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jueves, 12 de junio de 2014

"TURANDOT" (Giacomo Puccini) - Palau de les Arts - 11/06/14

Muchas veces he criticado determinados comportamientos del público habitual del Palau de les Arts. No me estoy refiriendo a los universales móviles, caramelitos, toses… (ayer tuvimos un horroroso pajarito de WhatsApp en pleno pianísimo); sino al pasotismo, la desidia y el desinterés con el que en numerosas ocasiones se ha asumido el maltrato recibido, tanto el procedente de los gestores del teatro, como de las administraciones públicas suministradoras de fondos, fondillos o paupérrimas propinas.

Pero ayer por la noche, cuando volvía a casa después del estreno de Turandot, me sentía, sobre todo, muy orgulloso de ese mismo público que durante toda la velada mostró un comportamiento ejemplar, manifestando, expresa y ruidosamente, su apoyo a un proyecto cultural de relieve internacional y el rechazo hacia la ignorancia y la soberbia de nuestros gobernantes.

Después de que se conociese la noticia hace una semana, de que el maestro Mehta rechazaba el ofrecimiento de ser el director musical titular de la Orquestra de la Comunitat Valenciana y que se desvincularía del Festival del Mediterrani, en los diferentes medios de prensa, blogs, foros y corrillos de aficionados, no se comentaba otra cosa. Todo el mundo hablaba del tema con enorme preocupación. Bueno, todo el mundo, no. A modo de irreductible gala, la señora Consellera de Cultura y Portavoz del gobierno valenciano, María José Catalá, ha tenido el cuajo de permanecer todo este tiempo callada y aparentemente inactiva, y, por todo comentario, tan sólo dijo que cuando acabase el Festival ya se estudiaría cómo quedaría el asunto.

En el post que escribí en este blog el pasado viernes, terminaba diciendo que “si la señora Consellera tiene la cara de volver a Les Arts para el estreno de Turandot el día 11, igual no estaría de más que escuchase y viese cómo el público rechaza expresamente su labor y apoya al maestro Mehta. No lo dije convocando a las masas a la revolución, simplemente manifesté lo que a mí me gustaría que pasase. Y pasó.

En toda la semana, después de saber que Zubin Mehta se había quejado de no haber sido ni siquiera escuchado, no se dignó la señora recibirle ni hacer una declaración pública contándonos algo, aunque fuese mentira… Siguió encerrada en su inframundo y, claro, la gente reaccionó.

Ayer, efectivamente, tuvo la cara de ir al estreno de Turandot, y encima entró en la sala a hurtadillas, cuando estaba ya casi en penumbra. Pero un débil abucheo empezó a escucharse y muchos aficionados se volvieron hacia el palco descubriendo a la Consellera allí aposentada, con lo que comenzaron los gritos de dimisión, fuera, sinvergüenzas y muchos abucheos. En ese instante, diez o doce pelotas repeinados, que posiblemente teman irse a la cola del Servef a partir de mayo, comenzaron a aplaudir, lo que tuvo un efecto inmediato; casi la totalidad del teatro abucheó y grito ruidosamente a la Consellera Catalá durante varios minutos.

Apenas instantes después, hacía entrada en el foso el maestro Zubin Mehta, quien fue recibido por el público puesto en pie con una estruendosa y larga ovación y gritos de Bravo y Quédate. Estos se repetirían todos los finales y comienzo de acto. Especialmente, poco antes de comenzar el tercero, cuando una voz gritó: “Zubin, no te vayas”. De nuevo toda la sala se puso en pie y permaneció ovacionando y braveando a Mehta durante casi cinco minutos, llegando a encenderse las luces. Al final de la representación, cuando el maestro subió al escenario, su salida fue acompañada por otra reacción similar acompañada de una lluvia de papelitos lanzados desde los pisos altos, conteniendo mensajes como: “Gracias maestro Mehta”, “no te vayas”, “políticos ignorantes” y “Maestro Mehta, quédese”. El director leyó uno de estos papeles, se lo llevó al corazón e hizo un signo notorio de agradecimiento hacia el público. Más de un cuarto de hora de ovaciones puso el perfecto punto final a una noche cuajada de emociones extra musicales… pero también musicales, claro.


