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domingo, 23 de junio de 2019

"LUCIA DI LAMMERMOOR" (Gaetano Donizetti) - Palau de les Arts - 22/06/19


Con el estreno ayer de la celebérrima ópera de Gaetano Donizetti, Lucia di Lammermoor, la temporada operística valenciana toca a su fin. Una temporada que ya califiqué, cuando se conoció su contenido hace poco más de un año, como de ligeramente decepcionante y de transición, a la espera de que el nuevo director artístico de la casa, Jesús Iglesias Noriega, tomase definitivamente posesión de su cargo y pudiera empezar a trazar el nuevo rumbo del coliseo de Calatrava. Ese nuevo rumbo ya ha empezado a vislumbrarse con el anuncio de una próxima temporada lírica que invita a la esperanza. Y he de reconocer que, analizando todo lo visto este año, al final el resultado ha sido mejor de lo previsto y ha acabado presentando bastantes más luces que sombras.

Dije también hace un año que, a priori, esta Lucia di Lammermoor constituía el plato de fuerte de la temporada y creo que no ha defraudado las expectativas, gracias fundamentalmente a una pareja protagonista extraordinaria, con una inconmensurable Jessica Pratt y un estupendo Yijie Shi que hicieron tambalearse los cimientos del teatro ante las muestras de entusiasmo del público asistente. Ayer sí que hubiera habido motivos sobrados en diversos momentos, tanto por la calidad de lo escuchado como por la respuesta del público, para poder haber asistido a un bis de esos que Leo Nucci decidió unilateralmente implantar en Les Arts durante el reciente Rigoletto. Al final del aria de la locura y sobre todo tras el popular sexteto, hubo intensos y muy largos aplausos con voces pidiendo bis que, afortunadamente, no tentaron en esta ocasión a Abbado.

La  producción que se ha elegido para este cierre de temporada está coproducida por la Opéra Monte-Carlo y el New National Theatre de Tokio y cuenta con la dirección escénica de Jean Louis Grinda, de quien ya hemos visto aquí sus propuestas para Tosca, Werther, Amelia al ballo y The telephone, sin que nunca haya llegado a convencerme del todo. En esta Lucia no ha buscado contarnos nada especial, o si lo ha pretendido poco se nota, y se limita a presentar un marco estético para que la acción se desarrolle (casi) siempre dentro de las líneas principales que marca el libreto, con una ligera trasposición temporal, pero con un concepto clásico con el que busca el protagonismo de la música y de la belleza visual. Hay algunas cosas que pueden criticarse, pero, en general, funciona muy bien, todo tiene coherencia y se permite al espectador seguir la trama sin distraerse analizando extrañas divagaciones, sino pudiéndose centrar en la música y el canto, cosa que de vez en cuando se agradece.

Hay producciones muy minimalistas donde se apuesta por espacios prácticamente vacíos que resulten polivalentes para los diferentes escenarios en los que se desarrolla la acción y eso suele conllevar una mayor ligereza en las transiciones entre escenas. La presentada ayer, sin ser tampoco especialmente sobrecargada, sí que cuenta con un componente escenográfico importante que ralentiza bastante esas transiciones. Podía haberse optado por hacer más descansos entre actos, pero, creo que acertadamente, se ha preferido que los cambios se hagan en escena a telón bajado, interrumpiendo la función lo justo. En esos parones se ha decidido proyectar una imagen de las olas golpeando un acantilado con sonidos marítimos incluidos. Una tontunez que al principio tiene su gracia, pero a la cuarta repetición acaba por cansar y termina provocando la chunga del respetable que ya no sabe si esta en Lucia o en Moby Dick.

Como decía antes, en la vertiente de la estética visual es donde esta producción logra sus mejores prestaciones, merced principalmente a un inteligente trabajo de iluminación de Laurent Castaing y el vistoso vestuario de Jorge Jara. La escenografía de Rudy Sabounghi nos presenta, con mayor o menor acierto, todos los ambientes en los que la obra se desarrolla: la fuente, el torreón, la gran sala del castillo, el cementerio… otorgando un importante protagonismo al agua y a la presencia de los acantilados y la playa. Los elementos escenográficos se combinarán con algunas proyecciones lográndose interesantes efectos, siempre destilándose una atmósfera romántica, con alguna alusión más que evidente a Caspar David Friedrich, como al comienzo de la última escena del acto tercero.

Me gustó bastante la decisión adoptada variando al final la muerte de Edgardo que aquí no se apuñala ni se pasa muriéndose los últimos 5 minutos, aunque no haré spoiler, pero tiene mucho sentido. También me gustó la aparición de la fuente en la escena de la locura, centrándose la luz sólo en Luciay haciendo al público partícipe del delirio de la protagonista. Menos me agradó, en el comienzo de esa misma escena, la entrada de Lucia tras asesinar a Arturo, no con un puñal, sino con una gigantesca pica y, para colmo, con una pinta lamentable, mezcla entre la Moma y el tren de la bruja, muy apropiada por cierto para Valencia en estas fechas del Corpus y a las puertas de la feria de julio.

Algo ridículos también fueron los rosarios que lucen las plañideras en la última escena, de un tamaño tal que más bien parece que lleven colgadas ristras de ajos. Tampoco encontré justificado que se tenga que poner a Luciael traje de novia en escena a la vista de los espectadores. Lo mismo, detrás de un biombo, puede tener el mismo efecto y no se somete el abundante cuerpo enfajado de la pobre soprano al cuchicheo e impropios comentarios de la platea; pero bueno, pese a estas cosillas que me gustaron menos, creo que la propuesta del director monegasco funciona muy bien, tiene coherencia en su planteamiento y consigue algunos momentos de brillante impacto estético.

