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lunes, 25 de octubre de 2010

"L'ITALIANA IN ALGERI" (Gioachino Rossini) - Teatre Martín i Soler - Palau de les Arts - 24/10/10


Por fin se ha reanudado la actividad operística en el Palau de les Arts. Aunque la temporada oficial no ha comenzado, el coliseo valenciano ha sido fiel a su cita anual con el bel canto a través de una representación fuera de abono, con el protagonismo de los jóvenes cantantes del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo bajo la batuta del maestro Alberto Zedda.

En esta ocasión se trataba de “L’Italiana in Algeri” de Gioacchino Rossini, en una producción propia de Les Arts firmada por el regista italiano Damiano Michieletto, de quien ya pudimos ver el año pasado su magnífico trabajo para “La Scala di Seta”.

He de comenzar diciendo que su propuesta me ha defraudado. Michieletto ha asumido esta vez la dirección de escena, escenografía y vestuario, con resultados dispares.

La escenografía me ha parecido fallida y fea. Un escenario ausente de decorado, con un minimalismo exagerado, donde todo se basaba únicamente en el juego de luces ideado por Alessandro Carletti y en unos taburetes que iban siendo reubicados en el escenario por los propios cantantes, el coro y los figurantes, al objeto de ir creando los diferentes enclaves en que se desarrollaba la trama. Se propició absurdamente la confusión, produciéndose demasiadas visibles contradicciones entre el texto y la acción. Y hubo momentos que resultaron directamente molestos para el espectador, como esos focos dirigidos a la platea que deslumbraban.

El vestuario tampoco brilló por su originalidad. Michieletto convirtió a Mustafá en una especie de gangster y a Taddeo en un tipo bastante ridículo con camisa hawaiana, gorra de rapero y sandalias con calcetines, que en la escena del Kaimakán chocaba estrepitosamente con el libreto.

La dirección de actores y el movimiento escénico estuvieron muy trabajados. Los cantantes permanecieron en constante actividad, casi a un ritmo tan trepidante como el de la partitura rossiniana. Quizás demasiado, ya que a veces los ruidos del trasiego de taburetes, los figurantes gesticulando entre los cantantes y la sobrecarga de movimiento, distraían la atención del espectador en momentos en que hubiese sido deseable un mayor estatismo que permitiese concentrarse en lo puramente musical. Me pareció que hubo escenas muy logradas, como la del quinteto del café, y otras muy decepcionantes como la de los Pappataci.

Lo mejor de la noche, una vez más, fue la extraordinaria actuación de la Orquestra de la Comunitat Valenciana dirigida con la sabia y experta batuta del maestro milanés Alberto Zedda, quien a sus 82 años nos brindó una lectura vibrante y llena de frescura, exhibiendo una prodigiosa capacidad concertante. La Obertura fue realmente excepcional, toda una lección de interpretación rossiniana que arrancó los primeros bravos de la noche. Si la emoción no acabó de mantenerse durante toda la velada fue debido a que Zedda mimó absolutamente a los cantantes ajustando las intensidades y tempi de forma que no supusieran un obstáculo añadido al complicado reto vocal de la partitura.

Todos los músicos rindieron a un nivel óptimo, aunque merecen destacarse especialmente las portentosas intervenciones solistas de las trompas, flauta y oboe, así como la solvente ejecución de Rafael Andrade en el clave.

El Cor de Cambra Amalthea, muy bien en lo escénico, estuvo correcto, aunque no llegó a la excelencia vocal a las que nos tiene acostumbrado la agrupación estable de Les Arts, observándose algún problema puntual de empaste.

En cuanto a los cantantes del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo, he de decir, antes que nada, que el comportamiento escénico de todos fue soberbio, y, frente a una dirección de actores muy exigente, supieron responder con una gran soltura y sentido de la comedia, dando la impresión además de estárselo pasando francamente bien en escena. Como siempre digo, no es cuestión de ponerse a analizar con lupa las interpretaciones vocales de unos artistas que están todavía en fase de formación, para encontrar los fallos, y, aunque yo vaya hoy a mencionar algunos, no es con ánimo de reproche, sino para animarles a que sigan por la senda del estudio y la preparación y a que no pierdan el entusiasmo que demostraron ayer.