video de MrRobuso

No sé si será por todo lo que está rodeando estas funciones, pero ayer Zubin Mehta hizo sonar a las joyas de la corona, Orquestra de la Comunitat Valenciana y Cor de la Generalitat, con una fuerza y un poderío increíbles. Haciendo ostentación. Parecía que en ese juego de símbolos y gestos que estaba desarrollándose en el teatro, el maestro hubiera pensado: hoy hasta el más tontito se va a enterar de la calidad que tienen los cuerpos estables de este teatro.

La belleza del sonido obtenido de la orquesta fue excelsa. El colorido y riqueza de matices y texturas que logró el maestro indio nos dejó absolutamente emocionados. Yo tengo ya unas cuantas Turandot escuchadas desde que tengo orejas y os puedo asegurar que ayer descubrí algunas facetas de la partitura que pocas veces me habían llamado la atención. Hubo un férreo y efectivo control de batuta, una asombrosa claridad, sentido del ritmo y fuerza dramática. Los pasajes más íntimos fueron abordados con desbordante lirismo y delicadeza extrema, como el maravilloso acompañamiento al “signore ascolta”. Pero cuando había que darle al forte, Mehta ponía el turbo y allí no había prisioneros, con el coro y orquesta al límite de volumen y de notas mantenidas. ¿Efectismo?, quizás; pero los resultados fueron apasionantes e inolvidables.

La orquesta estaba también viviendo una jornada muy especial y no defraudó en absoluto. Todos sus integrantes estos días merecen nuestro total apoyo. Es a ellos a quienes no queremos perder. Zubin Mehta es el mago y quien sabe extraer lo mejor del grupo, pero sobre todo es el medio para asegurarnos que estos músicos permanezcan aquí. Ayer hubo sobresalientes intervenciones en todas las secciones, metales, percusión, cuerdas, maderas… Se lució notablemente el concertino Guiorgui Dimchevski y Francisco Varoch con el flautín; pero querría destacar a dos músicos que brillaron especialmente y que son dos de los que ya han anunciado que, lamentablemente, no continuarán en la orquesta la próxima temporada, Guiorgui Anichenko al violoncello y Christopher Bouwman al oboe.

El Cor de la Generalitat ha conseguido ya agotar mi repertorio de elogios. Con menos refuerzos de los requeridos y sometidos a unas exigencias extremas, consiguieron ofrecernos nuevamente una lección magistral de canto coral operístico y actuación dramática, aunque sufriésemos por ellos en esos finales de acto larguísimos en agudos inacabables en fortísimo que marcó el maestro y que aguantaron de forma excelente. Pero no sólo mostraron fuerza y rotundidad, sino también una sensibilidad exquisita en momentos como el “Liù bontà”.

Un fuerte aplauso merece también la Escolanía de la Mare de Déu dels Desamparats, que obtuvo el reconocimiento expreso del maestro Mehta, al situar a los niños junto a él en los aplausos finales.

En el terreno vocal, tenía muchas expectativas ante la soprano estadounidense Lise Lindstrom, pero no puedo ocultar que me defraudó bastante. Esperaba más de ella después de haber leído algunos comentarios y viendo que interpreta el papel en los principales teatros internacionales. Pero, dentro de mantenerse en un nivel alto, no acabó de convencerme. Comenzó nerviosa y destemplada y fue mejorando progresivamente. Es indudable su dominio de la zona alta de la tesitura, con unos agudos bien proyectados que son puros estiletes, poderosos, acerados y brillantes, aunque también es verdad que en algún momento rozase el chillido. El problema vino básicamente de una zona grave desguarnecida, donde la voz perdía toda consistencia y se hacía inaudible.

Por otro lado, transmitió una gran frialdad, que para el personaje de la princesa de hielo tampoco es que le venga tan mal, pero hay cantantes que mantienen ese distanciamiento al mismo tiempo que su voz te atrapa y emociona. Ella no lo consiguió. Me gustó bastante más vocalmente en el tercer acto, donde la voz pareció haberse asentado más, pero continuó transmitiendo la misma frialdad que antes de los enigmas y eso que le dio un piquito De León.

