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lunes, 28 de octubre de 2019

LA TABERNERA DEL PUERTO (Pablo Sorozábal) - Palau de les Arts - 27/10/19


En este comienzo de temporada del Palau de les Arts a precios populares, al que no se ha querido denominar pretemporada, se ha incluido también la dosis de zarzuela que nos hemos de chupar cada año, con la acertada programación en esta ocasión de uno de los títulos más atractivos del género, como es La tabernera del puerto, de Pablo Sorozábal, cuyo estreno tuvo lugar ayer en la sala principal del teatro valenciano.

Tradicionalmente, estas representaciones de zarzuela suelen caracterizarse por un significativo aumento de la edad media del público asistente, y, aunque ayer no fue una excepción, sí tengo que reseñar que me llamó la atención ver también más gente joven que otras veces. No sé si habrá tenido algo que ver la iniciativa que este año ha impulsado el nuevo director artístico de Les Arts de reservar algunos de los ahora llamados preestrenos de la temporada (los ensayos generales de toda la vida) a los menores de 28 años, con entradas a 10 euros, habiendo sido el de esta Tabernera que tuvo lugar el pasado viernes, el primero de ellos. En cualquier caso, tenga o no que ver en ello, sólo pueden ser aplaudidas todas aquellas medidas que vayan destinadas al fomento del género lírico y a la búsqueda de público joven.

La popularidad de La tabernera del puerto se sustenta principalmente en una partitura del maestro Sorozábal que convierte su escucha, hasta para el que no es especialmente afín al género, casi en algo parecido a un disco de esos de Grandes Éxitos de Zarzuela, topándonos con una sucesión de romanzas y pasajes musicales cada cual más conocido que el anterior. Indudablemente hay unos momentos más inspirados que otros, pero siempre percibiéndose esa inteligente orquestación e instrumentación que recorre toda la obra. No sólo Sorozábal es responsable del éxito de esta zarzuela, debiéndose destacar también un libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw que, hombre, no nos engañemos, tampoco es de premio Nobel y contiene mucha tontunez, pero, al menos, presenta una mayor enjundia dramática que la mayor parte de sus congéneres (todavía recuerdo con escalofríos de pánico la plomez y el sopor irresistible que me produjo El gato montés de hace tres años en esta misma sala).

Además, para la ocasión se ha buscado una producción más que digna del Teatro de la Zarzuela que cuenta con la dirección escénica del actor y director Mario Gas. Precisamente su padre, el célebre bajo Manuel Gas, fue el encargado de encarnar el personaje de Simpson en La tabernera del puerto cuando se estrenó la obra por vez primera en Madrid en 1940, tras la guerra, aunque su estreno absoluto había tenido lugar en Barcelona en 1936.

Mario Gas ha llevado a cabo un trabajo inteligente y muy respetuoso con el original en el que prima la dramaturgia y el sentido teatral, dejando que las emociones que atraviesan el libreto emerjan naturalmente y se hagan presentes en los personajes, logrando que el público pueda conectar con la historia desde el primer instante y sin que esa relevancia de lo dramático menoscabe la vertiente musical y vocal. En el éxito de la propuesta juegan un papel fundamental la escenografía de Ezio Frigerio y Riccardo Massironi, el vestuario de Franca Squarciapino, la seductora iluminación de Vinicio Cheli, así como las proyecciones de Álvaro Luna, logrando construirse un marco dramático muy realista, adecuado a la acción y con momentos de gran poderío visual, como esa escena de la galerna, siempre complicada de plasmar en escena sin caer en lo ridículo, en la que se consiguieron fusionar proyecciones, transparencias y realidad de forma verdaderamente impactante.

La acción del libreto se desarrolla en la época de su estreno, a mediados de los años 30 del pasado siglo, en el ficticio puerto de Cantabreda. La escenografía es grandiosa por tamaño, pero sencilla, eficaz y con amplias zonas libres para el desarrollo de la acción. Apenas tres paredes y un espacio central reflejarán en los actos primero y tercero la plaza del puerto entre el café y la taberna; y en el segundo el interior de esta. El ambiente marinero y la atmósfera gris de un pueblo pesquero norteño estarán perfectamente dibujados en esa escenografía en la que casi se puede respirar la humedad y el olor a mar. Un mar que, pese a sólo verse expresamente en la tormenta que abre el tercer acto, tendrá una presencia permanente de forma latente con los reflejos del agua sobre las fachadas o con los guijarros que ocupan la boca del escenario simulando la orilla.

La gama cromática en la que se moverá la iluminación acentuará también esa atmósfera norteña, como lo hará igualmente el vestuario de los habitantes de Cantabreda, de tonalidades oscuras, grises y azules, a excepción de la protagonista, Marola, que será la única que destacará de la grisura del conjunto con su vestido azul celeste y chaqueta roja. La dirección de actores y el movimiento escénico están también muy bien resueltos, consiguiéndose dinamismo narrativo y que la trama fluya de forma natural. Vuelvo a destacar la solución dada a la escena de la galerna que no sólo solventa con nota su complicada plasmación teatral, sino que además lo hace impactando visualmente y acentuando el dramatismo del momento.

Creo que en general nos encontramos con un cuidado trabajo de dirección escénica, respetuoso con lo musical y coherente con el libreto que cumple sobradamente las expectativas del público, resultando atractivo visualmente y eficaz para enmarcar la historia.

