fin de curso o filà de moros y cristianos.

Yannick Nézet-Séguin se encargó de la dirección musical, al frente de la Orquesta del Mozarteum. El quebequés debutó en el Festival en 2008 dirigiendo precisamente esta producción de “Romeo y Julieta”. Siempre vehemente en el pódium, su dirección resultó apasionada y llena de ímpetu, sin descuidar los matices más emotivos y la elegancia inherente al repertorio. En el preludio del segundo acto hizo brillar especialmente a una orquesta que mostró durante toda la obra una impecable conjunción y musicalidad, como también lo hizo el Coro de la Ópera de Viena.

La belleza de la voz de Anna Netrebko hace mucho tiempo que me conquistó. Independientemente de la mercadotecnia que siempre acompaña al personaje y de las aventuras profesionales más o menos acertadas que en algún momento ha podido acometer, lo cierto es que esta mujer posee una de las voces más privilegiadas del panorama actual. Pero realmente hasta que no se escucha una voz en directo no se pueden calibrar sus auténticas cualidades. Yo llevaba ya mucho tiempo intentando conseguirlo y la verdad es que esta vez tenía cierto temor a salir desilusionado o a que las condiciones actuales de la rusa no fueran ya las más idóneas. Pero, afortunadamente, no fue así y la experiencia de escuchar y ver a Anna Netrebko sobre la escena supero todas mis expectativas, y estuvo auténticamente radiante.

La cosa sin embargo no empezó del todo bien y en su primera intervención estuvo bastante insegura sin acabar de controlar la emisión de la voz, pero cuando llegó al “Je veux vivre” el torrente vocal fluyó seguro y cristalino consiguiendo una interpretación de gran calibre. Las agilidades siguen siendo uno de los caballos de batalla de Netrebko, pero resolvió la papeleta con encomiable corrección, ayudada también por el tempo impuesto por Nézet-Séguin.

Otro de los habituales reproches que se le suelen hacer es su mala dicción francesa, y he de decir que en este aspecto ha mejorado muy notablemente. No es que la chica sea Régine Crespin, pero no chirría tanto su escucha como hace años.

A partir del segundo acto, donde sus características vocales se adaptaban mejor a la partitura, las prestaciones de la cantante alcanzaron su punto máximo, sabiendo transmitir perfectamente la evolución del personaje. El momento más importante de la tarde vino sin duda con la extraordinaria aria de la poción “Viens! viens! Amour, ranime mon courage” que nos brindó Netrebko, dando una auténtica exhibición de canto, fuerza, matices y emoción, que arrancó el espontaneo aplauso del público y numerosos bravos que se mantuvieron durante largos instantes.

Creo que Juliette es un papel que se le queda ya pequeño a sus condiciones actuales, que reclaman roles de mayor envergadura, pero daba igual. La magia y carisma que desprende Anna Netrebko con su mera presencia es inigualable. Nada más salir a escena su imagen magnetiza todas las miradas. Es como aquellas actrices de cine clásico que con una simple caída de ojos llenaban la pantalla. Además su comportamiento actoral es inmejorable, lo que unido a la mayúscula expresividad que despliega con su canto, hace de la experiencia de asistir a su interpretación un acontecimiento inolvidable.

La belleza de su voz en directo se acentúa, y esa oscura suntuosidad que la caracteriza se extiende homogéneamente, abrazando al espectador e inundándole de belleza sonora. Y no sólo canta con belleza, sino que además emociona. Y lo hace consiguiendo desplegar una paleta de matices casi imposible, llegando desde los pianísimos y filados más exquisitos, desbordados de lirismo, hasta los arrebatados momentos cargados de fuerza y pasión en que despliega toda su exuberancia vocal y el volumen hace que se estremezcan los cimientos del teatro. Y todo ello además lo lleva a cabo con una apariencia de facilidad casi insultante para el resto de los mortales.

Como decía antes, al final la experiencia no sólo valió la pena, sino que superó mis expectativas, y escuchar a Anna Netrebko en directo es algo que recomiendo a todos los amantes de la ópera, incluso a aquellos que puedan ser más críticos o escépticos respecto a la cantante. Creo que no les defraudará.

