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viernes, 30 de octubre de 2020

"FIN DE PARTIE" (György Kurtág) - Palau de les Arts - 29/10/20

 

Ayer pudimos vivir en el Palau de les Arts de Valencia el estreno en nuestro país de la ópera Fin de partie del compositor húngaro György Kurtág, una obra cuyo estreno absoluto tuvo lugar en Milán hace apenas dos años y que recientemente obtuvo el reconocimiento del International Opera Award 2019 al mejor estreno mundial. Y estimo justo considerar que los que estuvimos presentes anoche vivimos uno de los momentos más importantes de la relativamente corta historia de este teatro.

Lo digo de corazón porque así lo pienso. Espero que no se tome como la falsa afirmación de un snob que pretende hacerse el interesante o mirar por encima del hombro a quien no sepa apreciar este tipo de música. A mí también me cuesta un poco más esfuerzo dejarme llevar por estas composiciones y hay cosas que me gustan más y que me gustan menos. Esta me gustó mucho cuando la vi en youtube a finales de 2018 y ayer me gustó aún más.

Pero más allá de lo mucho o poco que a algunas personas les haya podido convencer el espectáculo ofrecido, me parece un enorme acierto que la actual dirección artística de Les Arts apueste claramente por abrir también un hueco en la programación a nuevas creaciones operísticas; sobre todo si, como es el caso, vienen con el aval de tratarse de una partitura escrita por un personaje tan relevante en el poco frecuentado ámbito de la música contemporánea como es György Kurtág, y con el muy sólido sustento dramático de la obra del mismo título de una figura fundamental del teatro del siglo XX como Samuel Beckett. Ya manifesté mi apoyo a este tipo de iniciativas en otras ocasiones, como, por ejemplo, cuando en 2016, todavía en plena era Livermore, se decidió estrenar en este teatro por primera vez en España la ópera Café Kafka, de Francisco Coll.

Creo que a los aficionados valencianos sólo nos cabe felicitarnos y sentirnos muy orgullosos de que nuestro teatro tenga el honor de ser el primero en España y el tercero en el mundo en el que se haya representado esta obra, tras su estreno en Milán en 2018 y en Ámsterdam en 2019, estando previsto que, si todavía queda alguien vivo para entonces, próximamente se represente en Nueva York y París. Y pienso también que dice mucho a favor de los gestores actuales del teatro y de su sincero compromiso por la cultura que, especialmente en unos momentos tan difíciles como los que vivimos actualmente en todos los ámbitos, pero muy singularmente en el mundo cultural, se apueste por abrir la programación operística a nuevas creaciones, aunque ello suponga la renuncia al taquillazo garantizado de los afamados títulos de repertorio de siempre.

Me parece mucho más lógico que en el abono anual de la temporada valenciana de ópera haya un hueco permanente para la ópera contemporánea que, por ejemplo, para el ballet. Sí, ya sé que soy un cansino con los tutús y las puntas… Ojo, no digo que el ballet, como el flamenco, el jazz, la música pop, las bandas o los campeonatos de petanca sobre patines, no puedan tener su hueco en la programación de este excesivo contenedor cultural, por supuesto que sí; simplemente hablo de la inclusión de los espectáculos en los abonos anuales, donde sigo proponiendo, aunque nadie me escuche, que debería diferenciarse un abono de ópera y, como mucho, conciertos, y otro para el ballet, que también tiene sus buenos y numerosos adeptos y seguro que tendría éxito. Pero bueno, lo dejo ya que me repito más que los chistes de Gila.