Guillermo García Calvo ocupaba por vez primera el foso de Les Arts, aunque no es la primera ocasión en que se pone al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, pues ya lo hizo en 2013, en ese patatal que osan denominar Auditori, con un concierto dedicado a Beethoven, Mozart y Schumann. El director madrileño supo subrayar ayer las emociones latentes en los pentagramas, remarcando acentos sin caer en la exhibición populista, así como resaltar los colores, mestizajes musicales y la variedad orquestal concebida por Sorozábal. Evitó avasallar las voces con equilibrio sonoro entre foso y escena casi toda la noche. Y digo casi, porque en la escena de la galerna los protagonistas no sólo fueron engullidos por el mar, sino también por el torrente orquestal que los dejó inaudibles. Hubo algún pequeño desajuste puntual con los cantantes, pero en líneas generales creo que fue una buena dirección con unos resultados notables, lográndose que la orquesta sonase estupendamente. En ese aspecto merece destacarse la gran noche de los metales (geniales trompetas) y la percusión, y resultó precioso el momento de los clarinetes en el dúo de amor del primer acto.

El Cor de la Generalitat no tiene en esta obra una participación demasiado relevante, pero puso, como de costumbre, la guinda de calidad en cada una de sus intervenciones vocales tanto escénicas como internas, destacando las chicas en “¡Aquí está la culpable!”, y los chicos en la escena de la taberna.

La jovencísima soprano valenciana Marina Monzó debutaba en el teatro de ópera de su ciudad en el papel de Marola. Voz no muy grande, más ligera de lo que yo esperaba, pero de bello timbre, homogénea, fresca y resplandeciente, con buenos ataques a unos agudos con mordiente. Cumplió con belleza canora, buena técnica y gran delicadeza, sin gazmoñerías, en su romanza estelar, “En un país de fábula”, en la que también se mostró desenvuelta en las agilidades y notas picadas, y algo más incómoda en los graves, pero que finalizó de forma bellísima con un precioso regulador, agrandando progresivamente la última nota. También destacó en el dúo con Juan de Eguía del segundo acto. Acompaña a su canto una irreprochable presencia escénica a la que une entrega y desparpajo dramático. Sólo cabe valorar muy positivamente en su conjunto la actuación de una artista que, aunque todavía presente aspectos técnicos por pulir, tiene toda su carrera por delante, ya que apenas ha cumplido los 25 años, y ya ha mostrado unas credenciales que nos hace ser muy optimistas ante su futuro.

El veterano Àngel Òdena asumió el antipático personaje de Juan de Eguía. Òdena ya nos visitó en aquel pestiño gatuno montés de 2016 y, al igual que hiciera entonces, destacó por el atractivo color baritonal de una voz grande, varonil, con peso, que al mismo tiempo sabe manejar con expresividad. Estupendo estuvo en "La mujer de los quince a los veinte" y aun mejor en su romanza final, francamente emocionante. Ello no quita para que los años hayan cobrado cierto peaje y la voz se presente desgastada, afloren oscilaciones y pase algunos apuros en las zonas más comprometidas, pero todo eso queda siempre para mí en un segundo plano ante la personalidad vocal e interpretativa de este buen barítono catalán.

El rol de Leandro recayó en el tenor crevillentino Antonio Gandía. Sorprende la aparente facilidad con la que se mueve por el registro agudo, atacando y colocando las notas en su sitio con potencia y claridad, y se agradece su entrega y arrojo en un canto a pecho descubierto. Reconozco que hubo más de un momento en que su voz me trajo al recuerdo a Alfredo Kraus, obviamente salvando las distancias. Presentó un buen fraseo, control del fiato y una línea de canto regular y con sentido musical. En la parte negativa ha de consignarse una menor desenvoltura que sus compañeros en la faceta teatral, así como una emisión puntualmente estentórea. Suya es la joya de la corona de la noche con la archipopular romanza “No puede ser” que defendió con pundonor y expresividad, finalizando con unos agudos formidables, y todo ello pese al acompañamiento coral que tuvo de buena parte de la platea tarareando y canturreando junto al tenor.

El papel de Simpson que asumiera en el estreno madrileño de 1940 Manuel Gas, ha sido encarnado en esta ocasión por Rubén Amoretti, quien recientemente encandiló al público valenciano como Méphistophélès en la berliozana Damnation de Faust. Desplegó de nuevo el bajo burgalés una sabiduría escénica y sentido teatral de primer orden. Mostró claridad e intención en los recitados y poderío vocal en las partes cantadas, destacando en el terceto y resolviendo muy brillantemente el celebérrimo “Despierta negro”. Quizás no presente en la zona más grave un peso y  profundidad de autentico bajo, ni falta que le hace, porque su inteligencia interpretativa y musicalidad compensan cualquier objeción.

Correcto estuvo Abel García como Verdier en su breve intervención; y estupenda la soprano Ruth González, en el papel del adolescente enamorado Abel, con el que demostró grandes cualidades en la faceta teatral, con una gestualidad, dicción y movimientos que convencieron totalmente al público de que había un muchacho en escena y no una mujer. Y ello sin que desmereciese en absoluto el apartado vocal, donde se presentó segura, cantando con mucho gusto su “Ay que me muero”.