A Piotr Beczala pude escucharle en directo el año pasado en Viena, también cantando Gounod (en aquella ocasión “Fausto”), y he observado respecto a entonces dos circunstancias que han cambiado para mejor: su dicción francesa, y, sin ser un volcán de pasión, ha mejorado también notablemente en expresividad tanto actoral como vocal. Su comportamiento escénico fue impecable y su dominio de la técnica es espectacular. Exhibió una exquisita musicalidad, homogeneidad y adecuación al género, sin brusquedades ni los histrionismos efectistas de algún antecesor en estas tablas. No capó ni un solo agudo, y en todo momento estuvo valiente, encarando por derecho los escollos de la partitura. Sigue teniendo la peculiaridad de que en los sobreagudos la voz tiende a irse hacia atrás, pero su emisión es limpia y segurísima, mostrando una luminosidad deslumbrante. Su fraseo es impoluto y se marcó algunos pianísimos de ensueño. Un estupendo Romeo.

El resto del reparto estuvo correcto en general, destacando Mikhail Petrenko, que fue un meritorio Fray Lorenzo, luciendo una emisión llena de prestancia y empaque. Su “Entends ma prière fervente” fue más que notable.

Nada más sonar el último acorde, la respuesta del público, que llenaba por completo las más de 1.400 localidades de la Felsenreitschule, fue exultante. Una gran ovación para todos los intervinientes que se convertía en atronadora tempestad de bravos para la pareja protagonista. Muy largos minutos de aplausos que obligaron a salir a saludar al elenco reiteradamente, incluso después de encendidas las luces y retirada ya la orquesta. Pese a que Beczala animaba a Netrebko a recibir en solitario su ovación, ella cogió la mano del tenor y le obligó a compartir con ella todo el tiempo los calurosísimos aplausos.

Al haber comenzado la función a las 3 de la tarde, cuando salimos todavía no había anochecido, y como además no llovía decidí acercarme a ver el ambientillo que había por la puerta de salida de artistas. Para lo que suele ser habitual cuando canta una artista tan mediática como Anna Netrebko, no había demasiada gente, unas 30 personas. Eso sí, allí estaba un curioso sujeto (ver foto) al que ya me he encontrado dos veces en la stage door del ROH de Londres, otra en la Opéra Bastille parisina y ahora en Salzburg. A modo de “dónde está Wally” no hay puerta de artistas europea que no cuente con la presencia en primera fila de este individuo entradito en carnes, francoparlante, siempre con gafas de sol aunque sea noche cerrada y siempre acompañado de su madre, la cual siempre lleva, aunque sea agosto, una gabardina blanca no precisamente recién estrenada. Tienen, sobre todo la mami, una habilidad innata para colocarse en primera fila y sortear a las hordas de fans, con grácil manejo del hincamiento de codos en higadillos, siendo los primeros en dar la vara al cantante de turno y haciéndoles firmar hasta las fotos de la Comunión. Ya me diréis si os suena.

Muy pronto salió Anna Netrebko acompañada de su pareja, el barítono uruguayo Erwin Schrott, quien el día anterior había obtenido un importante éxito en el Festival como Leporello. Mientras ella atendía amablemente a mami Wally y al resto de admiradores, yo aproveché para acercarme a Schrott y conversar con él unos instantes. Cuando supo que veníamos de Valencia le faltó tiempo para contarnos que están pensando en venirse a vivir a Valencia o hacia la zona de Jávea, donde han estado viendo algunas casas, y que el único problema es que Anna dice que está un poco lejos de todo, pero que no descartan trasladarse aquí porque les encanta esta parte de España. Me confirmó que vendrá esta temporada a Les Arts como Dulcamara (omití prudentemente mi parecer acerca de L’Elisir) y le dije que ya nos veríamos por aquí. Luego me acerqué a Netrebko, a la que no dije nada de la conversación con Erwin no la fuéramos a liar, me limité a felicitarla y me di cuenta de que, aunque ganó peso tras el embarazo, está menos oronda de lo que parece en algunas fotografías. Al grito de “Erwin, andiamo!” la pareja se alejó caminando del teatro y podía seguirse su ruta por los aplausos con que les iban obsequiando la gente que estaba cenando en las terrazas de las calles próximas.

Posteriormente salió Beczala con quien también estuve charlando brevemente en universal idioma ciclista (un poco de todo mezcladillo) y que me dijo que cantará “Fausto” en el Liceu a principios de la próxima temporada, precisamente con Schrott de Mefistófeles.

Bueno, pues hasta aquí han llegado mis crónicas salzburguenses. Creo que me he extendido demasiado, pero quería dejar constancia de una experiencia francamente muy positiva y que espero poder repetir algún día.