Imagino que la inclusión en la programación de esta obra se produjo antes de que ni siquiera se sospechara el caos generalizado derivado del querido COVID-19, supongo que sí, pero el caso es que parece elegida a propósito para estos tiempos apocalípticos. Por una parte, por el reducido número de intérpretes en escena que requiere, únicamente cuatro y tres de ellos no se mueven de su posición, Hamm que no puede levantarse de su silla de ruedas y Nell y Nagg que viven sin piernas en sendos cubos de basura, con lo que no hay mucho problema para que se respete la distancia social sobre el escenario. Y por otro lado, su aparentemente surrealista pero interesante argumento, que no deja de contener una profunda reflexión sobre la misma condición humana, presentando cuatro seres confinados (eso sí, sin estado de alarma) en su propia situación vital desesperada, limitados en la comunicación con el resto de personajes por las propias carencias de cada uno de ellos, estando ya todos hartos unos de los otros, y a los que sólo les queda aguardar el final liberador, el fin de la partida. Es verdad que hay en la obra momentos que destilan  humor, negro obviamente, pero no nos engañemos, pese a esos toques y a un sutil mensaje esperanzador, si estás de bajón tampoco te vas a partir la caja. Fin de la partida lo llamó Beckett y el propio Kurtág califica la obra como un adiós a la vida. Alegría.

El libreto es obra del propio compositor que ha respetado escrupulosamente el texto original de Beckett aunque no reproduciéndolo íntegramente, sino que se ha efectuado una selección de pasajes y de ahí que la ópera lleve el subtítulo de “escenas y monólogos”. Se desarrolla en un solo acto en el que a su vez pueden diferenciarse doce partes, más un prólogo, en el que la contralto canta el poema Roundelay escrito por Beckett en 1976, y un maravilloso epílogo orquestal.

La producción presentada cuenta con el mismo equipo escénico y la misma dirección musical y solistas vocales que los que protagonizaron su estreno mundial en 2018. La dirección de escena corre a cargo de otro reputado nombre, como es el de Pierre Audi, de quien, aunque algún medio publicaba que era este su primer trabajo en Les Arts, hay que recordar que ya pudo verse anteriormente su creación para aquella Bohème de 2006 con rotura del escenario incluida. El director franco libanés cuenta para la ocasión con la inestimable colaboración de la escenografía y vestuario de Christof Hetzer y, sobre todo, de una iluminación, firmada por Urs Schönebaum, por momentos sobrecogedora, con unos juegos de luces y sombras subyugantes que potencian el desaforado tono expresionista de la obra y rebosan belleza visual.

El escenario está dominado por el refugio, una cabaña en la que se encuentran esos seres desgraciados que posiblemente constituyan el último vestigio de una humanidad que toca a su fin. Ese será el único espacio en el que se desarrolle toda la acción, aunque las perspectivas de la casa irán cambiando, así como los ambientes sugeridos por la iluminación. Si decía antes que Kurtág ha respetado el texto de Beckett, Audi hará lo propio con ambos, honrando a dramaturgo y compositor con una puesta en escena sabia en su concepción, hechizante visualmente y que envuelve con mimo la acción y la engrandece, eludiendo ser protagonista ni molestar. Una creación construida al servicio exclusivo de la música y el texto. Todo un ejemplo de trabajo bien hecho con eficacia y sencillez.

La partitura de György Kurtág, además de las virtudes estrictamente musicales que contenga, constituye un ejemplo de amor y respeto al teatro y representa la perfecta comunión entre texto y música, entre el lenguaje utilizado por Beckett, con un estudio profundo y detallado por el compositor de cada una de sus palabras, de cada uno de sus fonemas, y una música que se ajusta a esos sonidos y se recrea en ellos, potenciando sus significados y emociones con filigrana artesanal a lo largo de unos pentagramas que desbordan color, personalidad y expresividad. Pese a que el foso lo ocupa una orquesta bastante numerosa, la mayoría de los pasajes rezuman un tono íntimo, casi camerístico, con un especial protagonismo de metales y percusión y de instrumentos de sonido grave como tuba o fagot. Los silencios serán otro elemento fundamental y tan importante como los sonidos, pudiendo casi escucharse y guardando un mágico equilibrio con estos.

