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domingo, 2 de octubre de 2016

"L'ELISIR D'AMORE" (Gaetano Donizetti) - Palau de les Arts - 01/10/16

Tras el parón veraniego la sala principal del Palau de les Arts volvió a vivir ayer una noche de estreno con la inauguración de la pretemporada operística 2016-2017. Una sana costumbre esto de la pretemporada… que permite aliviarnos el mono de ópera a los más enganchados y que facilita, con jóvenes repartos y precios baratos, el descubrimiento de voces emergentes, que dicen ahora los cursis, y el acercamiento al género de los más jóvenes o de aquellos que se engañan pensando todavía que la ópera es algo elitista reservado a los ricachones.

El año pasado fue una ópera tan popular como La Bohème la elegida y esta vez se ha optado por otra obra muy conocida, como es L’elisir d’amore de Donizetti, de trama simple y divertida, y en una versión escénica tan atractiva como la coproducción entre el Palau de les Arts y el Teatro Real de Madrid que vimos ya en Valencia en 2011, con dirección de escena del italiano Damiano Michieletto.

Me parece una muy buena elección, pese a algunos reproches que se puedan hacer a esta adaptación escénica y a que, como ya muchos sabéis, esta es una ópera que siempre me ha caído un poco gorda, aunque esto es una cuestión puramente personal. Pero si de lo que se trata es de aficionar a nuevos públicos al género, esta producción puede ser un buen instrumento para ello.

La encargada de la reposición escénica de esta creación de Damiano Michieletto ha sido su colaboradora Eleonora Gravagnola. No ha habido demasiadas variaciones respecto a lo ya visto en 2011, por lo que quizás repita muchas de las apreciaciones que manifesté entonces. Lo fundamental es que, a mi juicio, pese a todos los puntos negativos que se pueden reseñar, el resultado global es positivo y la frescura y vistosidad del espectáculo compensan que en ocasiones la voz y la música puedan verse desplazadas a un segundo plano.

Y es que si algo se debe criticar de la propuesta escénica es precisamente algo muy habitual en los trabajos de Michieletto (recordemos, por ejemplo, su cuestionadísimo Barbiere) que el exceso de acción secundaria y el ajetreo sobre las tablas distrae al espectador de lo puramente musical y vocal. Pero al menos aquí hay espectáculo. No han sido pocas las ocasiones en que se nos han presentado producciones en las que se ha perjudicado de una forma u otra la vertiente musical, pero encima no nos han ofrecido absolutamente nada nuevo en el aspecto dramático. Aquí hay una propuesta llena de frescura, agilidad, colorido y vis cómica, y que dota de sentido y coherencia narrativa a todo el conjunto.

La acción, como ya es sabido, se traslada a una playa valenciana, donde Adina regenta un chiringuito; el coro de segadores son familias de bañistas; los soldados, marineros de permiso; y el falso doctor Dulcamara es un vendedor de bebidas energéticas que se dedica a trapichear con drogas.

La obertura esta vez comenzó a telón bajado, pero la alegría duró poco, pues enseguida se alzó, iniciándose la acción y el ruido en escena y dificultando la escucha del preludio orquestal. También el principio del segundo acto se vio sazonado por los grititos y correteo de los miembros del coro. Respecto a 2011, no obstante, ha disminuido algo la distracción escénica, haciendo que el coro no esté siempre presente, reduciendo así la abundancia de diferentes planos de acción dramática y permitiendo mayor concentración en las voces y en la línea narrativa principal.

Ya critiqué en su momento el hecho de que se hiciese cantar a Nemorino el esperado momento de Una furtiva lagrima subido al tejado del chiringuito, pues no tiene dramáticamente nada que aportar y no es la mejor ubicación para proyectar una voz, especialmente si, como ocurrió ayer, ésta no corre especialmente bien. Y ello sin contar con que la generosa envergadura del tenor hacía temer por la resistencia del tejado y que el pobre Nemorinoacabase formando parte del expositor de helados. Al menos en esta ocasión sí se ha evitado, respecto a 2011, que Adina esté presente en escena deambulando mientras Nemorino canta su melancólica aria, y ya sólo aparece cuando ha finalizado.

Pese a todos esos aspectos que, para un tiquismiquis profesional como es servidor, considero que deben cuestionarse, insisto en que el balance global ha de calificarse de positivo, debiendo resaltarse la frescura, viveza y chispa que aporta a una historia bastante boba, y, sobre todo, merece un especial reconocimiento el gran trabajo de dirección de actores y movimiento escénico que presenta, y que tan excelente respuesta obtuvo por parte de los intérpretes, tanto coro, como figurantes y solistas.

En el apartado musical una gozosa novedad es que ocupaba el foso de Les Arts una mujer, la canadiense Keri Lynn-Wilsonde quien estos días los medios especializados no se han privado de resaltar casi más su condición de “esposa de” (en este caso de Peter Gelb, mandamás del neoyorquino MET) que sus posibles méritos como directora en un ámbito, uno más, tan masculinizado. La verdad es que no tuvo una actuación especialmente relevante. Condujo Lynn-Wilson a la Orquestra de la Comunitat Valenciana con gran atención a lo que ocurría en escena y se cantó toda la ópera de principio a fin. Su labor fue muy voluntariosa y correcta en términos generales, aunque hubo algunos cambios de tempo que no parecían muy coherentes y que provocaron algunos desajustes entre cantantes y foso que no siempre fue capaz de controlar. También se le fue en algún momento de las manos el énfasis orquestal, perjudicando la escucha de las voces de menor envergadura. El resultado global no fue malo, pero se echó de menos una batuta más refinada y menos mecánica, capaz de extraer mayores matices.