De momento ya parece confirmarse que en el Festival de 2011 se repondrá la Trilogía Da Ponte de Mozart (“Las Bodas de Figaro”, “Cosí fan Tutte” y “Don Giovanni”) con la conocida y polémica dirección escénica de Claus Guth y dirección musical de Robin Ticciati, Marc Minkowski y Yannick Nézet-Séguin, respectivamente.

También se habla de tres nuevas producciones:
- “Macbeth” de Giuseppe Verdi, con dirección escénica de Peter Stein y musical de Riccardo Muti.
- “El caso Makropulos” de Janacek, con dirección escénica de Christian Marthaler y musical de Essa Pekka Salonen.
- Y “La mujer sin sombra” de Richard Strauss, con dirección escénica de Christof Loy y musical de Christian Thielemann, con un reparto del que podrían formar parte Anne Schwanewilms, Evelyn Herlitzius, Michaela Schuster, Stephen Gould y Wolgang Koch.

No pinta mal. Por si acaso, iremos ahorrando.

domingo, 5 de septiembre de 2010

FESTIVAL DE SALZBURGO 2010 (I). "ELEKTRA" (12/08/10)

Iréne Theorin y Eva-Maria Westbroek - "Elektra" - Festival de Salzburgo 2010

Tras una ausencia del blog más larga de lo previsto, fruto de unos días de descanso sin acceso a ese diablo llamado internet, vuelvo por aquí para, tal y como prometí, contar algunas cosas de las dos óperas que pude ver en el marco del Festival de Salzburgo de este verano. Y como llevo tantos días sin escribir me temo que me desquitaré un poco…

Era la primera vez que asistía yo a este Festival, absolutamente mítico, que durante tantos años había seguido por las retransmisiones en radio o televisión, pero que en esta ocasión me propuse descubrir por mí mismo. Una “Elektra” con Westbroek, Meier y Pape, y un “Romeo y Julieta” con Netrebko y Beczala, eran una buena excusa para planificar la escapada. Y al final lo conseguí.

Pasear por Salzburgo durante los días en los que se desarrolla el Festival es un espectáculo realmente curioso. En las calles principales de la bellísima ciudad austriaca, a cualquier hora del día, se entremezclan las habituales legiones de turistas con bermudas, camiseta Águila Amstel y riñonera de vestir, con acicaladas señoras en traje de noche y canosos varones con esmoquin que se dirigen a alguno de los innumerables espectáculos teatrales y musicales que se llevan a cabo durante todo el día. En un café te puedes encontrar con Diana Damrau charlando con unos amigos, y ver pasar a Patricia Petibon dirigiéndose en bicicleta al teatro, mientras en la tienda de música de la esquina Piotr Beczala firma su último disco.

La llegada al Grosses Festpielhaus tampoco tiene desperdicio. Un singular pase de modelos tiene lugar en la puerta de entrada. Elegantes los más, extravagantes otros cuantos. Muchos lugareños acuden vistiendo el traje regional típico de gala. La acumulación de silicona y rayos UVA por metro cuadrado es de record Guiness, y la media de edad de los asistentes es muy alta, tanto que para calcularla exactamente en algún caso habría que recurrir al Carbono 14. Mientras, en la acera de enfrente los turistas divertidos fotografían a los que acudimos a la representación y uno se siente por breves momentos como si estuviera en la alfombra roja… o en el zoo.

El Festival de Salzburgo celebraba en esta edición su 90 cumpleaños y el plato fuerte de la misma era la representación de la ópera “Elektra”, compuesta por Richard Strauss con libreto de Hugo von Hofmannsthal, precisamente dos de los padres fundadores del Festival, a quienes ahora se ha querido rendir homenaje con esta nueva producción, realizada en colaboración con la English National Opera, que contaba con dirección escénica del alemán Nikolaus Lehnhoff, dirección musical de Daniele Gatti y un espectacular reparto "wagneriano" con Iréne Theorin (Elektra), Eva-Maria Westbroek (Chrysothemis), Waltraud Meier (Klytämnestra), René Pape (Orestes) y Robert Gambill (Egisto).

La ópera no se representaba en el Festival de Salzburgo desde 1996, cuando se contó con la dirección musical de Lorin Maazel y un reparto en el que destacaba Leonie Rysanek como Klytämnestra en dos funciones, en lo que supuso la despedida de la legendaria cantante austriaca de los escenarios.

La sala del Grosses Festpielhaus, con completa visibilidad en todas sus localidades, se encontraba completamente llena. Me llamó la atención que la incomodidad y dureza de los asientos es considerable, y parecía más propia de la cámara de torturas del castillo de Salzburgo, que había visitado esa mañana, que de su teatro de ópera.