A Jorge de León creo que poco más se le puede pedir. Podrá gustar más o menos, pero su entrega fue absoluta. Se vació con un Calaf arrojado, valiente y que recibió a porta gayola todas las diabólicas exigencias de la partitura. También dio la impresión de comenzar algo nervioso, con algún despiste y con un centro que mostraba una emisión demasiado oscilante, mejorando algo conforme avanzó la representación. Su fraseo, ya lo conocemos, no es especialmente refinado, pero introdujo algunos matices y detalles de buen gusto. Donde no se le puede discutir raza y poderío es en una zona aguda en la que se encuentra cómodo y donde nos ofreció una exhibición sin parangón, con un calderón larguísimo al finalizar el nessun dorma que hizo estallar a la platea.

La Liù de Jessica Nuccio tuvo una virtud por encima de todas y es que consiguiésemos disociar ese personaje en esta producción con la inefable Voulgaridou de infausto recuerdo. Obviamente la joven soprano italiana no es tampoco la Caballé, pero cantó con suma delicadeza y se marcó algunos pianísimos notables.

El bajo Alexánder Tsymbalyuk es un viejo conocido en Les Arts donde ya ha representado este papel de Timur en anteriores temporadas. Nuevamente volvió a impresionar por su potente voz y su timbre bellísimo de auténtico bajo, aunque con esa característica sonoridad eslava que me hacía ver en él más a Boris Godunov que al padre de Calaf.

Muy acertados y entregados en la vertiente escénica los ministros Ping, Pang y Pong, interpretados por Germán Olvera, Valentino Buzza y Pablo García López, gustándome más este último en el apartado vocal.

El ilicitano Javier Agulló volvió a asumir el rol de Altoum y de nuevo con prestaciones alejadas de las deseadas, contribuyendo a ello también el estar cantando al fondo del escenario y con una dirección escénica de juzgado de guardia. No me gustó tampoco el Mandarino de Ventseslav Anastasov. Por el contrario, sí me parecieron muy acertadas las breves intervenciones de Carmen Avivar y Jacqueline Squarcia, como due ancelle.

En cuanto a la dirección escénica del director de cine chino Chen Kaige, de cuya reposición se ha encargado Allex Aguilera, poco nuevo hay que decir. Ya la conocemos sobradamente pues es la tercera vez que se repone esta producción. Es una propuesta que agrada especialmente a los amantes de las versiones tradicionales y estéticamente vistosas. Tiene su punto kitsch y basa toda su fuerza en el poder visual del colorido vestuario y en una escenografía de corte muy clásico. En el apartado de dirección de actores los estrechos espacios no dan mucho juego al coro y tampoco es un terreno en el que se haya hecho algo especialmente relevante, salvo en los personajes de Ping, Pang y Pong, en los que sí se ha cuidado la actuación dramática y pienso que con éxito. También me resulta atractiva su escena inicial del segundo acto.

En lo peor, siguen estando las absurdas banderitas del coro, el estilete del verdugo danzarín y sobre todo ese personaje de Altoum convertido en un idiota ebrio y con Parkinson.

El teatro estaba lleno hasta la última butaca y se espera que sea así en las dos funciones que restan, donde está ya todo vendido a excepción del 5% reservado para el día de la representación. La noche empezó caldeada con el abucheo a la Consellera y acabó pletórica, con una de las más largas ovaciones de este teatro y la entrañable lluvia de papelitos.

