Mientras en los exteriores del Palau de Les Arts, el pasado viernes 17 de junio, el agropijismo y futbolerismo más variopinto inauguraba la temporada del teatro valenciano como salón de bodas, en el mal llamado Auditorio del mismo recinto el legendario director francés Georges Prêtre dirigía a la Orquestra de la Comunitat Valenciana en una magistral interpretación de los tres poemas sinfónicos (“Fuentes de Roma”, “Fiestas Romanas” y “Pinos de Roma”) que conforman la llamada Trilogía Romana del compositor italiano Ottorino Respighi (1879-1936), en lo que se anunciaba como “concierto-espectáculo” con dirección de escena de Carlus Padrissa (La Fura dels Baus) y dirección de video de Emmanuel Carlier, sobre una idea de Valentin Proczynski.
Yo no pude acudir al estreno, fui a la representación del sábado y repetí el domingo, y lo primero que tengo que decir es que el tal Valentín hubiera tenido una mejor idea si hubiese decidido hacerse eremita o alistarse en la legión extranjera sin contar a nadie sus visiones, porque la propuesta de Padrissa y Carlier me pareció una mamarrachada como la copa de un pino (de Roma).
Toda la aportación furera al “concierto-espectáculo” consistía en una proyección de video y algunos juegos de luces, pese a que en algún medio de prensa se llegó a anunciar, literalmente, que el escenario del Auditorio se llenaría “de música, color y acrobacias”. Bueno, pues allí las únicas acrobacias que se vieron fueron las de los espectadores de cierta edad o con problemas de movilidad intentando llegar a su localidad sin caer rodando por los interminables escalones inadaptados del carísimo recinto concebido por el tercer hermano Calatrava, el arquitecto humorista, tras alguna indigestión de horchata con fartons.
Un recinto que presentó demasiados huecos vacíos en sus asientos ante una cita que se presumía muy interesante para el aficionado a la música, independientemente de las majaderías videográficas. Y eso que hubo un masivo regalo de entradas, lo que volvió a originar la kafkiana situación de que algunos aficionados se quedasen en la calle sin poder adquirir una entrada de última hora a mitad de precio en la zona de platea por estar presuntamente vendidas, aunque en el interior se observasen muchos huecos en esa misma zona y muchísimos más en la parte de anfiteatro.
Se colocaron para la ocasión dos pantallas para proyectar en ellas las imágenes ideadas por Padrissa y Carlier al ritmo de la música de Respighi, una en el lugar destinado habitualmente al Coro, tras la orquesta, y otra delante de ésta, en la boca del escenario a modo de telón transparente. Pero un telón que sólo en muy contadas ocasiones durante toda la representación se alzó, con lo que la visión del director y de los músicos quedaba molestamente tapada por las imágenes proyectadas en esa primera pantalla.
¿Y total pá qué? Pues para obsequiarnos con las repetidísimas obsesiones fureras del fuego, las gotas y chorros de agua a cámara ultra-lenta, prietos cuerpos desnudicos y cuatro genialidades más por el estilo. El colmo de la imaginación lo tuvimos en “Pini presso una catacomba” donde la proyección era de volutas de humo, y en “I pini del Gianicolo” que, como se ve que no se les ocurría nada, lo proyectado fue… nada, pero la pantalla, allí delante. Para culminar a lo grande, la representación se cerró en “I pini della Via Appia” con unos árboles, mezcla entre dibujito de Walt Disney y los Ents de “El Señor de los Anillos” marchando sobre la Via Appia, en una ridiculez impropia de la grandeza musical que se estaba viviendo.
He de reconocer que cuando comenzó “Feste Romane”, con las imágenes del fuego ocupando todo el escenario del Auditorio, me emocioné; pero no por su belleza o acierto, sino por ver, durante unos segundos, ardiendo por los cuatro costados ese infame recinto que, una vez más, volvió a demostrarse que no sirve para la función que se le quiere dar, con una acústica que en algunas zonas sigue siendo peor que pésima aunque en la parte central haya mejorado.
