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lunes, 31 de octubre de 2016

"EL GATO MONTÉS" (Manuel Penella) - Palau de les Arts - 30/10/16


Ayer tuvo lugar el estreno de la segunda de las propuestas operísticas de la pretemporada en el Palau de les Arts, la ópera del valenciano Manuel Penella El gato montés. Parece que el motivo de programar esta ópera va doblemente encaminado a cubrir el cupo anual de autor valenciano y a conmemorar el centenario del estreno absoluto de la misma en el Teatro Principal de Valencia.

Es esta una ópera bastante poco representada y de la que únicamente su celebérrimo pasodoble ha alcanzado notoriedad, siendo el único fragmento, junto al dúo del segundo acto, conocido por el gran público. Yo siempre he mantenido la teoría de que, en la inmensa mayoría de las ocasiones, cuando un título operístico ha permanecido casi en el olvido, por algo será. Reconozco que la opinión que voy a dar a continuación no es más que la mía, cargada de subjetividad y posiblemente de ignorancia, con el único fundamento de mis sensaciones, como no puede ser de otra manera tratándose de un blog personal y no de la crítica oficial de un medio especializado, algo que mucha gente parece olvidar a veces. Bueno, todo esto sirva como introducción para decir que a mí, El gato montés, con todos los respetos, me parece un pestiño colosal.

Es verdad que hay momentos musicales aislados más inspirados, sobre todo en el segundo y tercer acto y principalmente en la vertiente orquestal, con reminiscencias de aires puccinianos; pero no le encuentro coherencia y homogeneidad a un conjunto que, básicamente, me parece monótono y muy aburrido. A ello contribuye decisivamente un famélico libreto que mezcla los aires de sainete con una tragedia desaforada que roza lo esperpéntico, alargando la acción innecesariamente cuando en un acto podría haberse ventilado fácilmente; todo lo cual hace que la construcción dramática se tambalee desde el minuto uno. Ese necrofílico tercer acto sobra entero y el primero es excesivamente largo. Apenas dos horas de ópera se me hicieron más pesadas que un Götterdämerung mal ejecutado. Yo no pude evitar la sensación de estar asistiendo a un esbozo de zarzuela con ínfulas de ópera verista, un quiero pero no puedo sin acabar de decidir el rumbo a seguir.

Y el caso es que el sopor me llegó pese a encontrarnos con una meritoria puesta en escena, unas buenas prestaciones musicales y un reparto vocal equilibrado y con calidad.

La producción presentada del Teatro de la Zarzuela es la que pudo verse en Madrid en 2012, con dirección escénica de José Carlos Plaza, escenografía e iluminación de Paco Leal, vestuario de Pedro Moreno y coreografía de Cristina Hoyos. El principal activo de la propuesta radica en el gran trabajo de dramaturgia construido por José Carlos Plaza, un hombre de teatro que deja su impronta con un sentido del drama excelente, traducido en una cuidada labor de movimiento escénico y la acentuación de los rasgos psicológicos de los personajes mediante un más que relevante trabajo de dirección actoral.

Plaza opta por resaltar la visión más oscura y trágica del drama, haciendo especial énfasis en la violencia hacia la mujer y la marginación e injusticia social. Pilares básicos de la propuesta son el vestuario de Pedro Moreno y la iluminación de Paco Leal, esta última muy eficaz en la potenciación dramática, pero, una vez más, abusando del tenebrismo y haciendo que muchos detalles se pierdan para el espectador en medio de una oscuridad excesiva que además rechina ante las alusiones del libreto al sol y la luz de Sevilla.

La escenografía es prácticamente inexistente y los intérpretes se desenvolverán la mayor parte del tiempo en un escenario casi vacío, lo que originará que cada vez que se muevan por la zona trasera del mismo las voces no se proyecten correctamente hacia la sala. Entre los pocos elementos escenográficos que aparecen me pareció espantoso el gigantesco espejo dorado con motivos religioso-taurinos.

A mi juicio, la siempre complicada escena de la corrida, con perdón, está resuelta con gran inteligencia y sentido plástico, ofreciendo posiblemente el instante más atractivo visualmente de la propuesta, si bien sobran los exagerados y poco taurinos revoloteos de capote y muleta.

Absolutamente charlotesco o de Benny Hill resulta el momento en que llevan al torero en camilla a la velocidad de la luz con grave riesgo de acabar todos por los suelos. Incluso pienso que Rafaelillo no muere en esta producción por la cornada, sino del susto que pasa en la camilla.