A los mandos de la Orquestra de la Comunitat Valenciana ha estado esta vez el mismo director que tuvo el privilegio de protagonizar el estreno mundial milanés, el alemán Markus Stenz que estimo que realizó un trabajo espléndido. Lo primero que quiero reseñar es que dirigió con mascarilla, lo que considero una muestra de respeto hacia los músicos que también iban enmascarados. No siendo yo un entendido en este tipo de música, ni conociendo la partitura más que de un par de escuchas, no osaré opinar demasiado al respecto de su labor, aunque sí debe dejarse constancia de la claridad de gesto y de cómo marcaba todas y cada una de las entradas y detalles de la partitura, atentísimo a cuanto ocurría en el foso y sobre la escena. Las prestaciones orquestales obtenidas fueron más que sobresalientes ante una partitura increíblemente exigente, consiguiendo exhalar una enorme fuerza expresiva, riqueza tímbrica, de colores, matices y de texturas, manteniendo al tiempo un cuidado equilibrio del conjunto. Todo el epílogo musical final fue electrizante y de poner los vellos de punta. Creo que ha sido una de las noches más inspiradas de los últimos años de nuestra Orquestra de la Comunitat Valenciana y en un repertorio muy complicado y que no suelen frecuentar, lo que tiene mucho más mérito.

Como decía antes, los solistas vocales son también los mismos que estrenaron la obra en Milán. Parece ser que antes de ese estreno estuvieron tres años trabajando directamente con Kurtág con exhaustivos ensayos en casa de este. No se trata de cantantes especialmente conocidos, aunque algunos de ellos son habituales en el repertorio de la música contemporánea, y si algo puede destacarse de los cuatro es su adecuación al estilo y, sobre todo, su excelente rendimiento en el apartado actoral y en el lenguaje gestual, algo fundamental en una obra como esta en la que la vertiente teatral es tan importante o más que la musical. Es curioso que, pese a que se trate de una obra escrita en francés donde se da tanta importancia a la palabra, ninguno de los cantantes sea francés, aunque los resultados no se resintieron por ello.

El bajo barítono noruego Frode  Olsen interpreta a Hamm, hijo de Nelly Nagg, que es ciego y permanece permanentemente sentado en una silla de ruedas de la que no puede levantarse. Esto hace que la voz sea el único recurso expresivo de este personaje que además tiene el papel más extenso, de ahí que el cantante tenga el importante reto de intentar ser capaz de trasladar todas sus emociones mediante una amplia variedad de matices en su canto. Olsen cumple la prueba en la faceta interpretativa, gestual y expresiva con nota. Cosa distinta es la calidad de una voz áspera y ajada que en la zona más grave queda falta de consistencia y reducida a un remedo de eructo, lo que originó que la orquesta le sobrepasase cada vez que se internaba en ese registro más bajo; pero bueno esto tampoco es una ópera belcantista y aquí es mucho más importante la expresividad que la belleza vocal y en ese aspecto no se le puede reprochar nada.

El barítono Leigh Melrose fue el encargado de encarnar a Clov, el criado cojo de Hamm que, a diferencia de este, permanece siempre de pie y no puede sentarse. El cantante australiano frecuenta el repertorio contemporáneo y del siglo XX, siendo habituales en su agenda nombres como Berg, Zimmermann, Britten, Fujikura o Wigglesworth. Tiene Melrose una voz con volumen, pero no especialmente bonita ni su canto resulta refinado, aunque tampoco aquí le hace falta porque ciertamente no creo que fueran esos los valores que buscara el compositor en este personaje que, además, se mueve en muchos momentos en el parlato. La labor llevada a cabo en escena por Melrose brilla especialmente en el apartado interpretativo, pecando posiblemente de una cierta sobreactuación que, en cualquier caso, tampoco le va nada mal al personaje, aunque a mí me hiciera verle todo el tiempo como una mezcla entre Wozzeck y Pepe Viyuela, pero el resultado acaba siendo magnífico.