Entre el elenco de actores no cantantes destacó la formidable Antigua que interpreta Vicky Peña, esposa de Mario Gas por cierto, ofreciendo toda una clase de teatro como es habitual en ella cada vez que pisa un escenario. No le anduvo tampoco a la zaga un estupendo Pep Molina como Chinchorro, exhibiendo vis cómica y bordando junto a Vicky Peña el dúo “¡Ven aquí, camastrón!”. También debe reseñarse el muy buen desempeño actoral de Ángel Ruiz como Ripalda, al que la dirección escénica ha decidido caracterizar y darle algunos movimientos y gestualidades que recuerdan claramente al personaje de Charlot.

La sala principal del Palau de les Arts presentó de nuevo un lleno total, confirmando el éxito de convocatoria de este comienzo de temporada a precios populares. Aparte de los canturreos en los momentos más conocidos y las toses de algunos tísicos terminales, el público se mostró más cálido y entregado que en otras ocasiones, aplaudiendo cada romanza y cada chimpún. Al final fue ovacionado todo el elenco, actores y cantantes, con efusividad especial para la que jugaba en casa, Marina Monzó. También fueron muy aplaudidos la dirección musical y orquesta y los representantes de la dirección escénica, con Mario Gas al frente.

Me comentaba alguien el otro día que últimamente estoy más blando en mis crónicas y reparto poca estopa. Bueno, a lo mejor la clave no está en que yo haya cambiado, sino que en estas últimas funciones no haya habido tampoco tanto que objetar. O al menos así me lo ha parecido a mí.

Y es que, igual que dije con ocasión de las recientes Bodas de Figaro, creo que lo fundamental de esta Tabernera del puerto, segunda producción programada de la etapa Iglesias, es que, más allá de los pequeños defectos que pueda haber, el conjunto funciona estupendamente y hay un gran equilibrio entre las prestaciones orquestales, vocales y escénicas, consiguiéndose un resultado global muy positivo. Quizás no haya habido nada especialmente deslumbrante, pero todo ha funcionado como debía, con una calidad más que notable y la gente se lo ha pasado pipa. Y eso es realmente lo esencial.


viernes, 12 de abril de 2019

"LA MALQUERIDA" (Manuel Penella) - Teatre Martín i Soler - Palau de les Arts - 11/04/19


La cita del Palau de Les Arts con la música española ha tenido como protagonista este año, como ya ocurriera en 2016, una obra del valenciano Manuel Penella. Si en aquella ocasión se optó por su popular ópera El gato montés, la elección de los programadores de Les Arts ha recaído esta vez en la muy desconocida zarzuela La Malquerida.

La obra fue compuesta por Penella tomando como base el drama teatral homónimo escrito en 1913 por Jacinto Benavente. El compositor valenciano le dio forma de zarzuela en tres actos, aprovechando así, con sus abundantes fragmentos hablados, el sustento dramático del texto teatral, aunque permitiéndose alguna licencia, como la introducción del coro y de dos personajes cómicos, Rufino y Benita. Su estreno tuvo lugar en Barcelona en 1935 con un importante éxito al que siguió una pequeña gira, pero el estallido de la guerra civil, el exilio del compositor a Argentina y Méjico, y su fallecimiento en Cuernavaca en 1939, conllevaron que la zarzuela no volviese a representarse en España desde aquel lejano 1935 hasta 2017 en Madrid y un año después en Oviedo, precisamente mediante esta coproducción de los Teatros del Canal de Madrid y el Palau de les Arts que se estrenó ayer en València.

En 1949 el mítico director mejicano Emilio el Indio Fernández, filmaría su versión del drama de Benavente, trasladando la acción a una hacienda mejicana; y en 2014 la cadena Televisa popularizaría de nuevo la historia con una telenovela que cosechó un gran éxito popular.

Con esos antecedentes y el sopor que padecí con El gato montés, confieso que fui predispuesto a encontrarme con un importante ladrillo caravista, pero he de comenzar por reconocer que me lo pasé bastante bien y me gustó bastante más esta Malquerida que el gatico torero de 2016. Posiblemente se trate de una cuestión puramente subjetiva, todos tenemos días mejores y peores, y, según sean nuestras expectativas, las sensaciones que nos transmite una representación artística se condicionan bastante. No pretendo defender que esta zarzuela sea superior a El gato montés, sino simplemente decir que yo me lo pasé mejor.

Y eso que el tercer acto, salvo momentos aislados, es una castaña pilonga. Muy sobrecargado de texto, más estático, con el drama subiendo tanto en intensidad que roza lo cómico y con la música muy poco presente; pero los dos actos anteriores creo que mantienen el tipo y, a pesar de la sobrecarga de texto hablado, no se me hicieron pesados en absoluto. La obra es indudable que cuenta con instantes más inspirados que otros, pero, en general, la música es agradable, se adapta bien a las voces, tiene melodías pegadizas y algunos tintes veristas sin perder el color puramente hispano. En la parte negativa, se echa de menos una mayor continuidad del apartado musical que resulta demasiado fragmentado y con apariciones muy breves, dejando la sensación de libreto desaprovechado, sobre todo en el último acto, donde la intensidad dramática que lo recorre parece llamar a gritos un soporte musical que lo enriquezca.