Simon Lim, coreano de 28 años, asumía el disparatado papel de Mustafá. Lim viene de ganar este mismo año el tercer premio en Operalia, y pese a su juventud tiene ya la experiencia de lo que supone actuar en un teatro importante. Educado musicalmente en la Accademia Teatro alla Scala, debutó en el teatro milanés en la temporada 2007/2008 como Figaro en “Le Nozze di Figaro” de Mozart, bajo la dirección de Giovanni Antonini. En Les Arts tendremos oportunidad de verle también esta temporada en papeles comprimarios en “Manon” y “Eugene Onegin”.
Lim fue un Mustafá muy resultón. Su voz de bajo se mostró por momentos imponente, sobre todo en los recitativos, con un fraseo muy intencionado, aunque a sus graves le falten todavía algo de consistencia y en las coloraturas pasase ciertos apuros. En cualquier caso, dejó algunas pinceladas que apuntan a un instrumento con enormes posibilidades. Su comportamiento escénico fue espléndido, con un gran sentido de la vis cómica del personaje.

La mezzosoprano rusa Veronika Viatkina tuvo que afrontar el difícil rol de Isabella. Se defendió en las agilidades con gran precisión y lució sobrado volumen y unos agudos firmes y muy poderosos. Supo desarrollar un buen canto spianato y un magnífico legato en “Per lui che adoro”, su mejor momento de la noche. En “Pensa alla patria” y “Cruda Sorte” se mostró más irregular, echándose en falta más peso en los graves, y observándose cierto desequilibrio y falta de homogeneidad entre registros.

Otro coreano, Aldo Heo, asumió el papel de Haly, no muy dado al lucimiento. Heo, que también ha sido premiado este año, obteniendo el 2º premio del Concurso Internacional Zandonai y un premio especial de la revista Ópera Actual, estuvo bastante bien, mostrando una auténtica voz de barítono que hizo correr con mucho gusto.

La soprano valenciana Yolanda Marín se estrenaba en esta función como Elvira. Presentó una agradable voz, bastante ligera y algo corta de volumen, pero en la que no se apreciaron destemplanzas, si bien hubo algún inevitable agudo un tanto hiriente en el exigente concertante final del primer acto.

El tenor Pablo Martín Reyes fue un correcto Lindoro, pese a la complicación del papel. Luce el granadino un bonito timbre de tenor ligero en una voz demasiado pequeña y estrangulada que en otros recintos tendrá complicado proyectar si no mejora su técnica. Aunque presentó algún problema de fiato, su particular lucha con la coloratura rossiniana se saldó con un balance muy positivo.

El barítono valenciano Gabriel Urrutia, como Taddeo, estuvo discreto. Muy bien escénicamente, pero más justo en lo vocal, mostrándose mucho más cómodo en la zona aguda que en la grave.

Natalia Lunar apenas pudo destacar en el brevísimo papel de Zulma.

El público, mayoritariamente joven, que llenaba por completo la sala Martín y Soler, agradeció con calurosos aplausos el esfuerzo de todos los intervinientes, con cerrada ovación para el maestro Zedda y los miembros de la Orquestra de la Comunitat Valenciana.

Quería hacer una breve mención al subtitulado. Posiblemente con la buena intención de acercar la obra al público más joven, se incluyeron palabras, giros y modismos actuales en una peculiar traducción en la que se hablaba de coñazo, puntito, careto… en mi modesto parecer desvirtuando y haciendo chirriar demasiado el texto respecto del original.

Como resumen final diría que pudimos gozar de una sensacional orquesta y una inmejorable dirección musical del maestro Zedda; de unas voces jóvenes que cumplieron dignamente ante la exigente partitura y que sobresalieron en la vertiente actoral; y una regia con una dirección de actores muy trabajada pero que, lastrada también por una escenografía fallida, no acabó, en mi opinión, de conseguir su objetivo.

Se echó en falta esa chispa de emoción que es la que consigue hacer grande una representación de ópera y que ayer tan sólo llegó a prender en la sala en las inconmensurables intervenciones orquestales de la Obertura y del final del acto primero.

Y ahora a esperar que comience oficialmente, con “Aida”, la última temporada de Lorin Maazel en Les Arts.