La contralto Hilary Summers asumió el papel de Nell, la madre sin piernas habitante del cubo de basura izquierdo. La veterana cantante galesa es una habitual de la ópera barroca, siendo conocidas sus colaboraciones con agrupaciones del nivel de The King’s Consort o Les Arts Florissants, teniendo también un amplio bagaje en música contemporánea, con colaboraciones con nombres como los de Pierre Boulez o Michael Nyman. Posiblemente su voz no sea la de antaño, pero la zona grave y media siguen presentando todavía una calidad notable aunque algo falta de volumen y cuerpo. A su personaje reserva Kurtág los momentos que podrían denominarse, con bastantes comillas, más líricos, resultando especialmente emocionante el momento de su muerte.

El tenor Leonardo Cortellazzi completaba el más que cumplidor cuarteto interviniente interpretando el rol de Nagg, habitante del cubo de basura derecho. Posee el italiano un incisivo timbre lírico en una voz no excesivamente amplia que quizás en otros ámbitos resultase un tanto corta, pero que, como la de sus compañeros, se adaptaba perfectamente a los requerimientos de la parte, mostrando además, como aquellos, un impecable comportamiento actoral, así como un expresivo fraseo y una muy buena dicción. Es la suya una intervención que aporta un interesante contraste de luminosidad en medio de una atmósfera vocal y musical en la que dominan los tonos graves.

La importancia cultural internacional del acontecimiento vivido anoche en Les Arts merecía que aquellos que ostentan responsabilidades públicas en materia de cultura hiciesen acto de presencia mostrando su reconocimiento y apoyo a la iniciativa. Así lo hicieron, y eso les honra, el conseller de Cultura, Vicent Marzà, y la secretaria autonómica de Cultura y Deporte, Raquel Tamarit. No cumplió, sin embargo, el tarugo del ministro del ramo, José Manuel Rodríguez Uribes, quien había anunciado previamente su presencia en la sala pero finalmente no acudió “por problemas de agenda” (igual es que se le había clavado la agenda en la huevera y le hacía pupita), demostrando así una vez más su desprecio al esfuerzo que está haciendo el sector cultural en estos momentos, y confirmando las sospechas de que, muy probablemente, para adjudicarle la cartera le dieran la vuelta a la ruleta de la paella rusa de Monleón y le tocó cultura como le podría haber tocado percebes… Bueno esto sí le hubiera ido mucho mejor…

La sala principal de Les Arts presentaba bastantes huecos, además de los impuestos por la reducción de aforo sanitaria, lo que más o menos se esperaba. A lo que hubo que añadir las deserciones en masa que se produjeron en cada bajada de telón y, lo que es peor e incomprensible, fuera de ellas, lo que motivó que, hasta bien avanzada la representación, fuese continuo el ruido de abrirse y cerrarse la puerta. Yo entiendo que haya gente a la que se le pueda hacer demasiado cuesta arriba este tipo de música, pero, hombre, a poco que te informes antes de ir ya puedes imaginarte lo que te espera. Aunque también digo que prefiero a estos que se fueron en cuanto pudieron que a las dos parejas de gaznápiros que me tocaron en las filas de delante y que no pararon, hasta bien pasada la mitad de la representación en que decidieron marcharse, de cuchichear, mirar el móvil, guasapear y comentar todo cuanto veían en sus pantallas luminosas. A punto estuve de lanzarle un caramelo chupado a la cresta a uno de ellos, pero desistí ante la poca confianza en mi puntería, temiendo que al final pudiese caramelizar al director de orquesta.

Es verdad que desde que es obligatorio el uso de mascarillas el número de toses y ruidos vocales varios ha descendido muchísimo en las salas de concierto, pero ayer, hasta la segunda estampida de cobardes desertores, se escucharon algunas más que de costumbre. La última parte de la representación sí transcurrió con mucha más calma en la platea, y las ovaciones y bravos nada más finalizar fue de las más intensas y unánimes que se han vivido últimamente. Especial intensidad tuvieron los aplausos a Markus Stenz y a la orquesta y también fue justamente braveada la salida a escena de Pierre Audi y su equipo de colaboradores.