La dirección de escena corre a cargo del valenciano Emilio López, un hombre muy vinculado a Les Arts y de quien en la pretemporada 2017-2018 pudimos ver su propuesta para Madama Butterfly. En esta ocasión se ha decidido ambientar la obra en una hacienda mejicana e incluir hasta un conjunto mariachi en escena, tomando como inspiración, supongo, la película de Fernández de 1949. También como homenaje al exilio mejicano de Penella me parece apropiado; e incluso a esa trama de drama desaforado y casi ridículo frenesí, le viene como chupete a bebé o anillo al dedo la ambientación a lo culebrón de Televisa.

Nada más abrirse el telón un grupo mariachi irrumpe en escena. Reconozco que cuando comenzó la cosa con esos mariachis acompañando a Norberto cantándole a Acacia, aquello me chirrió bastante y me temí lo peor, pero después todo fluyó naturalmente, gustándome especialmente el efecto conseguido cuando, en la segunda aparición de los cantantes mejicanos con las Coplas del Sacristán, el acompañamiento mariachi se va extinguiendo y la melodía es recogida por la orquesta.

La escenografía representa los interiores y exteriores de la hacienda que, gracias a la plataforma giratoria que la sustenta, nos ofrece los diferentes ambientes en los que se desarrolla la acción, aportando fluidez a la narración. Además, por una vez, las mesas son mesas, las escopetas son escopetas y, gran novedad, nadie nos deslumbra. La iluminación ofrece algunos efectos de gran impacto estético y los movimientos de los cantantes y sus entradas y salidas de escena están bien resueltas, dejándose ver un aceptable trabajo de dirección actoral, más allá del rendimiento particular de cada uno, que, en líneas generales, he de decir que fue bueno.

Creo que nos encontramos ante una labor de dirección escénica bastante positiva, con sentido, muy funcional, efectiva, respetuosa con los cantantes, la música y el discurso narrativo, y atractiva visualmente.

En el foso se situó el director catalán Santiago Serrate al frente de una reducida Orquestra de la Comunitat Valenciana. Cumplió correctamente, sin más, ante una partitura que tampoco es el colmo del refinamiento ni destaca por la brillantez de su orquestación. Comenzó exhibiendo músculo, con una dirección algo basta y avasallando la escena. Según fue avanzando la obra, fueron ajustándose más voces y foso y, aunque la línea mostrada fue bastante plana toda la noche, hubo momentos en los que sí supo realzarse la fuerza dramática que la historia requería. En la orquesta destacaron las intervenciones de arpa y metales, así como un breve, pero precioso, solo de violonchelo de Alejandro Friedhoff.

El Cor de la Generalitat, también reducido para la ocasión, elevó muchos enteros el nivel del espectáculo con su calidad incontestable y se echó de menos que Penella no diese un mayor protagonismo al coro. Muy bien como siempre en lo vocal y sensacionales en su comportamiento escénico.

En el aspecto vocal hubo de todo. La inclusión de alumnos del Centre Plácido Domingo junto a miembros del Cor de la Generalitat y solistas más experimentados, cayó claramente del lado de estos últimos. Destacó muy por encima del resto en todas las facetas Sandra Ferrández, como Raimunda. Excelente, sin paliativos. Mostró la voz más firme, bella y relevante de la noche, con impecable dicción, cuidado fraseo, gran expresividad, buen desenvolvimiento en la franja aguda y luciendo graves con peso y carácter. Pero si en algo deslumbró especialmente fue con una labor actoral que no solo nada tuvo que envidiar a la de la pareja de actores profesionales que completaban el elenco, sino que incluso les superó de largo en naturalidad y contención.

Los tres alumnos del Centre Plácido Domingo que asumieron los papeles del trío protagonista formado por Esteban, Acacia y Norberto, fueron César Méndez, María Caballero y Vicent Romero, respectivamente, destacando más por su desempeño actoral que por sus virtudes vocales. Fue curioso que los dos primeros, él portorriqueño y ella mejicana, cuando cantaron apenas dejaban entrever acento alguno, pero en los fragmentos hablados no se esforzaron lo más mínimo en ocultarlo, supongo que con el visto bueno de la dirección escénica. En la dicción también patinaron y conforme avanzó la velada fueron descuidando más su fraseo. Méndez, además, tiene una de esas voces que parece que canten hacia dentro, con lo que para entenderle casi hizo falta llamar un traductor de lenguaje de signos. Caballero, por su parte, exhibió una tendencia al chillido bastante desagradable. En cuanto a Vicent Romero, su fuerte está en la franja más aguda donde se le nota más cómodo que en una zona central en la que muestra una emisión más irregular. Hay que agradecerle su gran entrega escénica y la intensidad que puso a su interpretación.

La que más me gustó en la faceta canora de los alumnos del Centre Plácido Domingo fue la Benita de la mezzosoprano colombiana Andrea Orjuela, muy desenvuelta en escena y con una bonita voz. Hizo pareja cómica con el Rufino del miembro del Cor de la Generalitat, José Enrique Requena, que estuvo sencillamente soberbio, mostrando una vis cómica imponente y resolviendo el dúo con Benita excelentemente.

Muy bien en todas sus intervenciones solistas, más o menos relevantes, el resto de miembros del Cor de la Generalitat: Lourdes Martínez, José Javier Viudes, David Asín, Boro Giner, Carmen Avivar, Inmaculada Burriel, Jesús Rita y un poderoso Juan Felipe Durá; destacando por sus habilidades actorales la Milagros de Ana Bort.