En lo musical, ocupaba esta vez el foso de Les Arts al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, Óliver Díaz, quien también fuese el encargado de la dirección musical de esta producción en el Teatro de la Zarzuela en 2012. El director ovetense ofreció una lectura ágil y fresca de la partitura, con gran atención a lo que pasaba en escena, marcando todas las entradas y obteniendo un resultado bastante satisfactorio ante una página con momentos bellos pero poco propicia para exhibición de matices. Aún así mostro buen gusto y refinamiento en el tramo final del primer acto y en el tercero, instantes en los que la orquesta brilló especialmente. Sí eché en falta, como tantas veces en este foso, un mayor control del volumen orquestal que dejó inaudibles a las voces en más de una ocasión.

Destacadas intervenciones en la orquesta de los violonchelos, con un solo en el tercer acto a cargo de Guiorgui Anichenko de los de chuparse los dedos. También merece destacarse a Christopher Bouwmann al oboe y a Rubén Marqués a la trompeta, y en general a todos los metales. Excelente igualmente la banda interna en el pasodoble.

El Cor de la Generalitat volvió a ofrecernos su mejor cara en una obra que no presenta tampoco demasiados momentos para el lucimiento, pero que sí contiene exigencias vocales y escénicas que solventaron, una vez más, con sobresalientes prestaciones. Especialmente destacable me pareció su escena junto al Gato montés del primer acto, uno de los momentos más emocionantes de la noche.

Muy bien estuvieron también los niños de la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats, que tan buen sabor nos dejaron en A midsummer night’s dream, y que cumplieron con  nota alta en su breve intervención.

En el papel femenino protagonista de Soleá, la soprano jerezana Maribel Ortega presentó una voz grande, homogénea en todos los registros, con buena línea de canto, un fraseo muy cuidado y poderío en la zona aguda, con mordiente, con un centro bellísimo aunque poco reforzado y unos graves endebles. Me habían hablado hace tiempo de esta cantante que está afrontando roles de enjundia por otros teatros, como Abigaille o Lady Macbeth, lo cual, a tenor de lo escuchado ayer, me parece una apuesta bastante arriesgada, pues se percibe un instrumento sin suficiente peso, a priori, para afrontar papeles de soprano dramática que podrían malograr un instrumento ciertamente interesante. En cualquier caso, la voz se ajusta al personaje de Soleá que defendió con entrega escénica y suficiencia vocal, aunque tuviese más de un despiste de coordinación con la orquesta.

El papel del torero Rafael fue interpretado por el mismo cantante que lo asumió ya en 2012 en Madrid cuando se presentó esta misma producción en el Teatro de la Zarzuela, el joven tenor vasco Andeka Gorrotxategi. Mostró facilidad para moverse en la zona aguda y no le faltó valentía para afrontar los no pocos escollos que presenta el rol. La voz no siempre corría bien por la sala, abusando de engolamientos en un instrumento de timbres oscuros que sólo liberaba la emisión en los terrenos más agudos. No es precisamente el joven tenor vasco un ejemplo de expresividad y refinamiento y se echó en falta una actuación actoral más implicada y una mayor variedad de matices vocales. Prácticamente lo canto todo en forte y en más de una ocasión empleó empujones y portamentos que deslucían sus llegadas a los extremos altos de la tesitura.

Muchos más matices aportó el experimentado Àngel Òdena en su encarnación del personaje que da título a la obra, papel que también interpretó en esta misma producción en 2012 en Madrid. El barítono catalán controló bien la emisión de una voz auténticamente baritonal y grande que supo mostrarse imponente cuando había de hacerlo y adornar con regulaciones y medias voces en los momentos más íntimos. Su cuidada expresividad escénica y vocal permitió dibujar claramente todas las facetas del personaje.

No le anduvo a la zaga en calidad vocal y escénica tampoco la valenciana Cristina Faus, como Gitana, en un papel breve que defendió con calidad mayúscula en sus dos intervenciones de los actos primero y tercero.

Muy bien estuvo también Miguel Ángel Zapater como Padre Antón. Algunas de sus últimas citas en el Palau de les Arts habían mostrado signos preocupantes de un declive vocal del que ayer no quedaba rastro. Su implicación escénica y sentido del humor fueron irreprochables.

La veterana Marina Rodríguez-Cusì compuso una más que notable Frasquita, plena de emoción y expresividad, con una voz que, pese a los cambios de color y algún problema mostrado en el agudo, supo manejar ofreciendo intensidad dramática.

Igualmente destacado por su buen hacer escénico y una dicción notable el Hormigón del alumno del Centre Plácido Domingo, Jorge Álvarez.

Cumplieron más que correctamente en sus muy breves intervenciones los miembros del Cor de la Generalitat: Carmen Avivar, Lluís Martínez, Boro Giner, Juan Felipe Durá, José Javier Viudes, Fernando Piqueras, Antonio Gómez, Bonifaci Carrillo y Vicente Antequera; debiendo destacarse el excelente Pastorcillo que cantó Mónica Bueno.