Roberto Abbado se despide con esta Lucia di Lammermoor de su paso por el Palau de les Arts como titular de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, una labor que, pese a que me consta que no cuenta con el respaldo de los músicos, desde el punto de vista del espectador creo que sólo puede decirse que los resultados obtenidos han sido buenos. Igual no es mérito suyo y sí la mera consecuencia de la profesionalidad y el trabajo de los miembros de la orquesta, pero su balance ha de ser necesariamente positivo. Y su labor de ayer también creo que merece el aplauso. Es verdad que me fue gustando más conforme avanzaba la obra. En el primer acto abordó el dúo de la pareja protagonista con una lentitud casi exasperante, aunque fue aumentando progresivamente la intensidad y fuerza y el final del dúo fue bellísimo. Hubo otros momentos muy destacados, como toda la escena de la boda, quizás lo más relevante orquestalmente, en la que hizo gala de una sabia administración y despliegue de la tensión. Pese a algún descontrol de volúmenes, estuvo especialmente cuidadoso con las voces, como suele ser habitual en él, adaptándose a sus características.

Al haberse optado en esta versión por utilizar la armónica de cristal en lugar de la flauta en la escena de la locura, el gran protagonismo del foso se lo llevó el reputado intérprete de este raro instrumento, Sascha Reckert. Fue una gozada su acompañamiento a la soprano acariciando el arsenal de copas que estaban dispuestas en un aparatoso soporte de madera. Durante el descanso no fuimos pocos los que sufrimos viendo cómo se iban incorporando al foso los músicos, pasando ajustados junto a todo ese coperío y más de una vez pensé que iban a tirar a tierra el mueble bar. Reckertrealmente consiguió extraer unos sonidos espectrales que, junto con la belleza del canto de Jessica Pratt, dejaron a la platea sin respiración, en un silencio que pocas veces he sentido yo en esta sala. No obstante ese merecido reconocimiento, me gustaría destacar muy especialmente en la orquesta el maravilloso rendimiento de ayer de los cuatro trompas, con Bernardo Cifresa la cabeza, en una obra para ellos muy exigente que bordaron con sobresaliente; como también lo hizo la solista de arpa en la introducción a la entrada en escena de Lucia o Rafal Jezierski al chelo con su bellísimo acompañamiento durante el último cuadro.

El Cor de la Generalitat volvió a alcanzar la excelencia vocal e interpretativa y fue otra de las claves para el éxito final del espectáculo, brindándonos algunas intervenciones memorables como en D'immenso giubilo, en  todo el final del segundo acto y, especialmente, en un Oh! qual funesto avvenimento! que fue para quitar el sentío

Ya he dejado claro desde las primeras líneas de esta crónica que la pareja protagonista fue la indudable triunfadora de la noche. La soprano Jessica Pratt nos brindó nuevamente una magistral lección de canto que se me hace muy complicado trasladar a simples palabras. Ya nos entusiasmó hace un par de años en el rossiniano Tancredi y ayer volvió a poner el teatro patas arriba con una bellísima línea de canto de una pureza y precisión sublimes. Filados, pianísimos, trinos, medias voces perfectas, adornaban una voz cristalina que subía al agudo y sobreagudo con una facilidad pasmosa, resolviendo también la coloratura de manera modélica. Su impresionante fiato le permite lucir un legato impecable en el que además deslumbra por su infinita variedad de matices. ¿Fue todo perfecto? Bueno, un solo reparo pondría yo a esta exhibición vocal y es que estuvo corta de expresividad. Me comentaba un amigo en el descanso que, pese a reconocer la esplendorosa exhibición canora de la pareja protagonista, no había conseguido borrar el recuerdo de aquella otra Lucia que vimos aquí en 2010 con Nino Machaidze y Francesco Meli. Pues quizás la diferencia fuera esa, Machaidze y Meli desbordaron pasión y expresividad; Pratt y Shi, perfección vocal, pero más cortos en cuanto a transmisión de emociones. Es mi opinión.

El complicado papel de Edgardo fue asumido por el tenor chino Yijie Shi, que precisamente ya hizo pareja con la Pratt en aquel Tancredi de 2017, e igual que entonces ha vuelto a lograr un importante y merecido éxito. Gran parte de lo que escribí entonces para Argirio sería aplicable a su Edgardo, aunque posiblemente aquél papel rossiniano se ajuste mejor a su vocalidad que este. Su voz, de timbre ingrato, me sigue sin parecer precisamente bonita, pero es indudable su potencia, solidez, su insultante comodidad y firmeza en el registro agudo y la pulcritud con la que cuida los recitativos. Estuvo ajustado en los concertantes y tuvo también un buen comportamiento escénico. Si hubiese introducido más matices en el fraseo se llevaría el diez en una actuación que, en cualquier caso, ha de calificarse de sobresaliente.

Mucho menos me gustó el Enrico que compuso el barítono italiano Alessandro Luongo, a años luz de la pareja protagonista, lo cual era fácil de prever, aunque con indudables buenas intenciones y arrojo. Era la primera vez que visitaba Les Arts y cumplió la difícil encomienda con buena dicción, ligando bien, mostrando temperamento y desgarro interpretativo, quizás demasiado, pareciendo más cercano a veces a una Cavalleria que a una obra belcantista. Se echa de menos un mayor refinamiento en un fraseo tosco, con empujones de una voz que se mostró bastante irrelevante junto al plantel de acompañantes que tuvo en escena.

El que sí es un habitual en Les Arts, es el bajo ruso Alexander Vinogradov que afrontó la parte del capellán Raimondohaciendo gala, una vez más, de un instrumento privilegiado que le permite exhibir una voz grande, poderosa y profunda que conquista fácilmente al público. Cosa distinta es que le siga faltando nobleza en un canto bastante rudo, con escasa variedad de acentos y una cuestionable articulación y fraseo del italiano, que parece a veces que esté chupando un caramelo pues sólo se escuchan las vocales.

La sorpresa de la noche fue el Arturo de Xabier Anduaga. Hace tiempo que venía oyendo hablar de este joven tenor vasco que se presentó ayer en Valencia con una voz fresca, de enorme caudal y riqueza tímbrica y expresiva, para un papel vocalmente casi anecdótico que sirvió a la perfección y nos dejó con ganas de volverle a escuchar en roles más exigentes.

El tenor cántabro Alejandro del Cerro fue un Normannocorrecto, de agradable timbre y valiente vocalmente. Por su parte, Olga Syniakova compuso una Alisaexcelente, dando adecuada réplica a un monstruo como la Pratt y confirmando que estamos ante una de las voces más interesantes de las últimas generaciones del Centre Plácido Domingo.