Como complemento musical os dejo con Lawrence Brownlee, dirigido por Alberto Zedda, interpretando en 2007 la cavatina de Lindoro "Languir per una bella", del acto I de "L'Italiana in Algeri":


video de rexeterna

lunes, 16 de noviembre de 2009

"LA SCALA DI SETA" (Gioachino Rossini) - Teatre Martin i Soler - Palau de Les Arts - 15/11/09


Ayer pudimos asistir en la sala Martín y Soler del Palau de Les Arts de Valencia a una excelente representación de ópera, con la producción del ROF de Pésaro de “La Scala di Seta” de Gioachino Rossini, en la que disfrutamos con la espléndida dirección artística de Damiano Michieletto, inmejorablemente reforzada por la adecuada escenografía y vestuario de Paolo Fantin, desarrollándose una puesta en escena original, imaginativa e inteligente que ayudó a engrandecer, sin duda, una obra musical de tono menor del genio de Pésaro.

Como ya comenté en mi anterior post, la escena se desarrolla en un plano de planta arquitectónica a Escala 1.1 del apartamento de Giulia. No sé si será una idiotez mía o la idea del plano a escala tendrá algo que ver con el doble sentido de la palabra “Scala”. El caso es que sobre el plano se dibujan las diferentes estancias del apartamento, el cual carece de paredes y los personajes simulan abrir y cerrar puertas inexistentes o se apoyan sobre muros invisibles, pero el seguimiento de la trama es perfectamente comprensible, favorecido además con el espejo que cierra el escenario, a modo de telón de fondo, en ángulo de 45 grados y permite el seguimiento de la trama incluso por las zonas que no están a la vista, como el jardín (¡magnífica la escena final con los sucesivos personajes reflejados mientras simulan que trepan desde el jardín al tejado y a la ventana de Giulia!). Esa ausencia de cerramientos verticales favorece el seguimiento y dota de agilidad a una historia que juega permanentemente con los malentendidos y que exige la presencia en escena de hasta seis personajes entrando en el apartamento, saliendo o escondiéndose en él.

La farsa se ha trasladado a la actualidad sin perder un ápice de su sentido original, y dibujándose unos personajes de nuestro tiempo plenamente reconocibles para todos, sin que se desvirtúe el libreto, más bien, si me apuran, al contrario.

Es de destacar una dirección de actores cuidada, exhaustiva, que exige muchísima entrega y concentración a los intérpretes, y que ayuda a remarcar el perfil de los diferentes personajes, quienes están en escena en continuo movimiento, y siempre en plena concordancia con la música que se escucha.

Se le podrían criticar ciertos aspectos que coincidirían con los reproches que he efectuado repetidamente a los montajes de La Fura dels Baus, y que he de reconocer que encontré que podrían estar de más. Así, durante la ejecución de la obertura, se abre el telón y los tramoyistas van llenando el escenario vacío con los muebles de las diferentes estancias e incluso colocando a los cantantes en posición. Una propuesta que me pareció muy interesante visualmente, pero que originaba ruidos que molestaban la escucha de la brillante obertura rossiniana. También hubo momentos en que quizás hubiese sido deseable prescindir de tanta sobrecarga de planos de acción, como por ejemplo durante la interpretación del aria de Giulia "Il Mio Ben Sospiro e Chiamo", que se vio acompañada por las risas de un público que estaba casi más pendiente de lo que hacía en la habitación contigua el personaje de Germano que de la delicadeza del canto de Dolores Lahuerta. No obstante, a diferencia de lo que me ocurrió con La Fura, los pros de la propuesta superaron con mucho a los contras.

Pese a ser una ópera en un acto, al igual que ocurrió en Pésaro este verano, se hizo un entreacto, tras el cual el personaje de Blansac sale al escenario frente al telón bajado y comienza a entonar el aria “alle voci dell’amore” (originariamente “alle voci della gloria”). Un aria que, como nos informó en su día Joaquim en su blog, no estaba incluida en la ópera y fue añadida, precisamente, por Alberto Zedda. El que se trate de un aria no incluida por el autor en la trama se soluciona escénicamente de forma inteligentísima, haciendo que comience a cantarse en el proscenio a telón bajado y, cuando éste se abre y durante todo el desarrollo del aria, quienes ocupan el escenario no son los personajes, sino los propios artistas, el personal técnico y los directores escénicos como si hubiesen sido sorprendidos de improviso por la reanudación de la función en pleno descanso, volviendo a retomarse la trama a la finalización del aria.