Los dos papeles reservados a actores profesionales, El Rubio y Juliana, estuvieron encarnados con profesionalidad por los valencianos Nacho Fresneda y Victoria Salvador, gustándome más ella que él.

La sala del Teatre Martín i Soler se encontraba prácticamente llena, con un público en el que había una numerosa presencia de personas mayores. Le costó mucho a los asistentes empezar a caldear un poco el ambiente y tardaron bastante en llegar los primeros aplausos. No obstante, al finalizar la función la reacción fue mucho más calurosa y los aplausos generalizados, incluidos los que aprobaron sin reparo la labor de la dirección escénica.

Bueno, si os apetece descubrir una obra casi inédita y con aspectos interesantes, todavía quedan funciones los días 14 y 18 de abril. Luego ya vendrá Rigoletto el 11 de mayo y de aquí a entonces se admiten apuestas acerca de si Nucci volverá a cancelar u ofrecerá los primeros bises de Les Arts. Mientras tanto, seguimos esperando a ver si el señor Iglesias se anima a anunciar la temporada próxima, aunque parece que hasta finales de mayo o principios de junio no se efectuará el anuncio oficial. Qué le vamos a hacer, hay cosas que no cambian.





viernes, 30 de octubre de 2015

"KATIUSKA" (Pablo Sorozábal) - Palau de les Arts - 29/10/15

Dentro de la pretemporada que se ha instaurado este año en el Palau de les Arts, ayer tuvo lugar el estreno de la zarzuela/opereta Katiuska, del donostiarra Pablo Sorozábal, una obra que, os confieso, nunca ha estado entre mis preferidas del género, debido sobre todo a un libreto bastante flojo del que afortunadamente anoche nos ofrecieron una versión abreviada, habiendo sido generosos con la tijera. Es verdad que hay momentos musicales donde surge el genio de Sorozábal, pero, en conjunto, siempre me ha parecido una obra menor que me deja con ganas de sensaciones de más enjundia.

Tras colgar el cartel de “no hay billetes” en las recientes funciones de La Bohème, había cierta expectación por saber si la política de precios aplicada a esta pretemporada también llevaba a Katiuska a un éxito similar de público joven. Pues bien, aunque hubo una buena entrada, no fue comparable a la respuesta que obtuvo la ópera de Puccini. Y, sobre todo, la media de edad del respetable fue mucho más elevada. Por otro lado, si en el estreno de Bohèmepudimos ver una amplia representación política en los palcos, ayer no localicé a nadie.

Yo, que cuando me pongo puedo ser bastante cansino, quiero volver a insistir en algunas cosas. No nos engañemos, los precios baratos están muy bien. Defiendo sin reservas que exista una pretemporada con entradas más económicas e incluso una temporada con segundos repartos a menor precio; pero una Bohèmeseguirá llenando y una Katiuska, salvo que incluya a una figura de relieve con tirón, como Plácido Domingo, no.

Por otra parte, niego la mayor, los precios de las entradas de la temporada de ópera en el Palau de les Arts no son tan caros como se quiere hacer creer al que no sabe, y la relación calidad-precio en comparación con otros teatros, es muy buena. Que alguien te diga que ha pagado 120 euros por chuparse un partido de fútbol a la intemperie en el segundo anfiteatro, a nadie escandaliza; pero ir a la ópera parece que es elitista y para ricos, aunque puedas comprar una butaca para asistir a un espectáculo de primer nivel europeo, con la mejor orquesta y coro de España, por 15 euros más, o por 65 si la compras el último día, pudiendo además acceder a un abanico de entradas desde 15 euros.

Y, por último, los resultados de público de La Bohèmehan estado muy bien, pero el nivel de calidad ofrecido no es al que debemos aspirar en este teatro. Ese no es el objetivo a alcanzar. Estará bien en cuanto sea una actividad complementaria de una temporada de calidad y permita dar más actividad al teatro; pero Les Arts tiene que aspirar a mucho más, a algo tan sencillo y tan complicado como procurar mantener el nivel que se ha venido ofreciendo los pasados años y que permita la consolidación y crecimiento de nuestra orquesta, nuestro coro y nuestro teatro.

Pero bueno, yendo ya al tomate, pese a que haya dicho al comienzo que Katiuska no me gusta especialmente, he de dejar sentado que, en mi opinión, el espectáculo ofrecido ayer mantuvo un buen nivel de calidad que permitió que el público pasase una hora y cuarto entretenida.

El montaje presentado es una coproducción del Teatro Arriaga de Bilbao, el Teatro Campoamor de Oviedo y el Teatro Calderón de Valladolid, que cuenta con la dirección escénica de Emilio Sagi.

Aunque se le pueden hacer reproches, y lo haré, pienso que el ambiente creado por el director asturiano es uno de los principales valores de esta producción, en la que un gran marco dorado envuelve la acción que se desarrolla sobre lo que parece un cine en ruinas, donde los muebles rotos y escombros cubren el proscenio y el fondo del escenario, mientras una estética de tintes cinematográficos acompaña a los personajes en escena.