Esta producción constituye una excepcional piedra de toque para corroborar la extraordinaria capacidad dramática de nuestro Cor de la Generalitat que supo responder con empeño sobresaliente a los exigentes y permanentes requerimientos escénicos concebidos por Michieletto, inmersión en la espuma incluida. En el apartado vocal quizás hubo menos rotundidad que en otras ocasiones, posiblemente también como daño colateral de ese trabajo escénico, aunque sí debe destacarse la extraordinaria intervención de las féminas en toda la escena del segundo acto con Gianettay durante la fiesta de la espuma.

Hace ya tiempo que vengo comentando a quien quiere tener la paciencia de escucharme que no entiendo por qué no se está dando más presencia en este teatro a algunas voces salidas del Centre de Perfeccionament Plácido Domingoen sus primeras promociones, afincadas en Valencia y de gran calidad. Y una de ellas es Ilona Mataradze, quien ayer fue capaz de solventar el complicado papel de Adina con unos resultados magníficos. Mostró Mataradzerebosante musicalidad y refinamiento y un enorme desparpajo escénico. Su bonito timbre de lírico ligera corrió luminoso por la sala, atacó y colocó los agudos con valentía y limpieza e hizo frente a las agilidades del segundo acto con profesionalidad. Tuvo detalles de muy buen gusto, como en Prendi per me sei libero, donde supo regular y usar adecuadamente las medias voces y, en general, cuidó el fraseo con elegante legato. A sus buenas prestaciones vocales hay que añadir además una impecable actuación en escena, todo lo cual la convirtió en la triunfadora de la noche.

Bastante menos me convenció el Nemorino del tenor William Davenport. Lo más llamativo del cantante norteamericano es una atractiva emisión natural que se mueve con facilidad por el registro agudo y que hace inevitable pensar en un pavarottino, pero pocas más semejanzas se pueden hacer sin incurrir en blasfemia. Su principal problema es la falta de homogeneidad en los registros y el escaso empaque de una voz que mostraba problemas de proyección. El fraseo fue bastante frío y tan sólo destacó en su momento esperado, esa Furtiva lágrima en la que echó el resto y presentó las mejores credenciales de la noche, sabiendo respirar y ligar las frases como mandan los cánones, aunque a enorme distancia de aquél refinamiento melódico que nos ofreció Ramón Vargas en 2011. Hay que reconocerle que, pese a su abultada envergadura física, se movió en escena adecuadamente cumpliendo sobradamente las exigencias de la regia.

Pero si de recuerdos de 2011 hablamos, quizás quien más complicado lo tenía era el italiano Paolo Bordogna, de quien había que ver si sería capaz de que no añorásemos al carismático y avasallador Dulcamara que compuso en 2011 el uruguayo Erwin Schrott. Y, aunque hizo un dignísimo papel y fue muy aplaudido, desde mi punto de vista no lo logró. Y eso que a mí me había dejado unas estupendas sensaciones aquel mismo año 2011 como Don Magnífico en La Cenerentola. Es verdad que Bordogna se entregó sin reservas en lo actoral, pero era imposible no rememorar a su antecesor que se comía el escenario. En lo vocal, si Schrottno es precisamente el paradigma de la finura, tampoco Bordogna hizo gala de mucho refinamiento vocal. Agudos abiertos y graves justos se compensaban con más efectismo que autenticidad. Pese a todo, se mostro ajustado en estilo, bien en el canto silabato y con algunos detalles con los que supo conectar con el público, mereciendo la aprobación unánime del respetable.

Mattia Olivieri fue un correcto Belcore. Al barítono italiano se le conoce bien en este teatro tras su paso por el Centre Plácido Domingo y su participación como comprimario en numerosas producciones de los últimos años. Su tendencia habitual al histrionismo actoral, curiosamente, estuvo anoche mucho más controlada y su labor en escena fue irreprochable. Posiblemente fue el que presentó un instrumento de mayor volumen que proyectaba con suficiencia, aunque en los extremos de la tesitura mostró mayores problemas y discutible afinación.

No destacó especialmente Caterina di Tonno en el breve papel de Gianetta, pero su labor fue muy correcta en lo vocal y con excelentes y muy exigentes prestaciones en escena.

Ya lo he comentado mil veces, pero sigo cuestionando la obsesión de los responsables de la subtitulación por hacerse los graciosos. Insisto en que pienso que se deberían limitar a traducir simplemente lo que se dice y que no hay necesidad de transformar los escudosy ducados del libreto por euros, y mucho menos de convertir el vino de Burdeos en de Utiel-Requena, en un guiño pueblerino de primera división.