La sala presentaba una buena entrada aunque lejos del sold out. Bastantes huecos en platea deslucían una velada que merecía un lleno completo. Eso sí, los espectadores se mostraron bastante más cálidos de lo que suele ser habitual en las noches de estreno e interrumpieron la representación con fuertes y prolongados aplausos en diversos momentos, llegando incluso, como he comentado antes, a escucharse voces pidiendo bis. Al finalizar la función, la platea se puso en pie y las ovaciones se mantuvieron muchos minutos, con atronadora efusividad para Pratt, Shi y Vinogradov. La salida de Jean-Louis Grinda como director de escena también fue premiada con unánimes aplausos.

Me gustaría mandar un mensaje al personal de Les Arts encargado de la vigilancia de puertas. Ayer se permitió que un numeroso grupo de espectadores retrasados entraran en la sala mientras sonaba el arpa introduciendo la entrada de Lucia del primer acto. No se debería permitir nunca una vez la música ha comenzado, pero es que además ayer tenía mucho menos sentido, ya que poco antes se había interrumpido la representación para el cambio de escenografía entre cuadro y cuadro y se volvería a hacer 3 o 4 veces más, momentos estos que se podrían haber aprovechado para recolocar a los tardones.

Que una obra tan popular como Lucia di Lammermoor, con un reparto de primera fila y en sábado no logré llenar la platea de Les Arts, es preocupante. No quiero pensar entonces qué pasará con Elektra o Ariodante. Hay quien comentaba que igual se debía a la festividad del lunes que podría haberse aprovechado por muchas personas para hacer puente. No lo sé. El caso es que en la web del teatro sigue habiendo bastantes entradas para las próximas funciones. Ya lo dije hace poco, si el público no respondemos llenando el teatro todos los días, todos los esfuerzos económicos y artísticos que se están llevando a cabo para llevar la ópera de Valencia definitivamente al primer nivel, será en vano. Así que ya sabéis, todos a Les Arts. Perderse una representación de ópera del nivel de esta Lucia sí que sería una locura.

domingo, 2 de octubre de 2016

"L'ELISIR D'AMORE" (Gaetano Donizetti) - Palau de les Arts - 01/10/16

Tras el parón veraniego la sala principal del Palau de les Arts volvió a vivir ayer una noche de estreno con la inauguración de la pretemporada operística 2016-2017. Una sana costumbre esto de la pretemporada… que permite aliviarnos el mono de ópera a los más enganchados y que facilita, con jóvenes repartos y precios baratos, el descubrimiento de voces emergentes, que dicen ahora los cursis, y el acercamiento al género de los más jóvenes o de aquellos que se engañan pensando todavía que la ópera es algo elitista reservado a los ricachones.

El año pasado fue una ópera tan popular como La Bohème la elegida y esta vez se ha optado por otra obra muy conocida, como es L’elisir d’amore de Donizetti, de trama simple y divertida, y en una versión escénica tan atractiva como la coproducción entre el Palau de les Arts y el Teatro Real de Madrid que vimos ya en Valencia en 2011, con dirección de escena del italiano Damiano Michieletto.

Me parece una muy buena elección, pese a algunos reproches que se puedan hacer a esta adaptación escénica y a que, como ya muchos sabéis, esta es una ópera que siempre me ha caído un poco gorda, aunque esto es una cuestión puramente personal. Pero si de lo que se trata es de aficionar a nuevos públicos al género, esta producción puede ser un buen instrumento para ello.

La encargada de la reposición escénica de esta creación de Damiano Michieletto ha sido su colaboradora Eleonora Gravagnola. No ha habido demasiadas variaciones respecto a lo ya visto en 2011, por lo que quizás repita muchas de las apreciaciones que manifesté entonces. Lo fundamental es que, a mi juicio, pese a todos los puntos negativos que se pueden reseñar, el resultado global es positivo y la frescura y vistosidad del espectáculo compensan que en ocasiones la voz y la música puedan verse desplazadas a un segundo plano.

Y es que si algo se debe criticar de la propuesta escénica es precisamente algo muy habitual en los trabajos de Michieletto (recordemos, por ejemplo, su cuestionadísimo Barbiere) que el exceso de acción secundaria y el ajetreo sobre las tablas distrae al espectador de lo puramente musical y vocal. Pero al menos aquí hay espectáculo. No han sido pocas las ocasiones en que se nos han presentado producciones en las que se ha perjudicado de una forma u otra la vertiente musical, pero encima no nos han ofrecido absolutamente nada nuevo en el aspecto dramático. Aquí hay una propuesta llena de frescura, agilidad, colorido y vis cómica, y que dota de sentido y coherencia narrativa a todo el conjunto.

La acción, como ya es sabido, se traslada a una playa valenciana, donde Adina regenta un chiringuito; el coro de segadores son familias de bañistas; los soldados, marineros de permiso; y el falso doctor Dulcamara es un vendedor de bebidas energéticas que se dedica a trapichear con drogas.

La obertura esta vez comenzó a telón bajado, pero la alegría duró poco, pues enseguida se alzó, iniciándose la acción y el ruido en escena y dificultando la escucha del preludio orquestal. También el principio del segundo acto se vio sazonado por los grititos y correteo de los miembros del coro. Respecto a 2011, no obstante, ha disminuido algo la distracción escénica, haciendo que el coro no esté siempre presente, reduciendo así la abundancia de diferentes planos de acción dramática y permitiendo mayor concentración en las voces y en la línea narrativa principal.

Ya critiqué en su momento el hecho de que se hiciese cantar a Nemorino el esperado momento de Una furtiva lagrima subido al tejado del chiringuito, pues no tiene dramáticamente nada que aportar y no es la mejor ubicación para proyectar una voz, especialmente si, como ocurrió ayer, ésta no corre especialmente bien. Y ello sin contar con que la generosa envergadura del tenor hacía temer por la resistencia del tejado y que el pobre Nemorinoacabase formando parte del expositor de helados. Al menos en esta ocasión sí se ha evitado, respecto a 2011, que Adina esté presente en escena deambulando mientras Nemorino canta su melancólica aria, y ya sólo aparece cuando ha finalizado.