Sagi ha manifestado que ha querido representar los complicados años 30 españoles, donde el cine era la evasión del ciudadano. Así, el personaje de Katiuska se nos muestra como una diva que casi parece que esté viviendo una alucinación (impagable su entrada en escena a lo estrellona cubierta de pieles). Yo lo de que fuera España no lo acabé de pillar, y allí daba igual que fuera España o Luxemburgo, el caso es que se hablaba de Rusia sin que chirriase nada especialmente, aunque el vestuario no fuera de la primera década del siglo XX sino de los años 30/40.

La escenografía es estática, un único decorado con paneles móviles, quedando todo el peso de la acción dramática supeditado a inteligentes juegos de luces y sombras y estudiados movimientos de actores. Estos, limitados, porque, y este es uno de los principales reproches que le hago a este montaje, de nuevo se ha abusado de superficies inclinadas, lo que unido a la cantidad de trastos por medio que tienen que sortear hace que el espectador esté todo el tiempo sufriendo por si los cantantes se abren la cabeza.

El otro reparo que podría hacerle sería que el decorado en forma de caja, con los cantantes muchas veces metidos al fondo del escenario, hizo que en esos momentos las voces se vieran perjudicadas.

Pese a ese estatismo escenográfico que comentaba, la narración fluye estupendamente bien y si algo no se puede negar, como casi siempre ocurre con los trabajos de Sagi, es su efectividad estética y visual, sabiendo dotar del ambiente preciso a una obra tan diversa como esta, con recogidos momentos románticos, escenas vodevilescas y hasta números de cabaret, como ese A París me voy tan cargante, que en esta ocasión adquiere el tono adecuado. También me gustó mucho la resolución ideada para el baile con katiuskas.

El valenciano Cristobal Soler fue el encargado de manejar la batuta al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, y si con la dirección de Manuel Coves en La Bohème salí bastante defraudado, ayer me llevé una grata sorpresa y creo  que el actual director musical del Teatro de la Zarzuela realizó una elogiable labor. Es de justicia decir que la partitura de Katiuskano tiene la profundidad de la obra pucciniana, obviamente, pero Solerfue capaz de ofrecer el tono justo en cada una de las vertientes que ofrece la obra, tanto en los momentos más líricos, donde la música fue acentuada con interesantes matices, como en las facetas más revisteriles, sabiendo también remarcar los guiños al folclore eslavo que introduce Sorozábal. Soler demostró en definitiva conocer bien el género y adecuarse a los cantantes que tenía en el escenario, conduciendo con sobriedad y eficacia.

El Cor de la Generalitat fue de los más perjudicados, a mi juicio, por la concepción escénica de Sagi, perdiendo proyección las voces cuando se ubicaba demasiado retrasado y haciendo más equilibrios que una promoción de El Circo del Sol cuando les hacían trepar por la escombrera del proscenio. Pese a todo, tuvo unas brillantes intervenciones en una obra que tampoco tiene números de gran lucimiento coral.

La soprano Maite Alberola se está abriendo paso poco a poco en los más importantes escenarios operísticos, con justicia, y había ganas de poderla disfrutar en su tierra con un papel de cierta relevancia. Tiene una voz lírica de bello timbre, potente y luminosa que supo adornar con detalles de sumo gusto, como al acabar el agudo en piano en “Noche hermosa”. En el dúo de Katiuska y Pedro estuvo magnífica, y también se mostró refinada con un canto muy ligado en “Vivía sola”, aunque transmitiese cierta frialdad, lo cual no acabé de saber si se debía a causas naturales o instrucciones escénicas.

El veterano barítono cántabro Manuel Lanza, afortunadamente recuperado hace unos años para la escena lírica tras una larga ausencia, fue un solvente Pedro Stakof que mostro sobrado conocimiento de las tablas y madurez vocal, con un instrumento robusto, de atractivo color y tintes puramente baritonales. Se agradeció su arrojo, cantando sin trampas y por derecho, aunque en ocasiones se resintiese la afinación. En las exigencias más agudas del rol se denotaba mayor desgaste y dejó asomar algún problema, pero supo transmitir emoción y expresividad, ofreciendo sus mejores prestaciones en el dúo con Katiuska.

El tenor ilicitano Javier Agulló es bien conocido ya en Les Arts. Su papel no permite demasiado lucimiento, pero defendió su romanza “Soy vulgar caminante” mejor de lo esperado, y los agudos fueron bastante menos destemplados que en ocasiones anteriores, aunque la afinación sigue presentándole dificultades.

Mención especial merece el estupendo elenco de comprimarios, con una Sandra Ferrández que dibujó una Olga pletórica de chispa y dominio escénico. Entregadísimos estuvieron también Itxaro Mentxaka y David Rubiera. Y extraordinarios los miembros del Cor de la Generalitat, Boro Giner y José Enrique Requena, con una profesionalidad bárbara, tanto en el apartado vocal como dotando de la comicidad exigida a sus personajes, sin recurrir al típico humor chillón, a lo Pepa y Avelino, tan habitual en el mundo de la zarzuela.

El público siguió con interés el espectáculo ofrecido (bueno, todos no. Mi compañero de butaca se pasó todo el primer acto guasapeandocon los amiguetes, poniendo en riesgo su dentadura que se hallaba demasiado cerca de mi codo) y al finalizar agradeció con cálidos aplausos la labor de los artistas, siendo Alberola, Lanza y Sagi los más ovacionados.