Una noche sin duda para recordar. Sabéis que normalmente finalizo estas crónicas intentando animar a que acudáis a vivir la experiencia por vosotros mismos. Esta vez no lo voy a hacer. Por supuesto que lo aconsejo a todo aquel que vaya sabiendo el tipo de música que va a escuchar y que decida darle una oportunidad, porque seguro que si se deja llevar lo disfrutará más de lo que se imagina. Vale muchísimo la pena, pero no voy a intentar convencer a nadie de los que dicen que no soporta la música contemporánea. Todo es cuestión de gustos. Yo no soporto el ballet (y dale…) y lo he intentado reiteradamente.

Ya acabo. Ojalá este Fin de partie no sea también el fin de esta temporada y puedan llevarse a cabo todas las funciones previstas y los espectáculos que están programados después. Pero la verdad es que la cosa se está poniendo otra vez muy malita y me da mucha tristeza y mucho coraje ver cómo se están cerrando teatros en Italia, Francia, Barcelona... Además, me parece profundamente injusto. Soy el primero que defenderá cualquier medida, por dura que sea, que garantice la salud de las personas, pero no es normal que si en los teatros no se está contagiando nadie con las medidas que se aplican, tengan que llegar a cerrarse por si acaso, mientras otro tipo de locales, donde sí hay contagios todos los días, siguen abiertos y, como mucho, con restricciones horarias o de aforo. La cultura no es algo prescindible, aunque el señor ministro no se lo crea, y deberíamos ser mucho más cuidadosos con ella si no queremos tener al final, si sobrevivimos, un país de ministros de cultura.

jueves, 8 de abril de 2010

"LES TROYENS" - Héctor Berlioz - DNO Amsterdam - 04/04/10


La coincidencia del estreno en Amsterdam, en plenas vacaciones de Semana Santa, de la reposición de la producción de “Les Troyens” de Héctor Berlioz estrenada en esa misma ciudad en 2003, con el protagonismo en esta ocasión de Eva-María Westbroek en el papel de Cassandre, era una oportunidad demasiado tentadora como para no intentar una escapada a la siempre interesante capital holandesa y aprovechar para efectuar mi primera visita a la DNO (De Nederlandse Opera). Y la experiencia no ha podido ser más positiva.

El moderno edificio del Het Muziektheatre, que alberga la sede de la DNO, se encuentra ubicado al borde del canal Amstel, con unas vistas privilegiadas de la ciudad a través de sus enormes ventanales. Su interior es enormemente funcional y acogedor. Cafeterías, tienda, y numerosos espacios para sentarse y dar cuenta de un tentempié, hacen de los entreactos una grata experiencia, muy alejada de la incómoda frialdad de las instalaciones de Les Arts. La sala con capacidad para unas 1.600 personas tiene una acústica impecable, es comodísima, con muchísimo espacio entre fila y fila, y la totalidad de las localidades gozan de plena visión vendiéndose a unos precios francamente razonables para como está el mercado actualmente.

Aquí podemos ver el video de promoción de la producción que ha sacado la propia DNO (al estar en formato panorámico se corta un poco la imagen):


video de DeNederlandseOpera

La dirección artística de Pierre Audi me resultó mucho más acertada que la propuesta furera vista en noviembre en Valencia. No es nada del otro mundo, pero es estéticamente muy atractiva, especialmente en Troya, y no pretende confundirnos ni marearnos. Los movimientos de actores están trabajados correctamente, ajustándose al devenir del libreto, no al onanismo mental del listo de turno. La escenografía de George Tsypin es muy sencilla, consistente en tres pilares móviles de cristal translucido tallado, de diferentes colores, que en la parte troyana forman pasarelas horizontales y en Cartago son estilizadas columnas que van enmarcando los distintos espacios.
El uso del color me pareció especialmente interesante, sobre todo en los dos primeros actos, donde el rojo representa a los griegos y tan sólo es visible al comienzo en la piel que cubre a Cassandre, indicándonos la tragedia que sólo ella prevé. El soldado griego aparece pintado de rojo, como rojo es también el caballo. En la última escena del segundo acto, con la matanza de las mujeres troyanas, todo el escenario acaba inundado por ese color.