Pese a todos esos aspectos que, para un tiquismiquis profesional como es servidor, considero que deben cuestionarse, insisto en que el balance global ha de calificarse de positivo, debiendo resaltarse la frescura, viveza y chispa que aporta a una historia bastante boba, y, sobre todo, merece un especial reconocimiento el gran trabajo de dirección de actores y movimiento escénico que presenta, y que tan excelente respuesta obtuvo por parte de los intérpretes, tanto coro, como figurantes y solistas.

En el apartado musical una gozosa novedad es que ocupaba el foso de Les Arts una mujer, la canadiense Keri Lynn-Wilsonde quien estos días los medios especializados no se han privado de resaltar casi más su condición de “esposa de” (en este caso de Peter Gelb, mandamás del neoyorquino MET) que sus posibles méritos como directora en un ámbito, uno más, tan masculinizado. La verdad es que no tuvo una actuación especialmente relevante. Condujo Lynn-Wilson a la Orquestra de la Comunitat Valenciana con gran atención a lo que ocurría en escena y se cantó toda la ópera de principio a fin. Su labor fue muy voluntariosa y correcta en términos generales, aunque hubo algunos cambios de tempo que no parecían muy coherentes y que provocaron algunos desajustes entre cantantes y foso que no siempre fue capaz de controlar. También se le fue en algún momento de las manos el énfasis orquestal, perjudicando la escucha de las voces de menor envergadura. El resultado global no fue malo, pero se echó de menos una batuta más refinada y menos mecánica, capaz de extraer mayores matices.

Esta producción constituye una excepcional piedra de toque para corroborar la extraordinaria capacidad dramática de nuestro Cor de la Generalitat que supo responder con empeño sobresaliente a los exigentes y permanentes requerimientos escénicos concebidos por Michieletto, inmersión en la espuma incluida. En el apartado vocal quizás hubo menos rotundidad que en otras ocasiones, posiblemente también como daño colateral de ese trabajo escénico, aunque sí debe destacarse la extraordinaria intervención de las féminas en toda la escena del segundo acto con Gianettay durante la fiesta de la espuma.

Hace ya tiempo que vengo comentando a quien quiere tener la paciencia de escucharme que no entiendo por qué no se está dando más presencia en este teatro a algunas voces salidas del Centre de Perfeccionament Plácido Domingoen sus primeras promociones, afincadas en Valencia y de gran calidad. Y una de ellas es Ilona Mataradze, quien ayer fue capaz de solventar el complicado papel de Adina con unos resultados magníficos. Mostró Mataradzerebosante musicalidad y refinamiento y un enorme desparpajo escénico. Su bonito timbre de lírico ligera corrió luminoso por la sala, atacó y colocó los agudos con valentía y limpieza e hizo frente a las agilidades del segundo acto con profesionalidad. Tuvo detalles de muy buen gusto, como en Prendi per me sei libero, donde supo regular y usar adecuadamente las medias voces y, en general, cuidó el fraseo con elegante legato. A sus buenas prestaciones vocales hay que añadir además una impecable actuación en escena, todo lo cual la convirtió en la triunfadora de la noche.

Bastante menos me convenció el Nemorino del tenor William Davenport. Lo más llamativo del cantante norteamericano es una atractiva emisión natural que se mueve con facilidad por el registro agudo y que hace inevitable pensar en un pavarottino, pero pocas más semejanzas se pueden hacer sin incurrir en blasfemia. Su principal problema es la falta de homogeneidad en los registros y el escaso empaque de una voz que mostraba problemas de proyección. El fraseo fue bastante frío y tan sólo destacó en su momento esperado, esa Furtiva lágrima en la que echó el resto y presentó las mejores credenciales de la noche, sabiendo respirar y ligar las frases como mandan los cánones, aunque a enorme distancia de aquél refinamiento melódico que nos ofreció Ramón Vargas en 2011. Hay que reconocerle que, pese a su abultada envergadura física, se movió en escena adecuadamente cumpliendo sobradamente las exigencias de la regia.

Pero si de recuerdos de 2011 hablamos, quizás quien más complicado lo tenía era el italiano Paolo Bordogna, de quien había que ver si sería capaz de que no añorásemos al carismático y avasallador Dulcamara que compuso en 2011 el uruguayo Erwin Schrott. Y, aunque hizo un dignísimo papel y fue muy aplaudido, desde mi punto de vista no lo logró. Y eso que a mí me había dejado unas estupendas sensaciones aquel mismo año 2011 como Don Magnífico en La Cenerentola. Es verdad que Bordogna se entregó sin reservas en lo actoral, pero era imposible no rememorar a su antecesor que se comía el escenario. En lo vocal, si Schrottno es precisamente el paradigma de la finura, tampoco Bordogna hizo gala de mucho refinamiento vocal. Agudos abiertos y graves justos se compensaban con más efectismo que autenticidad. Pese a todo, se mostro ajustado en estilo, bien en el canto silabato y con algunos detalles con los que supo conectar con el público, mereciendo la aprobación unánime del respetable.

Mattia Olivieri fue un correcto Belcore. Al barítono italiano se le conoce bien en este teatro tras su paso por el Centre Plácido Domingo y su participación como comprimario en numerosas producciones de los últimos años. Su tendencia habitual al histrionismo actoral, curiosamente, estuvo anoche mucho más controlada y su labor en escena fue irreprochable. Posiblemente fue el que presentó un instrumento de mayor volumen que proyectaba con suficiencia, aunque en los extremos de la tesitura mostró mayores problemas y discutible afinación.

No destacó especialmente Caterina di Tonno en el breve papel de Gianetta, pero su labor fue muy correcta en lo vocal y con excelentes y muy exigentes prestaciones en escena.

Ya lo he comentado mil veces, pero sigo cuestionando la obsesión de los responsables de la subtitulación por hacerse los graciosos. Insisto en que pienso que se deberían limitar a traducir simplemente lo que se dice y que no hay necesidad de transformar los escudosy ducados del libreto por euros, y mucho menos de convertir el vino de Burdeos en de Utiel-Requena, en un guiño pueblerino de primera división.