La sala principal del teatro valenciano presentó una buena entrada, aunque con bastantes más huecos que en el pasado L’elisir d’amore. Entre el público se encontraba la actriz Terele Pávez, nieta del compositor. El público se mostró algo frío durante la representación, aunque al final aplaudió generosamente a todos los intervinientes, incluida la dirección escénica, y mostrando la ya conocida tendencia al aplauso en cuanto se empieza a bajar el telón, ya sea para final de acto o cambio de escena, y aunque estén sonando música o voces. El efecto telón en el público valenciano merecería a un Pávlov que lo estudiase científicamente.

En el ensayo general el Intendente Livermore decidió ofrecer la platea a esos taxistas que no deja de mencionar desde que accedió al cargo, alegando que era muy triste que no conociesen lo que se hacía en el Palau de les Arts. A ver si a partir de ahora eso sirve para liberarnos de que siga repitiéndose con este tema más que Gila con sus chistes, pero con menos gracia.

Como decía al comienzo, que yo me aburriese como una ostra es una cuestión meramente personal ante una obra que no consiguió generar mi interés pese a que fue servida con notable calidad. Hubo otra mucha gente que se lo pasó estupendamente, así que, como para gustos colores, nada mejor que cada uno vaya y opine por sí mismo.


viernes, 25 de abril de 2014

"MAROR" (Manuel Palau) - Palau de les Arts - 24/04/14

Ayer tuvo lugar en el Palau de les Arts de Valencia el estreno de la ópera Maror, compuesta por el valenciano Manuel Palau Boix (1893-1967). No sólo se trataba del estreno de la obra de un compositor valenciano y de la primera vez que se interpretaba en Les Arts una ópera escrita en lengua valenciana, sino que además era la primera ocasión en que se representaba escenificada desde que fuese escrita a mediados del siglo pasado.

Con esos ingredientes y unas elecciones próximas con perspectivas no muy halagüeñas para el partido actualmente en el poder, a la Consellera de Cultura de la Generalitat María José Catalá le ha faltado tiempo estos días atrás para colgarse todas las medallas de este evento, erigiéndose en la gran defensora de las esencias valencianas y de “lo nostre”, llegando a calificar el acontecimiento como “la gran cita de la ópera de este año”. Si antes de asistir al estreno la frase de la Consellera ya resultaba ridícula, tras lo visto y oído ayer la imbecilidad alcanza lo patético. Realmente la gran cita de la ópera en Valencia, y de la cultura en general, sería la de ver a la Consellera Catalá en la cola del paro.

De momento, como era de esperar, donde la vimos ayer fue en un palco de Les Arts de lo más nutrido. Era curiosa la imagen anoche de la sala principal de Les Arts, con más huecos que nunca en todas sus zonas, salvo en los palcos oficiales, normalmente vacíos y ayer rebosantes. Parecía el negativo de su fotografía habitual.

Eso sí, el que no estuvo ni por esas, fue el President Fabra, y es que este hombre no va dos veces a la ópera en apenas 15 días ni aunque le obliguen con una pistola en la sien. Además de la Consellera, pude ver por allí al vicepresidente de las Cortes Valencianas Alejandro Font de Mora o al Director General de Culturarts, Manuel Tomás, entre otros especímenes de la triste realidad política valenciana, todos haciendo piña para que se vea que son los más valencianos del mundo y que si no vienen más a la ópera es porque Helga se empeña en programar espectáculos extranjerizantes en italiano, alemán, francés y hasta en ruso, de gente con nombres tan ridículos como Verdi, Wagner, Berlioz o Tchaikovski.

Bueno, el caso es que, independientemente de las memeces que suelte por su boca nuestra Consellera, la cita con Maror suscitaba mi interés por ser una oportunidad de descubrir la ópera de un músico con una producción solvente como es Manuel Palau, y he de decir que el resultado ha sido muy decepcionante. Si hubiéramos asistido a un taller de ópera o a una función del Centre de Perfeccionament, la cosa podría tener un medio pasar, pero en una función de abono en el Palau de les Arts, queriéndose vender además como el acontecimiento de la temporada, no.

Decía también el otro día la Consellera Catalá que se iba a grabar la obra en DVD. Pues si es así, ya pueden prepararse los técnicos a insertar más trucos que en una peli de Bruce Lee si no quieren hacer el ridículo internacional.

Si la cosa no funcionó fue, fundamentalmente, por culpa de un reparto vocal de juguete e inadecuado, y una burda dirección musical. Lo menos decepcionante de todo ha sido precisamente la partitura de Palau.

La música de Maror es interesante. Tiene un rico colorido que a veces recordaba a Debussy, otros instantes a Puccini y presenta rasgos que remitían a otros compositores como Rodrigo, todo ello con una innegable vena verista y haciendo gala de una cuidada orquestación.