Imprescindible complemento fue la impactante y efectiva iluminación de Peter van Praet, responsable también de este apartado en “Les Troyens” y “El Anillo del Nibelungo” que pudimos ver en Valencia.

El vestuario diseñado por Andrea Schmidt-Futterer, sin embargo, me pareció manifiestamente mejorable. Los habitantes de Cartago son una mezcla entre el botones Sacarino y la Legión Extranjera, el abrigo de pieles con que se adorna a Didon como símbolo de poder es digno de Rappel, y Cassandre aparece como una especie de Wilma Picapiedra pintada cual guerrero Sioux.

Las coreografías de Amir Hosseinpour y Jonathan Lunn me resultaron simplemente ridículas. Se limitaban a algunos primarios equilibrios circenses, movimientos espasmódicos propios del Tío Calambres y retorcimientos de manos que no se sabía si eran la traducción para sordos del libreto o que el coro estaba jugando al maisefoyuti.

La dirección musical corrió a cargo del norteamericano John Nelson. Fue junto a Westbroek el gran triunfador de la noche. Su lectura de la partitura de Berlioz fue extraordinaria. Yo eché a faltar tan sólo un poco más de pompa y brío en determinados momentos de la parte Troyana, pero las enormes dosis de lirismo que supo extraer, sin caer en empalagosos efectismos y manteniendo la tensión narrativa, compensaron cualquier carencia. Resultaba imposible no acordarse de la dirección que llevó a cabo recientemente Gergiev en Les Arts, que no me desagradó en absoluto, pero si algo precisamente le critiqué al ruso fue que no hubiese sido capaz de acabar de transmitir toda la mágica emoción que subyace en la hermosa partitura de Berlioz, algo que Nelson sí consiguió con creces.

La Nederlands Philharmonisch Orkest tuvo una muy buena actuación, tan sólo lastrada por puntuales errores en los metales. Notable fue la intervención del clarinete en el solo del acto I, y merece destacarse también el maravilloso sonido y empaste de los cellos que ofrecieron algunos de los momentos más emocionantes de la noche. Antes de empezar la función pude observar como los músicos tenían depositados en sus atriles, junto a la partitura, conejos de Pascua de chocolate.

“Les Troyens” es una obra en la que los coros tienen un especial protagonismo, suponiendo una inmejorable referencia para valorar la excelencia del coro interviniente. En este caso la agrupación titular de la DNO estuvo sencillamente perfecta. La consistencia, empaque y control de las voces no admite el más mínimo reproche y su comportamiento escénico fue igualmente óptimo.

En cuanto a los solistas, la principal atención se centraba en ver el rendimiento que pudiera ofrecer la excepcional soprano local Eva-María Westbroek afrontando el exigente papel de Cassandre. Quienes tuvimos la suerte de escucharla en directo en Les Arts como Sieglinde teníamos pocas dudas acerca de que superaría con éxito la prueba, pero aun así nos sorprendió.

Es imposible no conmoverse ante la intensidad dramática, tanto vocal como escénica, que derrocha esta mujer. Cada segundo que está sobre el escenario permanece completamente metida en el papel. Sus gestos y movimientos siguen el desarrollo dramático de la acción, por muy alejada que se encuentre de la misma.
Su voz, aun no siendo espectacularmente grande, se proyecta con poderío, y presenta una gran homogeneidad y brillantez. Es verdad que los agudos en ocasiones tienden a la tirantez y que sus graves no son rotundos, pero su impecable fraseo y su intensidad interpretativa convierten en referencial casi cualquier papel que asume.