Lo mejor de la noche fue ver el teatro lleno casi por completo y con numerosa presencia de público joven que pareció pasarlo muy bien. Sin embargo, no aprecié apenas presencia institucional en los palcos, más allá de la consellera de Justicia. Fue muy aplaudido Davenport tras Una furtiva lágrima, pero sobre todo Ilona Mataradze al finalizar el aria Prendi, per me sei libero y la subsiguiente cabaletta Il mio rigor dimentica, donde se produjo una larguísima ovación. Al terminar la función hubo aplausos para todos, incluida la responsable escénica Eleonora Gravagnola, quien casi se estampa de la emoción al corretear con los tacones por la falsa arena playera.

Como ayer hubo quien me preguntó al respecto, quiero dejar constancia aquí de que la Asociación a la que pertenezco, Amics de l’Òpera i de les Arts de la Comunitat Valenciana no se hará cargo esta temporada de dar las charlas previas a las funciones de ópera en Les Arts, por haberlo decidido así la Intendencia del teatro valenciano, que nos ha comunicado que prescinde de nuestra colaboración gratuita, habiendo decidido organizarlas con la colaboración de la Universitat de València. De momento, ayer fue un trabajador de la casa el encargado de hacerlo.

Y hablando de trabajadores de la casa, no estaría de más que encargasen a alguien la revisión y corrección de las publicaciones y textos que lancen al exterior para evitar sonrojantes bochornos como el sufrido por los abonados al recibir los formularios para solicitar la compra preferente de localidades, con una acumulación de erratas difícil de superar.

A quienes todavía no tengáis localidades para disfrutar de esta ópera que supone el chupinazo de inicio de la pretemporada, os animo a que acudáis a Les Arts estos días, el espectáculo vale la pena y será muy interesante también ver el rendimiento de una prometedora cantante como Karen Gardeazábal como Adina en el segundo reparto.

lunes, 10 de marzo de 2014

"ANNA BOLENA" (Gaetano Donizetti) - Palau de la Música de Valencia - 09/03/14

Hace dos años pasaron por el Palau de la Música de Valencia Fabio Biondi y los músicos de Europa Galante, llevando a cabo una versión de la Norma de Bellini interesantísima, basada en la partitura original, en la que se consiguieron unos resultados musicales excelentes. Tras aquella representación parece que se acordó con la dirección del Palau que regresarían por Valencia con otra ópera belcantista, en este caso Anna Bolena, de Gaetano Donizetti. Y ayer se hizo realidad esta vuelta de Biondi, en la que obtuvo de nuevo un enorme y merecidísimo éxito.

El trabajo de investigación llevado a cabo por el director siciliano ha recuperado la versión de Anna Bolena aprobada por el propio Donizetti para la representación de la obra en el Teatro alla Scala diez años después de su estreno, habiéndose adoptado además unos criterios interpretativos y un equilibrio entre música y voces que procurasen reproducir, en la mayor medida posible, las sensaciones que pudieron vivir los espectadores milaneses en 1840. A este respecto, os recomiendo leer en la web de Amics de l’Òpera i de les Arts de la Comunitat Valenciana la interesantísima entrevista realizada a Fabio Biondi, donde éste explica todos los entresijos de la versión presentada ayer.

Igual que ocurriera hace dos años con Norma, mi primera impresión ante los sonidos recibidos en la sala fue de cierta extrañeza. Acostumbrados como estamos a las grabaciones “clásicas” de la obra, aquello estaba claro que no sonaba igual, pero sonaba muy bien. Mejor que bien. Y la dirección musical llevada a cabo por Biondi y el control de éste de todo cuanto ocurría sobre el escenario, fueron espléndidos.

Resultó impecable el equilibrio obtenido entre las diferentes secciones orquestales y, al mismo tiempo, la atención prestada al color y características de cada familia instrumental. La dirección fue vivaz, ágil y con una carga dramática impresionante de principio a fin, sin que la tensión decayese ni un solo momento. Magistral me pareció la lectura del dúo del segundo acto entre Anna y Giovanna, así como la intensidad y evolución de la escena final. También se mostró muy preciso el maestro en la dirección de los concertantes.

La orquesta tuvo un protagonismo capital, estando siempre presente, yendo mucho más allá de un simple acompañamiento de las voces, dibujando con precisión las emociones y tensiones que navegan por la partitura. Entre los músicos me parecieron muy destacables las intervenciones de las flautas, trompas o de la percusión, que jugó un papel importantísimo en el énfasis dramático de algunas escenas.

La soprano Marta Torbidoni sorprendió a propios y extraños, llevando a cabo una excelente interpretación de la protagonista donizettiana. Comenzó un tanto fría o nerviosa, sin acabar de alcanzar todo el empaque vocal que requiere el personaje y con algún problema en las agilidades, pero pronto hizo refulgir toda la belleza de una voz homogénea y de amplio registro, que supo utilizar con una fuerza dramática imponente. Sensacional se mostró en el dúo con Giovanna y su escena final revolucionó completamente la platea. Sólo eché en falta un mayor grado de matización en “Al dolce guidami”. Me encantó el efecto conseguido con los sonidos fijos y una peculiar emisión en los recitativos que anunciaban el estado de delirio de Anna.

No menos halagos se deben dedicar a una Laura Polverelli, como Giovanna, que tampoco comenzó bien. Bueno, realmente empezó fatal, con un acusado vibrato y un timbre hiriente y desagradable, pero, conforme calentaba la voz, fue mejorando exponencialmente, con un gran sentido del legatoy del drama, culminando su interpretación en el dúo inicial del segundo acto, donde se mostró soberbia. Hacía mucho tiempo que no veía yo a una cantante, y menos en una versión de concierto, ofrecer tal intensidad emocional en su fraseo.

Positivo resultó también el Percy de Moisés Marín. Se mostró valiente, con gran musicalidad, buen control de la respiración y seguridad en el agudo. Alguna falta de apoyo y sonoridad en los graves, puntuales errores de afinación y cierta tendencia al golpe de glotis, no consiguieron deslucir, sin embargo, una actuación enormemente meritoria que fue reconocida por el público con una enorme ovación.