Como en otras muchas obras de Palau, hay también en Maror referencias al folclore popular, que aquí se materializa en la escena inicial del segundo acto, ese momento “demostración sindical del Primero de Mayo” que me pareció musicalmente muy atractivo, aunque se hace un poco largo y, lo que es peor, la acción cae en picado y cualquier atisbo de tensión dramática que se pudiera haber generado desaparece. Ese segundo acto contiene los instantes musicales más destacados, culminando en el bello concertante final que ayer, lamentablemente, fue masacrado a gritos y batutazos.

El libreto de Xavier Casp me convence bastante menos. No me parece que desde el punto de vista estilístico tenga nada destacable y, como construcción dramática, se resiente de una narración apresurada en la que las emociones de los personajes y sus perfiles psicológicos no acaban de asentarse. Las situaciones se suceden velozmente y los sentimientos mutan sin un sostén dramático serio.

En conjunto, pienso que es una obrita que vale la pena conocer, independientemente de la partida de nacimiento de su autor, y que podría funcionar en programas dobles tipo Cavalleria/Pagliacci. Cosa distinta es la relevancia que se le ha querido dar, a mi juicio exagerada, pues no estamos tampoco ante un Tristan e Isolda redescubierto.

La dirección musical corrió a cargo del valenciano Manuel Galduf, quien  debutaba en el foso al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana y, personalmente, confío en que sea su última colaboración.

Galduf se cargó directamente la riqueza musical y orquestal de Palau con una dirección ruda y plana, ayuna de matices, en la que el variado colorido de la partitura se quedó en un uniforme gris marengo. Puso el piloto automático del forte y allí daba igual que hubiese un director de orquesta o un chimpancé beodo espantándose moscas con un palitroque. La primera consecuencia de ello fue que avasalló a las voces, ya de por sí escuálidas, sin compasión, habiendo muchos pasajes donde no se sabía si los cantantes realmente cantaban o estaban bostezando.

Los momentos más líricos se pretendían reforzar a base de ralentizar algo el tempo, pero sin refinamiento alguno que impregnase la obra de sentimiento y condujese al espectador por las diferentes emociones que atraviesan el drama, enfatizando su representación escénica. Si tuviéramos que atenernos a las emociones transmitidas desde el foso, a mi butaca al menos lo único que llegó fue inseguridad en la ejecución, desorden, falta de implicación con la obra y bastante aburrimiento.

Y es que los desfases entre escena y foso, y entre las diferentes secciones orquestales entre sí, fueron abundantes. Tampoco resultaba extraño observando la técnica de batuta de Galduf, con la mirada clavada en la partitura todo el tiempo. Jamás he visto en un foso a un director aparentemente tan ajeno a lo que ocurría en el escenario, con los ojos fijos en la puntera de sus zapatos pese al desorden que reinaba por momentos.

El concertante final del segundo acto fue un ejemplo perfecto del caos. La orquesta tocaba en forte con desequilibrios entre secciones; Javier Palacios, cual Buster Keaton, abría la boca sin que se le oyese; algo más se escuchaba a Sandra Ferrández y Josep Miquel Ramón, pero tenían problemas de afinación; Minerva Moliner clavaba agudos hirientes como si pasase una ambulancia gatuna por el escenario; y, mientras tanto, Galduf parecía que estuviese espantando mosquitos con la batuta mientras miraba si llevaba caquita de gos en el zapato.

De los miembros de la Orquestra de la Comunitat Valenciana poco puede criticarse. A nivel de ejecución individual estuvieron sobresalientes, con destacadas intervenciones de percusión, maderas y la siempre excelente cuerda, pero ayer faltaba un director.

La entrada en escena del Cor de la Generalitat subió muchos enteros el nivel vocal de la noche, pero ni su posición en escena ni el ataque brutal de las tropas galdufianas favorecían su lucimiento. Más me gustó la intervención final del coro femenino, recogida y matizada, un oasis en medio de la mediocridad.

También es merecedor de felicitación el trabajo llevado a cabo por los niños de la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats, pese a algunos despistes estuvieron bastante bien en escena y vocalmente consiguieron sobrevivir al caos.

El reparto de solistas vocales fue otro cantar, nunca mejor dicho. Yo tenía bastante confianza en descubrir unas voces jóvenes interesantes, como ya ha ocurrido otras veces en el Palau de Les Arts, pero claro, en tales ocasiones el trabajo de Helga Schmidt estaba detrás, cosa que no parece haber ocurrido ahora. Sea como fuere, lo cierto es que el nivel vocal de anoche fue impropio de un teatro de ópera que pretenda ofrecer espectáculos de primera categoría.

El principal lastre estuvo en la soprano Minerva Moliner en el papel de Rosa. Me duele enormemente decirlo, pero presentó una de las voces más feas, de timbre más ingrato, que yo he escuchado nunca. Además, después de haberse vendido que el papel estaba escrito para una soprano dramática, exhibió una voz sin peso, etérea, ligerísima, a la que venía grande una página tan exigente. Sus ascensos al agudo, aunque alcanzaba las notas y las mantenía con suficiencia, eran una auténtica tortura para el oído. El sonido se entubaba y enmascaraba, adquiriendo una vibración caprina, y era emitido con timbre hiriente, chirriante y gatuno.