Lo mejor de la noche fue ver el teatro lleno casi por completo y con numerosa presencia de público joven que pareció pasarlo muy bien. Sin embargo, no aprecié apenas presencia institucional en los palcos, más allá de la consellera de Justicia. Fue muy aplaudido Davenport tras Una furtiva lágrima, pero sobre todo Ilona Mataradze al finalizar el aria Prendi, per me sei libero y la subsiguiente cabaletta Il mio rigor dimentica, donde se produjo una larguísima ovación. Al terminar la función hubo aplausos para todos, incluida la responsable escénica Eleonora Gravagnola, quien casi se estampa de la emoción al corretear con los tacones por la falsa arena playera.

Como ayer hubo quien me preguntó al respecto, quiero dejar constancia aquí de que la Asociación a la que pertenezco, Amics de l’Òpera i de les Arts de la Comunitat Valenciana no se hará cargo esta temporada de dar las charlas previas a las funciones de ópera en Les Arts, por haberlo decidido así la Intendencia del teatro valenciano, que nos ha comunicado que prescinde de nuestra colaboración gratuita, habiendo decidido organizarlas con la colaboración de la Universitat de València. De momento, ayer fue un trabajador de la casa el encargado de hacerlo.

Y hablando de trabajadores de la casa, no estaría de más que encargasen a alguien la revisión y corrección de las publicaciones y textos que lancen al exterior para evitar sonrojantes bochornos como el sufrido por los abonados al recibir los formularios para solicitar la compra preferente de localidades, con una acumulación de erratas difícil de superar.

A quienes todavía no tengáis localidades para disfrutar de esta ópera que supone el chupinazo de inicio de la pretemporada, os animo a que acudáis a Les Arts estos días, el espectáculo vale la pena y será muy interesante también ver el rendimiento de una prometedora cantante como Karen Gardeazábal como Adina en el segundo reparto.

lunes, 4 de marzo de 2013

"IL BARBIERE DI SIVIGLIA" (Gioacchino Rossini) - Palau de les Arts - 03/03/13


Sólo las preclaras mentes que dirigen los designios de los dos principales recintos musicales de Valencia, Palau de les Arts y Palau de la Música, sabrán por qué, en lugar de intentar coordinar su oferta de espectáculos, parecen empeñados, año tras año, en hacer el ridículo contraprogramándose. Pueden pasar semanas en esta ciudad sin que haya ni una representación musical y llegar un día en que coincidan dos espectáculos notables, llevando a los aficionados a tener que optar entre uno u otro.

Así ocurrió el pasado jueves 28 de febrero, día en que se estrenaba en el Palau de les Arts la ópera de Gioacchino Rossini “Il Barbiere di Siviglia”, mientras que el Palau de la Música ofrecía, a la misma hora, un recital de la gran mezzosoprano norteamericana Joyce Di Donato (por cierto, una de las mejores Rosina que he visto yo en directo). Desde luego, no tuve ninguna duda a la hora de tener que elegir y opté por acudir a escuchar a Di Donato. Y no me arrepentí, pues os aseguro que ese recital se encuentra entre los dos o tres mejores a los que he asistido (y son unos pocos) en el Palau de la Música (AQUÍ podéis leer la acertada crónica que hizo Maac).

Ayer, finalmente, acudí a la segunda de las funciones de “Il Barbiere di Siviglia” y mi sensación de haber elegido correctamente el día del estreno, se multiplicó por mil, y es que este Barbiere me ha decepcionado enormemente y, lo que es peor, me ha resultado aburrido.

La producción del Grand Théâtre de Genève presentada en Les Arts cuenta con la dirección escénica de Damiano Michieletto, lo que, a priori, constituía para mí uno de sus grandes alicientes. La propuesta del regista veneciano es muy atractiva visualmente y tiene sus virtudes, pero también grandes defectos.


La acción se traslada a la Sevilla de los años 80, mostrando una comunidad de vecinos de un barrio suburbial, mediante una impactante escenografía giratoria que alterna la visión de la fachada del edificio de viviendas y su interior, a modo de 13 Rue del Percebe. Cada detalle del mobiliario o vestuario está muy cuidado y contribuye a conferir la ambientación deseada al conjunto. Y el colorido, frescura y viveza del montaje se adapta perfectamente al espíritu rossiniano.

Además, si algo no puede discutirse a los montajes de Michieletto es su exhaustivo trabajo de dirección de actores. Todos y cada uno de los miembros de la figuración o del Coro, y por supuesto los solistas, tienen un perfil cuidadosamente diseñado que se mantiene coherente a lo largo de la representación y los movimientos en escena de todos ellos están perfectamente estudiados. Aquí, Andreas Zimmermann, director de la reposición, merece un 10. Pero todo eso, que en principio es positivo, constituye también uno de sus principales inconvenientes. Michieletto se empeña en distraer al espectador con numerosos planos de acción que, al tiempo que consiguen ambientar perfectamente la trama y pueden resultar divertidos, llevan al público a desviar su atención de la línea argumental principal y, sobre todo, de la concentración que puedan requerir la música y el canto.

En ese mismo sentido, el tener a los cantantes permanentemente subiendo y bajando escaleras y dando vueltas en la estructura giratoria, perjudicaba sus ya limitadas prestaciones vocales y dificultaba su contacto visual con el director musical, lo cual sin duda contribuyó a los numerosos desajustes que se produjeron entre cantantes y foso.

No quisiera finalizar mi reseña de la dirección escénica sin referirme a la vergüenza ajena sentida ante ese grito de “¡Viva los novios!” que se hace dar al Coro, en un guiño paleto al espectador, propio de un episodio de “Matrimoniadas” o un espectáculo de José Luis Moreno.