No sé si esta reacción del público servirá finalmente para algo. Lo que es seguro es que el no hacer nada nunca sirve para nada. De momento hoy la señora Consellera se ha dignado abrir esa boca de portavoz que tiene y nos ha obsequiado con su melodioso timbre sopranil. Pero unas cuantas bobadas han vuelto a adornar sus breves declaraciones, como que: el Consell se compromete a mantener el gasto en el coliseo para que Mehta se quede (el año pasado se comprometió a aumentarlo y bajó); que respetan la decisión de Mehta motivada por su agenda y otras circunstancias (sí, otras sin importancia como la falta de compromiso de ustedes en un proyecto de futuro y de calidad o que ni siquiera le habían recibido para hablar con él); que la Intendente planifica la programación con mucha antelación (esto será un chiste de humor negro… planificará, pero no puede cerrar nada hasta bien entrado el verano por la incertidumbre presupuestaria a la que la someten); o que siempre prefiere que sean los profesionales quienes gestionen esos asuntos y que la política debe dar un paso atrás. Mire usted, pues no. Para mantener este proyecto tenían ustedes que haber dado muchos más pasos adelante y ofrecer todo el apoyo necesario para mantener este activo cultural que, pese a todo, su ignorancia parece que les sigue impidiendo vislumbrar.

Hoy, Joaquín Guzmán ha escrito en ABC un artículo que me parece una de las reflexiones más lúcidas y acertadas que se han hecho estos días sobre el tema. Podéis leerlo AQUÍ, pero os dejo ahora los últimos párrafos que me parecen especialmente relevantes y clarificadores:

“Mehta por sí sólo no fue el principio, el durante, ni el fin. La marcha de Mehta es el síntoma. Es evidente que al gran maestro se le tiene devoción pues ha permanecido fiel a nuestro teatro desde que este se inauguró, pudiendo ir donde quiera ganando mucho más dinero. A Mehta se le adora por ser quien es, pero también por lo que representa y por lo que su marcha supone. La reacción del público estos días, que corre como un reguero por las redes sociales de medio mundo, es también por temor. Temor a que un proyecto de gran cultura que la ciudad y los aficionados han hecho suyo sea arrebatado por la falta de sensibilidad y la ignorancia política.

La sensibilidad se tiene o no se tiene (qué le vamos a hacer), pero a pesar de carecer de ella, se puede gobernar muy bien con conocimientos. El proyecto de calidad en Les Arts es viable económicamente pues sus réditos directos y sobretodo indirectos son más que evidentes para una ciudad de clara proyección turística. Pero también lo es culturalmente por el poso que va dejando en la ciudad y en sus ciudadanos.

Con proyectos como el Palau de Les Arts, un IVAM como lo fue, del Palau de la Música, un San Pio V del que sentirse orgullosos, no avergonzados, se crece en todos los sentidos y la Comunidad Valenciana madura, y se desarrolla. De ambas cosas creo mucha gente les pueden hablar con más propiedad que yo. Piensen seriamente en ello, reflexionen sobre lo que hay detrás de esas protestas. Qué es lo que realmente el ciudadano está reclamando. Y si carecen de conocimientos para valorar estas cosas (no se puede saber de todo por muy político que se sea), asesórense, que no cuesta nada. Y rectifiquen.”

Así sea. De momento quedan los últimos tres días de óperas y dos semanas de actividades diversas. Procuraremos disfrutarlo por lo que pueda venir. El sábado, por cierto, quien viene es la, todavía, Reina, a este coliseo que lleva su nombre. Amiga personal de Mehta, no estaría de más que nos echase una mano.


domingo, 29 de enero de 2012

"DON GIOVANNI" (W.A. Mozart) - Palau de les Arts - 27/01/12


A finales de 2006, el Palau de les Arts de Valencia vivió uno de los momentos más complicados de su corta historia al producirse el hundimiento de la plataforma central del escenario, lo que motivó que la producción de “Don Giovanni”, que estaba a punto de estrenarse, tuviera que hacerlo con una puesta en escena que se vendió como “de circunstancias”, y que era poco más que una versión en concierto.

El pasado viernes, cinco años después de aquellos acontecimientos, se ha estrenado la reposición de esta producción de “Don Giovanni”, con la dirección escénica, concebida por el prestigioso Jonathan Miller, por fin pudiendo brillar en todo su esplendor. Pero, lamentablemente, lo único que brilló el viernes en Les Arts fue el enorme collar que lucía Rappel en el patio de butacas, porque la creación de Miller es una tomadura de pelo en toda regla que muy poco se diferenciaba de lo que se vio en 2006.