Toda la obra estuve preguntándome qué hubiera pasado si Westbroek hubiese asumido los papeles de Cassandre y de Didon, como ya hicieran en su momento otras cantantes como Verrett o Polaski. El último acto con una Didon como la holandesa podría haber sido inolvidable.

No creo exagerar si afirmo que nos encontramos ante una de las más grandes cantantes de las últimas décadas y, teniendo en cuenta que aun no ha cumplido los 40, podemos esperar que todavía nos ofrezca muchos más momentos mágicos. Yo ya estoy contando los días para poderla ver de nuevo este verano en Salzburgo como la Chrysothemis de “Elektra”.

El dificilísimo rol de Énée estuvo a cargo de Bryan Hymel. Es complicado actualmente encontrar una voz que pueda cumplir con pulcritud las exigencias del papel y Hymel no fue la excepción. Comenzó haciendo gala de una ostensible falta de proyección y de numerosas veladuras que le impedían dotar al personaje del carácter heroico que requiere. En “Inutiles regrets” su ligero y corto vibrato, de resonancias caprinas, hizo ostensible presencia, lo que, mezclado a una importante nasalidad y tendencia al berreo, afeó mucho el momento. No obstante, en los momentos más líricos de la partitura estuvo soberbio, mostrando su mejor cara en el dúo “Nuit d’ivresse”, donde ofreció un canto depurado, lleno de gusto, que adornó con algunos pianísimos espectaculares.

Yvonne Naef, como Didon, fue de menos a más. Comenzó bastante insegura, no controlando demasiado su poderosa voz y no acabando de emocionar, pero en el dúo con Énée estuvo magnífica y su acto V fue realmente intenso, siendo su voz eficaz mensajera del dolor desgarrado del personaje.

La gran sorpresa de la noche fue el barítono canadiense Jean-François Lapointe como Chorèbe, mostrando una voz de gran volumen, consistente, muy bella, y con auténtico timbre baritonal.

Greg Warren fue un muy buen Iopas y nos brindó un delicado “O blonde Cérès”.

Alastair Miles estuvo pésimo como Narbal. Con una caracterización que le daba un parecido físico notable a Sir Alec Guiness, sólo su deplorable movimiento escénico nos sacó de dudas de que no se trataba del genial actor inglés. En cuanto a su voz, uno no puede ir por los escenarios cantando papeles que exigen consistentes bajos cuando sus graves parecen vulgares eructos con sordina.

Floja estuvo también Charlotte Hellekant como Anna. Sobresaliente fue su actuación dramática, pero su canto se resintió de una voz de mezzosoprano justita, en absoluto de una contralto como requiere la partitura.

En cuanto al resto, estuvieron correctos Nicolas Testé como Panthée, Christian Tréguier como Priam, Valerie Gabail como Ascagne y Sébastien Droy como Hylas.

El público tuvo un comportamiento muy respetuoso durante toda la obra. Me llamó especialmente la atención el silencio casi monacal que imperó en la sala durante los dos primeros actos. En la parte negativa debe reseñarse que el aforo, pese a ser día de estreno, no llegó a completarse, e incluso tras los entreactos se apreciaron algunas deserciones.

Al finalizar hubo calurosas ovaciones para todos los protagonistas, que se convirtieron en un auténtico clamor de bravos, con el público puesto en pie, a la salida de Eva-María Westbroek.

Poder disfrutar actualmente de unos Troyanos de este nivel es una fantástica experiencia. Si a eso le unimos el hacerlo en una ciudad como Amsterdam y con la mejor compañía posible, se convierte en todo un lujo.

Os recomiendo leer las crónicas que han hecho de la función los amigos Mei y Joaquim, con quien tuve también la inmensa suerte de compartir unos muy buenos ratos estos días.

Finalizo con este video en el que Yvonne Naef y Bryan Hymel cantan el famoso dúo “Nuit d’ivresse” del final del acto IV:


video de crewmantle