La dirección musical de Omer Meir Wellber al frente de la Orquesta de la Comunitat Valenciana fue bastante correcta en términos generales. Pese a su espasmódica gesticulación a la que ya nos tiene acostumbrados y su conocido gusto por las aceleraciones sin ton ni son, en esta ocasión adoptó unos tempi bastante pausados, posiblemente para no hacer más evidentes las carencias de los cantantes, con una lectura de la obertura muy interesante y reposada. Solventó con eficacia y sentido musical los crescendos rossinianos y procuró controlar los volúmenes de la orquesta, pese a lo cual y a su reducido tamaño, no se impidió que los cantantes quedasen inaudibles en muchos momentos. Wellber fue también el encargado de acompañar con el clave los recitativos y a veces daba la impresión de que tocaba las notas que le daba la gana, con las melodías que se le iban ocurriendo. Pensé que igual se estaba aburriendo tanto como yo y que en cualquier momento se pondría a interpretar la “Rhapsody in Blue” o algo parecido.

El Cor de la Generalitat merece una especial felicitación por el fantástico trabajo llevado a cabo en escena, derrochando vis cómica, demostrando que, además de grandes cantantes, son estupendos actores. En el aspecto vocal tuvieron algunos momentos destacados, como las escenas finales de ambos actos, aunque su coordinación con el foso no fue siempre la deseada.

Como ya se ha habrá podido ir deduciendo de mis anteriores comentarios, el gran problema de la producción presentada estriba, a mi juicio, en los cantantes elegidos. Y es que si en una ópera de Rossini, construidas para el lucimiento de los cantantes, estos fallan y además no tienen gracia en escena, el resultado sólo puede ser el sopor. Muchas veces he alabado la labor del Palau de les Arts a la hora de juntar repartos relativamente desconocidos, pero que han ofrecido unas prestaciones interesantes. Sin embargo, en esta ocasión, mi opinión es que no se ha acertado. Para ofrecer un nivel como este, pienso que es preferible encargar la representación a cantantes del Centre de Perfeccionament. Saldrán más baratos y la crítica posiblemente sea más benévola.

A Mario Cassi ya tuvimos ocasión de padecerle como un pésimo Dandini en “La Cenerentola” de la pasada temporada. Pese a ello, inexplicablemente, se le ha vuelto a contratar para un papel tan relevante como el de Fígaro. Y, como era de esperar, el resultado ha sido bochornoso. Ya en su aria de entrada dejó claras sus limitaciones: Incapacidad absoluta para las agilidades, pérdidas continuas de la impostación y nula técnica respiratoria. Fue totalmente inaudible en múltiples pasajes, donde daba la impresión de que estuviese la orquesta tocando sola y un tío en escena moviendo la boca. Además, pese a abordar un personaje que debe rezumar sentido del humor y picardía, resultó muy soso en escena.

La valenciana Silvia Vázquez tampoco estuvo acertada en el papel de Rosina. Creo que su vocalidad no es adecuada al rol, estuvo fuera de estilo, presentó demasiados problemas con las agilidades e incurrió en el agudo chillado en más de una ocasión. El impresionante sobreagudo con el que coronó “Contro un Cor” fue impecable, pero no venía a cuento. A diferencia de Cassi, al que se me hace difícil imaginar cantando bien cualquier papel, Silvia Vázquez creo que debe centrarse en otro tipo de repertorio para el que sí pueda mostrar mejores condiciones.

El tenor uruguayo Edgardo Rocha, como Almaviva, fue el que más me gustó de los protagonistas, pese a puntuales problemas de afinación y dificultades con las agilidades, pero mostró una voz de muy bello timbre, especialmente en la zona aguda, tuvo algunos detalles bonitos regulando intensidades y estuvo muy valiente toda la noche, principalmente en su “Cessa di piú resistere”.

Bastante anodino y también inaudible en muchos momentos estuvo Marco Camastra como Dr. Bartolo. Mucha más clase y calidad vocal demostró el Don Basilio de Paata Burchuladze, pese al declive de su voz.

Muy bien también en su aria la veterana Marina Rodríguez-Cusí, como Berta, y magnífica en su vertiente escénica. También destacaron en sus breves intervenciones tanto Mattia Olivieri, como Fernando Piqueras, este último muy divertido en su faceta actoral.

La sala presentó un impecable aspecto, con un lleno casi absoluto y presencia de mucha gente joven, que ovacionó, yo diría que hasta en exceso, a todos los artistas, salvo un par de irrelevantes abucheos aislados a Mario Cassi. Como no estuve, no sé si el día del estreno habría, como últimamente es habitual, una escasa asistencia de público, aunque dada la climatología infernal y la numerosa presencia de habituales de Les Arts viendo a Di Donato, presumo que así sería.