Buenas prestaciones ofreció también Marina de Liso como Smeton, aunque presentase unos registros desequilibrados. Pese a su atractivo timbre de bajo y buenas resonancias, menos me gustó Ugo Guagliardo como Enrico VIII, quien pasó ostensibles apuros en sus ascensos al agudo y en las agilidades. Olvidable el Rochefort de Dionisos Tsantinis y correcto el Hervey de Francisco Fernández-Rueda.

Mención aparte merece la Coral Catedralicia de Valencia que, bajo la dirección de Luis Garrido, llevo a cabo una de las mejores actuaciones a las que yo he asistido, demostrando que están siguiendo una evolución espléndida. Impresionantes resultaron la sonoridad, el empaste y el equilibrio de sus voces, ofreciendo una gama sorprendente de matices y unas interesantes variaciones dinámicas.

La sala mostraba demasiados huecos para la excelencia del producto ofrecido, sobre todo siendo una función de abono, aunque el público asistente se lo pasó en grande y premió a todos los intervinientes con fuertes ovaciones. Eso sí, no estuvieron ausentes los típicos abonados del culo inquieto que no son capaces de esperarse cinco minutos a que finalice la representación para abandonar la sala.

Especialmente digno de ejecución sumaria fue el tipejo sentado en los asientos de Coro que, en plena escena final, no sólo se levantó y cruzó su fila molestando a los espectadores y al director, al cual tenía enfrente, sino que además tuvo los santos atributos masculinos de quedarse en pie frente a Biondiponiéndose una horripilante cazadora color diarrea sangrienta y volver a sentarse en el extremo de la fila, preparado para salir con el chimpún final cual Usain Bolt. Si yo hubiese sido ayer Biondile hubiera lanzado la batuta a modo de jabalina y hoy estaría el señor en la tienda de parches para tuertos.

Bueno, pues hasta aquí esta crónica de urgencia de una extraordinaria tarde de ópera. Esperemos que el maestro Biondi siga con su buena costumbre de pasarse por Valencia ofreciéndonos sus peculiares pero interesantes aproximaciones al repertorio belcantista.

lunes, 17 de octubre de 2011

"ANNA BOLENA" (Gaetano Donizetti) - Metropolitan Opera 15/10/11


La 128ª temporada de ópera del Metropolitan de Nueva York se abría este año con una joya belcantista como es “Anna Bolena”, de Donizetti, que contaba además, a priori, con el atractivo de una pareja femenina protagonista tan interesante como mediática, formada por Anna Netrebko y Elina Garanca, quienes en abril de este mismo año ya asumieran con éxito los roles de Bolena y Seymour en la producción que se estrenó en Viena y de la que tuve ocasión de hablar en un post anterior. En esta ocasión el embarazo de Elina Garanca ha impedido que la letona formase parte del elenco, siendo la mezzosoprano rusa Ekaterina Gubanova la elegida para sustituirla.

La retransmisión en directo de la función a cines de todo el mundo nos ha permitido asistir una vez más a este interesante evento, desde una butaca privilegiada en la que podemos captar cada detalle de la representación (a veces demasiados detalles, casi de estudiante de odontología), y donde el único punto negativo, al menos en los cines Yelmo de Valencia, ha sido la muy mejorable calidad del sonido.

Ya dije en mi comentario sobre la Bolena vienesa que esperaba con gran interés la puesta en escena concebida para la ocasión por el escocés David McVicar, después del gran fiasco de la propuesta vienesa de Eric Génovèse. Pues bien, he de decir que McVicar no me defraudó. Es verdad que la concepción es tremendamente clásica, como lo era la de Génovèse, pero la diferencia básica es que la de McVicar me pareció estéticamente bella, con una buena concepción del movimiento escenográfico y con un elaborado e interesante trabajo de dirección de actores, aunque los movimientos de los coros fueran muy burdos y la introducción de un ¿baile? en el primer acto sin apenas espacio, prescindible.

La enorme caja escénica del MET posibilita el uso de una espectacular escenografía de Robert Jones, que, junto al vistoso vestuario de Jenny Tramani y la muy efectiva iluminación de Paule Constable, consiguen introducirnos en la historia y la época, con una estética que nos remite a las pinturas de Holbein, con un inteligente uso del claroscuro. Es obvio que no estamos ante la producción más innovadora o reflexiva del regista escocés, pero sí ante un vehículo adecuado y atractivo para que se desarrolle la obra, y eso, en los tiempos que corren, ya es mucho.

En lo musical, buen rendimiento de la Orquesta y del Coro del teatro neoyorquino bajo la dirección de Marco Armiliato, quien llevó a cabo un trabajo correcto, aseado, muy centrado en hacer fácil la labor de los cantantes, pero sin aportar la más mínima chispa de genialidad. No se le pueden hacer al director italiano demasiados reproches, desde luego, pero tampoco especiales elogios, limitándose a hacer que fluyera ágil la partitura de Donizetti, con oficio, y entregado en cuerpo y alma a lo que ocurría sobre el escenario.


Pero la estrella de la función, sin duda, se llamaba Anna Netrebko. Desde su salida a escena, como suele ser habitual, la cantante rusa se come el escenario (sí, ya sé que es fácil aquí hacer el chiste: “claro, así se ha puesto”) y consigue concitar el interés de todos los espectadores con su tremendo magnetismo escénico.

Ya dije hablando de su debut del personaje en Viena que, aunque el bel canto no es el terreno más apropiado para las características de Netrebko y el rol es tremendamente exigente, su creación me pareció muy conseguida. Y, después de lo visto el sábado, he de añadir que se me hace complicado pensar en una cantante que, hoy por hoy, pueda ofrecer una mejor Bolena. A mí por lo menos me conquistó sin reservas.

Ha pulido muchos aspectos desde las funciones vienesas y madurado el personaje, tanto vocal como dramáticamente. Ha mejorado notablemente su técnica y su dicción y sabe ocultar sus limitaciones al tiempo que saca el mayor partido de sus cualidades.