Por otra parte, su pronunciación fue ininteligible y, francamente, daba igual que fuese la primera ópera que se representaba en Les Arts en valenciano o en chino mandarín. La expresividad tampoco fue el fuerte de la Moliner y, tanto vocal como dramáticamente, su interpretación resultó más sosa que un polo de tofu. La gestualidad, en los momentos más intensos emocionalmente, se limitaba a tocarse mucho, cual Torrente en la sección de lencería de El Corte Inglés.

También presentó Javier Palacios, como Tonet, una voz pequeña y con poco cuerpo, y no me convenció. Al igual que ocurre con el rol de Rosa, el de Tonet es también muy exigente, navegando continuamente por la zona del pasaje, y, precisamente, me dio la impresión de que el tenor no tiene bien resuelto el paso, ya que la voz perdía cobertura y mostraba ostensibles tiranteces, estridencias y nasalidades. Lo que no se le puede negar es su entrega y valentía, y sus esfuerzos por dotar a su canto de expresividad, aunque su gestualidad se limitase a doblar las rodillas y poner los brazos en gesto de acunar un bebé, dando la impresión de que estuviese todo el rato haciendo sus necesidades (mayores) en el campo.

Algo más me gustó la siempre eficiente Cristina Faus como Maria. Así como Sandra Ferrández como Teresa, con una voz rica, agradable timbre y buenas cualidades interpretativas; y Josep Miquel Ramon (Toni), aunque a estos últimos se les fue la afinación en más de una ocasión, llegando el cantante de Alboraya a gallear ostensiblemente al final del primer acto. Pienso que ni a Ferrández ni a Josep Miquel Ramón se les adecuaba el papel que afrontaron, como tampoco se ajustaba a un entregado Bonifaci Carrillo (Tío Estrop) un rol que precisaba de mayor envergadura vocal.

Más que correctas resultaron las breves intervenciones de los miembros del Cor de la Generalitat, Boro Giner (Marinero) y Yolanda Marín (Voz interior).

La dirección escénica fue responsabilidad de Antonio Díaz Zamora, con la escenografía de Manuel Zuriaga, el vestuario de Miguel Crespí y la iluminación de Carles Alfaro. La cosa no fue nada del otro mundo, pero creo que el balance es positivo.

El espacio escénico está dominado por lo que parece parte del esqueleto de un barco que, junto a paneles móviles de madera, delimitan los diferentes ambientes en los que se desarrolla la acción. Una pequeña superficie con agua en el proscenio y las videocreaciones de Miguel Bosch, hacían mayor énfasis en la omnipresencia del mar que marcará el destino de los protagonistas, pasándose de la calma inicial a la feroz marejada (maror) que cerrará la obra.

Visualmente la propuesta me convenció y creo que tanto las videoproyecciones como la iluminación funcionaron bien. Menos me gustó el apartado del movimiento de actores donde creo que no hubo muchas ideas, así como que se decidiese llenar el suelo del escenario de arena, que allí no se sabía si estaban en Pachá Ibiza o en Supervivientes. Además, los bailes coreografiados por Julia Grecos, que me parecieron muy pobres, de función de colegio mal ensayada, levantaron una considerable polvareda.

La sala presentaba el aspecto más desolador de toda la temporada, con muchísimos huecos en platea y los pisos altos prácticamente vacíos, y eso pese a que en los últimos días ha habido un reparto masivo de entradas, lo que conllevó la presencia de mucho niño demasiado pequeño en la sala y gente no habitual que se creía que estaba en la horchatería del barrio comentando la acción.

Los espectadores se mostraron muy fríos y al llegar el descanso los aplausos apenas alcanzaron el límite de la cortesía. Algo más se aplaudió al final, comenzando por un Bravo proveniente de una zona sospechosamente cercana a la que ocupaban los representantes de Culturarts. El elenco masculino fue más aplaudido que el femenino, siendo también valorada positivamente la dirección de escena. Únicamente se escuchó algún abucheo acompañando la salida de Galduf.

Espero que algunos y algunas de los que ocupaban los palcos oficiales hayan comenzado a reflexionar porque, según ha anunciado también la Consellera Catalá, esto sólo es el principio y su intención es que todos los años se represente, al menos, una ópera de un autor valenciano. A mí todos los cupos impuestos de entrada me originan rechazo y este también, pero procuraré explicarme. No me parece mal que se utilicen los múltiples espacios del Palau de les Arts para que las composiciones de músicos locales se den a conocer, igual que me parecería deseable que pudiera tener más presencia la zarzuela o la ópera contemporánea, pero no dentro de la temporada de abono, sino, por ejemplo, como se va a hacer próximamente en el Festival del Mediterrani con el estreno de dos óperas de Ramón Sampedro y Mario Castelnuovo-Tedesco.

