Ya hace bastante tiempo que se ha estrenado en España la película “The Artist”, dirigida por el francés Michel Hazanavicius. Mucho se ha escrito ya sobre ella, tanto a favor como en contra, lo cual es un fiel indicador de que no nos encontramos ante un film más de relleno de la programación, sino ante un producto que, al menos, nos presenta una propuesta diferente, lo cual, en los parámetros en los que se mueve la industria cinematográfica actual, ya es todo un acontecimiento.
Yo no había podido verla hasta ahora y la verdad es que no tenía intención de escribir sobre ella, precisamente porque se ha dicho ya casi todo, pero tras finalizar la película y encenderse las luces, decidí que algún comentario tenía que hacer en el blog, aunque sólo fuese para dejar pública constancia de que hacía muchísimo tiempo que no vivía en una sala de proyección el sabor del auténtico cine clásico.
Y es curioso que hable de autenticidad cuando nos encontramos ante un trabajo cuya característica principal parece ser la ‘imitación’ que hace de las películas mudas del Hollywood de los años 20. Pero la autenticidad a la que me refiero es otra, es la de las emociones que suscita.
En pleno auge del cine en 3D, los efectos digitales y la realidad virtual, que se cuele en primera fila de la cartelera una película francesa, muda y en blanco y negro, ya es algo a tener en cuenta. Desde luego valor hay que tener para lanzarse a ese ruedo con semejante propuesta bajo el brazo, y por eso, en este caso, la primera felicitación ha de ir a los productores del film, encabezados por Thomas Langmann, que han apostado por algo distinto a lo que inunda actualmente las pocas salas que quedan y que suelen ser productos de rentabilidad inmediata pero que no van más allá del cine de usar y tirar.
La historia que se nos cuenta no es especialmente original. Las relaciones entre George Valentin (Jean Dujardin), que ha llegado a ser la gran estrella del cine mudo, pero se niega a adaptarse a la llegada del sonido, por lo que acaba apartado de los platós y sin trabajo; y Peppy Miller (Bérénice Bejo), una joven aspirante a actriz a la que él promocionó, que se convierte en la nueva diva del cine sonoro.
El recuerdo de “Cantando Bajo la Lluvia” o “Ha Nacido una Estrella” es inevitable, al igual que hay clarísimas referencias a “Sunset Boulevard” o “The Thin Man”, y pequeños guiños a otros muchos filmes como “Ciudadano Kane” o “The Crowd”, pero lo principal no es la mayor o menor originalidad de la historia de fondo, por otra parte más previsible en su desarrollo que un discurso de Rajoy, sino el homenaje a la magia del cine clásico que contiene y la apariencia formal que se ha elegido para contarla, consiguiéndose un resultado final donde cada fotograma es una explosión de poesía y sensibilidad, cine en estado puro, donde las emociones de los personajes traspasan la pantalla de forma natural y auténtica, logrando un feliz reencuentro con todo aquello que a muchos de nosotros nos hizo, hace ya demasiado tiempo, caer enamorados para siempre del placer de ver películas en una sala oscura.
En los tiempos del cine mudo, la falta de diálogos llevaba a que el peso de la transmisión de las emociones de los personajes a la platea recayese, en primer término, en una labor de dirección precisa, donde cada plano tiene una razón de ser y es determinante para dotar de fuerza y fluidez el ejercicio de narrativa visual; luego, en unas interpretaciones de los actores donde el gesto tiene que suplir la ausencia de diálogo hablado; y, después, en unas bandas sonoras que ‘dirigían’ de algún modo las sensaciones del espectador. "The Artist" recupera estas reglas fundamentales sin las que el conjunto no sería creíble.
Tenemos un sensacional elenco de actores y actrices entre los que es de justicia destacar el estupendo trabajo que lleva a cabo Jean Dujardin, sumergiéndose en las raíces mismas de la técnica interpretativa para dar todo un recital de expresividad gestual y complicidad con el espectador. La encantadora Bérénice Bejo le da adecuada réplica, igual que un puñado de secundarios de lujo (John Goodman, James Cromwell) y algún ilustre cameo (Malcolm McDowell) que acaban de redondear el resultado.
Ludovic Bource ha construido una banda sonora en la que los estados de ánimo de los personajes son remarcados hábilmente por una partitura donde lo primordial no es tanto la mayor o menor belleza de la misma (de todo hay), como su efectividad.
Tan importante o más que la música son también los efectos sonoros (excepcional la secuencia de la pesadilla) y el uso que de los silencios hace el realizador, Michel Hazanavicius, dándoles un papel activo que incide de manera directa en las emociones del espectador.
La labor de Hazanavicius ha sido impecable en todos los aspectos, cuidando al máximo cada detalle de la producción, cada encuadre, los juegos de luces y sombras, cada movimiento de cámara, potenciando los perfiles de los personajes y su devenir psicológico, de forma que, pese a lo artificiosa que pueda ser la criatura, nos sintamos naturalmente atrapados en una historia excepcionalmente narrada que huele a palomitas, a sesión continua, a acomodadores con uniforme y linterna, y nos traslada al pasado envolviéndonos en la magia del arte cinematográfico durante hora y media.