Ahora parece que en Les Arts pretenden corregir los desolados paisajes de los estrenos, pero no igualando tarifas con el resto de días de representación, sino regalando cupones en un diario local que permiten un descuento del 50% en las entradas de zonas 1 a 4 para los estrenos. A este paso, acabaremos pudiendo ir a Les Arts comprando dos paquetes de papel higiénico Hacendado. Eso sí, si los espectáculos siguen teniendo este nivel, no nos lo podremos dejar en casa.


video de PalaudelesartsRS


viernes, 25 de enero de 2013

"I DUE FOSCARI" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 24/01/13

Este año, en el que se celebra el bicentenario del nacimiento de Giuseppe Verdi, el Palau de les Arts de Valencia tiene prevista la representación de dos óperas del autor italiano (“I due Foscari” y “Otello”), más “Rigoletto” que abrió la presente temporada el pasado mes de noviembre. Ayer tuvo lugar el estreno de la primera de ellas, “I due Foscari”, una composición de juventud perteneciente al periodo conocido como “años de galeras”, que, si bien no puede encuadrarse entre las obras maestras de Verdi, sí que atesora méritos suficientes como para tener una mayor presencia en los escenarios operísticos de la que tiene. Podéis leer un estupendo análisis de la misma pinchando aquí.

La presencia del veterano cantante Plácido Domingo debutando un nuevo papel de barítono, en este caso el de Francesco Foscari, constituía el principal aliciente de esta coproducción entre el coliseo valenciano, el Theater an der Wien, la Royal Opera House Covent Garden de Londres y la Ópera de Los Ángeles, donde ya se representó el pasado mes de septiembre. Pero ni el protagonismo de Domingo consiguió evitar que el teatro valenciano presentase una entrada paupérrima para ser una noche de estreno. Apenas media entrada, con los pisos superiores prácticamente vacíos. Quiero volver a reiterar aquí que quizás sea hora de plantearse el hecho de que las entradas para los días de estreno dejen de ser más caras que para el resto de representaciones. Para los artistas, el panorama de un estreno en un teatro medio vacío es deprimente; y está visto que el público prefiere esperarse a otras funciones de precio más reducido y donde además el espectáculo ya ha rodado y hay un mayor ajuste.

La producción presentada ayer cuenta con la dirección escénica del norteamericano Thaddeus Strassberger, con escenografía de Kevin Knight, el vestuario de Mattie Ullrich y la iluminación de Bruno Poet.

La puesta en escena se caracteriza por una ambientación oscura, a veces demasiado, acorde a la sombría trama del drama verdiano representado. La escenografía nos presenta estructuras y edificios semiderruidos apuntalados y montañas de escombros, posiblemente simbolizando todo ello una sociedad en descomposición dominada por un poder político corrupto donde las ambiciones personales prevalecen sobre la justicia. Incidiendo más en todo esto, se pone un énfasis, a mi juicio excesivo, en la vertiente más gore, con gratuitas imágenes de tortura y violencia en esas lóbregas mazmorras propias de las aventuras del Capitán Trueno.

El vistoso y colorido vestuario es lo único que aporta un cierto grado de luminosidad en medio de todo este oscuro y tétrico ambiente de los entresijos del poder que desprende una general fealdad. Por eso, causaba cierta gracia ver a Jacopo Foscari  colgado en una jaula y añorando su ciudad mientras esta se presenta como un montón de desechos.

Entre lo más positivo destacaría el uso de la iluminación para remarcar determinadas escenas con inteligencia, como en el terceto del segundo acto. También me gustaron las proyecciones, con algunas frases alusivas al drama, mientras sonaba la música al inicio de cada acto. Por el contrario, la escena de carnaval me pareció muy pobre y aquello más que el Carnaval de Venecia parecía una feria de pueblo, eso sí, con exhibición del últimamente omnipresente tragador de fuego que debe estar en plantilla de Les Arts. Pero, sobre todo, si algo me disgustó de esta propuesta escénica es que no comprendí a qué venía el detalle final de apartarse absurdamente del libreto original haciendo que, tras la muerte de los dos Foscari del título, Lucrezia ahogue en un charco al hijo mayor de Jacopo. Un disparate majadero sin igual.

Al frente de la Orquesta de la Comunitat Valenciana, tras el glorioso paréntesis en el que pudimos disfrutar de la maestría de Riccardo Chailly, volvió a colocarse su director titular Omer Meir Wellber. Tengo que decir que su trabajo me gustó bastante más que en “Rigoletto”, y, en conjunto, creo que fue positivo, aunque, una vez más, me volvió a dejar con la sensación de que su dirección peca de caprichosa. No consigue transmitirme un concepto unitario en su labor de batuta, aplicando tempi y volúmenes que en muchos momentos parecían seleccionados al azar, combinándose explosiones temperamentales de atronadores efectos sonoros y velocidades supersónicas, con algunos detalles líricos más reposados, pero no necesariamente conectados con lo que sucedía en escena. Su dirección vehemente y nerviosa volvió a atropellar en muchos momentos a los cantantes, y el descontrol, especialmente con Magrì y con el coro en sus primeras intervenciones, fue evidente en más de una ocasión. Este hombre debería tomarse una tila y respirar un poquito más con los cantantes. Por el contrario, pese a que otras veces en los concertantes ha patinado, ayer, en el que cierra el acto segundo, llevó a cabo una labor espléndida, alcanzándose uno de los momentos más bellos de la noche.

Los músicos de la Orquesta de la Comunitat Valenciana volvieron a mostrar un comportamiento ejemplar, con alardes de virtuosismo por parte del clarinete de Tamás Massànyi, magníficas intervenciones de Cristina Montes al arpa, y un espléndido inicio del segundo acto con el violonchelo de Guiorgui Anichenko y el solista de viola, al que no pude identificar.