La expresividad y fuerza dramática de Netrebko siguen siendo prodigiosas y los primeros planos de estas retransmisiones cinematográficas nos permiten disfrutar de cada uno de los matices que aporta la cantante rusa con sus inmensas dotes como actriz. Impresionante en este sentido fue su “Giudici! ad Anna” del primer acto, donde la mezcla de rabia, desesperación y vulnerabilidad del personaje fueron inmejorablemente recreados.

Su “Al dolce guidami” fue realmente emocionante, con algunos pianos demoledores y bellísimos, y creo que ha sido la primera vez que asisto a una representación de ópera en el cine donde los presentes prorrumpen en una espontánea ovación al finalizar un aria; y el "Coppia Iniqua" con que acaba la obra, todo un derroche de dramatismo desbocado.


video de Grand Teton Music Festival

Ekaterina Gubanova cumplió con corrección como Seymour, aunque en ningún momento consiguió que olvidáramos a la ausente Elina Garanca, pese a que le puso mucha más pasión al personaje que la letona. Vocalmente presentó algunos problemas de emisión y cambios de color y en la zona alta se mostró forzada con agudos abiertos y tendiendo al chillido. No obstante, en el segundo acto me gustó más y su dúo con Anna fue notable. En cualquier caso, Gubanova me parece una estupenda cantante, pero creo que este no es su repertorio.

Ildar Abdrazakov fue un excelente Henry VIII. Imponente en presencia y comportamiento escénico, lució una voz rotunda y tan sólo le cuestionaría la impresión que daba, al menos en el cine, de estar justito de volumen, sobre todo en la zona más grave donde se echaba de menos algo más de peso y consistencia.

Stephen Costello me gustó más bien poco como Percy, aunque reconozco que fue yendo a mejor conforme avanzaba la representación. Vocalmente su timbre me resulta atractivo y generalmente se mueve con solvencia en el registro agudo, aunque tienda demasiado a abrirlos, exhibiendo también un considerable fiato, pero su línea de canto era tosca, empujando la voz de forma fea, su dicción muy deficiente y sus virtudes como actor escasas, lo que, unido a su ausencia absoluta de legato, escasa capacidad de matiz y nula elegancia canora, le inhabilita, a mi juicio, para un papel como éste, pese a los cerrados aplausos que obtuvo en todo momento de sus paisanos.

No me desagradó, ni mucho menos, la Smeaton que compuso Tamara Mumford, una mezzosoprano de timbre cálido que, aunque no sea una auténtica contralto, se movió con solvencia en la tesitura, siendo probablemente la cantante que mejores rasgos belcantistas exhibió de todo el reparto, mostrando además gran desenvoltura escénica y buenas dotes de actriz a pesar de tener que aguantar el look excesivamente gore del segundo acto, con toneladas de ketchup embadurnándola cual hamburguesa made in USA.

Como suele ser tónica habitual en el teatro neoyorquino, posiblemente uno de los más aplaudidores del orbe, hubo grandes y numerosas ovaciones para todos los intérpretes durante y después de la función, rozando la locura colectiva cuando la destinataria de las mismas fue Anna Netrebko.

La verdad es que disfruté de una estupenda tarde/noche de ópera en compañía de buenos amigos, gracias sobre todo a esa gran cantante que es Netrebko, y que no deja de sorprendernos para bien, pareciendo no tener limitaciones. Yo, personalmente, estoy deseando poder escucharla en dos papeles como los de Leonora (“Il Trovatore”) y Tatiana (“Eugene Oneguin”). Seguro que pronto podremos hacerlo.


video de MetropolitanOpera

miércoles, 6 de abril de 2011

"ANNA BOLENA" (Gaetano Donizetti) - Wiener Staatsoper - 05/04/11


Ayer pudimos asistir a distancia a un acontecimiento operístico de indudable interés, gracias a la retransmisión en directo en salas de cine, desde la Wiener Staatsoper, de la ópera de Donizetti “Anna Bolena”, cuyo mayor aliciente residía en el debut de la soprano rusa Anna Netrebko en este papel emblemático del bel canto, estando acompañada de un elenco no menos interesante en el que destacaban Elina Garanca como Giovanna Seymour y Francesco Meli en el rol de Lord Percy.

Para este debut se ha optado por una nueva producción que ha contado con la dirección escénica de Eric Génovèse y dirección musical de Evelino Pidò al frente de la Orquesta Filármonica de Viena y el Coro de la Wiener Staatsoper.

Para comenzar diré que, aunque no todo saliese lo redondo que siempre se espera, se pudo disfrutar de una noche de ópera estupenda. Bueno, lo de disfrutar es un decir, porque gracias a la pésima retransmisión que sufrimos, al menos en los cines Kinepolis de Valencia, durante casi un tercio del primer acto estuvimos acompañados por un chisporroteo sonoro que fue ganando en intensidad, hasta convertir a Netrebko en la niña del exorcista y a Meli en Darth Vader. Y, cuando el tema se medio solucionó, parece que debió ser a costa de cerrar uno de los canales de sonido, con lo que de ahí hasta el final de la obra, aunque la niña del exorcista se fuese a dormir, la calidad del audio no acabó de ser todo lo buena que hubiera sido deseable.

Comenzando por lo menos importante y más fallido de la noche, debo manifestar que la dirección escénica de Génovèse me pareció muy desafortunada. La falta de originalidad de la propuesta es apabullante. Es verdad que cuenta con un vestuario vistoso de Luisa Spinatelli, una iluminación sobria y efectiva, a ratos, de Bertrand Couderc y la puesta en escena rezuma un clasicismo a prueba de bomba. Pero todo esto se queda en puramente anecdótico ante la incapacidad del regista para aportar nada nuevo.

No estoy pidiendo tampoco majaderías al uso como sacar a Enrique VIII en calzoncillos paqueteros o mostrar a una Bolena yonki y adicta al bingo. Se podría compatibilizar una escenografía y ambientación clásicas, con una dirección de actores donde se consiga, o al menos se intente, dibujar unos personajes con una coherencia mínima y con unos movimientos escénicos trabajados y dramáticamente sólidos que constituyan un vehículo narrativo adecuado al discurso musical.