Tan sólo salvaría de la videoproyección momentos aislados, fundamentalmente de “Fontane di Roma”, con los cuerpos humanos que acababan fundiéndose con las figuras de las fuentes, o las imágenes de fragmentos de películas en blanco y negro sobre callejuelas romanas en color en “La Befana”, y, sobre todo, esas dos o tres ocasiones en que lo proyectado era la imagen de Georges Prêtre dirigiendo, que eso sí que era un espectáculo en sí mismo. Igualmente, me pareció acertado que se destacase con la iluminación la actuación de algunos solistas de la orquesta, pero todo esto no compensaba la insulsez, gratuidad, incoherencia y fealdad pretenciosa de esta propuesta de Padrissa y Carlier, que si le ha costado a Helga más que un bocadillo de mortadela de Popeye, ya me parece cara.
Yo procuré aislarme lo más posible de las imágenes e intenté concentrarme en lo puramente musical, porque ahí es donde estuvo lo realmente importante de la noche. Los tres poemas sinfónicos de Respighi no son precisamente obras que me enloquezcan, las encuentro demasiado irregulares y, aunque me gustan sus rasgos más impresionistas y presentan algunos momentos de gran belleza, no me parecen obras redondas. Pero la maestría de Georges Prêtre y la calidad de los músicos de la orquesta titular de Les Arts hicieron brillar la música de Ottorino Respighi como yo nunca antes la había escuchado en directo.
A sus casi 87 años, Prêtre dio toda una lección de técnica de batuta y sabiduría musical. Llevó a cabo una dirección fresca, lúcida y lucida, enormemente precisa, marcando los tiempos y las entradas con una exactitud asombrosa, sin derrochar ni un solo gesto inútil (vamos, lo contrario de Wellber o Traub), llegando incluso a bajar los brazos y seguir la orquesta con la mirada y pequeños movimientos de cabeza, esperando tan sólo el momento en que el gesto fuese necesario.
Supo crear en cada momento la atmósfera requerida, logró unas magistrales transiciones entre los sucesivos movimientos, extrajo todos los colores y matices escondidos en lo más recóndito de la partitura y alguno más, y dotó al conjunto orquestal de una claridad expositiva y riqueza expresiva modélicas. No voy a alargarme en una inútil sucesión de adjetivos e hipérboles sobre su trabajo, pero sí quisiera resaltar los maravillosos pianísimos sostenidos de la cuerda, donde se lograron unos sonidos mágicos estremecedores. Pura emoción.
Todas estas virtudes de Prêtre se vieron acompañadas por la espléndida actuación de todos y cada uno de los miembros de la Orquestra de la Comunitat Valenciana. Desde la nunca suficientemente alabada sección de cuerda, a los sensuales clarinetes, con Joan Enric Lluna a la cabeza, el concertino, las flautas, oboes, fagot, percusión, arpas, piano, o esos soberbios metales inspiradísimos que tuvieron oportunidad de lucirse puestos en pie en el espectacular final de “I pini della Via Appia”. Bravo a todos ellos.
Una larguísima y calurosísima ovación al director francés y a todos los músicos fue el premio a la excelencia de lo vivido por parte de un público cuyo comportamiento durante el concierto sin embargo no fue precisamente ejemplar. Las toses, caramelos, carraspeos y sonoros "Riiiiisc Raaaasc" de los abanicos, formaron parte de la percusión repetidamente. Aunque la palma se la llevó el bebé que el domingo se pasó parloteando a voz en grito el último tercio de “Pini di Roma”, con absoluta inacción de sus acompañantes y de la Fiscalía de Menores. Los comentarios que podían escucharse a la salida tampoco tuvieron desperdicio, desde “si dura diez minutos más, me torro” a “para ser gratis no ha estado mal” o “¿el Peter (sic) este, es el compositor o es el Otorrino?”.
Entre ese público del sábado estaba la flamante nueva concejala de Cultura del Ayuntamiento de Valencia, Mayrén Beneyto (que Dios nos pillé confesados), también Presidenta del Palau de la Música, quien, supongo que para dar ejemplo a los del 15-M, se desplazó a Les Arts en coche oficial.
video de PalaudelesartsRS
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