Es positivo que se conozcan y representen las creaciones de músicos locales, pero, no nos engañemos, la denominación de origen Valencia no va a hacer mejores las obras que no lo sean ni va a atraer nuevo público a la ópera, pudiendo alejar definitivamente de Les Arts al hoy abonado.

No tiene ningún sentido que la crisis económica haya llevado a tener que acudir a una programación de gran repertorio, popular, que garantice el éxito de taquilla, y ahora queramos trufarla con un cupo valenciano que, como se demostró ayer con Maror, tiene garantizado el fracaso económico. Para eso intercalemos en la programación títulos minoritarios pero que sí suscitan el interés de muchos aficionados, que pueden incluso viajar hasta aquí para ver óperas como Pelléas et Melisande, Le Grand Macabre, La ciudad muerta o Lulú, no para ver Maror.

Es evidente que Helga Schmidt todo esto lo tiene muy claro. Ella sabe que el éxito del proyecto pasa, fundamentalmente, por ofrecer calidad y el poco presupuesto que haya debería ir destinado a eso. Lo que no es de recibo es que desde la Generalitat se le recorte el presupuesto y encima se quiera llevar el teatro a programaciones suicidas reflejo de un concepto de la cultura localista y más caduco que verse Dirty Dancing en un video Betamax con los calentadores puestos.



video de Palau de les Arts Reina Sofía


video de Palau de les Arts Reina Sofía


domingo, 2 de junio de 2013

"OTELLO" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 01/06/13

Jornada grande la de anoche en el Palau de les Arts. Muy grande. Se recuperaron sensaciones que hacía bastante tiempo que no se vivían con tal pasión. Posiblemente haya que retrotraerse a aquellas míticas jornadas del Anillo  wagneriano para encontrar algo similar en cuanto a emociones.

Todo hacía presagiar que podíamos asistir a una importante noche de ópera, como así finalmente fue. Una obra maestra como “Otello”, un reparto solvente, un coro y orquesta de la casa con posibilidad de lucirse, y todo ello con el maestro Mehta como director, eran unos mimbres muy esperanzadores. Es verdad que no todo fue perfecto, ni mucho menos, pero el resultado final fue enormemente satisfactorio y supuso una inyección de esperanza ante el futuro de un teatro que se encuentra al límite de la supervivencia y que, en jornadas como la de anoche, demuestra que no tiene nada que envidiar a nadie (salvo las aportaciones económicas que otros reciben) y que vale la pena apostar por mantener este imprescindible activo cultural que tenemos.  

La ocasión para demostrarlo era inmejorable. La asistencia al evento, como en años anteriores, de la esposa oficial del jefe del Estado español, trajo consigo, como también es costumbre, la habitual corte de pelotas y chupafotos, entre los que se encontraba el impresentable ministro de cultura con apellido de eructo. Algunos quisieron ver en la asistencia de este sujeto una señal que demostraría que el Estado va a implicarse más en el apoyo al teatro valenciano. Permitidme que confiese mi escepticismo, aunque ojalá sea así.  De cualquier modo, el interés no se demuestra viniendo a hacerse fotos con la reina o a comerse una paella, sino corrigiendo el año próximo la injusticia flagrante que sufre la ópera en Valencia desde los presupuestos estatales, no sólo ya recibiendo mucha menos aportación que los otros dos principales recintos españoles, sino sufriendo además un mayor recorte que aquellos.

La presencia de la reina y de autoridades civiles y militares varias, volvió a dar lugar a un penoso espectáculo, con arcos de detección de metales en los accesos a Les Arts, enormes colas al sol, cientos de miembros de seguridad con pinganillo impidiendo el paso de personas sin entradas a las taquillas donde muchos tenían que recogerlas, ascensores inhabilitados y múltiples molestias más. Si así se creen que van a aproximar el pueblo a sus gobernantes, andan errados, sin hache y con hache.

En la puerta de Les Arts un grupo de trabajadores del teatro manifestaba, bajo un férreo control policial, su silenciosa protesta ante la situación de incertidumbre que siguen viviendo. La llegada a la Consellería de Cultura de María José Catalá supuso un esperanzador cambio de talante y se puso de manifiesto una mayor tendencia al diálogo. El problema es que el tiempo ha ido transcurriendo y todo se ha quedado en buenas palabras y ninguna concreción, mientras los rumores de severos recortes de personal siguen sobrevolando el auditorio.