Justo antes de comenzar la representación, salió a escena una mujer con un micrófono y pensé: “Ya está. Se han enterado que ha venido Atticus y alguien ha cancelado”. La buena señora informó en alemán e inglés, dando bastante suspense al tema por cierto, que Waltraud Meier sufría un ataque de lumbalgia que afectaba a su movilidad, pero… finalmente había decidido salir a escena. Fuertes aplausos, y en mi caso un suspiro de alivio al saber que iba a poder escuchar a todos los cantantes anunciados.

Se apagaron las luces, se hizo un silencio sepulcral que no se rompió ni con una tos hasta el final de la obra, y dio comienzo un espectáculo inolvidable.

Sobre la dirección artística de Lehnhoff no quiero extenderme demasiado, porque lo realmente importante fue lo musical. He de decir, no obstante, que me gustó su propuesta escénica, aunque se omitiese la danza final y hubiese algún detalle discutible.

La escenografía de Raimund Bauer, consistente en un simple patio gris rodeado por los muros inclinados del palacio-bunker con simples agujeros negros por ventanas, contribuye de forma capital a acrecentar la sensación de opresión y angustia que viven los personajes, recordándome inmediatamente las imágenes del film expresionista alemán “El Gabinete del Dr. Caligari”, y la encontré perfectamente adecuada tanto al libreto de Hofmannsthal como a la música de Strauss. Los colores gris y negro dominaban la escena, realzando aún más esa vertiente expresionista, como también lo hizo la aparición final de unos enormes y siniestros pájaros negros, simbolizando a las diosas Erinias castigadoras de los homicidas, que emergen del suelo cerniéndose sobre Orestes e impidiéndole escapar.

No me gustó sin embargo la imagen del garaje ensangrentado iluminado por neones en el que aparece Klytämnestra muerta, colgada de un gancho como un cordero. "Elektra" es una obra donde la muerte y la sangre son protagonistas, pero toda esa violencia se desarrolla fuera de escena y queda suficientemente expuesta con la fuerza de la música de Strauss y el libreto de Hofmannsthal, por lo que creo que esta pincelada gore de Lehnhoff es innecesaria.

Daniele Gatti, al frente de la excepcional Orquesta Filarmónica de Viena, ofreció una lectura cargada de fuerza en la que quizás lo único criticable fuera el exceso de volumen que en ocasiones fue inclemente con los cantantes, pero hay que recordar que “Elektra” es una obra que fue escrita para 111 instrumentos y ya desde su inicio comienza a un volumen importante con esas 4 notas que componen el “motivo de Agamenón” y el impactante redoble de timbal, que nos anticipan la violencia e intensidad dramática que nos esperan. El propio Strauss llegó a calificar su obra como una “ópera orquestal” y daba una importancia relativa a que las voces quedaran parcialmente tapadas, bromeando incluso sobre ello.

Es cierto que Gatti en algún momento pudo cometer algún exceso sonoro, pero la belleza de la partitura y la calidad y exquisita conjunción de los músicos (maravillosas trompas y trombones), compensaban el puntual desmadre decibélico. Pese a todo, el director italiano supo dotar del acento adecuado a todo el tejido sinfónico concebido por Strauss tanto en los momentos dramáticos (los más) como en los líricos, donde destacó por su emotiva intensidad el dúo de Elektra y Orestes. Y, en cualquier caso, es inenarrable el placer de escuchar una obra tan rica desde el punto de vista instrumental a una agrupación con la calidad de la Filarmónica de Viena que es capaz de resaltar con brillantez cada uno de los infinitos matices y colores de la partitura straussiana.

Iréne Theorin, con un maquillaje perfecto para un cumpleaños de zombies, cumplió con corrección en su debut en el difícil papel protagonista. Su entrega dramática fue irreprochable y hay que reconocerle el mérito de aguantar el esfuerzo que supone permanecer en escena durante toda la representación. Fue la más perjudicada por los volúmenes de la orquesta. Se movió con más comodidad en los pasajes dramáticos que en los más íntimos, aunque su registro agudo se veía algo forzado y tendía al chillido. En el tramo final se apreciaron algunos signos de fatiga, pero en general creo que su labor fue merecedora del aplauso que finalmente obtuvo.