Irreprochable también, una vez más, la labor del Cor de la Generalitat, mostrando un gran poderío en la escena final y derrochando belleza en la intervención de las voces femeninas en la cavatina de la soprano.

Como decía al comienzo, el principal aliciente era la presencia en el escenario de Plácido Domingo en el papel de Francesco Foscari. El número 140 de su carrera, que se dice pronto. Y con eso creo que ya se dice todo. Un señor con semejante currículo, siendo por derecho propio uno de los mejores cantantes de la historia de la ópera, y pisando los escenarios a los setenta y tantos años con un dominio de las tablas impresionante y una voz con impropia frescura, se merece todo mi respeto. Como ya he manifestado en otras ocasiones en que he comentado intervenciones de Domingo como barítono, si comparamos, desde el punto de vista de la ortodoxia canora, el rendimiento del madrileño con otros barítonos de referencia, es obvio que Domingo sale trasquilado. Lo quiera él o no, su voz sigue siendo de tenor. Su zona grave se muestra demasiado desguarnecida como para afrontar por derecho estos papeles, de ahí que se le vea forzado e incómodo en muchos momentos e incluso se vea tapado por la orquesta, aunque en cuanto la tesitura sube, su timbre vuelve a brillar con luz propia.

Pero, si nos olvidamos de la ortodoxia y nos centramos en el puro espectáculo operístico, el señor Domingo no defrauda. Solventa las carencias con efectivos ardides de viejo tahúr y el animal escénico que es te seduce sin paliativos con la fuerza dramática y la pasión de la que siempre hace gala en escena. Además, especialmente en su primera intervención y en la escena final, exhibió un fraseo de auténticos tintes verdianos, con musicalidad, un legato de reglamento, perfecta dicción y expresividad por arrobas. Por si faltaba algo, murió en escena rodando cual Victorino sin puntilla, con tal credibilidad que llegué a temer por su integridad física.

El papel de Jacopo Foscari fue interpretado por el tenor siciliano Ivan Magrì, a quien ya tuvimos ocasión de ver como Duca en “Rigoletto”. Volvió a mostrar parecidos defectos y virtudes a los de entonces, aunque esta vez me gustó algo más. Su timbre no es precisamente bonito, muy metálico, con un centro donde presenta un vibratillo caprino que afea un tanto su emisión. Destacó nuevamente en su facilidad para la subida al agudo, con potente volumen, pero sus escasos intentos por enhebrar medias voces o matizar su fraseo se topaban con una pérdida de la impostación. Tuvo un buen comportamiento en escena pese a tener que cantar casi permanentemente enjaulado y sobre todo se entregó a su personaje de forma valiente y apasionada haciendo creíble el papel.

La hasta ahora desconocida soprano china Guanqun Yu, ganadora de la última edición de Operalia asumió el rol de Lucrezia Contarini, un papel mucho más exigente de lo que puede parecer, ya que tiene que mostrar sobrada suficiencia tanto en la zona grave como aguda, debe ser solvente en las agilidades y tener fuerza dramática y capacidad para el matiz. Pero, lamentablemente, pocas cosas de estas demostró ayer la china. Tiene una voz lírica de matices muy bellos, brillando la emisión en la zona alta, pero de graves anda cortísima, las agilidades fueron deficientes, en su aria caló reiteradamente, resultaba fría, inexpresiva y sin emoción, y su dicción fue pésima. Pese a todo fue aplaudidísima.

El bajo italiano Gianluca Buratto, como Jacopo Loredano, posiblemente el único de los cantantes principales cuya voz se ajustaba a los requerimientos del papel, tuvo una actuación en la que destacó su poderosa y rotunda voz grave. El tenor valenciano Mario Cerdá fue un Barbarigo que brilló en su intervención final manifestando la inocencia de Jacopo; y los cantantes del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo Marina Pinchuk (Pisana), Pablo García López (Soldado) y Mattia Olivieri (Siervo), tuvieron también unas correctas actuaciones, destacando la potente voz de este último.

Al final, un público más frío y cuchicheador que de costumbre, brindo una ovación de gala a Plácido Domingo, a quien lanzaron numerosos ramos de flores que fueron a parar todos ellos al foso, estando uno a punto de dejar tuerta a la solista de fagot. Fueron también muy ovacionados el resto del elenco, especialmente, como decía antes, la china Guanqun Yu. Y también hubo tibios aplausos para la dirección escénica, pese a un escaso “buuu” aislado de un francotirador.

Quiero expresar aquí mi satisfacción y pública felicitación al encargado de bajar el telón en el Palau de les Arts que ayer, por fin, esperó a que finalizase completamente la música antes de iniciar su descenso, con lo que se evitaron los anticipados aplausos de los nerviosillos de turno.

Esta vez no hubo a la entrada protesta de los trabajadores del Palau de les Arts. Parece ser que han optado por suspender temporalmente las mismas en tanto esperan que la nueva Consellera de Cultura les escuche, como prometió al ocupar el cargo. Ojalá todo acabe solucionándose satisfactoriamente, se olviden del ERE y ese engendro llamado Culturarts no engulla la Fundación Palau de les Arts.