Si la dirección artística merece un sonoro Bravo, otro tanto hay que decir respecto a la musical. El maestro milanés Alberto Zedda, director artístico del ROF Pésaro y del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo, dirigió a los estupendos músicos de la Orquestra de la Comunitat Valenciana con enérgica batuta, demostrando su conocimiento de la partitura rossiniana, y dotando a la misma de toda la frescura, agilidad y brío que la farsa requería. Quizás se le pueda reprochar, aunque roce el anatema, no haber controlado en ciertos momentos ese ímpetu para compensar las limitaciones vocales de algunos de sus alumnos solistas.

Dentro de la orquesta, que rindió de nuevo al máximo nivel, es justo destacar el extraordinario papel de José Ramón Martín, quien estuvo impecable en el clave.

Los jóvenes cantantes del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo que actuaban como cantantes solistas derrocharon entrega dramática, sentido escénico y vis cómica. En el ámbito vocal no es momento de hacer reproches con la lupa puesta, ya que se está en proceso de formación y todos ellos tienen mucho tiempo por delante para pulir defectos y potenciar virtudes. Unos más que otros, desde luego.

Sin duda, destacó por méritos propios Dolores Lahuerta, como Giulia, haciendo gala de una voz de soprano lírica de gran volumen, exquisitamente timbrada, con la que afrontó con suficiencia y aparente comodidad las agilidades de la partitura y nos obsequió con unos agudos brillantes y segurísimos. Dramáticamente, como el resto del elenco, estuvo entregadísima, llegando a cantar, por ejemplo, mientras realizaba ejercicios de fitness. Esta mujer tiene un instrumento que precisa, ya mismo, de papeles de mayor envergadura, y estoy convencido de que está llamada a importantes éxitos muy pronto en los principales recintos operísticos.

Respecto al resto del reparto, Hans Ever Mogollón, como Dorvil paso algunos apuros puntuales, aunque tuvo momentos donde lució un buen control del fiato y gran expresividad vocal, y se agradeció que renunciase a los exigentes sobreagudos del aria “Vedrò qual sommo incanto”.

Germano es el personaje conductor de la obra. En esta producción se nos presentó como un criado filipino, y requiere de un cantante con unas grandes dotes para la comedia y con resistencia física. Lluís Martínez cumplió en este sentido sobradamente. Fue de menos a más en sus prestaciones vocales, con una actividad permanente en escena, teniendo que cantar mientras plancha, dobla la ropa, limpia el polvo, cocina… y por si fuera poco hace malabarismos con todo lo que encuentra a su mano (naranjas, rollos de papel higiénico…). Fue interesante escuchar como en los recitativos Martínez recalcaba el acento asiático del personaje.

Ekaterina Metlova compuso una Lucilla descarada y provocativa, desenvolviéndose en escena con una soltura irreprochable. Lució más en los recitativos y las réplicas a Blansac que en su aria “Sento talor nell'anima”. Es poseedora, no obstante, de una materia prima interesante que deberá trabajar más.

Isaac Galán fue un Blansac limitado en el aspecto vocal, pero con un extraordinario comportamiento actoral.

Javier Tomé, como Dormont, cumplió en un papel muy breve y poco agradecido.

El público, con numerosa presencia de gente joven, finalmente llenó la sala, pese al gran número de entradas que quedaban por vender hace apenas un par de días (¿se regalaron a última hora?), y ovacionó largamente el espectáculo ofrecido, con especial intensidad para Dolores Lahuerta, Lluís Martínez, la dirección artística y, sobre todo, el maestro Zedda, quien fue premiado con una lluvia de flores por parte de sus alumnos presentes en la sala.

A destacar también la presencia en primera fila de mi amiga Helga Schmidt, quien no paraba de incorporarse para controlar el foso, ignoro con qué motivo (¿abrir expediente disciplinario al que tocase con desgana o se riese del profesor?), lo que sé es que el pobre señor que estaba tras ella no hacía más que buscar por diestra y siniestra un campo de visión que no fuera obstaculizado por la abultada presencia de la Schmidt. Y a ver quién era el valiente que le decía algo… Si hubiese estado Kynan Johns

Aquí podéis leer la excelente crónica que ha escrito Titus.

Para finalizar podemos escuchar a William Mateuzzi interpretando el aria de Dorvil "Vedrò qual sommo incanto", y este no se come ni una nota:



video de vilaph