Un escalofrío recorrió mi espina dorsal cuando, por unos instantes, en los que la sala se encontraba en un inhabitual silencio, no sólo en la pantalla, sino entre un público absorto en lo que en ella pasaba, recuperé un sonido lejano que hacía muchísimos años que yo no escuchaba en un cine, como es el del proyector.
No quisiera terminar estos comentarios sin hablar algo más acerca de algunos guiños que también pueden encontrarse en la banda sonora compuesta por Ludovic Bource. Así, el compositor incluye algunas alusiones más o menos veladas a Chaplin o Porter, transcripciones de Ellington o Livingston, o una versión del “Pennies from Heaven” de Johnston y Burke. Y, al mismo tiempo, hay otras referencias más sutiles como la inclusión de un pequeño pasaje del ballet “Estancia” del argentino Alberto Ginastera, en concreto de este fragmento titulado “La Danza del Trigo”, que podemos escuchar aquí en la interpretación de la Simon Bolivar Youth Orchestra dirigida por Gustavo Dudamel:
video de imsleepyanddead
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Aunque, sin duda, el homenaje musical más evidente se produce cuando se cuelan en la partitura, en una secuencia rebosante de emoción, los acordes del bellísimo “Tema de Amor” compuesto para la película “Vértigo”, de Alfred Hitchcock, por el genio de Bernard Herrmann, quien a su vez se inspiró en el wagneriano “Tristán e Isolda”:
video de satriani04
En un momento dado, mientras sonaba el piano ejecutando uno de los fragmentos más conseguidos de la partitura, no pude evitar acordarme de Johannes Brahms y su lied “Sapphische Ode”. Pensé que sería una tontería mía, pero después, escuchando en casa el corte correspondiente de la banda sonora, me percaté de que el tema se titula “Comme une rosée de larmes” (Como un rocío de lágrimas) lo cual tiene mucho que ver con la letra del poema de Hans Schmidt que musicó Brahms.
En primer lugar podemos escuchar el tema de la banda sonora de Ludovic Bource titulado “Comme une rosée de larmes”:
video de CharlieFnE
Y a continuación el lied de Johannes Brahms “Sapphische Ode”, en la interpretación de la mezzosoprano argentina Bernarda Fink acompañada por Roger Vignoles al piano:
video de operazaile
Rosas corté por la noche en el oscuro jardín;
más dulces que nunca exhalaron de día su aroma;
pero las ramas, agitadas,
generosas esparcieron rocío, mojándome.
También me embelesó el aroma de los besos
que por la noche cogí del ramo de tus labios;
pero también a ti, agitado el ánimo igual que ellas,
te rociaron las lágrimas.
Para finalizar os dejo con el trailer de “The Artist” con el consejo de que, si alguno no la habéis visto todavía, acudáis al cine con el espíritu abierto y dispuestos a disfrutar de buen cine. Es casi imposible no salir con espíritu optimista y con ganas de llegar a casa bailando claqué:
video de iELCARTEL
video de iELCARTEL
Precioso artículo, pero aprovecho la oportunidad de denunciar a los Cines Lys de Valencia por el BAJÍSIMO volumen con que proyectaron la película, al menos el día que fui yo. Todo sonaba lejísimos, como si se estuviera sentado en la última fila del Auditori de Calatrava.
ResponderEliminarVoy a tener que verla, me intriga la controversia: porque a tí y a Joaquim os gusta tanto y a JL y Allau no.
ResponderEliminarPara no querer escribir nada te ha quedado una entrada muy completita, jejejeejeje.
ResponderEliminarSuscribo la comas, los puntos, los acentos, todo, todo y todo.
Fernando: Tienes toda la razón, en los cines Lys de Valencia (incluido cuando retransmiten ópera) el sonido es bastante mejorable.
ResponderEliminarKalamar: Ya digo en el post que hay opiniones encontradas. A mí me parece que tratándose de un producto tan singular al menos merece ser vista, así que hazte el ánimo y luego nos lo cuentas.
Joaquim: Después de haber visto yo la película, si me hubieras dicho que no te había gustado no me lo hubiera creído.
Gracias por esta magnífica crítica de "The Artist", y muy especialmente por el análisis de la banda sonora. Me pareció una película encantadora y, aunque llena de refencias, nada pedante y muy agradable de ver (¡y de escuchar!).
ResponderEliminarEdipa Maas
Yo puedo suscribir la entrada de Kalamar.
ResponderEliminarMaravilloso tu artículo y muy docto como es costumbre suya.
Mientras escribo escucho a Bernarda Fink, espléndida.
¡Cuánto en menos de un minuto!
Gracias a tí por tu comentario, Edipa Maas. Yo coincido en tu apreciación de la película.
ResponderEliminarGlòria, intuyo por tanto que no has visto la peli. Kalamar al final fue y creo que no le ha gustado mucho por lo que comentó en su blog. Yo sigo pensando que es una película más que interesante.