No quisiera finalizar sin animar a todo el que esté indeciso, por desconocer “I due Foscari”, a que acuda al Palau de les Arts. Si ver en escena a un mito de la historia de la ópera como Plácido Domingo no es aliciente bastante, le añadiría que esta obra tiene momentos bellísimos y, sin duda, lo pasarán bien.


video de PalaudelesartsRS


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Aquí podéis leer la estupenda crónica de Maac.

Y si alguien está interesado, el próximo miércoles 30 de enero, a las 19.30 horas, la Asociación Amics de l'Òpera i de les Arts de la Comunitat Valenciana dará una charla sobre "I due Foscari" en los locales de la Real Sociedad Valenciana de Agricultura y Deportes (calle Comedias nº 12, 46003 Valencia). La entrada es gratuita.

lunes, 3 de diciembre de 2012

"LA BOHÈME" (Giacomo Puccini) - Palau de les Arts - 02/12/12


Ayer se estrenó en el Palau de les Arts de Valencia la segunda ópera de una temporada de crisis que se caracteriza por la programación de títulos muy populares. Y pocos hay que lo sean tanto como La Bohème, de Giacomo Puccini.

Se busca con ello asegurar los ingresos de taquilla por venta de entradas en estos tiempos tan complicados económicamente. Al igual que ocurriese con el “Rigoletto” que abrió la temporada, está casi garantizado que, en los próximos días, el teatro valenciano estará prácticamente lleno. Sin embargo, también a semejanza de lo ocurrido entonces, el día del estreno volvió a haber muchísimos huecos. No sé si será el momento de que en Les Arts se replanteen que las entradas del primer día dejen de ser más caras que las del resto de representaciones y posibilitar así que el aspecto de la sala un día de estreno no sea tan deprimente como lo fue ayer, sobre todo en los pisos altos.

Los trabajadores del Palau de les Arts volvieron a manifestarse a las puertas del teatro haciendo llegar sus reivindicaciones al público que allí iba llegando. Además, ayer consiguieron un gran golpe de efecto colocando unas lápidas con el nombre de famosos compositores bajo los que figuraban las óperas de cada uno de ellos estrenadas en Les Arts, para indicar que la política cultural que se pretende llevar a cabo conllevará que no volvamos a disfrutar de momentos como los vividos hasta ahora. Por su parte, los músicos de la orquesta también ejecutaron su particular protesta, interpretando cinco minutos antes del comienzo un fragmento de La Bohéme, en concreto el vals de Mussetta, y, al finalizar, enarbolaron en alto el manifiesto de los trabajadores mientras el público rompía a aplaudir.

La Bohème estrenada ayer es la única producción propia que va a presentar el teatro valenciano esta temporada, en concreto se trata de una coproducción del Palau de les Arts y la Opera Company of Philadelphia, que cuenta con la dirección escénica del italiano Davide Livermore. Creo que la puesta en escena de Livermore, sin ser especialmente innovadora, es inteligente y constituye un acierto y, aunque absolutamente clásica y ambientada en la época del libreto, no huele a rancio.

Es de una gran sencillez, con una escenografía mínima, donde la ambientación se consigue mediante proyecciones, a veces con movimiento, de conocidas obras pictóricas impresionistas y postimpresionistas que enmarcan la acción. A veces se trata de indicar las circunstancias en que se desarrolla la misma, como el paisaje de invierno de Monet en el acto III, con el que a mi juicio se logra uno de los momentos estéticamente más bellos, o La Pradera de Renoir, con la que concluye el acto III y se inicia el IV, en alusión a la llegada de la primavera. En otras ocasiones se trata de subrayar menciones específicas del libreto, como esa “Costurera” de Renoir que aparecía cuando Mimí describe su trabajo. Especialmente interesante me pareció la escena final, con el cuadro de Jean Beraud “Après la faute” dominando el escenario, reflejando esa imagen de una mujer en un sofá rojo, similar a la que se desarrollaba en escena. Cuando Mimí muere, la mujer desaparece del lienzo y el sofá aparece vacío.

Pero además de que estéticamente me pareciera atractiva la propuesta, con un uso de la iluminación también acertado, lo que destacaría principalmente es que denota un serio y efectivo trabajo de dirección. Esto es especialmente relevante en el acto II, donde los distintos planos en los que transcurre la acción y la abundancia de personajes en escena, requieren inteligencia y sentido de la dramaturgia y del movimiento escénico para resolverlo adecuadamente. Y creo que Livermore lo consigue con creces.

Si en el pasado “Rigoletto” manifesté mi decepción ante la dirección musical del titular de la casa, Omer Meir Wellber, en esta “Bohème” sólo puedo tener alabanzas hacia el formidable trabajo de batuta llevado a cabo por quien se dijo en su día que pudo haber ocupado ese puesto, Riccardo Chailly. El milanés ha dirigido por fin una ópera en Les Arts tras haber cancelado en todas las ocasiones anteriores en que fue anunciado. Y la cita resulta aún más especial teniendo en cuenta que no tiene previsto volver a dirigir una ópera hasta 2015.