La ‘fabulosa’ escenografía que no pudo lucirse en aquella ocasión no son más que tres oscuras fachadas de mansiones con numerosas puertas y ventanas; un enorme espacio vacío en el centro del escenario a modo de plaza donde se desarrolla toda la acción, ya sea el jardín, un patio, el salón de la casa de Don Giovanni o el cementerio; y dos bancos en cada uno de los extremos del escenario. No existe ni un solo cambio en la escenografía, y ese estatismo en los decorados tampoco se compensa con una iluminación sugerente que pueda crear distintos ambientes. Nada. Espacio vacío, la luz justa y a cantar.

Llegados a ese punto, el desastre sólo podía salvarlo una inteligente, o por lo menos adecuada, dirección de actores. Pues tampoco. Todo el trabajo de Miller en este sentido parece haberse centrado en la escena del baile de máscaras, donde se ve una cierta preparación y hay unos movimientos mínimamente estudiados. El resto es de llorar. Miller se empeña en colocar a los cantantes siempre que puede quietos y a ser posible sentados en los bancos de los extremos del escenario, no sé si por pura incompetencia o para fastidiar al espectador de los laterales. En todos los miembros del elenco solista se percibía un importante estatismo en escena que sólo podía responder a las instrucciones del ingenio de Miller. El colmo llegó en la escena del banquete, cuando la presunta pugna final entre la estatua del Comendador y Don Giovanni, más bien parecía una foto para la prensa en la escalera de La Moncloa entre Rajoy y Zapatero. Los dos personajes completamente quietos chocando sus manos sin mover un músculo, mientras Leporello, por supuesto, permanecía también quieto sentado en el banco del extremo del escenario, para variar.

La concepción es absolutamente clásica y respetuosa del libreto, eso sí. La única innovación aportada por Miller es la inclusión al finalizar la escena del banquete, mientras Don Giovanni desciende a los infiernos, de una especie de mujeres zombis que se supone serán las almas de las féminas ultrajadas por el conquistador. No me parece mal la cosa, pero,  vamos, que ese sea todo el bagaje de su propuesta es vergonzoso.

Dejando aparte la infumable dirección escénica de Miller y yendo a lo puramente musical, tengo que decir que todo se movió en un nivel de corrección muy aceptable, pero curiosamente el resultado de conjunto resultó frío, soso y rozó siempre los límites del aburrimiento, lo cual, hablando de una obra maestra como “Don Giovanni”, es un crimen. Posiblemente Jonathan Miller tuvo mucho que ver en eso, pero creo que Zubin Mehta tampoco consiguió que la emoción de la música de Mozart acabase de prender en la sala.

La primera impresión que me produjo la dirección de Mehta fue la de desconcierto. Los primeros compases de la obertura fueron lentísimos y parecían augurar un “Don Giovanni” alla Maazel, pero inmediatamente después el tempo se aceleraba y se escuchaba un Mozart lleno de brío y frescura y hasta con cierto apresuramiento. A lo largo de toda la obra se repitieron momentos donde de repente se echaba el freno a la orquesta y los tempi se ralentizaban para volver luego a acelerarse, produciéndome una personal sensación de incoherencia en la lectura que se estaba ofreciendo de la partitura mozartiana.

En la parte positiva, tengo que consignar algunos pasajes donde la excelente labor de técnica de dirección de Mehta consiguió extraer unos sonidos de la orquesta verdaderamente increíbles, escuchándose algunos detalles que la mayoría de las veces pueden pasar desapercibidos, especialmente en maderas y cuerdas. En lo negativo, destacaría los numerosos instantes de falta de sincronía entre el foso y la escena, que quiero pensar que tan sólo fueron producto de pocos ensayos con los solistas. En conjunto, algunos momentos sublimes se vieron empañados por una lectura que me pareció incoherente, muy irregular y con un notable decaimiento de la tensión dramática en muchos pasajes.