Tras las próximas funciones de esta Katiuska (días 31 de octubre y 3 y 6 de noviembre) sólo quedará de pretemporada el concierto de Roberto Abbado dedicado a Berlioz, el próximo jueves día 5 de noviembre. Desde aquí os animo a todos a acudir (hay todavía bastantes entradas y baratas).

Será la primera ocasión en que el nuevo codirector musical titular de Les Arts se ponga al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana desde su nombramiento. Abbado nos dejó unas espléndidas sensaciones con aquél Don Pasquale de la pasada temporada, pero ahora habrá ocasión de valorarle con un repertorio orquestalmente más exigente, como es ese magnífico programa doble compuesto por la celebérrima Sinfonía Fantástica y, la menos conocida pero maravillosa, Lélio o El retorno a la vida, en un concierto espectáculo que contará también con la participación del actor Nacho Fresneda y que promete emociones fuertes.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

"LUISA FERNANDA" (Federico Moreno Torroba) - Palau de les Arts - 15/12/14

Menos de una semana después de la apertura oficial de la temporada de ópera en la sala principal del Palau de les Arts, con una Manon Lescaut dirigida por Plácido Domingo de resultados no especialmente satisfactorios; ayer tuvimos el estreno de la segunda obra programada, tratándose en esta ocasión de la zarzuela Luisa Fernanda, y contando, una vez más, con el protagonismo de Domingo, aunque, afortunadamente, esta vez sobre el escenario.

Sé que hay mucha gente que no soporta la zarzuela. Algunos por puro desconocimiento, otros por prejuicios y muchos porque realmente no les gusta el género. No es mi caso. No soy un fanático, pero suelo disfrutar si la obra tiene un mínimo de calidad y está bien interpretada. Sentada esta premisa, soy de los que piensa que una representación de zarzuela, igual que un ballet o un concierto sinfónico, no debería incluirse en el abono de una temporada de ópera seria.

En este caso, me consta que no se ha debido precisamente al deseo de la Intendente Schmidt, sino a la negociación con Plácido Domingo para que volviese a estar presente en nuestro teatro en las fechas que tenía disponibles, habiéndose acordado que dirigiese una ópera e interpretase esta zarzuela.

Ya comenté en mi entrada acerca del estreno de Manon Lescaut que, en mi opinión, es bueno para el teatro que Plácido Domingo pase todos los años por Les Arts. El peaje que hemos pagado este año ha sido tener que aguantarle dirigiendo a Puccini y que se nos colase una zarzuela en abono. Y los rumores apuntan a que algo parecido podría estarse fraguando para la siguiente temporada. Ya será una cuestión personal luego, interpretar si ese pago ha sido demasiado elevado o sigue compensando. Pero esto quizás sea motivo de reflexión en otro momento.

Mis sensaciones tras el estreno de esta Luisa Fernanda podría resumirlas diciendo que el nivel, en términos generales, me pareció mejor que el de Manon Lescaut, pero sin que tampoco prendiese la llama de la emoción, sino apenas en chispazos esporádicos. Por otra parte, creo que es generalmente admitido que sigue siendo mucho mejor tener a Domingo en el escenario que en el foso, y ayer tuvo momentos realmente soberbios, pero, lamentablemente, cada vez es más evidente el desgaste de su voz.

Si critiqué que la apertura de la temporada se hubiese producido en martes, tampoco puedo ser mucho más benévolo respecto a que se haya elegido un lunes para el estreno de una zarzuela, por mucho que el nombre de Domingo pueda ser un reclamo considerable. Y hasta eso podría discutirse, pues, sean cuales sean los motivos, lo cierto es que anoche la sala, aun presentando mejor aspecto que el martes pasado (sobre todo en platea), en los pisos altos seguía teniendo muchísimos huecos.

La producción presentada ayer no es precisamente nueva, ya se pudo ver en el Teatro Real de Madrid en 2006 y se ha paseado por numerosas ciudades, e incluso existe una grabación en DVD. A mí casi siempre suelen gustarme los trabajos de dirección escénica de Emilio Sagi, y en esta ocasión también ha ocurrido así.

Es cierto que la propuesta exhibe un acusado minimalismo escenográfico, pero que me resultó visualmente atractivo, suficiente para enmarcar la acción y, sobre todo, permite alejarnos un poco de visiones más clásicas que muchas veces lo que hacen es lastrar una producción de zarzuela, al acrecentar la impresión de género atrapado en el tiempo. Las calles del Madrid castizo son aquí representadas por una maqueta, un tanto absurda, en un extremo del escenario, indicándonos el lugar en que nos encontramos, y, cuando la acción se traslade a la dehesa extremeña, se cubrirá con una pañoleta y unos árboles en miniatura representando aquélla.

Curiosamente, Sagi, que ha presentado en muchas ocasiones propuestas coloristas, nos sorprende esta vez con el blanco y el negro dominando por completo la escena, como también hiciese en el Real con su Barbero de Sevilla, hasta tal punto que las banderas no ostentan colores o las típicas ruletas rojas de los barquilleros madrileños son blancas. También el vestuario de Pepa Ojanguren me parece adecuado, mientras que la iluminación de Eduardo Bravo juega un papel primordial, generando ambientes y describiendo emociones, agradeciéndose que se huya de la excesiva oscuridad que tan habitual suele ser últimamente. Una pantalla o cuadrado iluminado constituye el fondo del escenario y se hace más pequeña u oscurece cuando los sentimientos son más tristes.