Pero bueno, dejo ya la crónica social, aunque daría para una tesis, y entrando en el análisis de lo que ocurrió a nivel artístico, comenzaré por decir que la dirección escénica que firma Davide Livermore creo que hay que juzgarla desde las concretas circunstancias en las que se ha creado. La penuria económica del Palau de les Arts dificultaba alquilar una producción externa que, ya simplemente con los gastos de seguros o traslados, se comería el presupuesto disponible. Echar el resto en una creación propia de envergadura tampoco era posible, lógicamente, así que se ha optado por una producción nueva basada fundamentalmente en juegos de iluminación y proyecciones y una escena única en la que se desarrollan los cuatro actos.

Con esa premisa de que nos encontramos ante una creación low cost, hay que decir que, desde mi punto de vista, la cosa funcionó razonablemente bien. La acción, como decía, se desarrolla en un mismo espacio de forma circular con el centro móvil, que se dice inspirado en el Globe Theatre shakesperiano. La propuesta de Livermore es, pese a su aparente innovación formal, decididamente clásica, sin que plantee ninguna lectura paralela. Ni falta que hace. Hay un inteligente uso de los medios disponibles, siempre respetando escrupulosamente la coherencia con el libreto, con un trabajo notable en la dirección de actores.

Hubo momentos que me parecieron más conseguidos, como la escena de la tormenta inicial, el “credo” de Yago o ese “Dio mi potevi” con Otelo y Yago como dos personajes paralelos. Menos acertados me resultaron los cursis almendros en flor de la escena del jardín o el absurdo video proyectado durante la muerte de Desdémona, absolutamente discordante con el resto de la propuesta escénica. Horrendo me pareció el surtido de pelucas de colores, con ese Lodovico-Pumuky o el coro con ridículas crestas rosas, totalmente faltos de sentido, alcanzando su culminación con una Emilia que parecía salida del universo Star Wars y un Yago medio zombie, estéticamente deplorables.

En cualquier caso, la propuesta de Livermore es, en conjunto, visualmente muy atractiva y positiva, y se adapta bastante bien al drama sin entorpecer su desarrollo, mereciendo ayer el unánime reconocimiento del público asistente al finalizar la función.

En el apartado musical, el maestro Zubin Mehta llevó a cabo una dirección caracterizada por unos tiempos lentos que en el último acto se ralentizaron hasta extremos inauditos. Se recreó enormemente en los momentos más líricos, contando para ello con la baza de una pareja protagonista que aguantaba, sin ahogarse ni perder el legato, ese chicle que Mehta estiraba con una lentitud Maazeliana.  Eso hizo que se alcanzasen momentos de gran belleza en los que se extrajeron mil matices de la orquesta, aunque la tensión dramática pudiese resentirse ocasionalmente. Estuvo Mehta permanentemente pendiente de los cantantes, ajustando siempre la orquesta para lograr el justo equilibrio entre escena y foso. La dirección del complicado concertante del tercer acto fue todo un ejemplo de maestría con la batuta.

Pese a los ligeros desajustes que son propios de cualquier estreno, la Orquesta de la Comunitat Valenciana tuvo un excelente rendimiento que puso de manifiesto que seguimos contando con una agrupación de primer nivel, cuyo futuro no deberíamos consentir que se ponga en peligro por la estulticia de gestores culturales incapaces. Entre algunos momentos inolvidables surgidos anoche del foso de Les Arts destacaría el maravilloso sonido de las cuerdas en pianísimo en el acto IV, los excelentes contrabajos acompañando la entrada de Otelo en la alcoba en la escena final, las eficaces intervenciones de las trompetas, tanto de la orquesta como de la banda interna, o una extraordinaria Ana Rivera en el corno inglés al inicio del IV acto.

Y si hablamos de excelencia artística y de necesidad de asegurar su continuidad, otro tanto podría decirse del Cor de la Generalitat. No creo que haya una mejor forma de celebrar su XXV aniversario que exhibiendo su enorme valía en una obra tan exigente y a la vez tan propicia para ello como esta. Estuvo rotundo y poderoso en todas sus intervenciones y fue un protagonista más del drama. Una vez más, bravo a todos ellos y a su director Francesc Perales.

Tras varios anuncios, rumores, cancelaciones y cambios de reparto, fue el veterano Gregory Kunde el encargado de asumir el papel del moro veneciano. Cuando supe el otoño pasado que el tenor norteamericano iba a debutar, a sus casi 60 años, el papel de Otelo en Venecia, yo fui de los que pensaba que sólo su larga carrera justificaba una empresa que parecía tener más de capricho de tenor en su etapa final que responder a las condiciones de su voz. El instrumento de Kunde no parecía, a priori, propicio para acometer con éxito semejante aventura, tratándose de un cantante que comenzó de contraltino rossiniano y con papeles de lírico-ligero. Pero su debut veneciano nos sacó a muchos de nuestras dudas a base de puro canto. No será el más verdiano de los Otelos, quizás sea un moro sui generis, sin duda, pero es un Otelo excelente.