La Orquesta de la Comunitat Valenciana cumplió su trabajo con enorme corrección, con un Joan Enric Lluna al clarinete sencillamente soberbio, como también lo estuvo el siempre acertado Alvaro Octavio a la flauta.

Los miembros del Coro de la Generalitat, aunque no tienen en esta obra demasiadas opciones de lucimiento, también mantuvieron su habitual nivel de excelencia.

En el apartado de los solistas, se ha conseguido reunir un joven reparto bastante homogéneo, donde no hubo nada extraordinariamente malo, pero tampoco nada especialmente genial.

Lo mejor, a mi juicio, el Don Ottavio que compuso el tenor ruso Dmitri Korchak, quien protagonizó el momento de mayor emoción de toda la noche con su aria “Dalla sua pace”, que dibujó con una sensibilidad enorme, haciendo un inteligente uso de las medias voces y exhibiendo un legato espléndido.

Estupendo estuvo también el bajo ucraniano Alexánder Tsymbalyuk como El Comendador, haciendo absoluta ostentación de su profunda y enorme voz que provocaba el temblor de los asientos de la sala, y ofreciéndonos una escena del banquete sobresaliente en lo vocal.

Me gustó bastante la Zerlina de la joven italiana Rosa Feola, así como la Donna Anna de la rusa Anna Samuil, aunque esta última tuvo en su contra una deficiente pronunciación y unos agudos, la mayoría de las veces, chillados.

Muy bien el Leporello de David Bizic, pero habría que escucharle en otra producción con otros directores escénico y musical, porque la mamarracha puesta en escena de Miller le llevaba a estar siempre sentado, hasta en el aria del catálogo, donde además la dirección lentísima de Mehta le deslució su mejor momento.

Correcto sin más el Masetto de Simon Lim. Y en cuanto al protagonista, el bajo barítono italiano Nicola Ulivieri, me dejó cierto sabor agridulce. No hizo nada especialmente mal, tiene una voz bonita, cantó con buen gusto, pero mostró grandes carencias de expresividad, numerosos desajustes con la orquesta y creo que le falta fuerza vocal y autoridad escénica para este papel.

Lo peor, lamento decir que fue la Donna Elvira de Sonia Ganassi. La mezzosoprano italiana era uno de los mayores alicientes que encontraba yo en el reparto a priori y sin embargo me defraudó muchísimo. No sé si es que tendría algún problema puntual, pero desde luego mostró algunos preocupantes signos de decadencia vocal propios de cantantes de bastante más edad que la suya. Sus graves eran inexistentes, su fiato escasísimo y la línea de canto horrorosa. Es verdad que en la difícil aria “Mi tradì, quell'alma ingrata” tuvo sus mejores prestaciones, y expresivamente quizás fuese la mejor de todo el reparto, pero los problemas ya mencionados deslucieron mucho el resultado final.

El público que prácticamente llenaba las butacas de Les Arts se mostró bastante frío toda la noche, pero al final supo estar a la altura y premió con cálidos aplausos a la orquesta y a todo el elenco solista, destacando una gran ovación a Alexánder Tsymbalyuk, y tributó algunos merecidos abucheos a Jonathan Miller.

Supongo que eso igual es lo que esperaba el director británico, después de haber declarado esta pasada semana que la ópera no le interesaba nada, que era un coñazo y que pensaba que el público que llenaba las butacas de los teatros de ópera tan sólo buscaba lucir las pieles. No sé si lo dijo para provocar o no, pero es impresentable que haga semejantes declaraciones cuando luego lo que ofrece sobre el escenario es de encefalograma plano. Si al menos nos hubiera sorprendido con alguna genialidad, le aguantaríamos su majadería, pero, encima, demostrándonos su incompetencia, lo mínimo que le podía pasar era llevarse el abucheo que se le propinó.

Así que confío fervientemente en que cumpla lo que decía este sujeto en sus declaraciones, cuando afirmaba que espera no volver a trabajar en la ópera. Hágalo señor Miller, la gente a la que sí nos gusta ese coñazo se lo agradeceremos.


No os perdáis las estupendas crónicas de Titus, Maac y FLV-M.