Chailly había insistido en sus manifestaciones previas a este estreno en que su versión de La Bohème se alejaría de lo que estamos acostumbrados a escuchar y sería mucho más fiel a lo originariamente escrito por Puccini. Como desconozco la literalidad de la partitura original no puedo pronunciarme acerca de la fidelidad o no de la versión de Chailly a la escritura de Puccini, pero es cierto que no se recrea en excesos melodramáticos efectistas, a cambio de ofrecer una lectura general más uniforme, llena de belleza, donde el conjunto rezuma sentimiento, sin alharacas ni explosiones desbordadas, pero con alma. Los tempi impuestos fueron ágiles, por momentos veloces, con una primera mitad del acto I o un acto II llenos de vitalidad y frescura, y con un uso de las dinámicas inteligentísimo, consiguiendo en todo momento mantener la tensión y extraer un colorido orquestal brillante y riquísimo, plagado de matices, mostrándose, eso sí, inclemente con los cantantes en diversas ocasiones en cuanto a volúmenes. La fuerza dramática del final del acto IV fue memorable, y espectacular el maravilloso crescendo de las cuerdas en la entrada de Mimí del acto I.

Nuestra Orquesta de la Comunitat Valenciana volvió a tener un gran director al mando y eso se notó. En comparación con otros estrenos hubo, en general, una precisión y conjunción inusual, tanto en el foso como entre éste y los cantantes, demostrando Chailly además un control ejemplar en los concertantes. Entre las intervenciones solistas destacaron las del concertino Serguéi Ostrovski, así como las flautas comandadas por Álvaro Octavio en “D’onde lieta uscì“, y la inspiradísima noche de los clarinetes o del arpa de Cristina Montes.

El coro no interviene demasiado en esta obra, aunque sí con un alto nivel de exigencia vocal y de movimiento escénico en el acto II, y aquí tanto el magnífico Cor de la Generalitat como la Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet y la Escolanía de la Mare de Déu dels Desamparats, ofrecieron un rendimiento excelente.

El papel de Mimí fue interpretado por la israelí Gal James, una cantante de la que, francamente, esperaba un poco más. No puedo decir que hiciese nada mal, porque no lo hizo, pero no acabó de encender esa chispa que se precisa para que la emoción te invada. Al menos conmigo. Tiene una voz de atractivo timbre, aunque más bien pequeña, sufriendo notablemente en muchas ocasiones para hacerse oír. Es verdad que cantó bien y mostró sensibilidad en los compases más líricos, cuidando el matiz y apianando con gusto, pero me resultaba fría. De cualquier modo, me gustó más en la segunda mitad que en los dos primeros actos.

Del Rodolfo de Aquiles Machado yo destacaría su entrega interpretativa y el intencionado fraseo, con cuidada dicción, muy ajustado a las exigencias de los tempi impuestos en cada momento por Chailly. Sus agudos se mostraron demasiado tirantes, con una voz que dejaba entrever en la parte alta de la tesitura un adelgazamiento y un oscilante vibrato preocupante. Su centro sin embargo ha ganado cuerpo y cantó en todo momento con mucho gusto, con un uso de las medias voces que rozó el abuso.

El italiano Massimo Cavalletti fue un buen Marcello. Este barítono, curiosamente nacido, al igual que Puccini, en Lucca, posee una voz de bello timbre y sobrado volumen, aunque presentó puntuales engolamientos. Se echó de menos que no abandonase el forte en más ocasiones de lo que lo hizo.

La valenciana Carmen Romeu compuso una estupenda Mussetta, mostrando frescura vocal y resultando espléndida en lo actoral, consiguiendo dotar al personaje del espíritu que requiere.

Gianluca Buratto fue un Colline de hermosa voz, estando muy correcto en la ocasión que tiene de lucirse con “Vecchia Zimarra”. También correcto Mattia Olivieri como Schaunard aunque debe controlar un poco su tendencia a la sobreactuación.

Los saludos finales fueron un tanto atípicos. Los cantantes, según saludaban, se iban quedando sentados en el sofá en el que había expirado Mimí, con gesto serio, y acabaron como si estuvieran posando para una fotografía. Fueron muy aplaudidos todos los intérpretes, así como la dirección escénica, pero la gran ovación de la noche fue para Riccardo Chailly y los miembros de la orquesta. El director italiano, antes de que cayese el telón, cuando ya tuvo bastantes aplausos y saludos, tomó el camino de los camerinos haciendo lo propio todos los demás, bajándose entonces el telón.  

Y hablando de telón, lo de ayer con las prisas por aplaudir en cuanto empieza a bajar, alcanzó cotas de premio Nobel. En esta ópera es mucho más grave la cosa porque el final musicalmente no es el típico chimpún, sino que la música se va apagando progresivamente. Unos cuantos imbéciles comenzaron a aplaudir en cuanto se movió el telón, otro necio se unió gritando “Bravi” y, afortunadamente, una gran parte del público reaccionó pidiendo silencio, acallándose la ganadería hasta que se apagó definitivamente el sonido de la orquesta, aunque no se pudo evitar la aparición desgañitada del memo habitual en todas las representaciones del maestro de Lucca gritando “Viva Puccini”. La diferencia entre que estos majaderos intervengan a destiempo o no, es tan sencilla como que acabes emocionado disfrutando de los compases finales o termines la representación avergonzado e indignado. Creo que, ya que los mentecatos no parecen tener remedio, va siendo hora de que los responsables de Les Arts den instrucciones de que no se baje el telón hasta que la música haya finalizado por completo.


video de PalaudelesartsRS


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