En el caso de Génovèse, el resultado obtenido no superaría el ensayo general de una función de Navidad de Pre-escolar. Es una auténtica lástima que la belleza visual que por momentos podría presentar la propuesta, pese a la escenografía oscura e impersonal de Jacques Gabel y Claire Sternberg, se quede simplemente en eso, en apariencia exterior, porque el interior es más hueco que el cráneo de Génovèse y el producto final resulta inánime.

La dirección de actores es nula. Los cantantes salen a escena y sólo su mejor o peor saber hacer les guía su comportamiento. Las apariciones del Coro se llevan la palma, pues irrumpen en el escenario y permanecen cantando estáticos, como si aquello fuera la Granja de los Click. Así que la sensación que se le queda a uno es la de haber asistido a una versión en concierto con disfraces. Es una auténtica pena que habiendo reunido un equipo de cantantes tan destacable y que se desenvuelven tan bien en el plano actoral, no se haya contado con una dirección escénica medianamente decente que pudiese haber engrandecido el espectáculo global. Tendremos que esperar a Septiembre para ver si David McVicar hace un trabajito mejor para la “Anna Bolena” que abrirá la próxima temporada del MET neoyorquino con la misma pareja protagonista de ayer.

En el apartado musical, afortunadamente, las cosas fueron bastante mejor. La dirección del italiano Evelino Pidò tampoco es que fuese para tirar cohetes, pero se mantuvo en un nivel muy aceptable. Por momentos hubo cierto apresuramiento en los tempi que se combinaba con pasajes demasiado lentos, posiblemente para favorecer a los cantantes. Pecó de un exceso de volúmenes, o esa es la impresión que me dio en el cine, y se observó algún despiste en las entradas de los metales. Por lo demás, no fue la suya una lectura que deje poso de genialidad, pero tampoco entorpeció el nivel vocal que hubo sobre el escenario, aunque también es verdad que contó para ello con la inestimable ayuda de un conjunto orquestal de primera magnitud como la Filarmónica de Viena, que es casi imposible que suene mal, por limitado que sea el batutero de turno.

El Coro femenino mostró mejor empaste que el masculino, donde se apreciaron demasiados desajustes, y la incompetencia de la dirección escénica tampoco favoreció precisamente su lucimiento.

Pero lo realmente importante de la noche fueron las voces solistas que se escucharon, con un trío protagonista que, al menos en lo que a mí concierne, lograron hacer brotar la emoción y que valiera la pena el viaje y los ruidos padecidos.

La mayor expectación se centraba en asistir al debut del rol principal por Anna Netrebko. Yo soy de los que mantiene que las mejores prestaciones de esta cantante se encuentran en otros repertorios y que el bel canto no es su territorio idóneo. La coloratura siempre suele ser uno de sus puntos débiles mostrando cierto atropellamiento. También su control de la respiración impide un resultado más redondo y ajustado en estilo, afeando la línea de canto, pero aún así el resultado final en un papel tan complicado, que hay que recordar que está debutando, a mí me pareció muy positivo, con todas las peculiaridades que se quieran, y desde luego mucho mejor de lo que esperaba.

Mostró un fiato aceptable y consiguió ligar algunos momentos bellísimos, con unos filados y pianísimos de ensueño. El sobreagudo con el que finalizó el precioso concertante con el que termina el primer acto fue realmente espectacular. La fuerza arrebatadora y el brío con que interpretó “Coppia Iniqua” y la dulzura y sensibilidad rebosante de matices con las que cinceló “Al dolce guidami” compensan cualquier defecto que se le quiera buscar. Su entrega escénica fue absoluta y la interpretación del personaje irreprochable, dentro de las cortapisas marcadas por Génovèse. En suma, opino que ha sido un fantástico debut.

Elina Garanca, quien estuvo recientemente en Barcelona interpretando este mismo papel de Giovanna Seymour, volvió a maravillar con su portentosa voz. Se mostró segurísima en las agilidades, al tiempo que enhebraba unos agudos espléndidos y unos graves solventes. Únicamente podría hacérsele el reparo, ya habitual, de la frialdad que parece desprender, a lo que contribuye posiblemente esa sensación de facilidad con la que canta, sin aparente esfuerzo, como si estuviera recitando la carta de pinchos del bar. Y luego encima acaba las funciones rodeada de cantantes sudados y despeinados mientras ella reluce como recién salida de maquillaje. Pero esa presunta frialdad poco importa cuando con su instrumento consigue transmitir tantísima belleza y logra tal grado de amplitud y perfección vocal y adecuación estilística. Sin ninguna duda, se ha convertido, hoy por hoy, en la Seymour de referencia.

Francesco Meli es un tenor por el que siento debilidad después de haberle escuchado en Les Arts como Edgardo en “Lucia di Lammermoor”. Llegó un poco justo al aria final y en la zona más aguda mostró cierta tirantez y la voz tendía a abrirse y tremolar en exceso, pero a cambio se marcó durante la noche algunos pianos de escándalo, lució un centro precioso, luminoso y brillante y, sobre todo, consiguió dibujar un fraseo ligado y con intención, bellísimo.

En cuanto al resto del reparto, Ildebrando D’Arcangelo fue el rey Enrico. El papel le viene algo grande al italiano, porque él, aunque se empeñe, no es un auténtico bajo, con lo que en la zona más grave tendía al eructo áfono. Elizabeth Kulmann como Smeton estuvo francamente bien, fraseando con intensidad y con gran entrega escénica (autodidacta, claro). Correcto estuvo Dan Paul Dumitrescu como Rochefort; y muy deficiente me resultó Peter Jelosists como Hervey, pasando tales apuros para cantar cada una de sus frases que juraría que al final defecose.

Al acabar la función, el público que llenaba por completo el teatro tributó una enorme ovación a la pareja femenina y eché en falta un más caluroso premio para Meli que fue menos aplaudido que D’Arcangelo o Kulmann.

Ahora solo queda esperar que los hados se conjuren y se hagan realidad aquellos rumores que circularon en su día sobre que Mortier llevaría a Madrid a Anna Netrebko para cantar “Anna Bolena”... Aunque vista la marcha que lleva el belga…