En definitiva, una dirección escénica que no es especialmente original, pero tampoco recurre a la ranciedad o al absurdo, funcionando bastante bien en el apartado visual y mostrando un correcto trabajo de dirección de actores.

Al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana se situó el alcoyano Jordi Bernàcer y, después de la experiencia vivida con Plácido en Manon Lescaut, lo primero que hay que decir es que en el foso esta vez hubo un director. Aunque se apreciaron algunos pequeños desajustes puntuales, la batuta estuvo en todo momento atentísima a los atriles y al escenario, marcando entradas, enderezando errores y guiando el conjunto de forma cuidada. El único que se desmandaba era Domingo que, como suele ser habitual, le chupa un pie lo que le marquen desde el foso y va a su bola.

Es verdad que la obra musicalmente, aunque tiene fragmentos bonitos, tampoco es Parsifal, pero Bernàcer consiguió estar siempre metido en estilo y extrajo algunos matices y momentos de gran belleza sonora, como en la mazurca y en el dúo final. En los aplausos que recibió durante los saludos quedó bastante claro que la sintonía de coro y orquesta con el joven maestro es mayor a la demostrada con Domingo.

Entre los solistas, destacaron varias intervenciones sensacionales del concertino Guiorgui Dimchevski.

El Cor de la Generalitat mostró la excelencia habitual y un mayor ajuste que hace una semana, posiblemente porque alguien desde el foso les facilitaba la labor. Estuvieron magníficos en la mazurca, en el coro de vareadores y hasta en la, odiada por mí, canción del soldadito.

Siempre he pensado que esta zarzuela, más que Luisa Fernanda, debería titularse Vidal Hernando, pues él es el auténtico protagonista de la obra. Y ayer mucho más.

Plácido Domingo es el rey indiscutible en el escenario. Nada más aparecer, todas las miradas se concentran en él. Su expresividad dramática, dicción y facultades como actor son insuperables. Además, controla el estilo y domina el papel de Vidal a la perfección, el cual vocalmente se adapta bien a sus características actuales, pudiendo lucir esa zona central que todavía presenta una belleza y poderío importantes. Lo malo es que los graves cada vez suenan más forzados y en los ascensos al registro agudo nos hizo sufrir muchísimo, además de que su fraseo general acusa claros síntomas de cansancio y un fiato cada vez más justito. Pese a todo, sigue siendo también un dominador absoluto de todos los trucos existentes en el ramo, más lo que él ha podido inventar, y tuvo algunos detalles de auténtico maestro como en el final de Por el amor de una mujer que adoro o su último dúo con Luisa Fernanda.

Por el contrario, a la canaria Davinia Rodríguez le faltó empaque vocal, expresividad y personalidad escénica. Tiene una voz lírica, homogénea, que manejaba con gusto, pero con unos sonidos entubados bastante feos y un volumen escaso. En Cállate corazón ofreció sus mejores prestaciones de la noche, pero en las partes habladas era prácticamente inaudible e ininteligible, con un arrastre de las eses de auténtica niña pija, osea osea, del barrio de Salamanca, aunque estuviésemos en 1868. Para quienes hemos visto en este papel a cantantes con el poderío escénico y vocal de María José Montiel, Davinia Rodríguez se nos quedó en una Luisa Fernanda decepcionante.

El papel de Javier fue interpretado por otro canario, en este caso el tenor Celso Albelo. Reconozco que me gusta mucho este hombre y por mucho que algunos me pongan de manifiesto sus puntos flacos (resonancias nasales, volumen corto o expresividad limitada), sus virtudes siempre me compensan. Me parece tan bello, ligado y elegante su canto que me conquista. Su resolución de la zona de paso es magnífica, la dicción exquisita, su fiato sobrado y el brillo de sus agudos incontestable.

También me gustó bastante la Condesa Carolina que construyó la valenciana Isabel Rey. Estuvo impecable en el apartado dramático y, pese a que su pronunciación costaba de entender, cantó con voz generosa, gracia, elegancia, estilo y belleza tímbrica.

En el larguísimo plantel de personajes secundarios me gustaron especialmente las intervenciones de Sandra Ferrández, Bonifaci Carrillo, José Enrique Requena y Carmen Avivar.

El público presentaba una media de edad superior a la de otros días y su respuesta fue algo más cálida que con Manon Lescaut, siendo Celso Albelo y, sobre todo, Plácido Domingo los más ovacionados. Éste, además, vio acompañada su salida a saludar con una lluvia de panfletos pequeñines en los que se leía “gracias maestro Domingo por su fidelidad a Valencia” y se recogía un listado de los espectáculos en los que ha intervenido el madrileño en Les Arts desde su inauguración, junto a una fotografía borrosa de Plácido que parecía salida de un programa de Iker Jiménez.

Antes de finalizar quiero hacer una advertencia a posibles espectadores que vayan desprevenidos… tengan en cuenta que van a ver una zarzuela con fragmentos muy populares, así que prepárense a escuchar como sus vecinos de asiento se lanzan a tararear, o directamente a canturrear, cada una de las romanzas… Yo llegué a pensar en algún momento que Bernàcer se daría la vuelta y dirigiría también a la platea, móviles incluidos...