Eva-Maria Westbroek volvió a dejarme absolutamente traspuesto, rendido y genuflexo. Escuchar a esta mujer en directo en estos papeles de enorme carga dramática es una experiencia inolvidable. Inolvidable para mí será su Sieglinde del año pasado en Valencia, como inolvidable será la Cassandre de “Les Troyens” de abril en Amsterdam, y sin duda también será imborrable el recuerdo de esta inmensa Chrysothemis, conmovedora y desgarrada, que conquistó sin reservas a la totalidad del público que abarrotaba el grandioso recinto del Grosses Festpielhaus, y que ella se encargó de llenar con su maravillosa voz, superando sin aparente dificultad el enorme bastión sonoro conformado por Gatti y la Filarmónica de Viena.

Una vez más, Westbroek hizo gala de su enorme talla escénica y vocal, logrando, con una admirable sensibilidad interpretativa, la perfecta representación de todos los sentimientos y estados de ánimo por los que se desenvuelve un personaje que no creo que admita más matices que los que la Westbroek le aporta. Desbordó la sala de emoción en cada una de sus intervenciones, especialmente en ese conmovedor “soy una mujer y quiero vivir el destino de una mujer. Es preferible morir a vivir sin vivir”, que exhaló con una intensidad difícil de superar.

Waltraud Meier, con un look a lo Norma Desmond, salió finalmente a escena pese a su anunciado lumbago y he de decir que en ningún momento se apreciaron limitaciones en su rendimiento escénico, salvo que Lehnhoff tuviese ideado que apareciese en escena entre volantines y piruetas, cosa que dudo. Su Klytämnestra fue excepcional en lo actoral y lo vocal, aunque, posiblemente debido en gran medida a instrucciones de la dirección artística, no acabó de dotar al personaje de la maldad que le es propia y tanto su aspecto como su voz parecían demasiado “jóvenes” para el rol. Eso sí, lució una impecable línea de canto y derrochó elegancia y exquisitez canora, quizás no muy acordes con Klytämnestra, pero que nos permitieron disfrutar una vez más del placer que supone escuchar en directo a esta gran dama de la ópera.

Fue todo un privilegio completar este elenco vocal con el magnífico René Pape como Orestes. Su autoridad escénica y vocal, con su potente y ancha voz, su bellísimo timbre y su perfecta dicción, hizo muy grande su breve pero trascendental papel. Imponente por voz y por presencia. Realmente era el hijo del rey.

Robert Gambill, en el aún más breve rol de Egisto, apenas tuvo oportunidad de destacar y cumplió con corrección, a pesar de ser otro de los grandes perjudicados por el volumen de la orquesta.

La respuesta del público al finalizar el espectáculo fue apoteósica, con frenéticas, apasionadas y muy largas ovaciones para todos los participantes, especialmente intensas para Westbroek y Pape, y tan sólo se escucharon algunos incomprensibles abucheos muy aislados en la segunda salida a saludar de Daniele Gatti, lo cual me pareció totalmente injustificado.

Yo tardé en levantarme del asiento. Estaba pegado a él por la emoción sentida (y, por qué no decirlo, por la incomodidad, que me había dejado bastante anquilosado). Fui de los últimos en salir de la sala, como queriendo aprehender, para llevarme conmigo, los últimos ecos de la maravillosa noche allí vivida.

A la salida, la lluvia y el frío nos aguardaban. Allí estaban los botones de los hoteles de lujo (vestidos de Sacarino, a la vieja usanza) con paraguas para sus huéspedes. También las furgonetas y limusinas de los establecimientos hosteleros esperaban a los más pudientes para trasladarles sin que se mojaran las sedas y tafetanes. Algunos se dirigieron al selecto restaurante Goldener Hirsch donde una onza de caviar beluga se paga a 160 euros, y otros habían reservado mesa en el cercano “Triangel” donde los menús llevan nombres este año como "Eva-Maria Westbroek", "Anna Netrebko" o "Patricia Petibon".

Yo abrí mi modesto paraguas “de los chinos” y eché a andar para cruzar el río y encontrar algún sitio cercano al hotel donde nos dieran algo de cenar a las 11 de la noche. Aunque lo cierto es que no había mucha hambre, sólo un cúmulo de emociones que se acrecentó aún más al girar la vista en el puente y vislumbrar la increíble panorámica de la ciudad vieja iluminada bajo la lluvia, mientras en mi cabeza aún resonaba la música de Strauss. Y entonces recordé las palabras que dirige Elektra a su hermano Orestes: “imagen soñada, sueño que se me ofrece, imagen soñada, más bella que todos los sueños”.

Y al día siguiente tenía una cita con Anna Netrebko (si no cancelaba)…