Básicamente se pudo disfrutar ayer de un Otelo cantado y muy bien cantado. Me atrevo a decir que no creo que hoy día haya un tenor que pueda cantarlo mejor. A años luz de los típicos berreadores que muchas veces suelen buscarse para el papel. Kunde dio muestra de una inmensa inteligencia, consiguiendo que la veteranía no sea un inconveniente sino una virtud, solventando sus carencias con sabiduría y musicalidad. Es obvio que tiene limitaciones, principalmente los de una voz que en terrenos centrales y graves se vuelve más mate y pierde mordiente. Eso hace que intente ensanchar artificialmente el centro, dejando aparecer un feo vibrato, pero en cuanto sube al registro agudo, la luminosidad y brillo son deslumbrantes y sus agudos punzantes y auténticos cañonazos. Impresionante fue su “Esultate” o el “Ora e per sempre addio”.

Kunde mostró volumen e hizo correr la voz con suficiencia, imponiéndose a la orquesta, y logró que su canto se adaptase con flexibilidad a las exigencias de la partitura, no sólo en los pasajes de forza, sino también en los fragmentos más líricos, luciendo una variada gama de matices que tantas veces quedan eludidos por vozarrones que luego son incapaces de plegarse en los momentos más delicados, como el sublime dúo del primer acto, en el que tanto Kunde como Agresta ofrecieron un auténtico recital de belleza musical. Demostró además el norteamericano ser un cantante valiente, honesto y con una entrega vocal y escénica total. Todo un lujo.

Y no menos lujo supuso el poder volver a disfrutar en el escenario de la soprano María Agresta, quien hace un año nos cautivase con su Leonora de “Il Trovatore”. Fue una Desdémona soberbia, impregnada de espíritu verdiano por arrobas y con un uso de las medias voces y los reguladores ejemplar. En el IV acto hizo una absoluta exhibición de musicalidad y delicadeza, logrando unos sonidos etéreos, auténticamente celestiales, que  parecían quedarse flotando en la sala e iban diluyéndose lentamente.

Carlos Álvarez completaba el trío protagonista, encarnando de nuevo, tras el largo periodo en el que su enfermedad le ha tenido apartado de los teatros, a un personaje emblemático en la carrera del barítono malagueño, como es el de Yago.

Es evidente que Álvarez no ha recuperado al cien por cien sus prestaciones. Ha perdido volumen, la voz es más clara y en los agudos pasó algún apuro, pero afrontó el papel por derecho, con valentía, llevando a cabo además una actuación escénica sensacional que, en su pelea con Otelo del acto segundo, a punto estuvo de costarle romperse una pierna. Su lamentable caracterización, desgreñado y vampírico, no consiguió que nos despistáramos de lo verdaderamente importante, que es el canto. Y Álvarez exhibió su bellísimo timbre baritonal, ejecutando un inmaculado fraseo verdiano, increíblemente incisivo y expresivo, sabiendo transmitir toda la maldad de uno de los personajes más malvados de la historia de la ópera. En los saludos finales, cuando el teatro prorrumpió en bravos, rompió a llorar emocionado y nos hizo emocionarnos a todos los que salimos esperanzados con el retorno de un enorme cantante que, seguro, todavía va a hacernos disfrutar muchas más noches con su arte.

El Cassio del argentino Marcelo Puente estuvo en líneas generales correcto, aunque su voz no me pareció especialmente atractiva. Mucho más me gustó el rendimiento de Cristina Faus en un papel complicado como el de Emilia, brillando en el cuarteto. Muy bien el Roderigo del siempre eficiente Mario Cerdá, y no me gustó el Lodovico de Misha Scheloianski. Correctos el resto de comprimarios.

La sala principal de Les Arts presentó un lleno casi total y el público se mostró más silencioso que en otras ocasiones. En el cuarto acto, con la orquesta en pianísimo, el silencio era total y sólo se hacía notar el ruidoso sistema de ventilación del recinto. Bueno, eso hasta que a un imbécil le sonó el móvil ¡en dos ocasiones!, pero Desdémona estaba ocupada rezando y no se pudo poner. Al finalizar, ovación de gala con el público puesto en pie, absolutamente enloquecido, como en las grandes noches.

Siempre tengo que hacer alguna queja antes de acabar, así que hoy le va a tocar a los responsables de programar las funciones a las 8 y hacer dos descansos, originando que la gente saliese a las 12 de la noche. Me parece un disparate, aunque se haya disfrutado tanto como algunos lo hicimos ayer.

Pese a los indecentes horarios, la fiesta musical se pudo culminar con una cena en compañía de buenos amigos, en la que se aprovechó para celebrar el primer aniversario de Amics de l’Òpera i de les Arts de la Comunitat Valenciana.

Quedan tres funciones más y todavía hay entradas. Dejar pasar este “Otello” es un delito imperdonable que merece ser castigado con reposiciones de “El barbero de Sevilla” del pasado marzo con todo su cast al completo.

 
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